Ilustración: Francisca Castro (@kikazoom)

08 de marzo 2022

Cariño Espeso

por Constanza Tizzoni Salas

A mis madres

A mi madre la atropelló un transantiago el año 2011. Estaba estudiando de noche un curso que en el hospital le exigían para ser Técnico “en nivel superior” de Enfermería, nivel que no existía cuando estudió su profesión. Ese día salió del IP y esperó la 203 en Santa Rosa con la Alameda. También podía ser la 209, la 207 o la 205. Cualquiera que pasara por el paradero 18 que es donde quedaba la casa en la que en ese entonces vivíamos en La Granja, ella, mi abuela, mi hermanita y yo. En una casa atrás, mi tía y dos de sus hijas. Somos un matriarcado, decimos. A la cabeza, mi abuela, una mujer que mostraba su afecto preguntándote si habías comido pero que no daba abrazos. Todas en mi familia tenemos una relación complicada con la comida. Mi abuela tenía diabetes y nunca se cuidó mucho. Enfermedad terrible que le significó perder el pie izquierdo y gran parte de su vista. Nunca pidió que la ayudaran. Estaba muy orgullosa de eso y murió en su ley. Era impresionante ver cómo podía hacer todo sola con las extremidades que contaba. Es decir, poder ver el milagro de cuánto puede un cuerpo. Se bañaba, se vestía, cocinaba, iba a la feria, todo lo hacía sola. Ponía un dedo dentro de la taza cuando se hacía un té para saber al tacto cuándo dejar de llenarla. 

Me quedé dormida antes de la hora en la que usualmente mi mamá volvía cuando estudiaba de noche, así que no me pude dar cuenta de que no había llegado a la casa ese día. Me desperté a la mañana siguiente con una llamada telefónica. “¿Aló? ¿Eres la hija de la Pamela? Hablas con un compañero de trabajo de ella. A tu mamá la atropelló un transantiago y la llevaron a la posta central. Tiene pérdida de masa.” Cortó. Nunca dijo qué masa. Podía ser cualquier cosa. Todo puede ser masa. Pero pensé lo peor. Perdió masa encefálica, está vegetal, se va a morir. 

Me fui pensando en futuros posibles todo el trayecto de la micro hacia la posta central. Voy a tener que salirme de la U y buscar un trabajo. Me voy a hacer cargo de mi hermanita. Vamos a vivir en un departamento chiquitito que pueda arrendar con mi sueldo y yo la voy a criar. No voy a dejar que nadie se meta en su crianza. Mi tía me contó después que pensó algo parecido, me voy a hacer cargo de la Antonia y la Coni, las voy a criar como hijas. Mi madrina pensó algo similar. Tengo muchas madres. 

Llegué a la posta central. Esperé un poco hasta que me dejaron entrar. Mi mamá estaba acostada con los ojos cerrados. Nunca la había visto así, frágil. Tenía moretones en su cuerpo y un tajo enorme con puntos recién cosidos a lo largo de su pierna derecha que le habían dejado en alto, amarrada a unos aparatos. Me acerqué, le hice cariño en el pelo y le dije: “Mamita, llegué”. Ella abrió los ojos y muy bajito dijo: “Dile a tu abuela que ahora nos vamos a poder comprar un par de zapatos entre las dos.” Mi madre tiene el sentido del humor más negro que he conocido. El más exquisito. 

La masa había sido masa muscular de su pierna derecha. Si bien existía el riesgo de que la perdiera, afortunadamente no fue así. Ahora solo tiene una larga cicatriz arriba de la cual se tatuó la imagen de una leona. Madre-leona. Me contó que había intentado entrar por las puertas de atrás del bus oruga porque se le había olvidado cargar la bip ese día. El chofer no la vio y echó a andar la máquina. Mi mamá perdió el equilibrio y cayó. Una rueda del bus pasó por encima de su pierna. Con el peso, su pierna explotó. Aterrada, observó cómo una masa de músculos y sangre comenzó a brotar de su cuerpo. (¿Mencioné ya que es técnico en enfermería? De hecho ahora es técnico en nivel superior de enfermería). Tiró de la blusa que estaba usando e intentó detener el sangrado con ese pedazo de género. Limpiarse con él. Hacer algo con él. Alucino mucho con esa imagen desde entonces. Siento que mi mamá es como rambo. Madre-rambo. Madre en la guerra de Vietnam herida de bala en la pierna y haciéndose un torniquete con un pedazo de su uniforme. Siento que esa imagen describe muy bien quién es. 

Releo estas últimas descripciones a las que he echado mano e identifico su carácter masculino, influenciadas seguramente por un repertorio de películas hollywoodenses que vi gran parte de mi infancia en los ‘90 y que habitan en mi idea de fuerza. Me cuesta evitarlas porque de cierta forma el despliegue de mi madre en el mundo, y en específico su maternidad, tiene algunas características que se identifican como masculinas desde la heteronormatividad. Mi madre casi no llora, trabaja mucho y pasa gran parte de su tiempo fuera de la casa, justamente por eso; mi madre es proveedora, mi madre no habla de pasiones tristes. Mi madre no expresa mucho su cariño físicamente o al menos no es “delicada” al mostrarlo. Teníamos un juego cuando yo era chica que se llamaba “cariño espeso”, que consistía en que ella dejaba caer su mano en mi cuerpo como un peso muerto y la pasaba con fuerza sobre mi piel mientras nos reíamos. Cuando le decía que me molestaban en el colegio ella me aconsejaba que molestara de vuelta, que tenía que ser fuerte yo también porque había que saber defenderse. 

Mi madre utiliza el humor de una forma espléndida para estos fines. Hace las mejores imitaciones de lxs jefxs en el hospital y sus compañeras le piden que las repita en la intimidad de los turnos. Mi madre es una agente que permite la catarsis del malestar de otrxs. Nadie se mete con ella. Nadie la pasa a llevar sin llevarse una talla de vuelta. Hace poco una enfermera se rió de una falla ortográfica en una etiqueta que escribió una de las técnicos. En lugar de “sujetadores”, escribió “asujetadores”. La enfermera insistió en ese error y se rió varios días. Mi madre en algún momento, agotada de esta situación, le dijo con ironía, “es que en nuestros liceos con letra no nos enseñaban a escribir, debe ser por eso”. La enfermera nunca más habló del tema. Mi madre es chora. Madre-chora.

Yo admiro la fuerza de mi madre. Me habría gustado encajar más en ese esquema pero de alguna forma siempre he sido un poco más grave, más melancólica, incluso más dramática. Mi abuela, que era de la misma escuela que mi madre, me decía “María Luján” cuando era niña. Creo que era un personaje de una película que protagonizó Sara Montiel en los ‘50. Antes pensaba que eso me hacía débil. Madre-fuerte, hija-débil. Luego tuve rabia con ella y la injurié por una crianza dura desde la cual es tan difícil hablar de los afectos, sobre lo que nos pasa. Desde hace algún tiempo pienso que no somos mejores ni peores que la otra, solo diferentes. 

Trabajé los últimos 2 años haciendo etnografía con mujeres-madres en barrios de bajos ingresos en Santiago de Chile. Las acompañé en situaciones de la vida cotidiana: buscar a lxs niñxs al colegio, almorzar, hacer trámites. En esos momentos conversamos de muchas cosas, y entre ellas, sobre lxs adultxs que estas mujeres-madres querían que sus hijxs llegaran a ser y por qué criar como criaban en el presente. Me encontré varias veces con el valor de la fuerza en estos discursos, con la autodefensa, la autosuficiencia, pero también con la perseverancia, en un mundo que aparecía como potencialmente peligroso.

Observé que para lxs expertxs que se relacionaban con estas mujeres también cotidianamente, desde el Cesfam o los jardines infantiles, muchas de estas decisiones que se inscribían en el discurso de la fortaleza eran vistas como parte de crianzas negligentes. Crianzas carentes de cuidado. Pienso que es todo lo contrario. Hay cuidado ahí donde existe la voluntad de la reproducción futura de sus hijxs en un mundo que se percibe y experimenta concretamente como hostil. La fuerza aparece como una herramienta que les permitiría desenvolverse en esa experiencia del mundo. “Si él va corriendo y se cae, él sabe que si es algo grave, si le sale sangre,  tiene que acudir a mi, pero si no, él tiene que seguir, porque no hay nadie más para ayudarlo: él sigue o sigue”, me dijo una de las madres cuando su hijo de ocho años estaba jugando en el pasaje. Proveerles a sus hijxs de una coraza que les proteja del mundo. Que se hagan costras y que luego la piel se vaya endureciendo. Un cuerpo-coraza, no para aislarse del mundo, sino que para seguir o seguir. Hablar con estas madres me permitió ver a la mía. Comprender su cuidado y su cariño, su cariño espeso. Madre-espesa. 

En una oportunidad, otra de las mujeres-madres del estudio me comentó que a su hija la molestaban por sus bigotes en el colegio. “Yo le digo: Jose, son tus bigotes. Si te molestan di ‘son mis bigotes’. Y si te molestan mucho te los sacai no más po’. Entonces yo les enseño a ellas [sus dos hijas]. Ponte tú el otro día la Josefina también me dijo ‘estoy gorda’. Ahí yo le dije: ‘me volvís a decir eso y te pego’. En esos temas, yo soy más simple, no los resuelvo así como ‘te voy a llevar al psicólogo’. No, o sea, estai hablando tonteras, si eso es una tontera…”.

Ahí fue cuando le pregunté: “¿Querís que sean fuertes, cierto?”. Y ella pronunció una de las frases más importantes en mi vida como investigadora pero también como hija. Dijo: “Si po’, que sean fuertes. Yo siento que al final eso es lo único que una les puede heredar porque si el día de mañana yo me muero o pasa algo, la única manera que ellas puedan sostenerse en la vida, en general, es que ellas tengan una personalidad fuerte porque o sino se las comen.”

“¿Querís que sean fuertes, cierto?”. Cuando escuché nuevamente esa pregunta, mientras transcribía la  entrevista,  me di cuenta que se la estaba haciendo a mi mamá. 


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* Este texto fue creado en octubre del año 2021, en el contexto de un taller de ensayo autobiográfico dirigido por Lorena Amaro. Agradezco su lectura atenta, sus comentarios precisos, la bibliografía estimulante y sus reflexiones que nos compartió con tanta generosidad.

** Los fragmentos de entrevistas se enmarcan en investigaciones que hemos llevado a cabo en conjunto con la investigadora Marjorie Murray. Parte de nuestras reflexiones sobre las diferentes maternidades y crianzas se encuentran en el texto «Raising children in hostile worlds in Santiago de Chile: Optimism and ‘hyper-agentic’ mothers» (The sociological Review, 2021). Agradezco todo lo que he aprendido trabajando junto a ella.

Etnógrafa. Actualmente trabajo en investigaciones etnográficas sobre cuidados, trabajo reproductivo y maternidades con mujeres-madres que viven en barrios de bajos ingresos. También soy integrante del equipo editorial en carcaj.cl y tengo un proyecto de solidaridad testimonial sobre experiencias con bulimia (@escrituras.bulimicas en instagram).

1 comentario

  • Me encanto el texto. Me tocó el corazón;ya que la crianza de mi madre ha sido algo «espesa». Y volver a recordar que es parte de su manera de amar, me emocionó. Muchas gracias <3. De la misma forma, la narración se hace muy amena y familiar; es como haber estado conversando con una amiga cercana sobre nuestras experiencias de vida. Cariños y felicitaciones <3

    Geannelee Araya Millacán

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