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02 de junio 2023

Geopolítica y eugenesia

por Silvana Vetö

Sobre: César Leyton Robinson. Higiene, regulación social y reforma urbana en Santiago de Chile. Ciencia y política de la erradicación, 1973-1990. Concepción, Ediciones Escaparate, diciembre 2022.

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Higiene, regulación social y reforma urbana en Santiago de Chile, que lleva como subtítulo Ciencia y política de la erradicación, 1973-1990, es el resultado del trabajo doctoral de Leyton, realizado en España con el conocido historiador de la psiquiatría y el higienismo, Rafael Huertas y es, a la vez, continuación y ampliación de su trabajo anterior, compuesto por una importante cantidad de artículos, capítulos de libros y libros co-editados en relación a los temas que confluyen en el libro que aquí comento. Mencionaré unos pocos trabajos que permiten contextualizar el trabajo del autor y trazar el recorrido que lo llevó hasta esta publicación. En primer lugar, un artículo de 2008, titulado, “La ciudad de los locos, industrialización, psiquiatría y cuestión social. Chile, 1870-1940”,[1] que ya vinculaba la ciudad y la cuestión social con la historia de las ciencias, en este caso de la psiquiatría (que, por muy discutible que pueda ser su estatuto científico, suele ser incorporada dentro de ese campo). En segundo lugar, lo que me parece un hito mirado en retrospectiva, es su texto de 2012, publicado junto a Rafael Huertas, y titulado “Reforma urbana e higiene social en Santiago de Chile. La tecno-utopía liberal de Benjamín Vicuña Mackenna (1872-1875)”,[2] donde profundiza su interés por las relaciones entre ciudad e higiene social, particularmente en las reformas de Vicuña Mackenna en Santiago, elaborando la idea de “tecno-utopía liberal” para conceptualizar los impulsos y trasfondo ideológico del entonces Intendente de la ciudad de Santiago. Tercero, el texto “Geopolítica y ciudad gueto: Erradicaciones eugenésicas en la Dictadura Militar. Santiago de Chile 1973-1990”, publicado en 2015,[3] extendiéndose a nuestra historia reciente y elaborando en ese contexto una tesis, polémica sin duda y debatida por algunes, que aquí resaltaré y defenderé, centrando en ello mi comentario del libro, a saber, la utilización del concepto de “eugenesia” para analizar prácticas llevadas a cabo durante la dictadura militar de Pinochet en el contexto de la Guerra Fría. “El gobierno de las poblaciones: Augusto Orrego Luco y la cuestión social en Chile”. Finalmente, y cerrando este ciclo que muestra la coherencia investigativa del autor, “El gobierno de las poblaciones: Augusto Orrego Luco y la Cuestión Social en Chile”, aparecido en 2020,[4] agregando las ideas positivistas e higienistas sostenidas por el muy influyente médico, legislador y político liberal chileno Augusto Orrego Luco en las décadas de 1880 y 1890 en Chile. 

Hay muchos textos más que se podría mencionar dentro de la producción del autor, pero por ahora sólo dejaré mencionada además una trilogía ineludible a la hora de estudiar y adentrarse en la historia de la psiquiatría, el higienismo, la eugenesia y las ciencias en Chile, co-editados por Leyton: Industria del delito. Historia de las ciencias criminológicas en Chile (2014),[5] el ya citado El bulevar de los pobres. Racismo científico, higiene y eugenesia en Chile e Iberoamérica, siglos XIX y XX (2015) y el texto final de la trilogía, República de la salud. Fundación y ruinas de un país sanitario. Chile, siglos XIX y XX (2016).[6]

La tesis ya mencionada en torno a la cual quisiera centrar este comentario, y que atraviesa el libro completo, es la de utilizar el concepto de eugenesia para entender las implicancias y efectos de determinadas prácticas llevadas a cabo durante la dictadura militar. La utilización del concepto de eugenesia en el contexto de la dictadura hacer encender las mismas alarmas que el uso del concepto de “genocidio”. En el caso de las “prácticas genocidas”, existe una defensa de particularidad y de cuasi mistificación, que querría restringir su uso a algunos casos históricos específicos, especialmente al Holocausto. En el caso de la eugenesia, la acusación toma el tinte del anacronismo, como si el concepto no pudiera ser utilizado fuera del siglo XIX y comienzos del XX, quedando su uso limitado al periodo previo a la Segunda Guerra Mundial, como si la ONU y los juicios de Nuremberg hubiesen acabado de manera definitiva con las prácticas eugénicas. En ambos casos, resulta como si después del Nazismo hubiera conceptos, particularmente aquellos con los que se intentó comprender ese fenómeno histórico, que simplemente no pudieran ser sacados de ese contexto sin bajarle el perfil o la gravedad, dicen, o, como si por hacerlo, se estuviera acusando injustificadamente, dicen, a otros regímenes o fenómenos históricos, de nazis. Se piensa que, al utilizar conceptos propios de otras épocas históricas se reduciría la comprensión del presente al pasado, se buscaría homogenizar acontecimientos históricos, perdiendo el presente su especificidad y diferencia. Sin embargo, me parece que ese argumento carece de conciencia histórica, olvidando que el pasado no es algo que ya fue, sino algo que vive en el presente a través de sus diferentes relictos, más aún si se trata de un acontecimientos históricos traumáticos. Y son estos relictos los que Leyton logra rescatar y analizar en este libro. Con ello, no nos dice que el régimen dictatorial de Pinochet y los Chicago Boys fuera nazi –aunque muestre rasgos compartidos–, sino que nos indica y demuestra que las huellas que trazó en el nazismo cierto pensamiento científico, el heredo-degeneracionista elaborado en los siglos XVIII y XIX, fueron trazadas también en los fundamentos de las prácticas de la dictadura militar en Chile en las décadas de 1970 y 1980. 

En efecto, pienso que el esfuerzo teórico de Leyton –no siempre presente en la historiografía, huelga decirlo–, argumenta suficientemente en contra de estas alarmas, demostrando que existen prácticas eugénicas donde quiera que se utilicen explicaciones biológicas para entender problemas sociales y políticos, cuya formulación se basa en la denigración y la peligrosidad de la otredad: pobres, inmigrantes, enfermos mentales, homosexuales, lesbianas, travestis y trans, judíos, gitanos, mapuches u otros grupos étnicos, y cuya intervención apunte a alguna forma de erradicación de dichos grupos con el fin de mejorar la calidad biológica de los otros grupos que forman parte del conjunto, nacional, étnico, religioso u otro.

En este sentido, la eugenesia y la higiene social, constituyen dos caras de una misma moneda: la de la regulación social. Una regulación que no sólo aspira a producir sujetos de un tipo específico, a producir determinada forma de subjetividad y corporalidad, sino también, como bien lo dice César, a erradicar otras, abyectas, deplorables, temidas, rechazadas, sin cuya erradicación o eliminación, la construcción de lo ideal no sería, en efecto, posible. 

Mismas dos caras del capitalismo, cuyo proyecto social, político y económico, como han sostenido autores como Silvia Federici[7] o Maurizio Lazzarato, sólo es posible de instalar por medio de una violencia fundacional, es decir, de una violencia que no es sólo simbólica, sino también material, física, corporal. Por medio de la guerra. Esa violencia, sostiene Lazzarato, no es sólo primitiva, no se encuentra sólo en el pasado, sino que se sigue ejerciendo en el presente, pero no ciertamente sobre los pueblos del norte, sobre blancos, hombres, heterosexuales, sino sobre los pueblos del sur, les indígenas y sus tierras, las mujeres y las disidencias, es decir, sobre los grupos abyectos y excluidos, para mantener la utopía de su inexistencia en otras regiones del planeta y sobre otros grupos.[8]

Volviendo desde aquí al libro de Leyton, esto equivale a constatar que la utopía social de la dictadura militar, un país neoliberal y conservador, en el que efectivamente vivimos aun –constatación de la que dan sobrada fe los votos  para el Consejo Constitucional el domingo 14 de mayo donde los que consiguieron más escaños fueron les candidates del Partido Republicano, de extrema derecha, fieles pinochetistas y defensores a ultranza de la subsidiariedad del Estado–, no se creó ni se mantiene hoy sólo por medios simbólicos, sino que se instaló y se sostiene por medio de la violencia y de procesos efectivos de erradicación, es decir de prácticas eugenésicas, por medio de la detención ilegal, tortura y desaparición los grupos que entonces eran llamados “subversivos”, pero también de la erradicación espacial y la supuesta integración, por medio del consumo y el endeudamiento, de otros grupos, marginales y pobres, que se oponían también al delirio neoliberal-conservador del régimen dictatorial. En este plano, el estudio que hace Leyton de las políticas de control de la fecundidad, de erradicación de campamentos, de vivienda social y de alimentación elaboradas por el Dr. Fernando Monckeberg, son estudios de caso elocuentes y no suficientemente abordados hasta ahora en la historiografía de la dictadura militar ni de las ciencias en Chile. A estas prácticas, Leyton las llama “ciencia y política de la erradicación”, y la desprende de las nociones geopolíticas elaboradas por Pinochet y otros militares en la época, como sostén de todo su empeño de reforma social, política y económica. Pero, y aquí lo más interesante desde el punto de vista historiográfico, cuyas huellas se pueden trazar genealógicamente hasta la tecno-utopía liberal y reforma urbanística de Benjamín Vicuña Mackenna en la década de 1870, y hasta las propuestas positivistas de Augusto Orrego Luco, respecto de la llamada “cuestión social” en las décadas de 1880 y 1890. 

La malla conceptual armada entre Vicuña Mackenna y Orrego Luco y otros, que Leyton reconstituye, fue el sostén del ideal de modernización y construcción de una identidad nacional. Una malla científica positivista de cuño europeo, conformada por el higienismo, el evolucionismo o darwinismo social, el degeneracionismo, el racismo científico y un espíritu civilizador que llevaban a concebir el campo de lo político y de lo social en base a metáforas biológicas u organicistas que construían y abordaban los problemas sociopolíticos como patologías que era necesario combatir, extirpar, erradicar. Problemas entonces llamados “enfermedades de trascendencia social”, como la vagancia, la mendicidad, la criminalidad, la prostitución, el alcoholismo, la sífilis, entre otras, que se entendían producidas por formas de vida características de las clases populares, constituida fundamentalmente por pobres, inmigrantes e indígenas: 

“Esta es la utopía que el Intendente persigue, considerar la ciudad de Santiago como un gran organismo, como un gran cuerpo en el que la salud equivale a desarrollo social y la enfermedad a todo lo que impida dicho desarrollo, un conjunto de patologías sociales que deberán combatirse y extirparse (…) era preciso extirpar determinadas formas de vida y de hábitat que se contraponían al modelo de la ciudad moderna y civilizada y que constituían una especie de antimodelo, de anticiudad.” (p. 53).

Se trataba de sectores que había que fijar en la ciudad, higienizar y moralizar, elementos indispensables para la organización social moderna, transformando a estos grupos, las gentes del “mal vivir”, como se les denominada en entonces, en seres adaptados y productivos: “individuos sanos y fuertes que contribuyan al desarrollo socioeconómico y a la construcción de la nación. Una mano de obra sana, gradualmente blanqueada, y suficientemente adaptada a su condición subalterna, que resulta imprescindible para la instauración definitiva del moderno capitalismo y, en suma, del tantas veces aludido espíritu civilizador” (p. 63-4). 

Como señala Orrego Luco (1897), citado por Leyton: 

“Material y moralmente la atmósfera del rancho es una atmósfera malsana y disolvente, y que no solamente presenta al estadista el problema de la mortalidad de los párvulos, sino también el problema más grave todavía de la constitución del estado civil, de la organización fundamental de la familia; problema formidable en que hasta ahora no se ha fijado la atención y que está llamado a hacer una peligrosa aparición en un término acaso no lejano” (p. 81). 

Se trataba, como bien señala Leyton, de higienizar y moralizar para tornar a esta población no sólo más productiva, sino también más dócil. Atacar los problemas sanitarios, que producen el mal vivir, para acabar también con la peligrosidad que su descontento social involucraban. Pero para esto, era necesario no sólo intervenir, sino desarrollar la posibilidad de prevenir y, para ello, también era necesario poder predecir. De allí que las estadísticas y los estudios de población, ampliamente vinculados al heredo-degeneracionismo propio de las teorías evolutivas, higienistas y criminológicas de la época, se incorporasen a la política. Con ello, la ciencia y las estadísticas toman las riendas de la política, como biopolítica o, como la entenderán los militares, geopolítica. De allí la continuidad con la dictadura militar:

“Ordenar a la población en un territorio, crear las tecnologías (estadísticas) sobre la vida de las poblaciones, obtener información de cómo gobernarlas para el modelo productivo, crear una verticalidad de conducción del Estado que controle a estas poblaciones atrapadas en un mundo pasado es el secreto que busca resolver Orrego Luco. Acabar con las limitaciones que condenan la vida de esta población especie, atajar la amenaza que, en un doble sentido, representa dicha población, la que limita la vida de esa masa productora y, posteriormente, la de la peligrosidad social que desafía a los Gobiernos.” (p. 87)

Estas técnicas, sostenidas en el discurso positivista de la ciencia, van construyendo la idea de “hombre medio”, biológica y socialmente hablando, respecto del cual se puede identificar, a su vez, al desviado y “anormal”: locos, enfermos, degenerados que transmiten, a través de su herencia defectuosa, sus taras biológicas, asociadas siempre a problemas sociales, como la criminalidad. Todo esto era hallado, por un sinnúmero de miopías y prejuicios racistas y clasista, específicamente entre los pobres y la población indígena, identificándose con ellos la degradación y degeneración de la raza: “Una ‘embriología del crimen’ que da lugar a familias marginales, y degeneradas, que amenazan y contaminan una sociedad ordenada, pulcra y aséptica” (p. 97).

Veremos ahora cómo estas políticas sociosanitarias y urbanísticas liberales desarrolladas en el siglo XIX para el gobierno de las poblaciones pueden “ser considerados como antecedentes de los modelos científicos de higienización y segregación implementados, muchos años más tarde, por la dictadura militar de Pinochet en el marco del (neo)liberalismo del siglo XX” (p. 101).

Volvamos entonces a la idea de erradicación durante la dictadura militar, ligada a la concepción castrense de la política como geopolítica. Para la lógica militar, la noción de territorio es central. Territorio y control del territorio. En ese sentido, también es central la noción de población, pues lo que se intenta controlar en el territorio es la población y sus movimientos. En 1968, el entonces coronel y profesor de la Academia de Guerra, Augusto Pinochet, publicaba su libro Geopolítica, basado en una mezcla de Geopolitik imperialista prusiana y de geopolítica norteamericana anticomunista, en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional. Es tesis de Leyton que esta fusión “permitió unos desarrollos que difícilmente pueden entenderse sin tener en cuenta el soporte científico propiciado por el determinismo positivista decimonónico. Darwinismo y darwinismo social, determinismo biológico y ciencia positiva, pero también racismo científico, eugenesia, prevención e higiene social aparecen como telón de fondo de una geopolítica cuyas conexiones con la llamada biopolítica resultan evidentes” (p. 108-9).

La idea de “espacio vital”, cara a los nazis, emparentada con los conceptos de lucha por la vida, selección natural y supervivencia del más apto, todos ellos del evolucionismo darwiniano-lamarckiano, animan la noción de Estado-Ameba, claramente organicista, destacada por Pinochet. El Estado, según esta idea, sería un organismo vivo, sometido a leyes e influencias, como todo organismo, que nace, crece y muere. Como un protozoo, es capaz de emitir pseudópodos para alimentarse o desplazarse, puede expandirse y reproducirse, puede digerir y asimilar, o bien destruir y eliminar, las sustancias que atrapa en su interior. Así, en un Estado-Ameba que lucha por su espacio vital y su supervivencia, las fronteras no son fijas. Busca expandirse para encontrar zonas de explotación para la producción capitalista y, en ese proceso puede fagocitar o bien ser fagocitado por otros estados, como Perú o Bolivia en el caso de Chile, pero también luchando contra enemigos internos, en un proceso de “endocolonización” (término que Leyton toma de Paul Virilio), como sucede por ejemplo con la ocupación de la Araucanía y, como veremos, con ciertas zonas de Santiago, con el fin de desarrollar negocios regionales-industriales, como las forestales en la Araucanía, o negocios locales, como el lucrativo negocio inmobiliario en Santiago. 

Para los militares discípulos de Pinochet, los objetivos de la geopolítica son “el desarrollo (económico y social) y la seguridad” (Von Chrismar Escuti, 1972, citado en p. 118), lo que, si entendemos ese desarrollo económico y social en relación con el neoliberalismo de los Chicago Boys, se entiende que la geopolítica fuese la política, propiamente tal, de la dictadura, no sólo una parte de ella. Desarrollo y seguridad que deben ser ejercidos con el control de la población y el territorio, buscando detectar y erradicar a tiempo cualquier síntoma de “decadencia moral, intelectual y física” (p. 119) que se pudiera traducir en peligros contra la seguridad nacional y el proyecto de país que se buscaba instalar.

Estas ideas se consolidaron, como muestra muy bien Leyton, en la Oficina de Planificación Nacional (ODEPLAN), creada en 1978, y se expresan particularmente en su documento titulado Política de población, publicado en 1979. Uno de los puntos pivotes de esta política era la política pro-natalista y el incentivo de la fecundidad, la que se consideró afectada por los programas de planificación familiar y políticas anticonceptivas desarrollados desde la década de 1960. Se vinculaban aquí dos cuestiones clave de la dictadura: el conservadurismo religioso y el neoliberalismo económico, los cuales, entremezclados, buscaban incrementar los nacimientos para lograr mayor “capital humano”, “para la producción o para el ejército, en aras de asegurar el desarrollo y la soberanía territorial, sino también para facilitar el consumo” (p. 127). “(…) la familia cristiana dócil con el régimen establecido debería asumir sus responsabilidades convirtiéndose en un espacio de normativización y de control social, pero también en una célula del gran organismo social, por más que el Estado, al menos aparentemente y sobre el papel, no se inmiscuyera en su funcionamiento interno” (p. 128). Para ello, era necesario entonces educar y concientizar a las madres, a las niñas y niños, respecto del valor de la familia y su rol en el desarrollo de la patria. Se buscaba infundir valores nacionalistas que pudieran impedir la “penetración de ideologías foráneas, desestabilizadoras y peligrosas, cuando no ‘patológicas’. La ‘sociedad sana’ que el régimen propugna debe protegerse de la enfermedad del comunismo y su población debe inmunizarse ante el posible contagio” (p. 139). Inmunización y contagio contra la enfermedad, así eran concebidas las problemáticas políticas y sociales y sus estrategias de intervención.

Se pretendía emprender un rejuvenecimiento de la población, a la vez que una moralización, para aumentar tanto su cantidad y como su calidad, pero no se reparó en las necesidad de garantizar la calidad de vida de los nuevos y nuevas habitantes, “por lo que las nuevas generaciones de chilenos (pobres) difícilmente podrían contribuir al desarrollo de la nación o velar por la seguridad nacional” (p. 137).

El incremento demográfico, sobre todo su concentración en Santiago, y las necesidades de fuerza de trabajo y de consumo, hacían necesario también un nuevo reparto de la población en el territorio, lo que se puso en juego a través de las políticas de regionalización del país, pero también de reorganización de comunas en Santiago, políticas de erradicación y vivienda, todas las cuales mezclaban también, de manera peculiar, la política económica neoliberal con la geopolítica castrense. 

La regionalización fue llevada a cabo en base a los principios elaborados también por ODEPLAN y asumida por la Comisión Nacional de la Reforma Administrativa (CONARA), conformada en 1973 y constituida por militares de alto rango, muchos de los cuales también formaban parte de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), por algunas comunas, como la de Santiago, y por el MINVU (Ministerio de Vivienda y Urbanismo). Este proceso, que en realidad era una delegación del poder central a regiones que en ese sentido no eran autónomas sino representantes de la autoridad del Jefe de Estado, se realizó con el objetivo de acabar con la pobreza, de acuerdo a la idea de “agrupar a la población (mano de obra y consumidores) en determinadas regiones, con el fin de explotar mejor los recursos naturales del territorio” (p. 150), de cambiar el modelo económico tanto a nivel macro (desnacionalizaciones) como a nivel micro (privatizaciones de los servicios, consumo y endeudamiento), junto con desmovilizar y despolitizar, a través de la segregación y la planificación de la participación de la comunidad, pero también del miedo y la delación producidos por la represión y el exterminio de personas. 

El plan de erradicación de campamentos del centro de Santiago y la reubicación de los pobladores en sectores periféricos de la ciudad (comunas llamadas container), denunciado ya en la época como un apartheid, fue parte esencial de la construcción de la ciudad neoliberal. “Se propicia la imagen de una ciudad inhabitable, llena de peligros y miserias, y convertida en un espacio patológico, que exige medidas de defensa social” (p. 164). Se entiende que, a mayor concentración poblacional en condiciones de pobreza, mayor delincuencia, mayor violencia y, por ende, mayores conflictos sociales. La intervención de los campamentos involucraba, por tanto, un mejor control del espacio, pero también un mejor control político para la implantación de un ideal económico. En ese sentido, el desarrollo del negocio inmobiliario en torno a este plan de erradicación, es emblemático. 

Entre 1979 y 1986, más de 29.000 familias de la Región Metropolitana fueron realojadas en comunas periféricas de la ciudad (como La Granja y San Bernardo) con la promesa de soluciones habitacionales con mejores instalaciones sanitarias y servicios, que sin embargo nunca llegaron, y que los obligó, además, a endeudarse de por vida, colaborando con ello al enriquecimiento de otros, con la creación del mercado inmobiliario. Es decir, fueron traslados desde zonas de alta rentabilidad, utilizado para construir condominios de lujo, a zonas de baja rentabilidad. Fue el “inicio de la cimentación del negocio de la segregación. A través de una política de viviendas sociales, construyeron enormes conjuntos habitacionales en zonas excluidas de toda estructura básica del Estado, ahorrando inversión y desviando capitales estatales de protección social a la creación de una industria inmobiliaria. Sus enormes dividendos fueron a instituciones financieras privadas para, posteriormente, implementar e intervenir en un programa de transformación radical hacia el modelo neoliberal dirigido a toda la población chilena” (p. 181).

El libro de Leyton analiza en detalle el itinerario de este proceso, el cual no repetiremos aquí, pero que les recomiendo fuertemente leer, pues es parte de la historia de la situación de marginalidad y exclusión en que viven hoy cientos de miles de familias de Santiago y de otras grandes ciudades del país que siguieron, posteriormente, el modelo neoliberal de la capital. 

Otro aspecto trabajado por César en el contexto de las políticas de erradicación que quisiera destacar, es que el criterio principal para la “erradicación” era el “perfil social” de los pobladores, pues lo que se buscaba era la homogenización de las comunas. Para decirlo sin eufemismos, dejar a los pobres con los pobres y los ricos con los ricos, salvo por unos pocos asentamientos de pobres entre los ricos que pudieran cubrir sus necesidades de personal doméstico, por ejemplo, en la comuna de Las Condes. 

A los pobres, ahora en zonas marginales de la ciudad, les era dado un espacio mínimo, llamado “caseta sanitaria” –sustituyendo el mucho más “socialista” término de “vivienda social”–, que era lo que llamaron un “lote de servicios”, de 18 mts.2, compuesto de alcantarillado, agua potable y cocina, y que daba la posibilidad de “mejoramiento” a través de créditos, con el esfuerzo y el ahorro, implantando con ello una ideología neoliberal inalcanzable, para transformarlas en espacios realmente habitables para las familias populares que contaban con, en promedio, cinco integrantes. Dado que esto dependía de sus esfuerzos económicos, había una importante crisis económica y sus trabajos así como los programas de incentivo del trabajo eran absolutamente insuficientes, estas “mejoras” nunca se implementaban, y los erradicados volvían a construir mediaguas y seguían con problemas sanitarios, educacionales y sociales como la desnutrición infantil, el alcoholismo, la drogadicción, la delincuencia y la prostitución, pero ahora lejos del centro económico y cultural de la capital, lejos de la vista de los políticos y de los ricos. Había aquí, como demuestra el autor con diversas fuentes, un darwinismo social que funcionaba como forma de legitimación del capitalismo salvaje:

“(…) las poblaciones erradicadas, pobres y débiles, si no eran capaces de adaptarse a las leyes ‘naturales’ del mercado estaban llamadas a desaparecer. Desde una concepción ‘orgánica’ de la sociedad la lucha por la existencia sería encarada con éxito por los grupos más pudientes, que detentaban el poder y el control sobre los demás, y también, aunque con más dificultades, a aquellos que conseguían convertirse en consumidores y pequeños propietarios que terminarían siendo aptos para la vida, aunque esta se desarrollara en condiciones precarias.” (p. 202)

Se creó así esta nueva “otra ciudad”, como el “aduar africano” o la “ciudad bárbara” de Vicuña Mackenna, pero en pleno siglo XX, como parte del proceso de transformación ahora neoliberal de Chile. Esta “relocalización de la pobreza”, como la denomina César, generó la homogenización de los espacios comunales, dejando a las comunas periféricas, con menores presupuestos, con índices aún mayores de marginalidad, puesto que carecían de servicios básicos, de conectividad, educación y empleos, generando por tanto aun mayor desigualdad y polarización del espacio urbano y social.

La última particularidad que quiero resaltar en torno a estas políticas de erradicación de la dictadura militar trabajadas por Leyton, es la relación entre geopolítica y raza, que nos permite volver a la cuestión de la eugenesia, para ir concluyendo. El autor plantea que “la selección étnica y la construcción de un nacionalismo chileno sobre bases raciales estuvieron presentes como telón de fondo del proceso de erradicación” (p.205), lo que puede advertirse en diversas fuentes vinculadas a los proyectos del régimen dictatorial. La idea era la creación de un “nuevo hombre”, en base a esa famosa “raza chilena” de Nicolás Palacios, difundida desde 1904. Así, el documento de la CONARA de 1976, que propugnaba la creación de una Nueva Institucionalidad, afirmaba: 

“Solamente una raza surgida del cruce de dos vertientes de sangre extraordinarias podría producir el milagro de un pueblo que, como el chileno, ha sido capaz de construir en el extremo sur del Pacífico, un país que se distinguió desde los albores mismos de la Independencia por su altivez nacional, dignamente representados por sus Fuerzas Armadas, su innato sentido de la jerarquía y el orden, su amor por la libertad y la cultura…” (p. 205)

Así, la mezcla de la raza chilena, con la occidental-europea, debía crear sujetos más sanos, fuertes y dóciles. Estudios biológicos de la época demostraban que, sociogenéticamente, las élites chilenas, blancas y de origen europeo, no se habían casi mezclado con las bajas, donde habían más componentes indígenas y mayores índices de pobreza, marginalidad y morbilidad asociada a dichas condiciones sociales. Para promover, entonces, la creación de ese nuevo hombre chileno, restaurar la segregación socio-racial histórica, que se había visto amenazada por los movimientos sociales del siglo XX, era esencial:

“La erradicación actuó, en suma, como una estrategia geopolítica que pretendió hacer de Chile una ‘gran nación’. Para ello fue necesario imponer medidas que permitieran ‘arrancar de raíz’, erradicar, las influencias que podían obstaculizar dicho objetivo. Aislamiento y segregación garantizarían la pureza racial de unos y la degeneración de otros, pero también evitarían conflictos sociales y una sociedad suficientemente estratificada, ordenada y regulada.” (p. 210)

Con esta cita, horrorosa y contundente, concluyo este comentario y les dejo invitades a leer este valiosísimo aporte de César a los estudios sobre la dictadura militar y sobre la historia social y política de la ciencia en Chile, que hoy ha adquirido una nueva urgencia debido a la contingencia política que nos obliga a dar una mirada al pasado para intentar comprender y transformar esta realidad re-traumatizante que busca rescatar, en una nueva Carta Magna, los principios científico-políticos y geopolíticos que subtendieron a la violencia vivida durante la dictadura militar.


Notas

[1] César Leyton Robinson, “La ciudad de los locos, industrialización, psiquiatría y cuestión social. Chile, 1870-1940”, Frenia, VIII, 2008, pp. 259-276.

[2] Rafael Huertas & César Leyton Robinson, “Reforma urbana e higiene social en Santiago de Chile. La tecno-utopía liberal de Benjamín Vicuña Mackenna (1872-1875)”, Dynamis, 32(1), 2012, pp. 21-44.

[3] César Leyton Robinson, “Geopolítica y ciudad gueto: Erradicaciones eugenésicas en la Dictadura Militar. Santiago de Chile 1973-1990”, en Bulevar de los Pobres: Racismo Científico, higiene y eugenesia en Chile e Iberoamerica, siglos XIX y XX. Leyton Robinson, César; Palacios Laval, Cristián; Sánchez Delgado, Marcelo (Eds.). Santiago, Ocho Libros, 2015.

[4] César Leyton Robinson, “El gobierno de las poblaciones: Augusto Orrego Luco y la Cuestión Social en Chile”, Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, 72(1), enero-junio 2020, p297. DOI: htps://doi.org/10.3989/asclepio.2020.06 

[5] César Leyton Robinson & Cristián Palacios Laval (Eds.). Industria del delito. Historia de las ciencias criminológicas en Chile. Santiago, Ocho Libros, 2014.

[6] César Leyton Robinson, Claudia Araya Ibacache, Marcelo López Campillay, Marcelo Sánchez Delgado & Cristián Palacios Laval (Eds.). República de la salud. Fundación y ruinas de un país sanitario. Chile, siglos XIX y XX. Santiago, Ocho Libros, 2016.

[7] Silvia Federici. Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Buenos Aires, Tinta Limón, 2011.

[8] Maurizzio Lazzarato. ¿Te acuerdas de la revolución? Minorías y clases. Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2022.

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