Foto: Felix Nadar (intervenida)

26 de julio 2021

Blanchot: la noche de la escritura y la política del anonimato

por Rudy Pradenas

I

La otra noche

Para Maurice Blanchot, la categoría de día abarca la relación entre lenguaje y poder. En el día, el lenguaje es funcional, tal como quedó instaurado desde la metafísica aristotélica con el principio de no-contradicción1. Desde entonces, todo camino del lenguaje que no esté regido por la ley del logos es intransitable. El día aloja toda la extensión de lo humano, el mundo, la acción, el poder. En este reino del día, cualquier forma de lenguaje que no demuestre su filiación con la razón es condenada a la noche del sinsentido y desterrada fuera de los márgenes de lo humano. El espacio del arte es, para Blanchot, el lugar donde aquella noche encuentra su posibilidad. Así escribe el autor francés en El espacio literario: “… quien se consagra a la obra es atraído hacia el punto en que ésta se somete a la prueba de la imposibilidad. Experiencia específicamente nocturna, experiencia de la noche”2. Ya a partir de su novela Thomas el oscuro, Blanchot comenzó a desplegar esta noche insondable como una “perfecta nada”3. Pero este espacio nocturno al cual nos arrastra la obra no es simplemente aquella noche que podemos oponer al día, esta noche es la otra noche.

Tenemos por un lado, entonces, una primera noción de la noche: esta es acogedora, de ella “se puede decir: en la noche, como si tuviese una intimidad”4. Esta primera noche se aproxima a “la ausencia, el silencio, el reposo”5. En la otra noche no existe el descanso del sueño, sino una inquietud sin reposo. Lo que aparece en la noche, nos dice Blanchot, es que aparece la noche, la otra noche, la noche de la escritura, donde ya no podemos dejar de ver lo invisible6. La noche que simplemente se opone al día es aniquilada por los primeros destellos del amanecer. La otra noche, en cambio, es una noche fuera del mundo. Frente a la posibilidad de estar-en-el-mundo, lo cual significa estar en las relaciones de sentido que lo constituyen, la escritura nos arrastra hacia el destierro de la otra noche, donde no existe posibilidad de habitar, sino solo la errancia.

La escritura de Blanchot es una ruptura con el orden del logos que detiene toda dialéctica –“pienso, luego no existo”7, escribe en Thomas el oscuro–. En la otra noche ya no encontramos alguna obra que busque salvar las relaciones del autor con “el mundo y con él mismo”8, sino una desposesión de sí, un retorno hacia lo neutro y lo anónimo. Al finalizar el capítulo XI de Thomas el oscuro, leemos: “¡Oh noche!, ahora ya nada me hará ser, nada me separará de ti (…). Me hace a mí, la nada, semejante a la nada”9.

II

Fascinación

¿Cómo acceder a esa “nada”, esa plenitud de vacío? ¿Cómo se da la presencia de la ausencia? ¿Cómo es posible una aparición sin poder? La fascinación que nos produce la obra nos pone afuera del tiempo ordinario del mundo y nos aleja del poder del sentido. Tal como escribe Blanchot: “… lo que nos fascina nos quita nuestro poder de dar sentido, abandona su naturaleza ‘sensible’, abandona el mundo, se retira hacia esta parte del mundo y hacia allí nos atrae, ya no se nos revela y sin embargo se afirma en una presencia extraña al presente del tiempo y a la presencia en el espacio”10. Escribir es entregarse a esta fascinación de la ausencia de tiempo. En El espacio literario, Blanchot nos aclara que esta ausencia de tiempo no es un modo puramente negativo, más bien corresponde a un tiempo donde nada comienza, donde el poder del “Yo” se abisma en la neutralidad de un “Él” anónimo11.

Así, el “Él’ es el “Yo” convertido en nadie. Nos cuenta Blanchot que: “Kafka señala con sorpresa, con un placer encantado, que se inició en la literatura cuando pudo sustituir el ‘Él’ al ‘Yo’ ”12. Este desplazamiento hacia el “Él” nos lleva al habla impersonal y la presencia de la ausencia que Levinas pensó en su ensayo sobre la obra de Blanchot titulado La mirada del poeta: “Habla impersonal, sin ‘tú’, sin interpelación, sin vocativo y, sin embargo, distinto del ‘discurso coherente’ que manifiesta una Razón universal, un discurso y una Razón perteneciente al orden del día. Toda obra es tanto más perfecta cuanto menos importa su autor, como si este estuviera al servicio de un orden anónimo”13.

Escribir es disponer el lenguaje bajo la fascinación. La escritura juega con la imagen, pero no con la imagen del pensamiento, sino con la imagen antes de ser valor de uso y valor de cambio, la imagen antes del poder de la representación. Bajo esta noción de imagen, pensar ya no es ver. Ante una idea convencional, el ver supone una distancia y una decisión que separa, es decir, el poder de no estar en contacto y de evitar la confusión del contacto; el ver se asocia con el Saber, en tanto poder de dominación a distancia sobre el objeto. Entonces Blanchot se pregunta: “¿Qué ocurre cuando lo que se ve, aunque sea a distancia, parece tocarnos por un contacto asombroso, cuando la manera de ver es una especie de toque, cuando ver es un contacto a distancia, cuando lo que es visto se impone a la mirada, como si la mirada estuviese tomada, tocada, puesta en contacto con la apariencia?”14. Lo que nos es dado por este contacto a distancia “… es la imagen, y la fascinación es la pasión de la imagen”15.

En la relación entre imagen y fascinación, el poder de la mirada que domina a distancia encuentra el contrapoder que la neutraliza. Esto no significa ni suspensión ni detención, sino una reorientación excepcional: “La fascinación es la mirada de la soledad, la mirada de lo incesante y de lo interminable donde la ceguera todavía es visión, visión que ya no es posibilidad de ver sino imposibilidad de no ver, la imposibilidad que se hace ver, que persevera –siempre y siempre– en una visión que no termina: mirada muerta, mirada convertida en el fantasma de una visión eterna”16.

III

La dos versiones de la imagen

Podemos señalar entonces dos versiones de la imagen que Blanchot desarrolla en la última parte de El espacio literario: “… dos posibilidades de la imagen, dos versiones de lo imaginario, y esta duplicidad proviene del doble sentido inicial de la potencia del negativo, y el hecho de que la muerte es a veces el trabajo de la verdad en el mundo y, a veces, la perpetuidad de lo que no soporta comienzo ni fin”17. Por un lado, lo que Blanchot llama lo feliz de la imagen consiste en que esta se comprende como un límite para lo indefinido: “… cerco endeble, que no nos mantiene tanto a distancia de las cosas, como nos preserva de la presión ciega de esta distancia”18. En esta primera versión, la imagen tiene la función de apaciguar la relación con el mundo y la muerte.

Por el contrario, en su segundo registro, la imagen y lo imaginario nos introducen en el territorio donde los mandatos del mundo y el tiempo se suprimen. Lo real entra en un reino equívoco cuando estamos fuera de nosotros, en ese éxtasis que es la imagen, en este reino del afuera ya no hay límites, ni intervalos, ni momentos. La imagen es el cadáver de la cosa. El cadáver es lo semejante, es la imagen. Imagen por lo demás anterior a la cosa y anterior al ser, es lo semejante en un grado absoluto, “trastornante y maravilloso”19. La heterogeneidad de las dos nociones de imagen señala lo irreductible entre “la verdad estéril y el exceso de lo no-verdadero”20.

Esta última cuestión nos plantea también dos modos de comprensión divergentes para el tema de lo impersonal, vinculados a lo que hemos llamado la relación ambigua de la imagen con la muerte. La primera es la imagen del arte en su comprensión clásica, la cual produce cierto ideal abstracto de un “Yo” universal (la muerte como verdad). Luego, Blanchot nos muestra una segunda relación entre la imagen y la muerte que nos lleva a otro tipo de impersonalidad, en la cual el difunto comienza a parecerse a sí mismo. No se parece a quien era cuando vivía ni tampoco nos remite a un eidos universal del hombre, sino a sí mismo en tanto cadáver, “tan absolutamente parecido a él mismo, que se acompaña a sí mismo como un doble”21, y este “sí mismo” no es una identidad sino un ser impersonal inaccesible, la “impersonalidad de sí por la semejanza y por la imagen”22. Blanchot se refiere a una doble dimensión del anonimato asentadas en formas divergentes de lo impersonal. En El paso (no) más allá escribe:

La vana lucha por el anonimato. La impersonalidad no basta para garantizar el anonimato. La obra, aunque carezca de autor y esté siempre evolucionando con respecto a sí misma, delimita un espacio que atrae a los nombres, una posibilidad cada vez determinada de lectura, un sistema de referencias, una teoría que se apropia de ella, un sentido que la alumbra (…). ¿Cómo alcanzar, pues, ese anonimato, cuyo único modo de acercamiento es la ofuscación, obsesión incierta que siempre desposee?23.

Lo que aquí se manifiesta, a nuestro parecer, es que el anonimato conlleva una exigencia. Se pregunta Blanchot ¿cómo alcanzar ese anonimato “que siempre desposee”, es decir, que no devenga otra forma de impersonalidad que reifique el poder? El anonimato entonces, pese a su negatividad sin tregua, se puede comprender como la figura sin forma de una exigencia. Una exigencia ética, política y estética.

IV

Anonimato

En una conversación entre André Dalmas y Emmanuel Levinas sobre la obra de Maurice Blanchot, Dalmas señala lo extraordinario y nuevo que le parece lo neutro que habita en la obra de Blanchot. Extraordinario y nuevo, lo neutro es radicalmente diferente del Ser de Heidegger. Aquí nos topamos otra vez con estas dos dimensiones de lo impersonal. Por un lado, el Ser “que está por encima del hombre, gobierna el pensamiento y lo hace inteligible” –como dice Dalmas– y, por otro, lo neutro que “no es ni afirmación ni pura negación del ser” –como señala Levinas24–.

Loneutro que se manifiesta en la “experiencia” literaria, ese anonimato que es la presencia sin poder de la ausencia, es del todo distinto del Sein de Heidegger, también impersonal, pero que en cuya diferencia con el ente, es la “luminosidad misma del mundo, el lugar, el paisaje, la paz”25, escribe Levinas, y luego añade: “Es necesaria toda la obra narrativa de Blanchot, todo el arte de decir que aparece en su obra teórica, para sugerir un alejamiento absoluto (o una salida) del Mundo, una inversión tal de las categorías ontológicas, obtenidas aquí como para una extenuación del espíritu”26.

Por un lado, entonces, con el anonimato asistimos al límite extremo del nihilismo: “Estamos abocados a lo inhumano, a lo estremecedor de lo neutro”27. Sin embargo, por otro lado, tenemos todavía la relación entre Ser y mundo (ser-en-el-mundo), de la cual la obra blanchoteana se sustrae. Este mundo se organiza mejor o peor, pero ningún sufrimiento impide finalmente que se ordene a partir de un saber. No obstante, respecto de este mundo, Blanchot nos recuerda que su totalidad jamás logra cerrarse en la coherencia del discurso, el cual no consigue acallar ese murmullo que lo perturba. El discurso del mundo en su coherencia es interrumpido por un murmullo incesante, es perturbado por “un ruido ininterrumpido” –dice Levinás– “una diferencia que no deja dormir al mundo y está alterando el orden en el que el ser y el no-ser se ordenan dialécticamente”29.

Esta última cuestión, implica, tanto para Levinas como para Blanchot, una nueva exigencia que conducirá a las disciplinas humanas a un espacio de exterioridad. En el campo de la filosofía, Levinas buscará anteponer la ética a la ontología, la idea de una ética como filosofía primera, que definirá el proyecto de toda su vida intelectual y que será compartido por Maurice Blanchot. Este giro de la ontología hacia la ética implica una deconstrucción del Ser en tanto categoría central de la metafísica de la presencia. Levinas comprende esta deconstrucción a partir de la obra de Blanchot:

Ya para Heidegger el arte, más allá de toda significación estética, hacía resplandecer la “verdad del ser”, aunque tuviera esto en común con otras formas de existencia. Para Blanchot la vocación del arte no tiene igual. Pero sobre todo escribir no conduce a la verdad del ser. Podría decirse que lleva al error del ser, al ser como lugar de errancia, a lo inhabitable (…). Error del ser, más exterior que la verdad. Para Heidegger una alternancia de la nada y del ser opera también en la verdad del ser, pero Blanchot –contrariamente a Heidegger– no la denomina verdad, sino no-verdad30.

El “ser sin ser” blanchotiano corresponde al “hay” (Il y a) de Levinas. Este concepto es definido también por Levinas como el fenómeno de lo impersonal, figura que en el trabajo literario de Blanchot se dibuja, como ya hemos dicho, en el anonimato. La figura impersonal del “Él” en Blanchot expresa entonces según Levinas su noción de “hay”: “… ‘el jaleo del ser’, el rumor anónimo de la existencia en su imposible presencia para la que no cabe testimonio”31. Marcados ambos autores por el horror del nazismo, “la salida a esta situación se plantea como la necesidad de anteponer a cualquier otra cosa la relación desinteresada, no dominadora, con el prójimo, el extraño, el otro –‘Il’–. Este horizonte sin horizonte, eso que ya no implica el ser, es lo que se abre a lo que Blanchot llamó el Desastre”32. La caída de la soberanía del “Yo”, el “pienso, luego no existo” que se inaugura en la obra blanchotiana, es la marca fundamental de su exigencia ético-política-literaria: “La renuncia al yo sujeto no es una renuncia voluntaria, por tanto tampoco es una abdicación involuntaria; cuando el sujeto se torna ausencia, la ausencia del sujeto o el morir como sujeto subvierte toda la fase de la existencia, saca el tiempo de su orden, abre la vida a la pasividad, exponiéndolo a lo desconocido de la amistad que nunca se declara”33. La apertura literaria a la amistad, la apertura ética al/lo Otro, requiere de una escritura sin poder y una política del anonimato. Escribir sin poder es para Blanchot la relación entre escritura y anonimato, lo cual consiste en que la una (escritura) y lo otro (anonimato) suponen la borradura y la extenuación del sujeto. Suponen también una errancia hacia un fuera de tiempo o hacia la otra noche, más oscura que la noche. Pero a su vez, este “afuera” del tiempo, del día y del sentido, no supone simplemente la locura o el delirio.

Lo neutro del anonimato es la pérdida de cualquier soberanía, pero al mismo tiempo, es la pérdida de cualquier subordinación34. Insubordinación contra el “yo”, contra la identidad, pero también contra el orden del discurso que nos somete a su luz diurna y su funcionalidad. La noche de la escritura no se puede buscar en la biografía de aquellos que parecen consagrarse a ella, “no hay biografía para la grafía”35, dice Blanchot en El paso (no) más allá. Escribimos para “perder nuestro nombre”36, y otro nombre nos es dado, entonces, ¿cuál? se pregunta Blanchot, “el signo colectivo que nos envía al anonimato”37.


1Véase, Aristóteles, Metafísica, Libro IV.

2Maurice Blanchot, El espacio literario, (Madrid: Editorial Nacional, 2002), 147.

3Maurice Blanchot, Thomas el Oscuro, (Madrid: Pre-textos, 2002), 88.

4Blanchot, El espacio literario, 147.

5Blanchot, El espacio literario, 147.

6Blanchot, El espacio literario, 147.

7Blanchot, Thomas el oscuro, 80.

8Blanchot, El espacio literario, p. 23

9Blanchot, Thomas el oscuro, 88-89

10Blanchot, El espacio literario, 28.

11Aunque Blanchot no lo planteó así en su momento, esta neutralidad impersonal del la tercera persona singular “Él” (Il), puede y debe ser comprendida también como “ella” (Elle). Es importante no reducir esta posibilidad del anonimato a su forma masculina.

12Blanchot, El espacio literario, 22.

13Emmanuel Levinas, Sobre Maurice Blanchot, (Madrid: Trotta, 2000), 35.

14Blanchot, El espacio literario, 27

15Blanchot, El espacio literario, 28.

16Blanchot, El espacio literario, 28.

17Blanchot, El espacio literario, 232.

18Blanchot, El espacio literario, 225.

19Blanchot, El espacio literario, 229.

20Blanchot, El espacio literario, 232.

21Blanchot, El espacio literario, 229.

22Blanchot, El espacio literario, 229.

23Maurice Blanchot, El paso (no) más allá, (Barcelona: Paidós, 1994), 66-67.

24Levinas, Sobre Maurice Blanchot, 68.

25Levinas, Sobre Maurice Blanchot, 69.

26Levinas, Sobre Maurice Blanchot, 69.

27Levinas, Sobre Maurice Blanchot, 69.

28Levinas, Sobre Maurice Blanchot, 69.

29Levinas, Sobre Maurice Blanchot, 69.

30Levinas. Sobre Maurice Blanchot. P.39

31Rosa Martínez González, Maurice Blanchot. La exigencia política, (Zaragoza: Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014), 339.

32Martínez González, Maurice Blanchot. La exigencia política, 339

33Blanchot, La escritura del desastre, p.32

34Blanchot, La escritura del desastre, p.22

35Blanchot, El paso (no) más allá, 64.

36Blanchot, El paso (no) más allá, 66.

37Blanchot, El paso (no) más allá, 66.

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