Pateur y Joseph Meistre, primer humano vacunado. Grabado de Albert Edelfelt (Intervenido)

23 de agosto 2021

Agamben WTF, o cómo la filosofía le falló a la pandemia

por Benjamin Bratton // Traducción y notas: Catalina Segú

En este breve ensayo, Benjamin Bratton aborda el inesperado paralelismo entre los discursos anti-vacunas y los diagnósticos filosóficos que han surgido a partir de la pandemia. Declarando el rotundo—y muchas veces vergonzoso—fracaso de la filosofía para hacer frente al actual escenario epidemiológico, Bratton plantea que la prevalencia de la crítica biopolítica en el ámbito de las humanidades ha consolidado una aproximación europeista, doctrinaria y mistificante que obstruye las posibilidades de pensar lo humano en sus configuraciones y desafíos presentes y futuros.

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Mientras se dispara una nueva ola de contagios y el amargo mandato de los pases de movilidad se vuelve una realidad, las sociedades están siendo capturadas por la coalición tristemente familiar de los desinformados, los mal informados, los mal enfocados y los misántropos. Ellos están haciendo de los pasaportes de vacunación, que nadie quiere, una necesidad plausible. Puesto que sin su ruido y narcisismo, los niveles de vacunación serían lo suficientemente altos como para que los pases no fueran necesarios.

Pero no son simplemente “las masas” las que han provocado este triste desastre, sino también algunas voces de los mas altos escalafones de la academia. Durante la pandemia, cuando la sociedad necesitaba desesperadamente darle un sentido a gran escala a lo que acontecía, la filosofía le falló al momento, a veces desde la ignorancia o la incoherencia, a veces directamente por fraude intelectual. Las lecciones del filósofo italiano Giorgio Agamben nos explican, en parte, por qué. 

Famoso por su crítica a la “biopolítica”, que ha contribuido en gran medida a la formación de perspectivas en las humanidades sobre la biología, la sociedad, la ciencia y la política, Agamben pasó gran parte de la pandemia publicando más de una docena de editoriales denunciando la situación de maneras que constituyen un cercano paralelismo a las teorías conspirativas de la derecha (y de la izquierda). 

En las últimas dos décadas, la influencia—desde un poder blando—de sus conceptos claves en las humanidades, tales como homo sacer, zoē /bios, estado de excepción, etc., ha sido considerable. Esto ha contribuido a cimentar una vieja ortodoxia que sospecha de cualquier intervención gubernamental artificial sobre la condición biológica de la sociedad humana en tanto se asume implícitamente totalitaria. En el nombre de ser “críticos”, la aproximación por defecto a cualquier biotecnología es usualmente la de denunciar la manipulación coercitiva que esta ejerce sobre la soberanía del cuerpo y la experiencia vivida.

Si nos imagináramos a Alex Jones no como un típico habitante de Texas, sino como un estudiante heideggeriano en un seminario, podríamos comprender de qué forma el mismo Agamben ha abordado la demanda por un comentario público respecto a la pandemia del COVID-19. Comenzando en febrero del 2020 con “La invención de una epidemia”, Agamben llamó al virus una “farsa” y a las tardías medidas de confinamiento en Italia una forma de “despotismo tecno-médico”. En “Réquiem por los estudiantes”, denunció los seminarios por Zoom como la condición de un campo de concentración de Silicon Valley (sus palabras). En “El rostro y la muerte” ridiculizó el uso de mascarillas como un modo de sacrificar el ritual humano del rostro desnudo.

Cada breve ensayo era más absurdo y estridente que el anterior. Tras la publicación del primero, un amigo de Agamben, el filósofo francés Jean-Luc Nancy, nos advirtió que lo ignorásemos, y que si él mismo hubiera seguido sus consejos médicos que lo instaban a no hacerse un trasplante cardíaco que salvó su vida, Nancy estaría muerto.

A inicios de este mes, Agamben fue incluso más lejos, comparando de manera explícita y directa los pases de vacunación a las estrellas amarillas de los judíos durante el periodo nazi. En un breve texto titulado “Ciudadanos de segunda clase”,  Agamben establece una relación entre los destinos de aquellos que se niegan a vacunarse y los judíos durante el fascismo, concluyendo que “el ‘pase verde’ (el pasaporte de vacunación italiano) hace de aquellos que no lo tienen portadores de una estrella amarilla virtual”.  Tras recuperarme de la impresión, no pude sino comparar este análisis al de la congresista estadounidense influenciada por QAnon, Marjorie Taylor Greene, quien adelantándose al diagnóstico de Agamben publicó en twitter durante el mes de mayo que “los empleados vacunados adquieren un logo de vacunación de la misma manera en que los nazis forzaron a los judíos a llevar una estrella amarilla”.

En su performance en desarrollo, Agamben rechaza de modo explícito todo tipo de medidas de mitigación de la pandemia en nombre de la convicción de “abraza la tradición, rechaza la modernidad”, la cual niega la relevancia de una biología que es real independientemente de las palabras que se usen para nombrarla. Y si bien algo pareciera haber cambiado radicalmente en su discurso de manera reciente, revisitar sus textos fundacionales a la luz de sus ensayos sobre la pandemia es revelador. Su posición no ha cambiado de la noche a la mañana. Siempre estuvo ahí.

El romanticismo ha sido un pasajero constante en los vuelos de la modernidad occidental, y sus lamentos por los ‘objetos perdidos’ y siempre inalcanzables oscilan entre la melancolía y la revuelta. El disgusto estético del romanticismo hacia la racionalidad y la tecnología finalmente tiene menos que ver con sus efectos que con aquello que éstas develan respecto a lo diferente que es el funcionamiento real del mundo respecto a cómo éste aparece para el mito. Su verdadero enemigo no es tanto la alienación sino la desmistificación, y por tanto aceptará siempre una colaboración con el tradicionalismo.

No sorprende, por tanto, que Agamben haya recibido los agradecimientos tanto de Lega Nord como de los movimientos anti-vacunas y anti-mascarillas. Sus conclusiones son también similares a aquellas del presidente populista brasileño Jair Bolsonaro, quien considera al virus una trama exagerada creada por globalistas tecno-médicos para atacar la autoridad tradicional y la coherencia corporal y comunitaria natural. ¿Cuál es el objeto perdido? Las contribuciones de Agamben son, en su fundamento, una defensa elaborada de un concepto pre-darwiniano de lo humano y de los correspondientes vínculos místicos que lo sostienen. En última instancia, Agamben no está defendiendo la vida, sino negándola.

Al día de hoy, los más importantes defensores de Agamben en las redes no son sus antiguos lectores sino más bien un escuadrón de nuevos fans, constituidos principalmente como una gran coalición de hombres-niños heridos. Desde reaccionarios vitalistas que citan a Julius Evola y Alexander Dugin, al roommate anti-vacunas que le pone bebida energética a su bong, estos y otros solitarios antihéroes están abocados a la tarea de ver con claridad a través de las hipocresías de la realidad Matrix. Para ellos, los posicionamientos principales de Agamben los unen al legado de las oposiciones gloriosas y ocultas del romanticismo. Lo que aquí opera no es tanto una teoría de la alianza rojo-verde-marrón, si no más bien un tierno vínculo entre idiotas y marginados.

En mi libro The Revenge of The Real: Politics for a Post-Pandemic World, considero los orígenes y el futuro condenado que propone la biopolítica negativa de Agamben: “mientras la propia visión de mundo de Agamben es clásicamente europeista, desbordada de una espeluznante teología heideggeriana, su influencia en las humanidades es mucho más amplia y profunda”, por lo que el ajuste de cuentas iría mucho más allá de revisar los programas de estudio. “La pregunta es cuánto de las tradiciones filosóficas a las que Agamben se ha adherido en las últimas décadas debiesen también ser archivadas. ¿Qué hacer entonces con los artefactos de la obra filosófica de Agamben? Es una edificación localmente determinada, tradicionalista, culturalista y doctrinaria que protege el sentido ritual de las cosas contra la desnudez explícita de su realidad: como los monólogos desafiantes de un predicador del sur de Estados Unidos, su teoría triste y solemne es innegablemente bella como lo sería una literatura política gótica, y probablemente debiese ser leída únicamente como tal”.

Aún así, la tarea de hacernos cargo de los legados de su proyecto, y de otros similares, ha sido ampliamente retardada. Su modo de crítica biopolítica se aventura con ligereza a afirmar que la ciencia, la información, la observación y la modelación son intrínsecamente y en última instancia formas de dominación y juegos de relaciones de poder. Los números son injustos, las palabras hermosas. Aceptar desde aquí que procesos bioquímicos reales y subyacentes sean accesibles e incluso generativos para la razón y la intervención se cataloga como naive. Es una disposición que también se encuentra con diversos tonos y matices en la obra de Hannah Arendt, Michel Foucault, y especialmente Ivan Illich, quien murió de un tumor facial que se negó a tratar a pesar de la recomendación de médicos. Incluso aquí en la Universidad de California, San Diego, en un grupo interdisciplinario de investigación en biotecnología, muchos colegas insisten en que la “digitalización de la Naturaleza” es una “fantasía imposible”, aún cuando al mismo tiempo aceptan una vacuna de mRNA basada en un prototipo bioimpreso de un modelo computacional del genoma del virus subido desde China antes de que el mismo virus llegara a Norteamérica.

Como he sugerido en otra ocasión, esta orientación es ejemplar de la prolongada influencia de la Teoría Boomer. Los baby boomers han tiranizado la imaginación de la izquierda, aportando una tremenda capacidad para deconstruir y criticar la autoridad pero proveyendo débiles capacidades para construir y componer. Tal vez la última venganza de la generación del 68 hacia aquellos que han debido heredar sus desmedros, es el axioma intelectual de que la estructura es siempre más sospechosa que su desmantelamiento, y que la composición es siempre más problemática que la resistencia, no sólo en términos de la estrategia política sino en tanto norma metafísica. Su proyecto fue y continúa siendo el de la multiplicación horizontal de perspectivas condicionales tanto como medio y fin, mediante la desarticulación imaginaria de la razón, la decisión y la estructuración pública. Así es como pueden fetichizar “lo Político” a la vez que refutan la “gubernamentalidad”.

Yo crecí en esta tradición, pero el mundo funciona de un modo muy diferente a aquel imaginado por los soixante-huitards y sus emisarios. Espero que la filosofía no le siga fallando a quienes necesitan ahora crear, componer, y dar una estructura ejecutable a un mundo otro.

Las pataletas de Agamben a propósito de la pandemia son extremas pero también ejemplares de este fracaso mayor. La filosofía y las humanidades le han fallado a la pandemia porque han estado atadas de manera demasiado estrecha a un conjunto inalcanzable de fórmulas reflexivamente suspicaces de cualquier cuantificación con propósito, a la vez que incapaces de dar cuenta de la realidad epidemiológica del contagio mutuo y de articular una ética de unos comunes inmunológicos. ¿Por qué? En parte porque los lenguajes disponibles para pensar la ética han sido monopolizados por el énfasis en una intencionalidad moral subjetiva y en un auto-proclamado protagonismo donde el “yo” es el agente moral que conduce todo resultado.

La pandemia ha forzado otro tipo de ética. La distinción idealista entre zoē y bios como modos de “vida” en torno a los cuales Agamben ha construido su crítica biopolítica es una presunción que se rompe como ramita ante la visión epidemiológica de la sociedad. ¿Por qué usamos mascarillas? ¿Por el entendimiento de que nuestros pensamientos internos se manifestarían externamente para protegernos? ¿O porque nos hemos reconocido como organismos biológicos que habitan entre otros, capaces de dañar y ser dañados en tanto tales?

La diferencia es profunda. Cuando pasamos cerca de un desconocido, ¿hasta qué punto se ha producido un cambio de una ética basada en la intención subjetiva de dañar o proteger, a una basada en las circunstancias biológicas objetivas del contagio? ¿Cuál sería entonces la ética de ser un objeto? La encontraremos. Pero cuando se nos presenta la necesidad de una detección y una modelación intensivas en función de la provisión altamente granular de servicios sociales para aquellos que más lo necesitan, muchos intelectuales públicos se han atragantado, siendo capaces únicamente de ofrecer limitadas obviedades sobre la “vigilancia”.

Lo que hay en juego no es sólo una oscura riña académica, sino más bien nuestra habilidad de articular lo que significa ser humano, es decir, ser homo sapiens, en conexión con todas las tensas historias en torno a tal cuestión. Mi argumento es que necesitamos en cambio una biopolítica positiva basada en una nueva racionalidad de la inclusión, el cuidado, la transformación y la prevención, y una filosofía y unas humanidades que contribuyan a articularla. 

Afortunadamente, de muchos modos ya lo estamos haciendo. Una breve y muy incompleta lista de esto podría incluir las cartografías de Sylvia Wynter respecto a “quién cuenta” como humano en la Modernidad Colonial, de un modo que abre la categoría a una reclamación: “nosotrxs” hemos sido definidxs por la exclusión. Incluye también a quienes estudian el microbioma y el rol de la vida macrobiótica al interior de los cuerpos humanos para mantenernos con vida: lo humano incluye lo no-humano. También considera a quienes estudian la antropogenia y los orígenes evolutivos comunes de la especie humana y el futuro planetario: lo humano es continuo, migratorio, y cambiante. Incluye además a quienes estudian astronáutica experimental y los límites de las condiciones de supervivencia en un frágil entorno artificial: en los umbrales de la supervivencia, lo humano es como un pez descubriendo el agua. Incluye también a aquellos estudiando CRISPR[1] y otras tecnologías para la terapia genética: lo humano puede recomponerse a sí mismo en los niveles más profundos.

La afirmación o negación de lo que es ser humano también involucra un pensamiento sobre lo que los humanos pueden ser. Esto anima las controversias culturales sobre las terapias y técnicas de reasignación de género. Lo humano es también un agenciamiento contingente, complejo y pluralista dispuesto a la auto-transformación para poder finalmente sentirse en casa en su propia piel. Sin embargo, la disponibilidad general de progesterona, estrógenos y andrógenos sintéticos surgen en el laboratorio moderno de biotecnología que la biopolítica de Agamben considera invasivo y no-natural. 

Si la filosofía y las humanidades reclamasen su legitimidad para los desafíos presentes y futuros, la concepción colectiva de otra biopolítica positiva, basada en la realidad de nuestras circunstancias técnicas y biológicas compartidas, es absolutamente esencial.

En esta dirección, concluyo con otro pasaje de The Revenge of The Real: “Un vitalismo laissez-faire a partir del cual ‘la vida encontrará su camino’ no es una opción. Es un cuento de hadas de una clase acomodada que no vive en los agenciamientos diarios de paisajes de aguas residuales y cadáveres expuestos.” En cambio, “esta biopolítica (positiva) es inclusiva, materialista, restaurativa y racionalista, basada en una imagen desmitificada de la especie humana, anticipando un futuro diferente de aquel que ha sido prescrito por muchas tradiciones culturales. Una biopolítica positiva que acepta los entrelazamientos evolutivos entre mamíferos y virus. Que acepta la muerte como parte de la vida. Que acepta, por tanto, las responsabilidades del conocimiento médico para prevenir y mitigar las muertes injustas y la miseria como algo muy distinto a la inmunización nativista de una población por sobre la otra. Esto incluye no sólo derechos a la privacidad individual sino también obligaciones sociales de participar en unos comunes activos, planetarios y biológicos. Es, de manera rotunda, una biopolítica en un sentido positivo y proyectivo”.

La pandemia es, potencialmente, una llamada de atención que alerta que la nueva normalidad no puede simplemente ser una nueva antigua normalidad. Esto significa un cambio en cómo las sociedades humanas—que siempre son planetarias en su alcance e influencia—se significan, se modelan y se componen a sí mismas.

Este es un proyecto tan filosófico como político. El fracaso no puede ser una opción.

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*Este artículo ha sido traducido del inglés “Agamben WTF, Or How Philosophy Failed The Pandemic”, publicado en el sitio web de Verso Books el 28 de julio, 2021. Link para ver el artículo original: https://www.versobooks.com/blogs/5125-agamben-wtf-or-how-philosophy-failed-the-pandemic


[1] Acrónimo en inglés que refiere a las ‘Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Espaciadas’ (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats).

Benjamin Bratton es Profesor de Artes Visuales de la Universidad de California, San Diego. Es Director del Programa The Terraforming en el Strelka Institute of Media, Architecture and Design en Moscú. Es autor de varios libros, incluyendo The Stack, que desarrolla una exhaustiva filosofía política de computación a escala planetaria. Ver bratton.info.

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