Foto: @pauloslachevsky

23 de agosto 2021

La Gallera

por W. Darío Amaral

“Tristes gallos quejándose con su sola nota.”
– Líber Falco

Desde la alborada ya se percibía la cálida brisa de primavera arrullando las hojas de las acacias negras, bajo cuya sombra, Meco y yo, nos resguardamos ahora que era mediodía, de los rayos despedidos por el astro gualdo. Sentados junto a la alcantarilla aguardamos a que surgieran, desde el agua estancada, algunas de las ranas que habíamos visto asomar  entre los camalotes, unos silbidos antes, desde el puente de madera cuando marchamos hacia la feria del pueblo, con mi hermano menor, a por los  dichosos duraznos para la compota dominical de mamá.

– ¡Mamá va a fastidiarse, Antonio, y el abuelo nos va a surtir con la vara de  mimbre si se entera que volvimos a distraernos  con las dichosas ranas! ¡Y así estaremos en ascuas…livianos de panza como otras veces…ni  pizca de la jugosa compota!

– ¡No seas cagón, Meco! Eso no va a suceder. Ni ella ni el abuelo tienen por qué enterarse de nada si las ranas que apresamos, en el menor tiempo posible, las atolondramos de un buen mamporro y las camuflamos luego en mi mochila entre los duraznos hasta soltárselas a las gallinas.

– ¿Crees que resulte lo de hacernos por un rato con el bataraz del abuelo,  Antonio? ¿Y si, por pura gracia, no lo desmenuzan en la gallera y zafa del tártaro de las aves, a cuál maña recurriremos, después de salir con él de allí, para disimularle los picotazos y estoques de espuelas que de seguro le van a asestar los otros “pollos de riña”  en la cresta y las barbillas? Cosa natural sería que mamá,  al son de sus boleros  machacando todo el día en la radio y entre el vapor de las cacerolas que la recrean al igual que a una niña feliz su cocina de juguete, no se percate de nuestra trampilla. Pero de ese vejete zorro, con sus bríos de montonero revolucionario, no podemos fiarnos hermano porque nos madruga seguro.  Si por alguna coincidencia le diera por enfilar rumbo al gallinero para contar los avechuchos y escudriñarlos como cada tanto lo hace, ¿¡cuál santo o diablo  va a convencerlo de que no tuvimos algo que ver con el gallo faltante!?

– ¿Por qué habría de reservarnos una suerte tan fulera diosito? Después de todo, no hemos sido tan perros con él ni con el viejo antes y supongo que, si nos cuadra el bataraz, tampoco habremos de serlo ahora. Hoy por mí y mañana por ti. Aparte, déjame anuciártelo Meco, nuestro abuelito es más conservador de lo que  piensas; él confía ciegamente en el decoro de nuestro juramento. ¿Recuerdas que dimos nuestra palabra de no sortear el destino de ninguno de sus preciados gallos en la gallera sobre la memoria de la abuela Carmelina? Pues ahora, tampoco vamos a faltar a esa promesa hermanito; más por ella, que por él.

– ¿Y cómo arreglaremos el meollo entonces, Antonio? Recuerda que pelea que se pacta en la gallera, se cumple, so pena de no pisarla más- advirtió el menor, con más temor que recelo, al tiempo que restregaba la roña de sus orejas con las  uñas carcomidas.

– Pues, esas ranas volverán a servirnos como le sirvieron, en sus años, a Moisés…-sopesó el mayor tras un leve silencio. En tanto las gallinas se empachan y distraen engullendo cada una la suya, nosotros abordamos al gallito bataraz del tata y lo desaparecemos dentro  de mi mochila antes del primer cloqueo. Luego, nos evadimos como comadrejas por entre las chircas del  del fondo y lo presentamos en la arena de  la gallera cuando hayamos apostado mi ahorro completo. Abierta ya la riña, sólo será cosa de  encomendarnos a San Judas Tadeo para duplicar los pesos y reintegrar entero a su nido al gladiador emplumado.

– La gallera depara, para una mitad, más chascos que fortuna Antonio, lo sabes de sobra. ¿Y si el bataraz  acaba tuerto y despechugado como el malayo (*)?  

– Aunque me van a doler más los pesos perdidos, y los que no gane para dispensarle una radio como la gente a mamá en su cumpleaños; pues, lo enterramos nomás en los matorrales  de la cañada junto al malayo y a comer compota dulce bajo la parra como si nada, Meco. Te lo planteo sin rodeos hermanito- prosiguió el mayor con aristotélica gravedad, cuando el otro pensaba que ya no tenía más  que decirle-  porque a lo mejor tus cortos años te impidan develar al genuino Celestino que tu llamas con llaneza “abuelo”, pero que yo, junto con algunos vecinos del pueblo, apodamos con justificación, “el Celestino felón”…

– ¿¡Pero qué boñigas estás  escupiendo, Antonio!? Si mamá te escuchara hablar de su padre con esa ponzoña de bellaco que de golpe te cubre la lengua, te zamparía con ganas la olla de agua hirviendo sobre el lomo. Y, para serte sincero, con “mis cortos años” y todo, si vuelves a defenestrar gratuitamente al tata Celestino como si yo no estuviera presente, tendrás que caminar solito hasta el pueblo porque desando ahora mismo el camino hasta casa. 

– Comprendo tu disgusto, Meco, porque en su momento yo también lo sentí como una aguja candente en el pecho. Sé que no debería habértelo referido tan brusco pero, justamente, mamá dejó de entenderse con las cosas del mundo real desde la nefasta madrugada en que los militares se apostaron sin anunciarse en el horcón de nuestro rancho de adobe, hasta adueñarse de papá y apartarlo a rastras para siempre de los ojos de todos…Por lo que expresan, además  de nosotros, un zapato embarrado, un reloj de bolsillo y una pancarta sediciosa, fue lo que dejó por legado el pobre disidente… 
Yo conseguí saberlo muchos años después por la abuela Carmelina, porque reparando en su sexto sentido, disimuladamente intercedió a nuestro favor para que aquella noche paráramos en su casa, a legua y media de allí. 
Además, para terminar de cuadrar esta tropelía, tenías que haber visto a la abuela postrada ante la fila de santos que tiene en su dormitorio confesando, entre reniegos y juramentos, cómo  Celestino se había adelantado a agitar  más de cien veces su lengua de víbora cerca de aquellos funcionarios con tímpanos indiscretos, en el hormiguero en que se había convertido la misma municipalidad del pueblo donde, al parecer, el viejo detentaba tiránicamente un cargo de alcahuete.”¡Era como la nueva  Inquisición, mijito!”, me aseguró la abuela y,  aunque en aquel entonces no desentrañé su mensaje, recuerdo cómo con apenas indagar en sus ojos resquebrajados por las lágrimas, llegué a presentir al menos que debía aludir a una especie de  purgatorio en el que solían caer por igual tanto justos como pecadores.

– Ya con eso es suficiente Antonio…- atinó a interrumpirlo cabisbajo, Meco. Y aunque me dejas con un  vacío en donde antes tenía puesto el corazòn, te conozco como nadie y  sé que no tienes por qué calumniar acerca de algo tan fulero. Ahora caigo por qué parecían desviar  la conversación, cuando me presentaba en el almacén de don Lafratta, notándose con alevosía la  improvisación nerviosa de aquellos malnacidos que no parloteaban más que de boberías sin sentido, pero sin despegarme en ningún momento sus ojos de halcones…También lo acredito, hermano, por  aquel mediodía que me zampé en la cocina de casa por un mendrugo de pan y topé al viejo arrinconando a mamá, como una cascabel a un gorrioncillo empapado. “¡No pasa nada mi amor, estoy bien! Sólo estamos conversando con tu tata”, pareció escurrírsele del piquito a la temblorosa avecilla que  moqueaba con su delantal floreado  sobre el sonete de la radio. “En realidad hablábamos con tu abuelo sobre otras épocas y entonces me dio por acordarme de tu pobrecito padre…¿andas por un mendrugo de pan?” Entonces el vejete se hacía el zonzo y, mientras mamá me alcanzaba el mendrugo, comenzaba a apartarse reptando, con la certeza de haber  descargado ya su ponzoña y personarse màs tarde para acabar de engullirse su presa.

– Nunca he podido saber de dónde le nace la mucha maldad que a ese anciano le cunde el alma, Antonio. Te juro que no consigo saberlo. 

– Ni yo tampoco, Meco. Aunque probablemente se remonte hasta esas “otras épocas” a las que se refería mamá, cuando aún estaba cuerda y que ahora, años después que papá y la abuela se han marchado, tampoco llegaremos a conocer de manera cristalina…

Aquel mediodía de mayo nos recostamos a la sombra del cobertizo del gallinero a comer los duraznos que no llegaron a ser compota. Y mientras pensábamos en todas aquellas gentes que, como nuestros padres  y abuelos, les había tocado nacer pobres, en un país pobre, donde únicamente cabía esperar a gastarse la existencia hasta que a uno le llegara su hora sin encontrarse mayores problemas; nos dio de repente, unas antojadizas ganas de llorar como un par de críos. Meco y yo nos deshicimos en llanto porque sabíamos bien que a veces eran los problemas quienes, espoleados por la necesidad,  encontraban a las personas. Venían del cielo, gratuitamente como lluvia, sin que uno los llamase.  Así nos encontraron a ambos, bañados en lágrimas y sudor frío  tras  haber azuzado el azadón y dejar listo un hueco falso bajo el linde de la malla del gallinero, por si acaso, al no hallar el abuelo su bataraz, la escena terminara convenciéndolo de que al desgraciado pollo se lo había engullido  alguna hambrienta comadreja.

 Hacia el atardecer lloramos incluso una vez más, al presentarnos en la cocina con el bataraz  moribundo, horadado a picotazos. Allí descubrimos la lumbre encendida  y las ollas con el sancocho desperdigados por el suelo. Ni sombra, ni polvo de mamá. En la radio sonaba  “Esta tarde vi llover”  de  Manzanero,  aún por encima de nuestro hedor  a gallera.

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(*) Malayo: raza de gallo de riña.

nació en 1974 en Rocha-Uruguay. Realizó estudios literarios en el Instituto de Profesores de Artigas de Montevideo (IPA); estudios en Educación Común y Especial en el Instituto de Formación Docente de Rocha (IFD); participó en seminarios y talleres de escritura; se ha involucrado con la prensa escrita, televisiva y radial. Participación en el proyecto de difusión cultural “Uruguay Te Leo” con auspicio del MEC. Sus cuentos y artículos han sido seleccionados en varias antologías y medios gráficos (revistas) de Uruguay, España, México, Perú y Argentina. Libros publicados: “Los Trabajadores Cuentan”, Editorial 1º de Mayo, Montevideo 2014; “Cuentos de Felisberto Hernández”, MEC, IMR,2014; “El Estampido de la Entraña Oriental”, Irrupciones Grupo Editor, Montevideo 2018.; “Confesiones de un Oriental Cuerdo en Desacuerdo”, Irrupciones Grupo Editor, Montevideo 2019. Reconocimientos:1991, 1° premio concurso de poesía en el liceo en que cursa; 1994, 1° premio concurso “Jornadas Carolinas” de la ciudad de San Carlos; 2002, 1° mención concurso literario “Me Siento Rochense” organizado por el Colegio San José de Rocha; 2003, 1°premio concurso de poesía del Instituto de Formación Docente en que cursa; 2014, 1° mención “Concurso Internacional Club de Leones de Rocha” en la categoría ciencia ficción; 2014, 2 mención y publicación antológica “Concurso de Cuentos Felisberto Hernández” organizado por el Municipio de Rocha; 2014, premio y publicación antológica “Concurso Editorial 1° de Mayo” Montevideo; 2016, Finalista del II Certamen Literario Internacional de la Fundación Somos; 2017, Finalista Concurso Español de Micropoemas “Primavera de Sueños”; Finalista Certamen de Poesía de San Isidro Labrador en España; Finalista y publicación antológica I Concurso Literario “Lluvia de Versos”, publicado en España. Actualmente ejerce la docencia en una escuela de educación especial.

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