Foto: @nicolasslachevsky

18 de mayo 2022

Algunas reflexiones a propósito del Día internacional de la Danza

por Katya Noriega Arancibia

Me es sugerente y provocador tomar posición en medio del día de la danza ¿habría acaso que hacer una fiesta o continuar apartándose del materialismo que conlleva hacer danzas? ¿Habría que dejar de preguntar sobre cuál danza estamos celebrando sin mencionar el carácter eurocéntrico de la fecha? No entraré a problematizar sobre qué es o no es la danza, porque me interesa quedarme orbitando en el cómo hacer en el presente.

Digo materialismo, en esa clave que nos lleva a repensar en los modos de producción de las danzas hoy. En un escenario político y social ajetreado en este último tramo entre estallido, pandemia, Convención Constitucional y Boric, donde se han intensificado cambios, pero la producción artística sigue expuesta a la precarización de garantías sociales y laborales.

Hablar de danza se vuelve una emergente necesidad, no solo para quienes practicamos la multiplicidad de su registro, si no, para cuestionarnos los límites y restricciones de la posibilidad de imaginar que a todxs nos conlleva en el hacer. Límite que no es otro- en la mayoría de los casos- más que en su sentido de producción. Y para imaginar, necesitamos algo así, como tiempo. Tiempo que no está valorizado como productivo cuando se trata de crear procedimientos y/o dispositivos escénicos.

Imaginar es una actividad que se circunscribe a la experiencia del cuerpo en el mundo. Se podría decir mucho sobre el cuerpo, pero lo que invita a pensar la danza, es sin duda el plano material-corporal que habilita la investigación de lo sensible. De ahí una red de conexiones y prolongaciones que estrujan la posibilidad de existir de un cuerpo y de imaginar múltiples modos de construirse en relación con otras y otros.

La práctica de la danza puede ser trazar recorridos en el espacio con el cuerpo y el movimiento o también puede ser generar preguntas sobre el cómo estar ahora y aquí, interrogar imágenes y afectos, experimentar la fisicalidad de un acontecimiento o un largo enunciado de actividades de escucha y puesta en relación. Pero la sustracción y la captura de las fuerzas de trabajo de nuestros cuerpos están subordinadas a modos de producción que reducen la capacidad, el espacio y el tiempo de imaginar, de probar, de activar el desarrollo de exploraciones en el campo del cuerpo, el gesto y el movimiento.

Tampoco es nueva esa relación que propongo acá, entre tiempo y trabajo y bueno, para quienes aún puedan sorprenderse, hacer danzas es un trabajo. Un trabajo que actualmente está supeditado a la orden de los concursos públicos, las postulaciones y la catalogación del producto. No existe otro modo para poder investigar escénicamente y con financiamiento si no es compitiendo.

Todo indica que se trata de “hacer tiempo”. Expandir la noción del tiempo en el espacio o espaciar el tiempo. “Hacer tiempo” como una suspensión en medio de las actividades de utilidad o bien previo a lo que sí es equivalente al valor pago de una hora o una jornada laboral. Entonces, si la danza tiene algo que ver con ese “hacer tiempo” pareciera que es un tiempo devaluado. Imaginar no es un valor de rendimiento o más bien, intencionar una imaginación diferente, en el cuerpo y con el movimiento, se escapa de los principios sustentables por las leyes de mercado.

Y es un presente expuesto a lo delicado de la época, que se obstina por saturar el campo de nuestras percepciones y bloquear la experiencia de presencia, del contacto, del colectivo, de las bandas, las manadas, ¿cuál es el lugar de la danza? 

Entre competencia y fondos concursables, carencias y fatigas, aparecen los cuerpos de lxs bailarines en la persistencia e insistencia de cómo hacer. Excedidxs a ratos por la extracción de plusvalía de aparecer públicamente, de emprender para posicionarse en la escena, es difícil no acarrear con el rendimiento hipermediatizado de unx mismx y el sabotaje que compromete la subjetividad al filo de una individualización capitalizada y coaptada. Sin embargo, se albergan experiencias y nichos de colaboración diferentes, en el intento de desmantelar esas lógicas, aglutinando coordinadoras y redes de trabajadores de las danzas con fin de responsabilizar y exigir seguridades sociales y políticas que mitiguen la exposición y la falta de condiciones materiales que favorezcan el ejercicio productivo de la danza, pero y por sobre todo a generar modos de hacer, gestar experiencias vitales, entramados afectivos de contención, solidaridad e intercambio de saberes que sitúan la práctica.

Lo que no vemos en la obra es el proceso artístico de investigación. Lo que no vemos son todos estos entretiempos no pagos, esas reuniones de equipo, esas conspiraciones en un café o en una plaza, esos haceres temporales donde nos juntamos y vamos conformando alianzas y estrategias que no son otra cosa que formas de vida, porque de eso se trata también el asunto de imaginar: crear mundos, mundos imposibles de ser reducidos a la validación y reconocimiento hegemónicos.

Entonces, que el asunto no sea sacarnos rendimiento para posicionarnos en la escena, que la autogestión no roce con la autoexplotación y el emprendimiento individual del marketing de uno/a mismo/a. Radicalicemos un poco más y erosionemos ese límite perverso que captura nuestras fuerzas productivas, sindicalicemos nuestras prácticas cotidianas, disputemos el tiempo y valoricemos el trabajo de hacer danzas, ocupemos el lugar de hacer danzas para hacernos tiempos colectivos que nos permita imaginar otros mundos posibles. 

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