27 de abril 2024

Pensar (en) la huella de Averroes. Comentario a “Averroes. Gusto, risa, política” de Rodrigo Karmy Bolton

por Aldo Bombardiere Castro

Aproximación

Rodrigo Karmy Bolton se aproxima a Averroes. Por cierto, no se trata de un intento exegético cuyo propósito sea leer, explicar e interpretar a Averroes de acuerdo a su contexto epocal y originario. La aproximación que realiza Karmy nada tiene que ver con esa motivación, la cual no significaría más que reproducir la misma ambición disciplinar y autoral de la Historia de la Filosofía con el fin de rescatar a Averroes de sus inquisidores. A diferencia de ello, la aproximación de Karmy es justamente eso: una aproximación. En efecto, gracias al espacio que lo distancia de Averroes acontece, precisamente, la alegría del filosofar. En primer lugar, podríamos decir que, poniendo en ejecución una actitud que renuncia a la codicia de atesorar a la figura de Averroes a modo de un vestigio o reliquia sagrada, Karmy piensa “en” Averroes: su libro participa en la huella imaginal e intempestiva con que Averroes horada la Historia de la Filosofía.

Desde un comienzo el texto exhibe su posición fragmentaria y expresiva. Ello no quiere decir, sin embargo, que el trabajo filosófico de Karmy se sustente en simples citas, artificios o desmesuradas ocurrencias. Más bien, la profundidad analítica y el manejo temático que Karmy muestra con respecto a la obra averroísta, se torno modo de uso y pensamiento. Usa el pensamiento de Averroes para pensar otro pensamiento en ese pensamiento, como si la más fiel interpretación del averroísmo partiera, justamente, por la pérdida de la ilusión de un origen. Karmy, lejos de hacer Historia de la filosofía, filosofa, danza jovial y cómicamente, al pulso ri(t)mado de la misma máscara del averroísmo. El espacio que forma la concavidad de la máscara averroísta -esa huella sonriente- expresa un lugar sin lugar donde Karmy imagina la estela de Averroes. Así, en último término, sólo participa, al igual que nosotrxs, de un intelecto común, cómico y cósmico, el cual, mientras escribimos o leemos, ha interrumpido la maquinaria de apropiación subjetiva y autoral, la rúbrica personal, que operaría tanto sobre él como sobre nosotrxs.

La sencillez de la aproximación respeta la irreductible distancia con lo buscado, gozando de aquel silencio que mora en el seno de la huella y del cual es capaz de beber para, justamente, de-morar-se en el pensamiento. Participar en el pensamiento, aproximarse sin prisa, demorarse en él, nos previene de la premura cartesiana e impide que nos confundamos con la huella y con lo buscado, así como que cedamos a la tentación de una consciencia siempre ávida de decir “yo pienso”. Por eso, Karmy piensa en la huella de Averroes: porque el intelecto común ha llegado a pensarse a sí mismo a través de ambos.

A lo largo de los tres ensayos, por ende, no deja de resonar el eco de un pensamiento que se piensa. Se trata de un saber, cómico y cósmico, el cual, al contrario de la amargura del saber trágico que sólo reporta una ganancia de consciencia a los espectadores gracias al sacrificio del héroe, emerge fruto de una articulación entre la vida y el lógos, entre el cuerpo y el intelecto, esto es, de una articulación activada como praxis de la imaginación. Pero tal articulación nunca termina por sintetizar a los términos articulados por ella. Si para Averroes la imaginación corresponde a aquel motor que permite la conjunción entre el intelecto material y la universalidad de los inteligibles que éste recibe desde el intelecto agente, entonces cada página de este libro exalta el erotismo de un pensamiento imaginal, es decir, de una filosofía que, a diferencia de la escolástica o de la filosofía analítica, expone las formas-de-vida de su propia praxis imaginal, la cual es capaz de hacer uso de la rigidez de las definiciones y de la aridez de los conceptos para descentrarlos, exponerlos y liberarlos con miras a la actividad siempre presente del pensamiento.

De esta manera, lo que hay en esta aproximación es y no es una forma de habitar la huella, aquel lugar sin lugar donde, según el Averroes de Karmy, irrumpe y florece el acto de encuentro y copulación entre el intelecto material y el intelecto agente bajo el erotismo de un pensamiento que, desde siempre, quiere y puede imaginarse a sí mismo a través de nosotrxs. Un pensamiento en Felicidad. Porque sólo hay aproximación allí donde, de antemano, renunciamos al origen, donde, sin ambición metonímica (de llamar la causa por el efecto) ni sinecdóquica (de llamar al todo por la parte), asumimos que hemos de recoger no más que un fragmento de lo buscado alrededor del también fragmentario envoltorio de nuestra mano. Así, si bien en el aire suspendido sobre la huella convive un gemido de finitud (por el objeto ausente) con un hálito de eternidad (por las posibilidades que su ausencia le brinda a la imaginación), ni querer ser eterno ni asumirse como meramente finito podría ser plenamente justo. La huella nos permite habitar en ese tertium irreductible que vivifica lo imaginado y que nos vuelve a hacer imaginar lo vivido. La denuncia y la exhibición de esa sutura deseosa de borrar el hiato entre la naturaleza y la cultura, entre el ser humano y el animal, nos lleva a soñar con la frágil resistencia que la imagen de la huella opone a toda captura. Tal vez en ese instante, cuando el hábito del intelecto adquirido nos ha permitido aproximarnos a la virtud de habitar la potencia, la felicidad coincida con la imaginación del intelecto: y allí, aunque sea por un instante, la actualización de la felicidad se hará posible. Como no deja de acontecer al leer a Karmy, quien ha hecho de la expresividad de la huella, un estilo y una política: libera y hacer proliferar la potencia interpretativa de la maquinaria de la Historia de la Filosofía donde se hallaba enclaustrada para, ahora, arrojarla al erotismo imaginal del pensamiento común. Quizás, justamente esa conjunción entre estilo y política, dé cuenta de un gesto eminentemente ético: hacer de la potencia del pensamiento común a toda la especie humana un hábito y un habitar, es decir, una forma-de-vida.

Transplante

Al inicio del primer ensayo, titulado “Gusto. Los últimos copistas”, Karmy rescata una cita presente en La ideología alemana, donde Marx y Engels denuncian la sustitución antropológica que realiza el materialismo sensorial de Feuerbach tras ver derrocado el núcleo teológico del idealismo:

“[Feuerbach] no ve que el mundo sensible que lo rodea no es algo directamente dado desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo, sino el producto de la industria y del estado social, en sentido que es un producto histórico, el resultado de la actividad de toda una serie de generaciones, cada una de las cuales se encarama sobre los hombres de la anterior (…) Así, es sabido que el cerezo, como casi todos los árboles frutales, fue transplantado a nuestra zona hace pocos siglos por obra del comercio y por medio de esa acción de una determinada sociedad y de una determinada época, fue entregado a la certeza sensorial de Feuerbach” (Marx y Engels, en Karmy, 2024, pp. 31-32).

Cuando contemplamos un cerezo, el encanto de su fragancia suele eclipsar nuestra mirada. Para Marx y Engels no fue así: el cerezo, árbol autóctono de Asia pero adaptado al clima y al suelo europeo por introducción humana, permite abrir una reflexión acerca de la infinita actividad histórica de las generaciones en el hacer mundo del mundo. Karmy muestra la conexión -por cierto, intempestiva- ejerce un acto de provocación: las cosas siempre son más de lo que son, pues, ellas mismas, cuentan con la extraña capacidad de exponer y ver afectada la presunta estabilidad definitoria de su “ser” por medio de la irrupción de su acontecer existencial, es decir, cuentan con la potencia de permanecer abiertas a la recepción de las posibilidades del intelecto material. En una palabra, las cosas nunca llegan a consumarse a partir de los dictados de una naturaleza esencial que las determine a priori y de una vez para siempre. Al contrario, como si se tratase de una potencia, de una posibilidad de verse afectadas más allá de su presunta naturaleza ontológica, la cita de Marx y Engels es usada, es pensada por Karmy, para destacar el carácter inesencial de las cosas, o sea, su permanente exposición, afectación y capacidad de devenir otro de sí. En cierto sentido, la relevancia a la hora de enfatizar la forma abierta del cerezo marca mayor afinidad con la noción de huella, esto es, de un universo común e imaginal que ha acompañado y afectado el devenir de un ente, que con la de un vestigio ahí-a-la-vista, sensorial y conceptualmente presente, la cual sólo entendería al cerezo en calidad de mero ente esencialmente determinado, haciendo de sus modificaciones meros accidentes de naturaleza contingente.

Ahora bien, si el capitalismo constituye una máquina caracterizada por traducir el mundo y sus entes a los criterios de la mercancía, a la vez que ejecuta esta operación como si fuese ontológicamente dada, el ejercicio imaginal que Marx y Engels ilustran a partir del cerezo es usado por Karmy para exhibir la inesencialidad de los entes y destacar el rol proliferante del devenir, tanto a nivel histórico como cósmico, cultural como natural, pero manteniendo el hiato diferencial entre ambos ámbitos. En esto, justamente, consiste el transplante: la inagotable actividad de habitar y de usar el mundo, en cuyo despliegue las mismas formas -presuntamente esenciales- de las cosas resultan abiertas, incluso más allá de sus determinaciones constitutivas y de sus posibilidades previamente dadas.

“(…) la naturaleza transplantada del cerezo remite precisamente a su alteración histórica imposible de pensar sino es bajo el lugar sin lugar que define a lo imaginal y que, por tanto, el cerezo no está jamás en sí mismo pues toda esencia se ha disuelto en las rugosidades de la materialidad del mundo.” (Karmy, 2024, p.33)

En suma, a través de la noción de transplante, Karmy da cuenta de la intempestividad del averroísmo, vinculándolo con un concepto que hallará mayor desarrollo a la luz de los próximos ensayos: el de la pluripotencia del intelecto material. Así, en virtud del concepto averroísta de pluripotencia, el intelecto material será capaz de recibir todas las formas posibles suministradas por el intelecto agente, sin ver corrompida la naturaleza eterna de su sustancia, al contrario de lo que sucede con los sentidos. Se trata, entonces, de la pluripotencia de un intelecto común, único para toda la especie humana, separado de cada individuo y de carácter eterno (sin inicio ni fin), y en el cual los seres humanos -a veces- participamos.

Impersonal

Como se sabe, gran parte de los tratamientos teóricos realizados dentro del ámbito de la filosofía política encuentra asidero en el modelo de la tragedia griega. El sacrificio del héroe trágico, la empatía y catársis que él gatilla en los espectadores, así como el posterior sentimiento de respeto, tanto por dichos héroes como por los designios del destino, son efectos funcionales a la gobernabilidad del orden político de la ciudad. Junto con ello, también se sabe que el término de persona hunde sus raíces en la pretensión de originariedad que yacería tras la máscara de los personajes trágicos. La máscara, utilizada para amplificar la voz sobre el escenario, contaría con la función de hacer de la persona un personaje tanto dentro de la obra dramática como de la polis, maximizando, así, sus virtudes sonoras hasta la riesgosa idealización musical. En sintonía con ello, en el segundo ensayo, titulado “Risa. La comedia de Averroes”, Karmy se apoya en Lacoue Labarthe para referirse a una antropogénesis del sujeto. En efecto, la tragedia se encontraría animada por una mímesis técnica: genera un mundo propio al ser humano bajo el modelo de la physis, al tiempo que dota de sentido o sinsentido a la representación de tal physis. El mundo cultural, así, rebosante de Dioses y de preguntas acerca del sentido y del sinsentido de la existencia, se torna propiamente humano y, como obra de una producción no advertida, no sólo llega a naturalizarse, sino que lo hace a costa de olvidar la artificialidad de tal proceso. Como señala Karmy, la sutura entre lo natural y lo humano, esto es, de una antropología que posiciona al sujeto racional como centro de la existencia, es tan exitosa que la propia artificialidad de su demarcación desaparece hasta el borramiento. Gracias a ese borramiento el ser humano ostentará el lugar jerárquico de su constitución subjetiva en cuanto soporte de los atributos personales, elementos tan explotados por el cristianismo su poder pastoral hasta hoy día.

Por eso, la comedia, “en cuanto burla, deja al descubierto el truco trágico perpetuado por el cristianismo, exponiendo cómo en la fortaleza del hombre devenido sujeto, no hay más que la risa como expresión (pues no habrá más que expresión, máscara sin sustancia) del inconciliable hiato entre vida y lógos.” (Karmy, 2024, p.82)

Y, al igual que como sucede con la exhibición de los procesos de producción del universo de representaciones orientalistas, exponer este dispositivo significa interrumpirlo.

Según nos muestra Karmy, para Averroes el yo no pasa de ser un modo más de singularización, dentro de una configuración topológica de carácter gradual. En ese sentido, nunca existe una esencia personal tras la máscara, sino, más bien, la adquisición (gracias al intelecto adquirido) y el uso de un hábito, cuya virtud, propiamente tal, consiste en participar del pensamiento común por medio del motor imaginal. En esta dinámica, el sujeto revestido de rasgos personales revela su lugar singular y diferenciado respecto de otras entidades, pero en ningún caso goza de un estatuto natural que, amparado en una supuesta esencia transmundana, lo dote de jerarquía o centralidad privilegiada en cuanto clase. Al contrario, el estatuto de la distinción que definirá a la especie humana respecto de otras, tan sólo descansará en la graduación, dentro de una única e inmanente topología imaginal. Pensar, así, nada tiene que ver con la puesta en ejercicio de una facultad subjetiva, autónoma y voluntaria, esto es, con una propiedad tal cual lo ha concebido la modernidad. En contraste, pensar constituye un acto, o más bien un gesto, que, atravesado siempre por el motor de la imaginación y la recepción de imágenes, se encuentra doblemente determinado tanto por las formas materiales del intelecto posible, así como por aquellas formas abstractas que tal intelecto recibe del intelecto agente, garantizando así la universalidad conceptual de cada entidad y la posibilidad de acceder a un lógos común a toda la especie. En tal gesto de pensamiento acontece el erotismo de un asombro: se trata del relámpago de un pensamiento que, al pensarse a sí mismo, trastorna a los humanos que participan de la copulación entre las dos fuentes del intelecto.

En ese sentido, pensar está muy lejos de apuntar a un quién que, desde atrás de lo pensado, dirigiría el pensamiento. La innovación de Averroes en relación con Aristóteles se basa en considerar ya no sólo el intelecto agente como separado de cada ser humano, sino también el intelecto material o posible. Pero tal separación no obstaculiza que el ser humano pueda participar del pensamiento. En vez de ser entendida como una no-relación, la separación ya es un tipo de relación: sólo ha de haber separación allí donde, de suyo, yace presupuesta una suerte de com-unidad previa o con-formación futura. Y cuando ello se logra, ya sea por medio de habitar la profecía popular o de filosofar ligera, aristocrática y jovialmente, un soplo de eternidad se posa sobre nuestros ojos. Pues, el pensamiento de Averroes, “apostó por una filosofía autónoma respecto de la teología y que rescataba la posibilidad de la vida feliz” (Karmy, 2024, p.104)

He ahí que, en esos momentos de erotismo filosófico donde el pensamiento sí puede acontecer, las imágenes dejan de operar en cuanto tales y, de alguna manera misteriosa, la felicidad nos estremece a tal nivel que ya no nos angustiamos por el hecho de no poder retenerla, de no apropiárnosla avaramente. Allí acontece algo extraño: somos felices por estar en y dejar pasar a la felicidad, tal cual como cuando, henchidos de alegría, leemos este libro. Y, al momento de cerrarlo, lejos de concluir nuestra estadía en la felicidad del pensamiento, somos testigos de cómo seguimos habitando en el eco de su huella.

Ficha del libro

Título: Averroes. Gusto, risa, política.

Autor: Rodrigo Karmy Bolton.

Año: 2024.

Páginas: 114.

Editorial: DobleAEditores.


Notas

* Una versión preliminar de este texto fue leída en la jornada de lanzamiento de este libro, llevada a cabo el día 04 de abril de 2024, en el Centro de Estudios Árabes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

Aldo Bombardiere Castro (Santiago de Chile, 1985). Licenciado en Filosofía de la Universidad Alberto Hurtado y estudiante del Magíster en Filosofía de la misma Universidad. Ha publicado el libro de ensayos sobre obras de arte Donde reina un olor a vestimenta cansada (Carbonada Ediciones, 2016) y el libro de narrativa Relatos menores (Editorial Luna de Sangre, 2017). Es colaborador permanente del magazine Ficción de la Razón. Administra el blog Plaza de la Hibridez (http://payasocontradictorio.blogspot.com).

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