12 de octubre 2022

José Donoso, asesino

por Diego Armijo Otárola

Hablar por los codos, tirar mierda con ventilador, hacer barbaridades, para que luego todo siga su curso con normalidad. No hacerse cargo. El niño cuico chileno está acostumbrado a que sus «errores» —es solo el roto el que comete delitos— sean ocultados bajo la alfombra, o más aún, se arregle la realidad para que no se le toque su vida tan digna. 

Nos la pasamos enterando de sus tonteras. Que hacen una fiesta en Cachagua mientras todo el país está encerrado, que rompen un grifo de bomberos como gracia, que inventan un movimiento político de «centroizquierda» para justificar a la ultraderecha y tanta otra humillación al resto del país. 

Recordé hace unos días el impacto que me generó el documental Pepe Donoso (1977), dirigido por Carlos Flores. Lo primero que hay que decir es la proeza que supuso realizar este trabajo en medio de la dictadura cívico-militar. Las imágenes cuentan aquella opresión. Nunca se explicita, pero la cámara debe estar protegida por las murallas de casas, habitaciones, bares y ser cobijada en un auto en movimiento, mientras José Donoso va relatando las partes de Santiago que recuerda, las que permanecen y las que han desaparecido. Todo bien con el documental. Es al final de éste donde se abre el abismo. 

Para ser más específico, en el minuto 40:22 el escritor comienza a relatar una historia. Antes había hablado de las casas clausuradas de sus novelas y de la figura de su asesora del hogar. En el camino de la lengua recuerda lo siguiente: 

—Me acuerdo, una vez, cuando adolescente regresaba de la playa y con un amigo, que veníamos en coche, chocamos y matamos a un vagabundo que venía borracho en la carretera. Lo enterramos, etcétera, lo llevamos a la comisaría y todo lo demás. Pero este tipo no tenía individuación de ningún tipo, no tenía carnet ni papeles ni nada. Era un ser vagabundo, sin nombre, sin identidad. 

Tomemos un poco de distancia. José Donoso, autor de libros como El lugar sin límites (1966) y Casa de campo (1978), Premio Nacional de Literatura 1990, tallerista de una montonera de autores, es un asesino. Con esto no deseo compararlo, por ejemplo, con Mariana Callejas, aunque en algo ambos se asemejan. Fueron escritores y talleristas, Donoso educó a Alberto Fuguet y Callejas a Carlos Franz. De este último se puede decir que sigue la ruta de su maestra: ser un escritor irrelevante que busca otras maneras de destacar. Lo otro que los une, volviendo a Donoso y Callejas, es el asesinato, o más bien la cercanía con la sangre. 

Ya pudimos ver el interior de la casa de espantos que Pilar Donoso en Correr el tupido velo (2009) hace habitar al demonio de su padre. No digo que ser un energúmeno de persona, en la onda del imbunche que construye en El obsceno pájaro de la noche (1970), sea razón suficiente para convertirse en un asesino —repito otra vez esta palabra—, pero algo vinculado a su clase social merodea. Esto es la impunidad. 

Vuelve a hablar José Donoso:

—Yo regresé a la casa esa mañana, después de haber dormido en la comisaría y le conté a mi nana esto. Por primera vez en mi vida vi que mi nana lloraba. Mi nana ha sido el ser fuerte de esta casa. Mi nana ha sido el pilar de esta casa. Verla llorar fue muy emocionante. Lloró por una cosa muy simple, dijo: «yo tenía un hermano que se llamaba Segundo y que salió a correr tierra cuando tenía quince años y ya nunca he sabido más de él, quizás ese hombre, ese vagabundo que ustedes mataron ha sido mi hermano que ya no debe tener identidad».

Donoso mira a la cámara, en un encuadre muy inteligente, podemos ver que mientras el escritor está parado junto a una ventana en una casa oscura, afuera en el patio su asesora del hogar riega las plantas. Durante toda esta confesión de su crimen ella continúa con sus quehaceres. Se marca la distancia. Se hace evidente el extractivismo que José Donoso ha hecho de los sujetos de clases sociales desfavorecidas, no solo en su vida hogareña, sino que también al momento de escribir. Haber asesinado a una persona sin nombre no es tan relevante en su historia como lo es saber que quizá, en una de esas, el muerto pudo haber sido hermano de la mujer que lo crió. 

La forma que encuentra de arreglar su consciencia, dice, fue dedicarle su primer libro a ella: «A Teresa Vergara, que no sabe leer». Le debe haber parecido un gesto amable, pero a mí me parece cruel. En el país que Nicomedes Guzmán dedica su primer libro, La sangre y la esperanza (1943), a su madre y padre, acompañando sus nombres con las profesiones de ambos, cualquier otra dedicatoria parece insuficiente. Más aún si es un cuico, en el caso de Donoso, tratando de pagar simbólicamente la explotación que su familia ha hecho de una mujer. 

El caso de Donoso y su fiesta que termina en el atropello y asesinato de un hombre, me hace recordar a Martín Larraín. Él, también de noche, el 18 de septiembre de 2013, atropelló y dio muerte a Hernán Canales en la localidad de Curanipe. El resto de la historia es bien conocida. Hijo de Carlos Larraín, alto jerarca de la derecha pinochetista chilena, todo se desvió a culpar a otros, mentir, encubrir y terminar con el niño cuico libre. Poco menos que la momia miserable del padre, alguna vez en televisión, pedía que el país completo le pidiera perdón a su hijo, el asesino, por el mal rato. 

No tengo mayores conclusiones sobre José Donoso. Leo sus libros y me parecen interesantes, unos más que otros. Pero se me ha quedado pegada esa historia escuchada en el documental. Pues el único dato es ese relato. Lo otro es completar. Ver en la vida posterior de Donoso que ese hecho no lo afectó mayormente. Digo, sólo pasó una noche en la comisaría, pero no fue preso por su delito. La impunidad de la elite chilena nos entregó a un escritor con perspectiva internacional, preocupado por la putrefacción de su clase social, quien conocía de muy cerca lo que son capaces de hacer, pues sus manos estaban manchadas de tinta y sangre. 

(Viña del Mar, 1994). Es comerciante. En 2020 obtuvo una mención honrosa en el Premio Roberto Bolaño, categoría novela. Ha sido becario del Fondo del Libro y la Lectura en 2019 y 2021. Ha publicado el libro de cuentos Glorias Navales (BAJ Valparaíso, 2019) y la novela Carcasa (La Calabaza del Diablo, 2020).

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