Foto: @pauloslachevsky
Tiempo de Mordazas
La mascarilla -independiente de sus pliegues- fue la culminación material de los silencios impuestos que se nos venían aplicando ya desde hace bastante tiempo. A la vida, a la voz, a la palabra, al caminar. Por suerte, cuando escasea la expresión, ya sea por voluntad alienada o por imposición marcial, se puede contar con la buena voluntad de las murallas, que desde siempre se han expuesto a las consecuencias de la expresión en la anomia, a las consecuencias de brindar su estructura corpórea a la verdad subterránea, a las consecuencias de destrucción masiva o a la culpa de cargar con manchas oxidadas a sus espaldas.
Independiente
de la mención honrosa anterior, hoy estamos en días de silencios, sin duda
alguna, silencios bastante largos y asfixiantes que bien se han camuflado en
las numerosas políticas y burocracias en nombre del bien común, que en muchas
dimensiones han pavimentado un camino que sigiloso supo retraer viejas y no
tan oxidadas prácticas del pasado de nuestra américa -con minúscula-. La
sangre de flujo recurrente, pensada estancada, no esperó a nadie y tal como
hace unas décadas inundó las calles de la urbe de este surreal país, inexplicable
y tragicómico país, que de maravilloso no tenía ni los campos, ni el cielo, ni
las flores, sino la voluntad de sobrevivencia de las periferias, algo novedoso
y nuevo para muchos pocos.
Tiempo de mordazas y silencio vivimos, de lenguas estranguladas, pero hoy hirvientes en sangre, la misma que inundaba calles, pero esta vez dispuesta a ahogar lenguas de kilates indeterminados. Hoy podemos decir que hay tiempos de mordazas, sí, pero abiertamente mortales; heladas y punzantes, que durante mucho tiempo orbitaron silenciosas, estructuralmente silenciosas; fabricadas de esa manera para que no fuesen vistas, para pasar desapercibidas e incluso compradas, puestas en vitrinas y vanagloriadas en las calles – insisto, bañadas cada cierto tiempo- Hoy ya han dejado de ser tan silenciosas, al contrario, además de mortíferas, son ruidosas y ya no tienen pudor, abiertamente desbordan lo público y se han camuflado hasta cierto punto; lo que da a entender que ya no es la boca su único objetivo, sino cualquier punto vital, cualquiera que le sea útil mientras haya silencio.
Tenemos
la obligación de advertir que hoy hay peligro, mordazas y peligro, cuando el
silencio es el fin sin medios, es complejo, aun cuando se celebre día y noche
la urna y la panacea cívica. HAY PELIGRO, sin embargo, no es alarmar, ni
advertir el espíritu de este escrito, sino el de evidenciar la presencia de la
mordaza y su mutación, pero también el cambio del silencio, no aquel sepulcral
que acostumbraba a reinar en las calles de la transición, sino un silencio
vigilante, un silencio que grita incluso. Aquel que ha sabido esquivar las
distintas mordazas que han intentado sepultarlo y volver a ordenar los
decibeles. Si bien hay silencio, distinto, hay que reconocer por otro lado que
el ejercicio de respirar en la dinámica del silencio, hoy se posiciona como la
resistencia primordial, no solo para hacer frente a las mordazas, sino a los
embates de una maquinaria gigantesca que fue causante de la crisis respiratoria
que padecemos hace mucho tiempo, mal entendida como progreso, pero que hoy
parece mucho mejor diagnosticada. El otro pie de este humilde escrito es
precisamente ese, el respirar y a sacar partido de esta particular temporalidad
para dar vuelco a lo primordial que es vivir y constituir-nos como ruido, que a
pesar de toda la materia que pueda interponerse entre la rabia, los dientes y
el vacío, esta no hará mella a la voracidad afilada de los amordazados ansiosos
por una bocanada.