Ilustración: El corazón de los barones del caucho, de Santiago Yahuarcani López

23 de noviembre 2022

La naturaleza de las humanidades. Para una vida bajo otro clima

por Silvana Vetö

Sobre La naturaleza de las humanidades. Para una vida bajo otro clima, editado por raúl rodríguez freire (Mimesis, Valparaíso, 2022)

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“Lo que en tiempos pasados habría sido descrito
con el lenguaje de la mística de la oscuridad
o el de la teología negativa, nuestra era contemporánea
lo piensa en términos de terror sobrenatural”.
Eugene Thacker, En el polvo de este planeta.
El horror de la filosofía, I, p. 12.

La naturaleza de las humanidades. Para una vida bajo otro clima, editado por raúl rodríguez freire y publicado por Mimesis, es parte del único proyecto editorial chileno, al menos en mi conocimiento, que está haciendo de la pregunta por la crisis climática una de sus líneas sistemáticas de trabajo. Haciendo así de la resistencia al capitalismo cognitivo y la neoliberalización de la universidad una política editorial. En esta línea, agradezco muchísimo la invitación de raúl a presentar el libro, puesto que es primera vez que recibo una invitación así luego de haber renunciado, hace casi tres años ya, al trabajo académico, justamente en el ámbito de las humanidades.

El libro, que contempla ocho textos más una presentación del editor, incluye autorxs de Argentina, Colombia, Brasil, México, Chile y Alemania, surgió de un coloquio online realizado en abril de 2021, e incluye temáticas vinculadas a las prácticas sonoras y la musicología (Ana Ochoca Gautier), la filosofía y la cultura (Emmanuel Biset), el arte y la naturaleza (Clemencia Echeverri), la literatura y la espacialidad (Jörg Dünne), el impacto desigual de la crisis climática desde América Latina, con particular énfasis en los pueblos originarios y las mujeres (Astrid Ulloa), la literatura de Clarice Lispector (Evando Nascimento), la relación entre la crisis climática y las prácticas editoriales (Gabriela Méndez Cota) y una propuesta para transformar las humanidades, del editor (raúl rodríguez freire). Cada una de estas intervenciones propone ejes e interrogantes que podrían ser motivo de indagación individual –he aquí la dificultad de comentar un libro colectivo–, pero yo voy a subrayar aquí únicamente algunas cuestiones referenciales y temáticas que atraviesan sino todas, al menos la mayoría de los textos, y me detendré particularmente en aspectos que interpelan mis propios intereses y referencias, abriendo tal vez la presentación a problemas, conceptos y autorxs que no aparecen directamente en el libro, pero que fueron convocados por él, generando nuevas redes de conexión, nuevos lazos, o nuevas formas de seguir con el problema, como diría Donna Haraway.[1]

El concepto central que atraviesa el libro es, por supuesto, el de Antropoceno, y partiré por ahí. En las humanidades chilenas, el debate sobre el antropoceno, si es que existe, es bastante reciente. Parece tener siempre un hálito colonial o colonialista, una apariencia europea-norteamericana, a la vez que universal y universalizante. Parece tener también ese aspecto academicista que vuelve a ciertas zonas del pensamiento y el activismo latinoamericano resistentes a su consideración e injerencia.

Mi familiarización con la noción de antropoceno, proviene de Donna Haraway, particularmente de su libro recién mencionado, Seguir con el problema, y, por lo tanto, de una discusión vinculada con los feminismos, con el pensamiento queer y no-binario, y con el posthumanismo. Para Haraway, hablar acerca de la devastación del mundo y de los mundos posibles, pone al centro el problema las redes que formamos con otrxs seres y, en este sentido, implica preguntarse cómo somos en esa red, cómo actuamos en ella con otrxs seres, implica reposicionarnos en ella y, por lo tanto, interrogar las jerarquías del pensamiento, ya no sólo las de género, raza y clase, sino también las de especies.

En este sentido, la pregunta por el antropoceno involucra una pregunta por la ontología y, desde allí, como veremos, lo que destaca en el libro, por la epistemología. Es decir, ¿qué es este ser que ha llevado al Planeta, incluidos tanto humanos como no-humanos, al umbral de su extinción? ¿Qué pueden ser en y para un mundo en el umbral de la devastación? ¿Cómo podemos pensarlos o repensarlos, y qué categorías de pensamiento necesitamos para ese nuevo pensamiento que incluiría la devastación climática en tanto que Extinción? ¿Cómo pensamos/cómo piensan los seres si ya no se piensan como centro pensante, organizador y dominante del universo? ¿Qué figura toma su pensamiento? Y esto es esencial para pensar las hasta ahora llamadas “humanidades”.

Otras vías que me volvieron familiar la noción de antropoceno, una vez que la tuve en mi radar, fueron las ideas vinculadas con el problema del Fin, el Apocalipsis o lo que recién llamé Extinción. En este sentido, para mí el antropoceno venía a nombrar algo a lo que el estudio de los campos de exterminio nazi ya me había acercado.

En 2006 o 2007, cuando escribía una tesis sobre el problema del testimonio en psicoanálisis y estudiaba esa historia de los campos de exterminio, leí El tiempo del fin, de Günther Anders (publicado en 1960), referencia ineludible hoy en el contexto del debate aquí abordado.[2] A pesar de que el concepto de antropoceno había sido propuesto en círculos científicos en el año 2000,[3] yo aun no lo había oído nombrar, pero sí la noción de que la ciencia moderna, la revolución industrial y el desarrollo del capitalismo, la Ilustración, toda la tradición cartesiana-kantiana, se encontraba a la base de los procesos que llevaron al Holocausto y a Hiroshima y Nagasaki. Es decir, al momento en que el humanismo y el pensamiento occidental se enfrentaron a algo que hasta entonces no había sido realmente incluido dentro de sus narrativas teo-teleológicas: la idea del Fin, con mayúscula, es decir, el Fin no sólo del “hombre”, como diría Foucault en 1966,[4] sino del Planeta, de todos los seres, incluso del pensamiento que puede pensar el pensamiento del Fin. Esto no quiere decir, por cierto, que el Holocausto fuese la primera vez que el ser humano se enfrentaba a la posibilidad del Fin, puesto que los genocidios y procesos coloniales ocurridos en América mucho antes, y muchos otros procesos de la “temporalidad profunda”, utilizando el concepto de Chakrabarty en Clima y capital (libro también publicado por Mimesis),[5] también tuvieron el efecto de ese enfrentamiento. Sin embargo, y por razones que aquí no tenemos tiempo de discutir, dichas extinciones, en plural, no fueron siquiera integradas como tales en las narrativas de los invasores-genocidas, aquellas sobre las que se erigió la cultura occidental moderna, sino únicamente bajo el modo de la conquista, la civilización, la culturización. En otras palabras, no como Fin o Extinción, sino como Progreso.[6]

En este sentido resulta casi obvio que haya sido el genocidio judío y de muchos otros grupos sociales y étnicos, ocurridos en el seno de Europa corroyendo sus propias bases, y no el colonialismo, lo que llevó a la filosofía a pensar con seriedad el problema del Fin. Problema que hoy, me parece, está tan en boga justamente no sólo por la crisis y la devastación climática que lo vuelve urgente, sino también porque implica directamente la responsabilidad y, por ende, la crisis y la devastación de la filosofía occidental misma.

En este sentido, y esto es algo que desde el inicio del libro se encuentra tematizado (sobre todo por Astrid Ulloa), me parece que el concepto mismo de antropoceno, es un concepto colonial: “(…) necesitamos desconolonizar nuestras categorías. Por tanto, es necesario que América Latina haga un llamado a la descolonización de las imposiciones coloniales como una forma de producir conocimiento, relaciones de poder y nociones de naturaleza” (p. 144). En este sentido, los textos abordan otro tópico clave de la discusión en torno al antropoceno: la manera desigual en que afecta a las distintas regiones y grupos, y por otro lado cómo esas regiones y grupos más expuestos, mujeres y pueblos indígenas, pueden aportar a repensar el problema de las humanidades.

La devastación por el hombre blanco y el capital, su capital, afecta mucho más a las regiones del “despojo”, como América Latina, marcadas por el extractivismo y la violencia política que inexorablemente lo acompaña (nexo que subraya raúl rodríguez en su Presentación), es decir, los lugares donde “la naturaleza como mercancía bajo el neoliberalismo” es aun más evidente (p. 125), debido a la escasez, por ejemplo, de recursos hídricos, y a su dependencia financiera de los países del Norte. Y dentro de dichas regiones, afecta mucho más a las mujeres y los pueblos indígenas, representados, como ya ha mostrado Judith Butler, entre otrxs, como vidas abyectas y menos dignas de ser vividas y lloradas. Como señala Ulloa: “Los conflictos territoriales y socioambientales generan violencias sobre los cuerpos y territorios, sobre todo hacia las mujeres y los cuerpos y territorios feminizados. Asimismo, han generado asimetrías de conocimiento y el desconocimiento de las ontologías que sustentan otras relaciones con la naturaleza, que han afectado de manera más profunda a los pueblos indígenas” (p. 127).

“Las humanidades operan contra la naturaleza”, escribe rodríguez freire (p. 9), y para recuperarse de su insignificancia política, debieran comenzar a incorporarla, pero no simplemente del modo como su antagonista, las “ciencias de la naturaleza” occidentales modernas la ha tematizado, sino de una nueva manera: tomando en cuenta al menos los aportes de los feminismos, sobre todos los “bastardos” (al decir de la activista boliviana María Galindo[7]), de la etnología (como Eduardo Viveiros de Castro, entre otrxs[8]) y de los estudios animales y no-humanos (Anna Lowenhaupt Tsing[9] y Karen Barad,[10] por ejemplo). Como escribe nuevamente rodríguez freire: “(las humanidades, las ciencias del espíritu, deben ser radicalmente reconfiguradas. Para eso, otro aire, que es lo que etimológicamente refiere espíritu, debe hacerlas respirar. Ese aire, sin embargo, no puede continuar siendo proveído por la ciudad. El smog lo ha contaminado. Debe venir de los bosques y las selvas, de allí donde los llamados ‘primitivos’ nunca han olvidado que se respira con y gracias a los no humanos”.

De este modo, las humanidades debieran repensarse a la luz de un “retorno de lo reprimido” en su origen moderno: los pueblos indígenas y sus cosmopolíticas; las mujeres y sus formas de cuidado y lazo social; los animales y sus afectos; los otrxs géneros y sus cuerpos.

Ya que acabo de mencionar un concepto de genealogía psicoanalítica, quisiera introducir otra temática convocada, para mi, por estos textos. Tiene que ver con otra de las vías a través de las cuales un concepto complejo como el de antropoceno se me volvió familiar, que tiene que ver con mi experiencia psicoanalítica (fundamentalmente como lectora de psicoanálisis y como paciente o “psicoanalizante”, como se dice en la jerga), la cual, después de muchos años de estudio y de análisis, me llevó indefectiblemente a pensar el problema del Fin.

El fin del análisis, siempre pensé, es el problema mayor del psicoanálisis, ya que involucra directamente el problema de la castración, de la falta, la pérdida, el trauma, el duelo y la sublimación, temas y conceptos que en psicoanálisis incluyen, desde mi punto de vista, una puesta en tela de juicio de las epistemologías de la Ilustración, es decir, de la metafísica y el iluminismo que suelen sostener el pensamiento psi, y que pueden servir también para pensar el antropoceno, ocupado, finalmente, con las mismas problemáticas. Como señala Emmanuel Biset en su texto, citando a Ray Brassier: “Es por esto que la extinción constituye un trauma trascendental: es la transposición conceptual de un fenómeno físico que deshace los recursos fenomenológicos por medio de los cuales la imagen manifiesta tratará de darle sentido.[11] La catástrofe de la extinción reitera el trauma de la escisión entre lo orgánico y lo inorgánico” (Biset, p. 79) [mis cursivas].

Desde este punto de vista, como todo trauma, el problema del Fin pone en juego justamente el problema del sentido y, más radicalmente, de la inteligibilidad. El trauma, desde Freud,[12] se define como un acontecimiento que rompe e invade, anegando, dice Freud, el aparato psíquico, desde el cual se procesa el mundo, ya sea “interior” o “exterior”, cortocircuitando momentáneamente sus posibilidades de incorporación de los acontecimientos a las redes de inteligibilidad preexistentes. Lo obliga, por ende, primero a poner en marcha procesos de curación de la herida, los cuales lo debilitan para cualquier otra función psíquica o física, y, segundo, a intentar crear nuevas redes de inteligibilidad que le permitan incorporar el acontecimiento. O no. Es en este sentido que los procesos de duelo y de sublimación son tan importantes, tanto individual como socialmente, puesto que intentan lidiar con los excesos y con el agujero involucrados en lo traumático. Intentan lidiar, por ende, con la castración y con el Fin.

Me parece que para pensar la reconfiguración de las humanidades en el contexto de la devastación climática, el concepto de trauma, ligado al de retorno de lo reprimido, pueden ser de utilidad, y justamente como lo señala Biset, el trauma de la escisión entre lo orgánico (la naturaleza) y lo no-orgánico (el espíritu), la reincorporación de lo que estuvo antes y debió ser reprimido, y aquí reprimido debe leerse tanto en su acepción freudiana como política, lx indígena, la mujer, lx otrx género, el animal, la cosa. ¿Cómo hacer duelos, sublimar, suturar las heridas de esas violencias y expulsiones para reincorporar o reimaginar zonas oscurecidas por lo traumático?

Para ir terminando, quisiera mencionar un último tema, que atraviesa todo el libro, y que tiene que ver con lo político, campo central de debate sobre el antropoceno. Como señala en este sentido Eugene Thacker: “Posiblemente uno de los mayores retos a los que se enfrenta la filosofía hoy sea comprender el mundo en el que vivimos como humano y al mismo tiempo como no-humano; y hacer esto de manera política”.[13] El terreno del Fin y de la Extinción son fértiles, si me permiten la metáfora, para las narrativas post-apocalípticas. Se trata de pensar justamente lo que viene después del Fin, los futuros posibles o los mundos por venir, aludiendo al ya citado libro de Viveiros de Castro y Danowski. Este tema, que incluye un importante rasgo temporal, puesto que se trata de algo así como el tiempo después del tiempo (como lo conocemos), es fundamentalmente político porque involucra pensar las formas de lazo o de vínculo no sólo social, sino de los humanos con otras especies y con las cosas, de redes posibles en un futuro que, para nuestras formas de inteligibilidad actual, son imposibles e impensables.

Bajo esta perspectiva, el antropoceno, o ciertas formas del antropoceno, reintroducirían triunfante la figura del antropos, del hombre, del humano, en un debate que debiera, desde otra perspectiva, no sólo deconstruirlo, sino de una vez por todas eliminarlo, digamos extinguirlo, del paisaje del pensamiento contemporáneo. En esta línea, pienso en otro libro publicado por Mimesis este año: El fin del hombre. Un contraapocalipsis feminista, de Joanna Zylinska, donde plantea que las narrativas apocalípticas del Antropoceno, al menos algunas, han puesto en juego un “hiperhumanismo”, o un “Proyecto Hombre 2.0”: “(…) la narrativa apocalíptica del Antropoceno también tiene una dimensión ontológica: da a luz a un Hombre temporalmente herido, aunque finalmente redimido, que puede conquistar el tiempo y el espacio elevándose por encima del desorden geológico que ha creado”.[14]

Y terminaré con una cita del inicio de la Presentación del libro por raúl rodríguez freire: “’(…) A pesar de que se habla frecuentemente de una cuestión científica, el cambio climático es ante todo una cuestión profundamente política y ética’ (Newell & Patterson, p, 76), que obliga a replantear tanto el modo de vida como el modo en que, en tanto humanos, nos concebimos a nosotros mismos y al mundo” (p. 16).


Notas

[1] Donna J. Haraway, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno. Bilbao, consonni, 2019.

[2] Günther Anders, Le Temps de la Fin. Paris, Éditions de L’Hèrne, 2007.

[3] Paul Crutzen & Eugene F. Stormer, “’The Anthropocene’”, Change Newsletter 41, 2000, pp. 17-18.

[4] Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2010.

[5] Dipesh Chakrabarty, Clima y capital. La vida bajo el antropoceno. Valparaíso, Mimesis, 2021.

[6] Pienso aquí que la idea de Franco “Bifo” Berardi acerca del apocalipsis climático y los procesos neorreaccionarios que le son concomitantes como una “segunda venida” del nazismo. En esta línea, uniendo a eso lo que acabo de mencionar acerca de los procesos coloniales e incorporando la lectura de Maurizio Lazzarato, pienso que deben ser entendidos más bien como una “tercera venida”.

Véase: Franco “Bifo” Berardi, La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis. Buenos Aires, Caja Negra Editora, 2022; Maurizio Lazzarato, Guerra o revolución. Porque la paz no es una alternativa. Buenos Aires, Tinta Limón, 2022.

[7] María Galindo, Feminismo bastardo. Santiago, Ediciones USACh, 2022.

[8] Eduardo Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales. Líneas de antropología postestructural. Buenos Aires, Katz Editores, 2011; Debora Danowski & Eduardo Viveiros de Castro, ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines. Buenos Aires, Caja Negra Editora, 2021.

[9] Anna Lowenhaupt Tsing, La seta del fin del mundo: Sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas. Madrid, Capitán Swing, 2021.

[10] Karen Barad, Meeting the Universe Halfway. Quantum Metaphysics and the Entanglement of Matter and Meaning. Durham, Duke Universit Press, 2007. [En 2023 aparecerá, por Holobionte Ediciones, Barcelona, mi traducción de una selección de artículos de Karen Barad].

[11] El texto de Ray Brassier citado es Nihil desencandeado. Ilustración y extinción. Segovia, Materia Oscura Editorial, 2020, p. 428.

[12] Quien hizo importantes aportes al respecto sobre todo en los tres textos siguientes: Proyecto de psicología en 1895 [publicado póstumamente sólo en 1950], vol. 1; en La interpretación de los sueños, en 1900; vol. 5, y en Más allá del principio de placer en 1920, vol. 20. Todos los textos de Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1998.

[13] Eugene Thacker, En el polvo de este planeta. El horror de la filosofía, I. Segovia, Materia Oscura Editorial, 2015, p. 12.

[14] Joanna Zylinska, El fin del hombre. Un contraapocalipsis feminista. Valparaíso, Mimesis, 2022, p. 32.

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