05 de abril 2022

AGLOE

por Juan Keller

En el condado de Delaware, Nueva York, en la intersección de la ruta 206 con el camino vecinal Morton Hill existe una ciudad que no existe: la ciudad de Agloe. Esta población figuró en numerosos mapas, pero quien llegue hasta ahí solo podrá ver una encrucijada, una T que corta el yermo paisaje. La ciudad es invisible o sus habitantes son fantasmas. No hay edificios, ni calles; ni personas, ni ruido. Hubo sí, en ese preciso lugar, en el año 1930, un cartel con un nombre impreso. Materialmente real, físicamente palpable, sostenido por dos fuertes maderos de roble, hecho de grueso metal pintado de amarillo y letras mayúsculas en relieve de color negro.

Agloe, palabra formada por las iniciales ordenadas azarosamente de Otto G. Lindberg y Ernest Alpers. Lindberg, un ambicioso hijo de alemanes, trabajaba relevando sitios para la General Drafting Company, una pequeña compañía de mapas del noreste de Estados Unidos. Incluyó en la edición del año posterior a la gran depresión un círculo mediano a unos quince kilómetros al norte de Colchester. El círculo mediano simbolizaba una población de al menos diez mil habitantes.

Lindberg y su socio capitalista Alpers, se habían apropiado de una parcela de dos hectáreas en la intersección de la 206 con Morton Hill. Pensaban construir un almacén de insumos en ese lugar, el Agloe General Store. Poner el sitio en el mapa antes que en el suelo les aseguraría publicidad gratis y les ahorraría dinero al no tener que registrar su negocio en los municipios vecinos. También pensaban, a futuro, vender los terrenos cercanos para fundar un poblado real.

Pero algo salió mal. Quizá Alpers no tenía el dinero que dijo tener o la relación se quebró por razones misteriosas. Del proyecto solo quedó el cartel. Un viajante trasnochado y borracho chocó con él y lo arrancó. Cuando rellenó el formulario de la compañía de seguros, consignó que el accidente había sucedido en Agloe. La aseguradora la incluyó dentro de la lista de las localidades en que ofrecía cobertura.

En la década siguiente, la ciudad fantasma fue a parar al mapa de rutas de Esso. Y, poco tiempo después, al de su competidora Exxon que tenía una estación de servicio cercana, en Colchester. Agloe se multiplicaba por miles, ya sin la presencia o el control de Lindberg y Alpers. A través de los años, se convirtió en una ciudad de papel: presente en los muy difundidos mapas de Rand McNally y la United States Geological Survey.

En 1957, una referencia concreta a Agloe apareció en la prensa nacional. El corresponsal de turismo del New York Times (quizá desde un ruidoso escritorio de la redacción de Manhattan), escribió un largo y detallado artículo sobre los recorridos escénicos a través de Catskills. Ahí mencionó «un bello camino rural que va hacia el norte a través de Rockland y Agloe».

Quince años después, Agloe cruzó el Atlántico: la popular Guía Michelin francesa, incluyó a la localidad en sus mapas internacionales.

Pero fue recién en 2014 cuando Agloe se volvió universal. Google Maps, contradiciendo a las fotos satelitales, incluyó a los 41 °57’ 57,1183” de latitud norte y 74° 54’ 23,3” de longitud oeste (en el preciso lugar que ocupó el ahora inexistente cartel de Lindberg) la población de Agloe. Y así, su nombre dejó de conocer fronteras. En ese punto, nadie podría haber afirmado fehacientemente (porque nadie había estado allí) que Agloe no era una ciudad industrial, ni un sitio turístico, ni un enclave de juego ilegal y prostitución o un sitio abandonado. Agloe estuvo al alcance virtual de todos y fue todas las cosas imaginables.

La infinitud de Agloe se convirtió en nada en 2017. El error (¿el engaño?) se descubrió y, silenciosa y rápidamente, como en un profesional acto de prestidigitación, Agloe desapareció de cualquier mapa impreso o digital. Pero no de la inmanejable memoria colectiva.

Argentino. Músico, escritor, nihilista. Líder de la banda Las Flores del Mal con la cual grabó los discos Plasma, Orgánico y Bi. Como solista, realizó una serie de EPs titulados Híbridos compuesta por nueve volúmenes a la fecha. Ha publicado textos en diarios, revistas y antologías de Argentina, México, Colombia, Venezuela, Uruguay y España.

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