Imagen: Stockholms mode journal (fuente: Wikipedia)

08 de julio 2022

Hedor a Rivas

por Diego Armijo Otárola

Si a la chaqueta que usa le cayera mayonesa de su chacarero liguria, no importa, es cosa de darla vuelta y continuar usándola. El problema surge, con harta lata, como todo su peregrinar literatoso, cuando de tantos usos revueltos, las manchas de un lado se traspasan al otro y este gil no sabe por qué lo miran feo. Es una chaqueta cara, piensa, manchas más, manchas menos, eso no debería ser tema.   

Porque el señorito está acostumbrado al buen vestir. Aquello quedó muy claro cuando en 2004, respaldado por El Mercurio, el sujeto participó del clasista reportaje «Los jóvenes dandys de la poesía criolla». En aquel texto se perfila su digno talle, especificando su «camisa Polo, cortaba y chaqueta que combina perfectamente». Como corbatín a su tenida textual, siempre con bostezos cruzándole la garganta, no se aguanta el lloro y como buen cuico dice no ser:

«No me lo han dicho directamente a la cara, pero sé que para algunos soy el poeta cuico. Mi vestuario desconcierta, pero durante un tiempo no usé chaqueta y corbata e igual recibí las mismas críticas colaterales. Me da lo mismo, porque mi obra no tiene que ver con una clase social».

Aunque, mano en el cucharón, no debería importar tu clase social, ¿verdad? Él mismo lo dejó así de claro cuando en 2017 publicó en La Tercera su «Manifiesto», con la intensión de dar un espaldarazo, otra vez, al tonto de Gumucio, su amigo, autor de su editorial, el que no se aguanta de ocupar el lugar, constantemente, de bufón pije. Allí escribió:

«Toda mi vida he sido acusado. Por un lado, de que nada me ha costado y que soy un millonario, y por otro lado, que soy un desclasado, un comunista, que tengo una serie de problemas. Pero ya estoy acostumbrado a vivir entre contradicciones».

Una contradicción: «No tengo problema con reconocer que vengo de la clase alta. Mi problema es que cuando te sales de ese circuito, no quedas en ningún circuito, hasta que uno se construye a sí mismo. Desertar de ese mundo implica trabajar y meterse en otro mundo» (Revista Paula, 2015).

En esa misma entrevista, junto a Álvaro Bisama, nos compartió otra de sus iluminaciones: «[para hablar de política] puedes cambiar de opinión, darte vuelta, especular, hablar con cierta irresponsabilidad».

Asumo el desafío de Rivas, entonces, y me pongo a hablar irresponsabilidades. A especular. Es que tampoco es tan difícil con este cuico. Porque de que se ha mandado las partes, se las ha mandado. Fue en 2015, otra vez en La Tercera, donde como visionario de la reacción, publicó la columna «Los reyes de la moralina». Ahí se lee:

«La moralina es también, y en eso no nos hagamos los inocentes, un sucedáneo soft y espurio del resentimiento o de la envidia pura. La moralina es rabia convertida en sermones sobre la verdad, el bien y el mal».

Que no pueda aguantarse de esparcir su hedor cuico, disfrazado al argumentar, tildando todo malestar como «resentimiento», en el más clásico estilo fascista chileno —o liberal, para que no se sulfure ninguna vieja—, y rematando, muy fino, muy clase alta, con eso de la «envidia pura». 

Me surgen dudas, pues, este mismo esperpento en 2013, perfumado por la Revista Paula declaraba que: 

«El derecho a la disidencia es fundamental. Y clave. La cultura solo puede construirse a partir de voces diversas. Hay que partir de la idea de que el tipo que piensa distinto a ti es un tipo que puede tener una cuota de verdad. Yo estoy siempre dispuesto a que me convenzan».

Muy de puertas abiertas al pensamiento libre entonces. En la línea de Cristián Warnken va por la vida queriendo que lo convenzan los fascistas. Total, vuelta de chaqueta, no arriesga nada. Su hedor siempre estará presente en la discusión. Es económicamente rentable. Total, es él quien elige a quién escuchar. Pues ya no engaña a nadie, él es quien excluye. 

Así lo dejó muy claro, otra vez, en su texto «Los reyes de la moralina», allí donde brilla su prosa abyecta, útil, latera, eficiente; al lado de su poesía de liquidación. Ahí, en su «moralina», antipático, las carga: 

«Existe un ranking de víctimas que lo hacen las propias víctimas. Hay personas que han sufrido mucho, pero no podemos hacer del sufrimiento un capital por el cual moverse en la vida económica. Estamos convirtiendo el sufrimiento en un capital. Cuando hay gente que se siente vulnerada, quiere tener una revancha, es una cosa animal. Pero finalmente las víctimas se están transformando en victimarios».

El 6 de noviembre de 2015 en La Segunda, como reacción a una crítica negativa a un pésimo libro de Alberto Fuguet, también amigo tuyo, se publicó una nota que cuestionaba a la autora del texto: Patricia Espinoza. El texto se titulaba «¿Sigue siendo Patricia Espinosa la crítica literaria más temida de Chile?». Ahí aparecen Gumucio y otros, Rivas también, amigos de Fuguet. Esta cobardía, pues es eso, una cobardía, tejida quizá dónde, ¿la planeó el editor de Ediciones Diego Portales? Igual, quiero dudar. Aunque su tufo llega lejos y se esparce por todo rincón, no puede ser que sea el villano del «campo» literario chileno. 

Sobre el tema de la crítica Rivas dio una entrevista en 2021 al reaccionario medio EX-ANTE, de Cristián Bofil —ese rastrero periodista—, donde, decadente hombre de la burguesía, se lamenta del estado de la crítica literaria chilena. Ahí habla con desolación y lo puedo imaginar en su sillón leyendo solo libros de la UDP, pensando en la eternidad de la que solo se preocupa su gente, la elite. 

¿No tiene que hacer el aseo en su casa?, ¿lavar los platos?, ¿despolvar sus libros? 

En la entrevista dice:

«Y hay una batalla cultural: un sector está interesado en desprestigiar a la crítica».

Entonces, ¿cómo es la cosa? ¿Cuántas chaquetas le quedan a Rivas por dar vuelta? Se queja de este «desprestigio» a la crítica, llora por la «desolación» del panorama, pero muy campante, aunque con la misma cara de flojera que no se te despega, fue parte de la cobardía antes mencionada. 

No olvidar, él es el poder. Aunque en 2004, usando corbata, haya dicho: «me repugna formar parte de camarillas literarias y juntarme a hablar en los cafés. Lo importante no son los autores, sino las obras».

Ahora quizá diría, «lo importante son los amigos» en esta decadencia. ¿Qué hizo Matías Rivas para detener eso que llama el «panorama desolador de la crítica»? ¿Bostezar? ¿Tomarse un café? ¿Rascarse las ideas?

De solo imaginar el hedor de sus ideas, me alejo, es que más encima planteó una imagen patética de su flojera burguesa, en esa entrevista junto a Bisama en 2015: «Hago gimnasia de pensar. Para los otros deportes no tengo tiempo, no tengo ganas, no tengo espíritu, no tengo edad». 

Ahora, aprontándonos para la selección del nuevo o nueva Premio Nacional de Literatura 2022, que toca a la narrativa, consiguió, mírenlo, puesto como jurado. ¿Qué hilos tuvo que mover este señor UDP? Y todo, se especula, para servirle a su amigo y autor Roberto Merino, para lograr ser el laureado. Merino, quien continúa con su racha de declaraciones reaccionarias, pues su mundo encapsulado en tres cuadras ya no existe. Aunque, pienso, podría ser una buena noticia que gane, así con la plata del premio podría irse lejos, a recorrer barrios donde no haya “pasado una guerra”, como dice. Así no debamos enterarnos nunca más de su escritura onanista. Pero se ve feo que Rivas esté ahí, es muy fuera de foco esto, como si por ser el cuico altanero que es, tuviera más derecho que cualquiera de cortar el queque. 

En fin, le recomiendo cambiarse el buzo con manchas de café de grano y migas de galletas, ese que usa para su «gimnasia de pensar». Pues esa prenda de vestir no es tan fácil de dar vuelta, como su chaqueta. El buzo no aguanta tantos usos, debilita como sujeto, libera sus olores con fecha de Aniversario y otros poemas, para blanquear lo que es realmente este bicho.

(Viña del Mar, 1994). Es comerciante. En 2020 obtuvo una mención honrosa en el Premio Roberto Bolaño, categoría novela. Ha sido becario del Fondo del Libro y la Lectura en 2019 y 2021. Ha publicado el libro de cuentos Glorias Navales (BAJ Valparaíso, 2019) y la novela Carcasa (La Calabaza del Diablo, 2020).

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