Imagen: fotograma de Los 400 Golpes, de Francois Truffaut
La duda de Camilo: apuntes sobre la carcajada
Un hombre al que le preguntaban durante un sermón por qué no lloraba como todos los asistentes respondió: “No soy de la parroquia”. Lo que ese hombre pensaba de las lágrimas sería mucho más cierto en el caso de la risa.
(Bergson, 1947:14)
Era el año 2005, tenía 13 años y asistía a un programa de una universidad en el que se realizaban cursos extraprogramáticos para “talentos académicos”, como la misma institución nos denominaba. Niños y jóvenes, éramos seleccionados desde distintas comunas y luego filtrados mediante pruebas de inteligencia para poder tener acceso a conocimientos que en ningún caso tendríamos en nuestros pobres colegios periféricos. Una especie de eugenesia disfrazada de caridad, para acercar a la luz de la razón a aquellos que tuvieron la mala fortuna de “nacer con talento” pero en familias demasiado pobres para hacer algo con él.
Durante ese año, asistí a un curso llamado “Debate en torno a dilemas bioéticos”, el cual prometía entregar herramientas filosóficas y reflexionar en torno al trascendental tópico de la vida. El curso era realizado por el abogado Álvaro Ferrer, el mismo que el año pasado protagonizó un video que circuló en redes sociales, en el cual irrumpía en una toma feminista para poder liberar al santísimo, un pan a través del cual el mismo Dios se hace presente, de las garras de aquellas mujeres que se habían desviado del camino. “Lo que queremos es muy sencillo, que don Sergio pueda entrar a la capilla a sacar el Santísimo, nada más, y después sigan con su toma”, se escucha finalizar al abogado con cierto tono despreciativo que le oí utilizar muchas veces. [1]
El primer día, el abogado se presentó ante nuestros ojos adolescentes y ávidos de conocimiento como campeón sudamericano de debate y profesor de derecho natural de la misma universidad. Ese mismo día nos habló también de Santo Tomás de Aquino, haciendo énfasis en “santo”, y en cómo éste había comprobado la existencia de Dios o “causa primera”, como Álvaro Ferrer lo llamaba con cariño. A lo largo del semestre, el abogado lanzó sentencias como por ejemplo que “el único lugar en el que había que estudiar filosofía era la Universidad de Los Andes” o que “todos los niños tienen siempre el derecho natural e inalienable a tener un padre y una madre” y que, por lo tanto, había que estar en contra de la adopción homoparental [2]. Dichas sentencias no descansaban en prueba alguna, sino que en una falacia que un campeón sudamericano de debate conoce bien: la falacia de la autoridad. Dichas sentencias, además, eran asumidas como verdades para muchos de mis compañeros, y pronto, el abogado comenzó a ser seguido por un grupito de ferreristas que no dudaban en pregonar la palabra en cualquier circunstancia, ya sea dentro o fuera de la sala.
Un día, durante una de sus clases, el abogado se dedicó a hablar del principio de causalidad, es decir, la idea de causa como principio productor del ser de otra cosa. El abogado se esforzaba en explicar lo irrefutable de este principio a partir de complejos esquemas argumentativos como por ejemplo que “de la nada, nada sale”. Y así, sin más, como si se tratara de un salto con garrocha, el abogado señaló, tajantemente, que es por este mismo principio que podíamos probar que, no importaba en qué momento se interrumpiera el milagro de la vida, la interrupción siempre significaba muerte, en tanto se atenta contra la causa de la cual el ser humano es su efecto: ¿Aborto? ¿Pastilla del día después? Todo esto se inscribía en lo que el abogado denominaba como “la cultura de la muerte” y frente a la cual era deber oponerse. [3]
Teníamos trece años y nos sentíamos privilegiados de que esta verdad se nos fuera revelada. Nos encontrábamos tan boquiabiertos que nos costó darnos cuenta de que hace algunos segundos Camilo se encontraba con la mano levantada. Camilo, nuestro compañero que no hablaba con nadie y que se sentaba en un rincón a dibujar animé, había sacado la vista de su croquera y miraba al profesor con la mano alzada, impaciente.
– ¿Sí, Camilo?, dijo el abogado. Un poco extrañado de ver a Camilo haciendo un aporte a la clase por primera vez.
– ¿Usted me está diciendo que cada vez que alguien se masturba está matando gente? Dijo Camilo, pronunciando una de las intervenciones más graciosas que he escuchado en toda mi vida como estudiante y profesora y que, por lo mismo, atesoro con mucho cariño.
Hubo un silencio y todas las cabezas giraron hacia al abogado. Algunos ferreristas hacían gestos de incredulidad como diciendo: “Callad al hereje, maestro”. El profesor se demoró en contestar y meditó su respuesta con el ceño fruncido durante algunos segundos.
– Sí -dijo finalmente- Sí, Camilo.
¿Y qué más podía decir? Camilo lo había entendido todo.
Camilo se acomodó en el respaldo de su asiento y con extrema calma señaló:
– Entonces, soy un asesino.
La carcajada se hizo eco y con ese gesto, Camilo liberó del dogma a muchos.
A partir de esta historia me gustaría darle vueltas a la relación entre carcajada y autoridad, y para esto quisiera tomarme de algunas de las reflexiones que realiza Pierre Clastres en su obra “La Sociedad contra el Estado (1978), en específico, el capítulo “De qué se ríen los indios”. En este analiza dos mitos de la tribu chulupí del sur del Chaco Paraguayo, mitos que son pedidos por la audiencia cuando realmente tienen deseos de reír:
Cuando realmente tienen deseos de reír, le piden a algún anciano versado en el saber tradicional que les vuelva a contar una vez más. El efecto nunca se desmiente: las sonrisas del comienzo se convierten en risas a duras penas contenidas, la risa estalla francamente en carcajadas, y al final se termina con gritos de alegría. (1978: 117).
Estos mitos tienen como protagonistas a un chamán y a un jaguar. Ambos personajes que en la realidad de esta tribu son seres peligrosos, capaces de inspirar temor, de dar la muerte, de inspirar respeto u odio, pero sin duda nunca ganas de reír. En estas narraciones, sin embargo, son presentados como dos seres grotescos y objetos de risa, “víctimas de su propia estupidez y de su propia vanidad, víctimas que por tales motivos no merecen la compasión, sino la carcajada” (1978: 128).
Clastres propone que dicha contradicción entre lo imaginario del mito y lo real de la vida cotidiana se resuelve cuando se reconoce en estos mitos una intención de escarnio:
Uno no se ríe de los chamanes reales o de los jaguares reales, pues de ninguna manera son seres risibles. Se trata, por lo tanto, para los indígenas, de cuestionar, de desmistificar a sus propios ojos el temor y el respeto que les inspiran jaguares y chamanes. Este cuestionamiento puede operar de dos maneras: sea realmente, y entonces se mata al chamán considerado demasiado peligroso o al jaguar encontrado en la selva; sea simbólicamente, por la risa, y el mito (desde entonces instrumento de desmistificación) que inventa una variedad de chamanes y jaguares tales que uno pueda burlarse de ellos, despojados de sus atributos reales para encontrarse transformados en idiotas de aldea. (1978: 130).
Podríamos proponer aquí que el fenómeno por el cual aquel a quien se da un poder es ridiculizado o puesto en la abyección, o bien mostrado bajo una luz desfavorable, o desmistificado a través de la carcajada, se trata de un mecanismo que tiene por objetivo limitar los efectos de un poder. ¿Funciona así en nuestra sociedad? ¿Permite la carcajada descoronar mágicamente a quién recibe la corona? Nos reímos de Piñera durante cuatro años y eso no impidió en caso alguno su reelección.
Comentando la misma obra de Clastres, Michel Foucault (2000) señala que, si realmente reencontramos esos rituales en nuestras sociedades, estos tienen una función muy distinta:
Al mostrar, explícitamente, el poder como abyecto, infame, ubuesco o simplemente ridículo, no se trata, creo, de limitar sus efectos y descoronar mágicamente a quien recibe la corona. Me parece que, al contrario, se trata de manifestar de manera patente la inevitabilidad del poder, la imposibilidad de eludirlo, que puede funcionar precisamente en todo su rigor y en el límite extremo de su racionalidad violenta, aun cuando esté en manos de alguien que resulta efectivamente descalificado. (2000: 27).
La carcajada no permite hacer tambalear la autoridad, pero quizás sea su dimensión colectiva en donde podamos encontrar algo. El hecho de que en el momento en que se ejecuta la carcajada, como en la historia de la duda de Camilo, inmediatamente se toma partido y nos permite reconocernos del otro lado. Como dice Bergson (1947) “la risa esconde una segunda intención de entendimiento, e incluso de complicidad, con otras personas que ríen, reales o imaginarias”. (1947:15) Quizás ante la inevitabilidad del poder la carcajada funcione más como un consuelo, algo así como el consuelo de los impotentes.
Notas
[1] La descripción y el video de esta intervención se encuentra en la siguiente noticia: Profesor de Derecho UC pide que le permitan entrar “sacar el Santísimo” de capilla: “Después sigan con su toma” [Disponible en: https://www.eldinamo.cl/educacion/2018/05/25/video-profesor-de-derecho-uc-pide-que-le-permitan-entrar-sacar-el-santisimo-de-capilla-despues-sigan-con-su-toma/]
[2] Para más información sobre lo que plantea el abogado Álvaro Ferrer sobre la adopción homoparental véase: “¿Se les debe otorgar el derecho a adoptar a las parejas del mismo sexo?” [Disponible en: http://derecho.uc.cl/es/noticias/derecho-uc-en-los-medios/15951-profesor-alvaro-ferrer-ise-les-debe-otorgar-el-derecho-a-adoptar-a-las-parejas-del-mismo-sexo]
[3] Álvaro Ferrer también utiliza esta denominación en una jornada sobre el aborto realizada por el Hospital Parroquial de San Bernardo en conjunto con la Municipalidad de San Bernardo, durante el año 2014. Refiriéndose a organismos internacionales que se encuentran a favor de la interrupción del embarazo, el abogado señala: “Está lleno de organismos internacionales que están totalmente cuadrados, digamos, con la cultura de la muerte”. [Discurso disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=JOHyIsBe2YE]
Referencias bibliográficas
Bergson, H. (1947). La risa. Ensayo sobre la significación de lo cómico. Buenos Aires: Editorial Losada.
Clastres, P. (1978). La sociedad contra el Estado. Caracas: Monte Avila Editores.
Foucault, M. (2000). Los anormales. Curso en el College de France, 1974 – 1975. México D. F. : Fondo de Cultura Económica.
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*Texto leído para el encuentro 3 Carcajadas, realizado el 13 de septiembre del 2019.