[Sorgo y acero:] 1. PRECEDENTES – (2da parte)
Segunda entrega de una serie de traducciones de textos escritos por el colectivo Chuang, que irán apareciendo durante los proximos meses en Carcaj. Para leer la primera parte de este capítulo aprieta acá. Para ver los otros textos, aprieta acá.
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Nueva democracia, vieja economía:
Aunque confrontado tempranamente en Manchuria, el problema de la ciudad solo fue traído a primer plano con el fin de la guerra civil, cuando todas las mayores áreas urbanas chinas cayeron al ejército revolucionario, excepto las de Hong Kong y Taiwan. Anteriormente, los problemas planteados por la industria urbana habían sido parcialmente resueltos o temporalmente pospuestos por la guerra. Las ciudades del norte y noroeste se volvieron centros para la producción en tiempos de guerra, necesitando tanto altos niveles de empleo como una toma de control de estas industrias desde sus dueños anteriores, fuesen capitalistas privados o burócratas del GMD. En estas áreas liberadas tempranamente “muchas empresas privadas de hecho eran dirigidas por trabajadores que habían sido abandonados por sus previos dueños y todo o casi todo el personal de adminstración”.[61]Lo mismo era en gran medida cierto de las industrias de propiedad estatal en las etapas tempranas de la producción de tiempos de guerra, previo a la importación de administradores y técnicos soviéticos.
La situación cambió, sin embargo, tras finalizar la guerra civil. En las ciudades portuarias sureñas liberadas posteriormente, muchos dueños y administradores siguieron presentes, negociando sus valiosas habilidades técnicas y acceso al crédito extranjero a cambio de un trato favorable por parte del Partido. Más importantemente, la victoria en la guerra significaba que los comunistas habían tomado control de las áreas urbanas más grandes precisamente cuando el estímulo de tiempos de guerra a las industrias de estas ciudades estaba faltando y el bloqueo estadounidense había recién comenzado. El número de trabajadores y refugiados de tiempos de guerra se disparó, pero muchas de las industrias en las ciudades costeras habían sido bombardeadas por los japoneses o saboteadas por el GMD en retirada. Solo en Guangzhou, “se reportó en diciembre de 1949 que menos de un cuarto de las empresas de la ciudad estaban operando a capacidad completa, mientras un tercio de la fuerza de trabajo total estaba desempleada”.[62]
Estos trabajadores desempleados habían contribuido significativamente a la victoria comunista. En lugar de ser simplemente sujetos reacios a un nuevo régimen, el derrocamiento de los japoneses y luego del GMD había sido activamente empujado por muchos trabajadores. A lo largo de los años 30, olas de huelgas periódicas habían recorrido el territorio ocupado, resultado de tanto actividad clandestina comunista como de un movimiento obrero desorganizado pero de amplio espectro. Después de que los japoneses transfirieran el poder al GMD, las huelgas solo aumentaron, “con más de 3 millones de trabajadores participando de las huelgas solo en 1947”.[63] Escuchando de los programas de reforma agraria en el campo y la toma de fábricas en el norte por parte de los comunistas, muchos trabajadores se sintieron inspirados a tomar acción contra el GMD con la esperanza de que las técnicas brutales de administración, los bajos sueldos y las jerarquías arrogantes a las que estaban acostumbrados fueran volcadas a través de la toma directa de las industrias sureñas. [64]
Pero mientras el Partido se concentró en la reforma agraria en el campo, la tarea inmediata en la ciudad fue revivir la producción. Si no podían poner las fábricas en marcha de nuevo, no habría modo de modernizar la agricultura, dejando al campesinado en su ciclo histórico de crecimiento poblacional aviruelado por la hambruna y la expansión mercantil. Más urgentemente, estaba el problema del desempleo urbano, que era desnutrido y que vivía en condiciones abismales -con muchos residentes urbanos viviendo literalmente en los escombros remanentes tras veinte años de guerra casi constante. Una fuga de población desde zonas de guerra rurales había hinchado la población urbana y socavado la capacidad de producción de alimentos del país.
El resultado es que las ciudades más pobladas, en 1949, dependían de la importación de bienes de consumo y comida, y muchos residentes vivían en tugurios informales. Mientras comenzaba el bloqueo a los comunistas victoriosos, el país rápidamente se desnutría de estas importaciones necesarias.[65] Si China iba a reconstruir sus ciudades, tendrían que producir su propio concreto, acero, electricidad, y lo más importante, grano para alimentar a los trabajadores en cada etapa de este proceso.
Si, por el otro lado, las ciudades iban a ser parcialmente abandonadas para reasentarse en el campo en un intento de construir algún tipo de socialismo agrario, no era claro cómo el país destruído por la guerra podía escapar a una hambruna inmediata, una renovada expansión de la actividad comercial llevando a otra era de caudillismo o su contraparte directa, la invasión extranjera -una amenaza que se cernía enormemente cuando los estadounidenses comenzaron a ocupar gran parte del territorio que los japoneses habían capturado en las décadas anteriores. Quizás más importante, tal opción hubiese probablemente llevado a romper los lazos recientemente renovados con la URSS, una de las pocas fuentes de ayuda internacional y de entrenamiento técnico, sin mencionar que era la mayor amenaza militar fronteriza para China.[66]
Sin embargo, intentos de formas agrarias de socialismo no estuvieron exentas de precedentes, anarquistas, republicanos y comunistas de igual modo abogaron e incluso intentaron construir tales proyectos rurales igualitarios en el pasado, en particular en el Nuevo Pueblo, los movimientos de Cooperación entre los Pueblos y Reconstrucción Rural del temprano siglo XX. Algunos, como el anarquista tolstoiano Liu Shipei, veían el objetivo final de cualquier proyecto igualitario en China como anti-moderno en carácter, devolviendo al país a su herencia agraria.[67] Muchos de los miembros más tempranos del PCCh habían emergido del movimiento anarquista y retenían más que una pequeña fidelidad a los modelos descentralizados de desarrollo que combinaban la actividad industrial y agrícola, por lo tanto alentaban una migración fuera de los centros urbanos.
Pese a que esta última opción pueda parecer absurda, dada la dedicación intelectual del Partido a un marxismo truncado y a algunas de los peores rasgos del Alto Estalinismo, debe recordarse cuánto se había desviado el programa comunista del sendero soviético en el campo. El apego chino a las prácticas estalinistas, y especialmente la justificación teórica para estas prácticas, era más el producto de un pragmatismo oportuno que de una creencia ingenua en la infalibilidad del modelo ruso. Las lecturas de la historia china socialista a menudo privilegian excesivamente el rol de la teoría y la ideología en las decisiones de una era que de hecho estaba marcada por una inmensa discontinuidad y permanente experimentación.
Aquí, sin embargo, enfatizamos que las condiciones básicas materiales de una sociedad y los límites objetivos puestos a ella por éstos son primarios para la comprensión marxista de la historia. Esto no quiere decir que la herencia ideológica de los comunistas chinos era irrelevante -veremos cuan inhabilitante fue- sino simplemente señalar que los límites enfrentados por un proyecto comunista chino en el siglo XX no eran primariamente límites de la imaginación. Volviendo al ejemplo de más arriba: de haber habido factores de tiraje materiales fuertes ofreciendo a la gente una mejor vida en un campo de tiempos de paz, es probable que hubiese habido una presión de la población de volver a las zonas rurales -algo para nada sin precedentes en la historia de las ciudades de la región- y el Partido habría tenido que de algún modo restringir o acomodar esta tendencia.
El hecho preeminente era sin embargo que la abundancia agraria no se vislumbraba. Las ciudades estaban en ruinas. Las industrias del noreste estaban ligeramente más intactas, dirigidas en este período por trabajadores de modo más o menos directo. Pero a la mayoría de estos trabajadores nunca se les había permitido acceso a las habilidades técnicas de orden superior requeridas para reparaciones complejas, modernización o coordinación entre las fábricas. Además de esto, no había prácticamente infraestructura diseñada para traer las ganancias de esta industria pesada del noreste al resto del país. El sistema de rieles estaba cortado en miles de lugares, no habían autopistas nacionales, y el Partido había heredado poco como marina mercante -con Estados Unidos amenazando hundir cualquier barco que zarpara desde China.
En las ciudades portuarias muchas empresas habían sido severamente dañadas, pero los dueños y adminsitradores a menudo no habían huído con los nacionalistas en retirada. Esta “burguesía urbana”, cuyos miembros eran alfabetizados y tenían el conocimiento técnico y la experiencia de negocios vital para la producción urbana, fueron el “principal rival político”[68] del PCCh. El tamaño promedio más pequeño de las empresas de las ciudades portuarias también significaba que la elite local no era para nada una clase de consistencia homogénea, con pequeños dueños, administradores y expertos técnicos distribuidos en una compleja y descentralizada jerarquía de producción. Algunos eran poco más que trabajadores calificados, mientras que otros habían sido influyentes jefes de pandilla aspirando hacia su propio feudo portuario. Un segmento mucho más pequeño eran capitalistas domésticos sin ambigüedades, a menudo reteniendo acceso a flujos restringidos de crédito desde Occidente. La reparación de las fábricas, mobilización de las redes de trabajadores y el funcionamiento día a día de la producción era enteramente dependiente de las habilidades técnicas y administrativas distribuidas a lo largo de esta jerarquía.
La reestructuración de la economía era coordinada por tres actores principales. Primero, estaban los militares, “que enviaban representantes (que también eran miembros del Partido) a fábricas individuales donde reclamaban la autoridad del nuevo gobierno”.[69] Pero estos representantes militares no estaban particularmente familiarizados con la producción industrial y por lo tanto, dependían de la jerarquía de técnicos y administradores que ya ocupaban el lugar. Segundo, estaba el ala urbana del PCCh mismo, de la cual muchos miembros eran trabajadores calificados. Sin embargo, el ala urbana del Partido era pequeña y acostumbrada a operar dentro de una jerarquía de comando rígida requerida para mantener su status secreto. Mientras la experiencia rural del Partido, mediando entre distintos conflictos sociales simultáneos y administrando grandes franjas de producción lo había hecho una organización flexible y adaptable, la experiencia urbana del Partido había sido por lejos más limitada.
Finalmente, estaban los “trabajadores calificados, alfabetizados, que con la bendición del Partido Comunista, rápidamente eran ascendidos a posiciones de liderazgo en las fábricas por los sindicatos”.[70] Pero estos trabajadores eran escasos, debido al analfabetismo generalizado tanto entre los residentes urbanos como en la mayor parte de los cuadros del PCCh: “En Shanghai […] la tasa de analfabetismo de todos los trabajadores, incluyendo secretarios y trabajadores de cuello blanco, se estimaba en un 46%”. Mientras tanto, “entre los obreros esta figura era mucho más alta, probablemente cercana al 80% para el personal industrial del país completo”.[71] En contraste, “en 1949 casi todos los estudiantes en universidades Chinas y escuelas técnicas superiores eran de las clases medias y media altas urbanas”. Y estos estudiantes ya no eran simplemente elites educadas en los clásicos confucionistas. En cambio, “bastante más de la mitad (63%) de los miembros de este grupo graduados de universidades y escuelas técnicas en 1949 habían cursado estudios en materias que eran esenciales para la industrialización”.[72]
La respuesta del Partido fue lanzar una campaña de reclutamiento, esperando reforzar sus filas con intelectuales leales y técnicos calificados. El riesgo del arribismo y la corrupción fue claramente notado, pero estos se consideraban males necesarios que luego podrían remover. Mientras tanto nuevos sindicatos fueron formados junto a los nuevos órganos del Partido, destinados a simultáneamente racionalizar la producción y proveer trabajadores que pudieran supervisar a los nuevos reclutas menos confiables del Partido. En un principio el Partido había intentado desmalezar a los jefes de pandillas, matones del GMD y miembros de las sociedades secretas de su sistema industrial reestructurado, pero esto probó ser casi imposible y el intento solo estancó más la recuperación de la industria. Le fue instruido a los cuadros locales abrir reclutamiento en nuevos sindicatos, esperando que la propia perceptividad de los trabajadores combinada a las campañas de reforma patrocinadas por el Estado fueran suficicentes para prevenir que estas capas más bajas de la elite retomaran el poder. [73]
Sin embargo, más arriba en la cadena la política del Partido fue conciliatoria. Había la necesidad no solo de mantener el conocimiento técnico de las elite medias y media bajas, sino también la de adquirir nueva inversión en capital fijo para poder reconstruir y expandir la producción industrial. Con el bloqueo económico restringiendo la importación de capital fijo y el acceso a los préstamos internacionales, solo la burguesía urbana restante tenía el tipo de conexiones necesarias para adquirir las importanciones clave y el crédito necesario para la reconstrucción.
El resultado fue un sistema de administración que, en cierto sentido, se asemejaba mucho al de las ciudades portuarias del período anterior a la guerra: “En 1953, aproximadamente el 80% del personal administrativo era de origen burgués y el 37% de éstos se habían graduado antes de 1949, estudiantes Chinos que habían vuelto del extranjero, o dueños de fábricas”. Una diferencia clave era la presencia ampliamente extendida del Partido, pero sus números eran todavía bajos. Aunque el reclutamiento se había expandido, “en 1953 solo alrededor del 20% del personal administrativo o técnico estaba conformado por miembros urbanos del Partido Comunista, trabajadores ascendidos” o directores y oficiales de sindicatos directamente asignados por el Partido.[74] Mientras tanto, las huelgas habían alcanzado un máximo histórico y muchos capitalistas habían respondido simplemente cerrando cualquiera de sus fábricas que siguiera funcionando, despidiendo a los trabajadores y esperando a ver que podían llevarse antes de huir.
El Partido desarrolló una política de recuperación de dos frentes. Primero, firmó la Amistad Sino-Soviética, Tratado de Alianza y Asistencia Mutua a inicios de los 50, dándole a los rusos ciertos privilegios en Manchuria y asegurando un préstamo de $300 millones para reconstruir la industria. Esto fue considerado necesario sin ambigüedades: “los soviéticos se convertían en un aliado internacional relativamente fuerte y absolutamente vital” dado el embargo de EEUU y el bloqueo militar de la costa este, además de la total ausencia de rutas terrestres entre China y otras naciones industriales. Quizás de igual importancia, era tener el patronaje de la única potencia nuclear fuera de EEUU, en una era en que se reporta el general MacArthur amenazaba a China y Corea con ataques nucleares. Pronto después de firmado el tratado, la URSS empezó a mandar la primera oleada de técnicos a China -particularmente al noroeste- encargados de echar a andar y levantar la producción nuevamente, además de entrenar una nueva generación de ingenieros chinos.
El segundo componente del programa de recuperación era la “política de coexistencia” expuesto en el “Programa Comun”. Formulado a fines de 1949, el programa se solidificó en los años de guerra y consolidación política que le siguieron. Apuntaba a completar la “revolución burguesa” en las ciudades, utilizando elementos del capitalismo “que son beneficiosos e inofensivos a la economía nacional”. En otras palabras, para “controlar, no eliminar, el capitalismo”.[75] Esto significó efectivamente el apaciguamiento de los capitalistas urbanos restantes, quienes gradualmente serían comprados desde sus industrias por el Estado a cambio de ofrecer su capacidad técnica al proyecto de recuperación industrial y desarrollo.
El tamaño del sector privado en este período era significativo. Aunque componía solo el 55,8% de la producción bruta de la industria total, la producción privadada era alrededor del 85% de las ventas totales del retail -volviéndola central para la circulación de bienes. Al mismo tiempo el Partido buscó cultivar y utilizar la productividad del sector privado, sin embargo, también buscó contener su volatilidad: “la política comunista en esta etapa fue combatir la actividad especulativa por una lado, mientras al mismo tiempo apoyaba el desarrollo de desarrollos privados normales”. La bolsa de Shanghai fue cerrada y todos los fondos gubernamentales fueron concentrados en bancos estatales. Esto alentó la producción, causando el cierre de los bancos privados y “uno de cada diez establecimientos comerciales”. [76]
El Partido respondió con un estímulo masivo, con el Estado poniendo órdenes de compra a precios garantizados para bienes producidos de modo privado y dando condiciones especiales de compra al por mayor a las grandes empresas comerciales para incentivar la circulación de bienes a lo largo del mercado doméstico. El estallido de la Guerra Coreana aseguró esta relación, cuando se disparó la demanda de suministros militares. El negocio era tan bueno que “muchos líderes industriales, que antes habían sacado su capital de China, ahora ganaron confianza en la política comunista y volvieron”[77], trayendo con ellos nuevo capital y equipo técnico.
El Estado tomó una gran parte del retorno generado por el nuevo boom industrial en las ciudades portuarias en forma de impuestos, los cuales pronto serían ocupados como base para las nuevas olas de industrialización de guía estatal. El crecimiento del sector privado en este período era lo suficientemente robusto como para volver a encender los temores sobre una continuación incontrolable de la transición al capitalismo ya en desarrollo, en la cual las energías comerciales sobrepasarían los intentos del Partido de controlarlas. Por lo tanto, luego de que la reforma agraria estuviera completa y el sistema bancario estuviera completamente nacionalizado, el Estado comenzó a restringir la industria privada con el lanzamiento de la campaña de los “Cinco Anti-” en enero de 1952, que intentó desencadenar la furia reprimida de los trabajadores contra sus empleadores de una manera que facilitara el comienzo de una nacionalización industrial.
Canalizando el descontento:
Muchos trabajadores urbanos se habían sentido decepcionados o traicionados por la continuación del capitalismo en las ciudades portuarias, y en los tempranos 50s se vio un lento incremento en la agitación industrial. El nuevo Estado respondió a esta disatisfacción de varias formas. Primero, se le dieron concesiones a muchos trabajadores. Los salarios aumentaron y la calidad de vida de los citadinos aumentó -no necesariamente una tarea difícil, ya que la paz por sí misma era una mejoría tras dos décadas de guerra y ocupación. Segundo, se crearon nuevas organizaciones de masas, incluyendo nuevos sindicatos y una Junta Laboral Nacional, en un intento de proveer medios menos disruptivos económicamente de resolver quejas laborales. [78] Aunque estas nuevas organizaciones a menudo probaron ser torpes y poco resolutivas, de todas formas fueron vistas como una herramienta importante para la organización de la industria y una devolución de mayor poder a los trabajadores.
Finalmente, cuando los salarios y otras concesiones no podían seguir aumentando y los nuevos sindicatos arriesgaban encender otra toma explosiva del poder por los trabajadores, el Partido respondió con el “Movimiento de Reforma Democrática”, seguido por los movimientos Tres Anti y Cinco Anti, destinados a comenzar la reforma de la industria y limpiar el nuevo sistema industrial de trazas de corrupción e infiltración por los vierjos jefes de pandilla, sociedades secretas y simpatizantes nacionalistas que buscaran restaurar el poder que habían perdido incorporándose al Partido-Estado en desarrollo.
En el momento alto de la Campaña de los Cinco-Anti, “millones de trabajadores y empleados se movilizaron a denunciar a sus empleadores y uno de los resultados de las muchas denuncias públicas de los capitalistas fue un aumento enorme en los suicidios de hombres de negocios”.[79] Esto era esencialmente una extensión de los métodos de reforma agraria hacia las ciudades, cediendo a la ira de los trabajadores y al mismo tiempo generando ganancias inesperadas para el nuevo Estado, que capturó $1.7 billones en la forma de multas hacia empresas privadas por haberse involucrado en “varias transacciones ilegales”. Esto significó también que el capital de las empresas privadas también cayó acordemente hasta que las “empresas privadas se habían en gran medida reducido a cascarones vacíos”. [80]
Aunque exitosos en restringir a los trabajadores de tomar directamente el poder y en mellar la influencia del capital privado, estos programas llevaron a una caída de la producción ya que los trabajadores y cuadros de los sindicatos estaban constantemente movilizados en ataques hacia sus empleadores y las empresas fueron despojadas de su capital de trabajo a nivel nacional. El movimiento de los Cinco Anti, en su apogeo, “causó el cese de operaciones de una cantidad de empresas e interfirió con la producción de otras tantas” [81] mientras que también estableció un precedente peligroso sobre darle el poder a los trabajadores sobre sus administradores y dueños de empresas. Temiendo el estancamiento económico y una demanda renovada de capturar las empresas por parte de los trabajadores, el Partido comenzó a retroceder en el movimiento de reforma.
Al mismo tiempo, reorientó su conomía en torno al Estado, creando una infrastructura comercial completa que reemplazara los mercados recortados del sector privado. Este período vio un incremento masivo en el número de corporaciones estatales y tiendas minoristas. “A fines de 1952, habían más de 30.000 tiendas de propiedad estatal a lo largo del país, o 4,7 veces la cantidad que había en 1950.” [82]
El partido fusionó la oferta rural y las cooperativas de mercado con las nuevas cooperativas de consumo urbano, tiendas estatales y otras cooperativas en una sola “red comercial socialista”, triplicando las ventas controladas por el comercio estatal y aumentando las ventas del comercio cooperativo cinco veces entre 1950 y 1952. El efecto fue tan pronunciado en las ventas minoristas como en las mayoristas, con la influencia de las cooperativas y empresas estatales triplicándose en cada sector. El mercado internacional, en cambio, fue casi enteramente entregado al Estado, que en 1952 ya controlaba el 93% de todo el comercio internacional. [83]
En todo esto es importante recordar que las ganancias de los tempranos 50 fueron ampliamente aceptadas. Pese a la decepción y agitación, la mayor parte de los trabajadores limitaron sus ataques al nivel de empresas. Hubo de verdad muy pocas olas de huelgas en estos años y el Partido mantuvo la confianza de la mayor parte de la población. La campaña de los Cinco-Anti en 1952 es “generalmente considerada como el apogeo de la influencia de trabajadores y sindicatos sobre la industria privada”, [84] ya que el control directo de los trabajadores sobre sus empresas aumentó en paralelo a un aumento comparable en los sueldos, bienestar social y nivel de vida en general. El consumo de alimentos en las ciudades alcanzó un pico entre 1952 y 1955, con 241 kg. de grano consumido per cápita por año en 1952 y 241 kg. en 1953. Estos números cayeron lentamente el resto de los años 50, luego catastróficamente durante el Gran Salto Adelante (1958-1960; de aquí en adelante GSA), después del cual el consumo de alimento per cápita no sobrepasó los 240 kg hasta 1986. [85]
La era de la “Nueva Democracia”, entonces, no fue causada primeramente, o incluso significativamente definida por la ideología mecánica que los líderes del Partido usaban para justificarla. Fue una respuesta pragmática a muchos límites materiales simultáneos al proyecto comunista, en el cual la colabración con los capitalistas restantes fue vista como (correctamente o no) necesaria. Mientras tanto fueron hechas concesiones a trabajadores a cambio de su apoyo limitado a las políticas -concesiones que incluyeron el involucramiento de los mismos trabajadores en la expulsión (y a menudo suicidio) de muchos de sus empleadores.
Este período de desarrollo industrial urbano, junto con la reforma agraria en el campo, puede por lo tanto ser vista como la momentánea continuación de la transición hacia el capitalismo que se había abandonado y reiniciado numerosas veces durante la historia reciente del país. El Partido lo entendió como tal, designando este período como la culminación de la “revolución burguesa” en las ciudades portuarias. Esto le dio al fenómeno un encaje limpio dentro de la mitología determinista del Alto Estalinismo, pero este encaje fue simplemente el uso de recursos teóricos disponibles para justificar acciones pragmáticas que ya estaban puestas en marcha. La fidelidad teórica al Estalinismo fue, si la hubo, el resultado más que la causa de las tendencias industriales vistas en los años inmediatamente posteriores al fin de la guerra civil.
De naciones a Estado:
Los primeros años tras 1949 fueron también un período en que se le permitió al Partido experimentar con sus propias formas de administración industrial y preparar la detención de la transición capitalista, la expropiación de las elites urbanas y la implementación de un sistema de educación nacional abierta a la gente independiente de su clase. El noroeste había caído bajo el control de los revolucionarios temprano y mucha de su estructura industrial fue transferida directamente a la administración de trabajadores (seguida por técnicos soviéticos) aparejada con su traspaso a propiedad estatal. Fue por lo tanto una de las primeras regiones en que se iniciarion experimentos con formas no-capitalistas de producción.
Al mismo tiempo, Manchuria fue el nombre para un problema de geografía. Los bienes industriales no solo tenían que ser producidos -algo que la autogestión de los trabajadores era ciertamente capaz de hacer- sino también ser distruibuidos a nivel nacional para reconstruir las ciudades devastadas por la guerra, construir viviendas para millones de habitantes urbanos que habitaban tugurios, y modernizar la agricultura. El sistema eléctrico tenía que ser extendido al resto del país, se tenían que construir rieles y carreteras, hospitales y escuelas, además de ser abastecidos y tener personal a nivel nacional.
El Partido y los militares eran las únicas organizaciones de carácter nacional que seguían en pie tras finalizar la Guerra Civil. Esto significaba que ellos eran los únicos medios disponibles de coordinación, distribución y facilitación de la producción para el día a día. Estos problemas llevarían finalmente a que durante la era socialista se fusionaran completamente Partido y Estado. Pero esto de ninguna manera era el único resultado posible. De hecho, la vía de menos resistencia parecía apuntar hacia una dirección muy distinta. Históricamente, quienes detentaron el poder en dinastías anteriores habían encontrado mucho más fácil gobernar a distancia. Para una región tan grande y diversa como el continente asiático oriental, esta estrategia probó por milenios ser más barata y efectiva que sus alternativas. Dinastías anteriores habían supervisado las actividades militares, cultivado las capas más altas de burocráticas y asegurado la construcción de proyectos de infrastructura a gran escala, pero, más allá de esto, el alcance del Estado rara vez se extendía hasta abajo.
Era precisamente este fenómeno de casi ausencia estatal a nivel local lo que tempranamente había hecho parecer al anarquismo como “el camino revolucionario más prometedor”, ya que “era el que correspondía más cercanamente a la realidad de la existencia social”. Estados previos, aunque técnicamente enormes en términos de geografía y población, fueron en casi todas sus formas mínimamente conectados con los lugares y los pueblos bajo su dominio:
“La vasta mayoría de la población, después de todo, vivía sus vidas casi sin ninguna relación con el Estado, cuyos funcionarios casi nunca llegaban al nivel de los pueblos, y cuyos impuestos y regulaciones eran en su mayor parte administrados por miembros de la elite local, con lazos a sus comunidades que eran muchos y variados. Las vidas de las personas estaban marcadas por variadas formas de comunidad y solidaridad -auto-ayuda, religiosa, ceremonial, a nivel de clanes, labor cíclica, y relaciones de mercado en red- y estas formas de solidaridad habían hecho a muchas comunidades capaces de llevar a cabo resistencia y movilización contra amenazas externas, incluyendo extralimitaciones autoritarias imperiales”[86]
Muchos anarquistas habían esperado fortalecer estas formas locales de resistencia hacia un movimiento revolucionario igualitario apuntado a expandir el potencial no-estatal ya presente en la cultura de los pueblos Chinos. Estos intentos, sin embargo, fueron fracasos sistemáticos. Muchos de los anarquistas más prominentes de China, incluyendo a Li Shizeng, Wu Zhihui, Zhang Ji y Zhang Jiangjiang, finalmente se unieron y tuvieron posiciones de liderazgo dentro del Partido Nacionalista, sentándose en su comité central y formando un vínculo cercano con Chiang Kai-Shek y otros miembros de la derecha del GMD. Aquellos que retuvieron su creencia en una revolución igualitaria y esencialmente comunista, enfrentados con el fracaso del anarquismo, acudieron en masa al recién fundado PCCh. [87]
Los fracasos del movimiento anarquista del temprano siglo XX y la larga historia de formas de explotación cuasi-no-estatal, llevaron a muchos de estos jóvenes radicales a adoptar estrategias apuntadas en cambio a romper con la herencia dinástica a través de la construcción de un Estado fuerte. A diferencia de la aproximación imperial de gobierno local basada en un sistema de “manos libres” (hands off approach), el nuevo Estado se extendería hasta abajo, hasta el hombre común, quienes se volverían sus constituyentes básicos. Este Estado se volvería por lo tanto crecientemente transparente y poroso, sus actividades visibles y accesibles a nivel local. Los ideales anarquistas se preservaban marginalmente en esta visión, que vería autogestión local incorporada en el funcionamiento básico de una nueva forma de gobierno. La categoría populista de “el pueblo” se haría concreta a través de su fusión inmediata con el aparato administrativo, haciendo que el estado sea en sí mismo comunal.
Al mismo tiempo, la URSS fue tomada como un emblemático, aunque profundamente fallido, ejemplo de un sistema no-capitalista que había sido capaz de sobrevivir en un relativo aislamiento, resistiendo tanto la invasión militar como el embargo económico. La burocracia y brutalidad que acompañaba los cambios internos de poder dentro de la URSS no eran para nada invisibles para los comunistas chinos- muchos habían, después de todo, suplicado al Komintern que los apoyara rompiendo relaciones con los Nacionalistas en los años veinte, recibiendo primero el rechazo de sus súplicas y luego una aún más horrible vindicación, cuando vieron a sus amigos y seres amados sistemáticamente asesinados. Sin embargo, la URSS era el único ejemplo mundial de una sociedad moderna que era al mismo tiempo sustancialmente no-capitalista. Quizás más importante aún, era la única nación industrial con la cual China compartía una frontera terrestre accesible. Esto la volvía una amenaza militar y básicamente la única opción internacional de ayuda y asistencia para el desarrollo. Esta relación sería crecientemente importante con el embargo que EEUU instituyó sobre el mar chino.
Cuestiones sobre la construcción de una economía nacional y un Estado nacional que la acompañara fuern también uno de los pocos lugares donde los recursos teóricos y empíricos disponibles a la mano tuvieron un efecto seriamente distorsionador sobre la estrategia del Partido. Creciendo desde el fracaso material de los proyectos anarquistas y liberales, el único camino alternativo revolucionario se veía crecientemente como conllevando la construcción de una economía nacional que actuara como punta de lanza en la revolución comunista global. Pero la conexión entre el proyecto de desarrollo nacional y la subsecuente revolución global fue opaca por decir lo menos. Aunque se empezó a formar una estrategia en torno a la construcción de una nueva política nacional china, no había una estrategia inmediatamente siguiente para que una China embargada y asediada pudiera asistir en propagar la revolución global.
Habían muchos factores materiales que rodeaban las decisiones durante este período. La población china estaba desnutrida, poco armada, y había estado rodeada por pácticamente guerra constante durante una generación completa. Una continuación de esa guerra para liberar más territorio más allá de las fronteras nacionales preexistentes no era inmediatamente realizable. La Guerra Coreana fue, de hecho, una prueba de esta capacidad, cuando los chinos fueron en apoyo a los coreanos y lucharon contra el ejército norteamericano hasta llevarlos a un punto muerto. Aunque el ejército a medias desnutrido de campesinos analfabetos fue capaz de repeler el ejército más avanzado del mundo, los riesgos del esfuerzo militar fueron enormes y su resultado fue que básicamente impidió mayor expansión internacional.
Además de esto, el PCCh mismo se había reconfigurado por sus años en el campo chino. Anteriormente los líderes pensantes del Partido, tales como Chen Duxiu y Wang Ming, habían sido inequívocamente internacionalistas, y habían criticado las crecientes tendencias nacionalistas dentro del propio Partido. Mucha de la base del Partido era en este período de obreros y sindicalistas de las ciudades portuarias, con sus vidas diarias marcadas por el contacto cosmopolita con otros trabajadores, técnicos y revolucionarios de diversas inclinaciones de todo el mundo -pero especialmente de Europa y las colonias del Sudeste Asiático.
Al mismo tiempo, líderes como Chen y Wang eran obstinados dogmáticos, demasiado apegados a las decisiones del Komintern dominado por los rusos, ciegos a los errores de la URSS, firmes creyentes en la universalidad de su camino hacia la revolución, desdeñosos de los conflictos sociales a gran escala preexistentes en el campo chino, y dedicados al marxismo más mecánico e ingenuamente optimista. El resultado fue que sus intentos de insurrección urbana fracasaron, su subordinación voluntaria al Komintern resultó en una impopular y finalmente desastrosa alianza con los Nacionalistas, y la primera encarnación del Partido fue esencialmente destruida.
Un resultado colateral de esto, sin embargo, fue que los líderes internacionalistas del Partido fueron desacreditados, degradados y reemplazados por figuras cuya estrategia preveía un rol mucho más primario para el desarrollo nacional en relación a la expansión internacional de la revolución comunista. Esto no quiere decir que Mao u otros estuvieran únicamente interesados en el desarrollo nacional chino o que no tenían una estrategia internacional. Pero, mientras el viejo PCCh había sido formado en una era de revolución internacional cuando el derrocamiento de regímenes en el corazón de Europa todavía parecía plausible, el nuevo PCCh emergió en un mundo aplastado bajo el talón de los imperios reaccionarios, en el cual los más esperanzados movimientos revolucionarios habían sido desmembrados y los imperios militares estaban henchidos de guerra.
Las inclinaciones nacionalistas del nuevo PCCh no pueden, sin embargo, ser reducidas puramente a las inclinaciones teóricas o estratégicas de su liderazgo. El apoyo de las masas para la hegemonía del proyecto comunista del Partido transformaron el proyecto en sí mismo. Basado en un campesinado analfabeto, tremendamente anclado a la tierra, que hablaban a menudo “dialectos” incomunicables, no había una veta inherentemente cosmopolita o global en la nueva base de apoyo del Partido. Al mismo tiempo, ninguna antigua cultura, distintivamente “china” o una entidad política antigua que se extendiera hacia las turbias profundidades de la historia. El proyecto igualitario fue entendido como la vinculación, por primera vez, de naciones dispersas con diferencias regionales en una entidad política de mayor escala y de una interconexión que la mayor parte de la gente no había experimentado en su vida diaria. La siguiente etapa de esta expansión global hubiese parecido solo una posibilidad distante, enteramente dependiente de este paso anterior.
Además de esto debe recordarse que la estrategia de construcción de Estado del PCCh fue popular no tanto por un supuesto apego cultural a un Estado fuerte, sino precisamente por la promesa del Partido de una reinvención de las funciones del nuevo Estado extendido. De nuevo, el campesinado chino había, tradicionalmente, vivido en condiciones cuasi-no-estatales marcada por varias formas de comunidad y solidaridad. Pero la cuasi-no-estatalidad de los pueblos era en realidad más una amalgama de micro-estados, y cada forma de comunidad y solidaridad (familiar, religiosa, comercial) era de hecho la designación de territorios controlados por micro-monarcas superpuestos (patriarca, sacerdote, mercante).
Esta confederación balcanizada de regímenes menores fue de algún modo conectado ascendentemente con la burocracia de jure de la dinastía gobernante. Matones locales asociados a clanes particulares podían reunir impuestos de los pobladores, tomando una fracción para sí mismos antes de entregarlos al resto de los gobernadores de orden superior. De modo similar, los sacerdotes o alta burguesía entrenados en la escolástica confuciana podían actuar para sofocar el descontento contra el régimen mayor. Pero en su mayor parte, la vida diaria veía poco contacto con el Estado como tal, mientras el contacto con estos micro-estados no se entendía como un contacto con el Estado en lo absoluto, sino que se representaban en términos de ceremonia, tradición, auto gobierno confucionista, etc.
Después de que los intentos anarquistas de ocupar formas indígenas de solidaridad y comunidad fracasaron, tanto comunistas como republicanos convirtieron el Estado fuerte en una alternativa. Pero mientras, los nacionalistas, en la práctica, enfatizaron su capacidad redistributiva y su capacidad de coordinación. El Estado a construir no era solo uno que se extendiera hasta abajo, sino uno que estando arraigado en lo local, también conectaría esa localidad con la riqueza social general. La creación de China fue, por lo tanto, un proyecto económico. Fue una promesa, sobre y más allá de cualquier mitología nacionalista, que acumuló apoyo para el programa del PCCh entre la mayoría campesina del país.
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[61] Jackie Sheehan, Chinese Workers: A New History. London, Routledge, 1998. P.17
[62] Ibid. p. 18
[63] Ibid. p. 15
[64] Ibid. p. 16
[65] Ver Andors, 1977, pp. 44-45 para una visión general de estos problemas.
[66] Una revisión de la literatura sobre Manchuria en los tiempos de guerra muestra que hubo un gran temor entre los comunistas chinos de que los rusos simplemente capturaran Manchuria y posiblemente toda la península coreana después de expulsar a los japoneses.
[67] Ver Arif Dirlik, Anarchism in the Chinese Revolution. University of California Press, 1991. pp100-109.
[68] Andors, 1977, p.45
[69] Ibid, p.48
[70] Ibid.
[71] Ibid.
[72] Ibid, p.49
[73] Ver Sheehan, pp.25-26
[74] Andors 1977, p.49
[75] La frase viene de los principios de la Nueva Democracia de Mao, citado de Maurice Meisner ,Mao’s China and After: A History of the People’s Republic. The Free Press, New
[76] Cheng, pp.65-66
[77] Ibid. pp.66-67
[78] Ver Sheehan, pp.23-34.
[79] Cheng, p.67
[80] Ibid. p.68
[81] Sheehan p.42
[82] Cheng, p.68
[83] Ibid.
[84] Sheehan, p.42.
[85] Mark Selden, The Political Economy of Chinese Development. M.E. Sharpe, New York, 1993. p.21, Table 1.3
[86] Christopher Connery, “The Margins and the Center: For a New History of the Cultural Revolution.” Viewpoint Magazine. Issue 4: The State. September 28, 2014.
[87] Again, see Dirlik, 1993 for an overview, particularly Chapter 7. Also see: Peter Zarrow, Anarchism and Chinese Political Culture. Columbia University, New York, 1990.