31 de mayo 2023

Poca muerte

por Darío Amaral

 “No mires, por favor, y no prendas la luz, la imagen te desfiguró”.

 (Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota) 

  -1-

Un bicherío. Arácnidos, grillos y ratones se ganan indefinidamente  bajo la luz de la puerta enmohecida y roída por las polillas. Convivo con todos ellos, o todos ellos conmigo; sin que deje de detestar tanto a los primeros como a los últimos. No así a los grillos, porque crecí merodeado, arrullado en la negrura desfondada, por su estival y rítmica estridulación. Tanto las arañas como los ratones, u otros roedores al acecho, apresan y devoran sin piedad a estos melódicos e inofensivos  insectos. Pepe Grillo es la conciencia y el sentido común que, en las peores crisis, aconseja a Pinocho. (El primer libro puesto a mi alcance). Todos hemos escuchado alguna vez tal o cual anécdota  acerca del muñeco de palo que por sobre todas las cosas anhelaba humanidad, y por ese motivo no es raro que además nos cuadre su pintoresca sociedad. Qué paradójico, ¿no?; hay quienes anhelan dejar de serlo o destierran cuánto los sustantiva e integra a esa categoría filantrópica cribada de complejas dudas existenciales. La vida ya es brava así como está, como para concebir que un muñeco crédulo se desviva por llegar a ser otra perdida alma humana…

Si acaso mejor no ser nada, dejar de ser lo que eres, o ser de última otro insignificante grillo desconocedor de sí.

Las salteadas ocasiones que recibo visitas en mi guarida ignoran que antes, como buen anfitrión, debo tomarme un tiempo prudencial para precisamente conseguir que la parva de grillos que me acompaña desaparezca de la vista. Los espanto para que se oculten entre los platos, tazas y cacerolas inmundos de la cocina; bajo un repasador grasiento, en los pliegues de las cortinas tiznadas, entre la piñas secas del centro de mesa del comedor o detrás de alguna rinconera pila de libros polvorientos. Mi misantropía se sustenta además  en la certeza de que si acaso, cada uno de estos bichitos saltarines, fueran descubiertos, factiblemente acabarían aplastados o desmenuzados por una suela de  zapato, o un manotazo, y al toque disimulados bajo una alfombra o sillón, como mera caca de ratón. Por esa razón debe de ser que rebosan tantos de ellos por aquí, como rebosan la caca de ratón, felpas y puchos aplastados que se adhieren a las plantas de los pies descalzos. Zarpado caos, la cotidiana existencia doméstica.

“¡Ahí viene el chiflado de los grillos!”, cacareaban con toda impunidad al verme cruzar la puerta las crías de los forajidos adultos que hacían correr su pelota sin cuero por los trillos que las ruedas de los carros cartoneros  grababan en el fango y estiércol de caballo de la villa miseria. 

“¡Más loca y puta tu madre!”, replicaba para mis adentros, desde el  sucucho de mi cabeza donde bullían legiones de esos otros grillos que, aunque no los veía,(cri,cri…), sí podía escuchar y  sentir con agudeza de entomólogo, generando una especie de  flujo galvánico al avanzar en tropel entre los afiebrados pliegues de mi cerebro. 

Antaño, cuando el asentamiento se constituía con las primeras covachas de linyeras marginados, los padres o tutores de estos mismos pendejos descerebrados no tenían otra que respetarme o temerme, sabedores obsecuentes de las derivaciones que podría implicar llevar la contraria. Conocían de primera mano acerca de la jodida alimaña de chacales malparidos, protobestias depredadoras que en las noches más impenetrables les daba por merodear y apropiarse de esta mi guarida, como si fuera la pútrida madriguera a la que retornaban tras salir un rato por un poco de carne fresca. Tres de ellos parecían haberse cebado más que los demás, sin pretensiones de intentar cambiar de manera puntual su derrotero. La historia sin fin del estoico dogo de calle con sus garrapatas o sarna a cuestas. 

Paco, Ñato y Almendra se habían comprado prematuramente todas las rifas al más allá, lo sabían bien y los tres se mofaban de semejante circunstancia, destino o karma como de un chiste pésimo esbozado por un gangoso en el pabellón de contención extrema de un psiquiátrico. Parecían tres personajes arrancados de la memoria de Bukowsky o Enrique Symns. Quienes prodigaban que vivir era partirse cada día la crisma ante el insomnio de un dios, (anárquico), parado como un espantapájaro, viendo correr las agujas de un reloj como el del conejo de Alicia, al borde de un abismo. Por ese borde con filo se balanceaba aquella tríada.  

Almendra había pasado más de la mitad de su existencia enchalecado  a oscuras, en una pieza acolchonada  de uno de esos establecimientos de locos en las afueras, debido a su propensión antropófaga y sexual hacia los cadáveres y, efectivamente, tras el alta concedido por un benemérito catedrático, había salido mucho peor que cuando había ingresado. Lo primero que hizo, recuperada su libertad, fue aguardar  la noche para conseguir colarse en la necrópolis más cercana y darse un desmadre necrofílico que ni Calígula.  Paco era el “nene bueno” del trío, quien se tomaba su tiempo antes de animarse a dar una zancada riesgosa; siempre y cuando no apareciera con los ojos glaucos saturados de derrames y la nuez de Adán subiendo y bajando, producto de la mezcla incontrolable de alcohol y droga. Pero en verdad resultaba extrañísimo descubrirlo sobrio o limpio de LSD, ya que desde que su hermano lo sodomizara por primera vez a sus nueve años, y no cesara sino hasta los trece en que Paco diera punto final al abuso y  lo dejara desangrarse, retorcido de dolor, tras amarrarlo al catre y castrarlo; para él la vida únicamente parecía cobrar valor y algún (peculiar) sentido si de por medio había polvo blanco diluído en whisky ingresando como esquirlas calientes a su organismo. En cuanto al Ñato, Ñato por su naso aplanado a puñetazo limpio, también lo llamaban “el trompa de concha”, porque era a  lo que se asemejaba su hocico desprovisto de dientes, (una vulva horizontal con bigote y barba en lugar de vello púbico), volados de cuajo a trompadas en las riñas callejeras disputadas en pos de la gracia de  algún rincón seco, sin ratas ni cagaderas, bajo el puente en el cual guarecerse en las noches de temporales y heladas invernales.  Hijos del desamparo, todo el tiempo sus ansias de resiliencia  miserablemente aplastadas por el peso muerto de una vida descarriada, que mantenía al trío sumido hasta el cuello en el vertedero más pútrido del quinto infierno. 

Yo, en cambio, busqué cada cuita infame y nociva que pudiera encimárseme. Desde el tramo que inaugura mi madre, agotando su estoica paciencia y obligándose a echarme tras haberme mantenido y aconsejado,(en vano),durante  años en su casa oportunamente antes que, con toda alevosía, acabara yo por convertirla en otro tugurio congestionado de putas, drogos, narcos y toda clase de criatura cancerbera dada a aplacar sus más desviados instintos, y que yo me empecinaba en atraer como enjambre a la dulce y tibia miel.

Casi enseguida de irme a parar a la calle sobrevino mi primera detención policial, resultante de defecar sobre el mostrador del segundo restaurante donde me filtré famélico y con el descaro de no adeudar al garzón absolutamente nada de lo consumido. Estando “a la sombra” los reos de adjunto veían cómo me reía apartado en un rincón de la celda recordando las frecuentes admoniciones que, con cáncer y todo, me hacía mi vieja: “Eres muy inteligente, fuerte y bueno hijito. Sólo tenés que llegar a creerlo…”Cosa que nunca hice. La sangre de hiena que corría por mis venas y subía hasta mi cabeza me dictaba todo lo contrario. Era un Guasón, o bien un guaso.

Algunos hurtos de poca monta improvisados en los recovecos de la noche a cualquier transeúnte confiado; el secuestro de dos o tres mascotas cuyo rescate frustrado me condujo, hacia el final, a conocer a Mandy; la dulce y bonita transexual propietaria del sucucho en el que he vivido desde la última madrugada que la vi salir y subirse a un auto con matrícula diplomática que la aguardaba en el fango y jamás nunca reapareciera a devolverla. De referirme, en todo este rollo, a alguna tropelía, la única a impugnar es la tocante a Mandy.

Mandy era cubana, había conseguido escabullirse de un proxeneta que en la Habana la mantenía a palizas monumentales y a papas con arroz y boniatos cocidos. Al parecer el dominante hijo de puta había dado con su paradero y movido arteramente algunos hilos vinculados al poder internacional. Como no tenía la certeza plena de que Mandy no estuviera además legalmente requerida por su gobierno, y con el resquemor que me provocaba la incertidumbre de que al mismo tiempo los “uniformados” aprovecharon a meterme mano a mi también, jamás me apersoné en seccional alguna a asentar la denuncia de su secuestro. Fue Mandy, una noche en la que apenas podía  sostenerse drogada hasta la peluca, quien me implantó delante de Paco, Ñato y Almendra el mote de “Poca Muerte”, convencida de mi incapacidad nata hasta para matar una mosca moribunda… Y así quedó, sin vanas rectificaciones y sustituyendo mi verdadero nombre que tanto desdeño por ser el mismo que portó mi padre, antes de portar una niquelada 45 con la que, sin más, acabó una noche volándose los sesos. 

Ambos, Mandy y papá se esfumaron con años de diferencia, pero los dos lo hicieron,(aunque uno premeditadamente), el mismo día, del mismo mes: 29 de mayo; mi cumpleaños. He dejado de esnifar para, de estar duro como una losa, no seguir culpando a ninguno de ellos por la irrestricta consecución de mis miserias personales. Quien quita que el día menos previsto, una revelación más incisiva  y preclara de las cosas, no acabe por conducirme a la misma redención que condujo un buen día a aquel infeliz Judas Iscariote a adornar las ramas del “árbol del amor”, con su huesudo cuerpo pendiendo al viento de una soga inmunda hasta ser engullido por la boca sin fondo de la nada.   


-2-

En el sueño la sala velatoria apenas recibía una tenue emanación lumínica de dos velas rojas cuyas llamas amagaban titilar durante poco tiempo más. En el centro el ataúd de pino estaba sin la tapa, porque sentado en su interior se hallaba mi padre quien, impertérrito, prestaba el oído a cada uno de los parroquianos de la fila que, con los fundamentos y alegatos que disponían, procuraban avanzar a su turno para convencerle de que se muriera de una buena vez y se dejara de jorobar con eso de la inmortalidad o la  resurrección consumada y pactada con la macumbera del pueblo. Entonces un revólver 45 niquelado reluce por primera vez en la sala tras asomar de la cartera de una ancianita como de cien años y prosigue reluciendo después, en tanto pasa de mano en mano, hasta arribar a su destinatario y dueño quien, antes de llevárselo al fondo de la garganta y gatillar,  se despide de todos autocompadeciéndose con un mero “de acuerdo, los espero abajo”. El desparramo de sesos que afloraron como de una madura sandía abierta fue magistral y terminó por apagar las dos velas rojas. Quien enciende ahora la bombita de luz, empapado de sudor, vengo siendo únicamente yo. El golpeteo de la puerta era inconfundible y bastaba para crisparme hasta el último nervio vivo. Asimismo, eché una esperanzadora ojeada por el hueco acuñado por una bala perdida en la madera de la puerta enmohecida y apolillada. Cuando la suerte volvió de nuevo a fallarme, me hice el tiempo suficiente para desaparecer a mi séquito de grillos y entonces recién ahí les abrí.

 -Existen otros mundos y vidas ocupadas en vivir además de las suyas, Ñato, ¿sabés?

-¡Uy! Pero, Poca Muerte, si nada más pasábamos a saludarte y hacerte un cacho de compañía que buena falta te hace- aduce estrechándome con su brazo izquierdo y dejando, sobre la mesa, el revólver que se quita de la cintura con el derecho.

-El buey solo bien se lame…

-¿Y eso qué mierda significa? ¿Ahora volvés a alucinar con esos libros que te labran el bocho como ácido?

-Ese es su entero problema, Almendra. Esta viene siendo su casa y, en lo que a mi respecta, cumple con creces su parte al guardarnos mientras dejamos que afuera mengue un poco el temporal; ¿no te parece?

-En realidad, Paco, la casa fue siempre de Mandy. Poca Muerte, es como una especie de casero o custodio en ausencia de su aliada.

-A propósito, ¿por dónde  anda ese hojaldre?

-Mandy, Ñato, no está aquí. Ya no va a volver- le conferí en tanto les guardaba los bolsos a tope con el dinero robado y las armas largas bajo el escondrijo que era mi catre revuelto y destartalado.

-Ya me lo suponía. Desde que la ví por primera vez, la piba me pareció una enamoradiza de las que pira la cabeza y se juega al todo por amor. ¿Se las tomó con alguno que le picoteó la florecilla, no es cierto?

-Sí, eso hizo, Almendra. Digamos que se perdió de vista tras recibir el embiste de Cupido.

Le alcancé una botella milenaria que tenía en otro de mis escondrijos y tragó un buche largo de sidra rancia. Se sentó a mi lado. 

-¿Y lo dices tan fresco? Ella no estaba para nada mal. Pensé que si vivías a su lado era porque sentías algo más que una simple amistad. ¿No te importa acaso que te haya abandonado, o dejado por otro, sin explicación ni excusa? 

-Ni siquiera lo pienso. Para ser franco, ya me tenía bastante cansado con sus rollos de femme fatale. No pasaba más que para sus prendas de vestir y su batería de maquillaje. Una escort de la villa, pero al mismo tiempo “deluxe”.

-Esa trola se te fugó cebada por tremenda poronga, Poca Muerte.

-¡Cri, cri! ¡Cri, cri!- me pareció percibir a mis espaldas, por donde me corrió un sudor frío.

 -Siempre era lo mismo…- proseguí sin estar ni pizca convencido de lo que parloteaba. Me había convertido en su mucamo personal, cocinando, recogiendo y lavando la ropa sucia que dejaba regada por el piso. Aparecía en las madrugadas hecha toda una piltrafa, borracha o falopeada mal. Entonces la desvestía y sentaba dentro de una latón con agua fría de lluvia para espabilarla y después la cargaba hasta el catre para que se recuperara planchandose una siestecita hasta el mediodía o la tarde. A veces venía con algún golpe en la cara; entonces le aplicaba una compresa helada y le preparaba la infusión que hubiera con limón y azúcar si había. 

-Y así te lo agradeció, borrándose del mapa sin decirte “chau loco”.

-La picardía de algunas damitas no sigue otra lógica. Donde noten que, por blando, te pueden hincar el diente, a falta de autoridad o guita, te tienen carpiendo hasta dejarte girando como trompo bobo en medio de la vereda, Poca Muerte.

– Ahora, viéndolo en perspectiva, pienso que ganamos todos- proseguí. Ella marchándose tras el semental que le hacía falta, y yo embolsándome todo el tiempo del mundo para leer, escribir, pajearme, esnifar, dormir y volver a leer y a escribir otro tanto…Cuando escribo mis cuentecitos lo hago para mí, como una terapia; sin ocurrírseme si a lo mejor agradarán a alguien más que no sea yo mismo. Tendido en el catre, con un papel y lápiz, comienzo a auscultar mi cabeza, mi corazón, me pierdo revolviendo el triperío de mi alma; me autocensuro, me exorcizo, reencarno en alguien más, renazco, fallezco…un viaje.  

 -¡Puta! ¡Qué vidita, tu vidita, Poca Muerte! Si a eso, aunque sea yo quien te lo tenga que decir, se le puede llamar vida, viaje y no flor, pero flor de mierda, hermano.

-¡Cri, cri! ¡Cri, cri!- ahora “in crescendo molto nella mia testa”. 

-Bueno, mirá, Ñato. La verdad es que si en mí estuviera el poder elegir una sola ventana de esta mugrosa ciudad, desde la cual apreciar el mejor paisaje, el más ideal y fenomenal, elegiría la de una cárcel- le escupí como ciego y con los grillos bulléndome en corto.

-¿Qué carajo hablás?

-¡Cri, cri! ¡Cri, cri!- ya intolerable como un electroshock.

-Así es- proseguí entonces sobrador y exacerbado. Una ventana con gruesas rejas, Ñato. Yo paradito del lado de afuera y vos, con estos dos putitos, guardaditos como chacales del lado de adentro hasta el fin de los tiempos.

El efecto buscado superó mis expectativas y la gota de cicuta rebasó por mucho el vaso. A decir verdad, lo hizo añicos contra el piso lleno de puchos vivos, al igual que la luna del espejo de la pared contra la que el Ñato, sacado, virado de merca, me estampó el alma tras un gancho en la quijada. 

No sé cuánto tiempo permanecí noqueado sobre el pringado catre, perdido en una inconsciencia penumbrosa y tan insondable que ni siquiera me permitía escuchar, (porque no llegaban), el cri cri de ninguno de mis preciados grillos. Parecía que ellos también habían optado por abandonarme, decepcionados, por mi falta de chispa vital, al igual que todos en mi perruna existencia. 

Cuando volví en mí lo hice con un sabor a sangre amarga en la boca. Se me partían las sienes y me dolía la entrepierna y el traste. Al ponerme de pie con dificultad y descubrirme con los pantalones bajos ante el espejo de pie de Mandy, que alguien había traído de su cuarto y dispuesto allí a propósito para que, cuando despertara, pudiera contemplar junto con el pelo ralo a cuchillo tramontina, las magulladuras del rostro, muslos y piernas…y  atrás, el patente manchón de sangre con restos de mierda y esperma seco.

-¡Hijos de remil putas! ¡ Están muertos! ¡Muertos los tres sin saberlo aún! ¡Todos más que fusilados! ¡ Me cogieron! ¡Los infelices me violaron dormido!

Por más que me bañé una, dos, tres veces, aquella suciedad no se me apartaba de la piel ni del alma mustia, marchita, vilipendiada como la de un Cristo recién bajado de la ensangrentada cruz. Unos más que otros…pero no todos merecemos lo que vivimos. No.

Después, la frutilla del postre; la bufonesca nota sujeta bajo el imán de Peñarol a la puerta de la heladera: 

“Poca Muerte, me conocés. Te pusiste, ¿se dice enrevesado?, bueno eso, enrevesado como una condenada puta cuando le viene la regla. Al final, pasados como veníamos, no nos dejaste otra, amigo, que atenderte como a una de ellas. Por eso espero que no haya resentimientos entre nos. Después de todo pertenecemos a la misma jauría de despadrados ¿no es verdad? Sobre la heladera dejamos tu parte del atraco al local de pagos y el cassette de los Redondos que tanto te cabe.¡Qué buena banda la de ese pelado! Larga vida, hermano. Y hasta el próximo coto de caza.

                                                                           Paco.”

Tomé el fajo de mugrosos billetes de alta denominación y, mientras me senté adolorido a contarlos, puse el cassette del Indio Solari en el viejo Hitachi para que sonara con la cinta avanzada hasta la mitad. Y entonces sentí modular aquel pogo como nunca, mixturado con la refriega que se trababan la pareja de vecinos maricones en su covacha de tablas y nylons. 

 “Apuntamos a tu nariz…

(“¿¡Te has dado cuenta de lo que has hecho, pedazo de boludo!?”)

 hundimos tus pómulos…

(“¡No era más que ropa, Lalita! ¡Pura ropa!”)

 y vos resplandecías…

(“¡Con ella me ponía presentable! ¡Y a los clientes los calentaba! ¿Sabés?”)

 no te quedó sueño por vengar…

(“¡Saqué buena guita con ella, Lali! ¡Con esto comemos una semana!”)

 y ya no esperas que te jueguen limpio…

(“¿¡Una semana!?  ¿¡Y después de la semana, pelotudo!? ¿Acaso salís, con esa jeta, a garchar vos en mi lugar?”)

 nunca más…”

 
-3-

La opereta de la vida, (de la mía al menos), se descubría y alzaba ante todo como un verdadero y colosal espectáculo circense, con sus rebuscados visos de embustes tragicómicos. En mi performance, una suerte de mentira liviana se desprendía, tras la apertura, como hoja caduca cada vez que abría mi bocaza y, ante el conflicto o trance, lo expelido mutaba en un ¡zaz!; encimándose entonces a otra costra de mentiras previamente acumuladas. De ese material se componía la más latosa y corrosiva paparruchada dispuesta sobre mis espaldas por mí mismo, como una ridícula joroba. Pero en realidad era una cruz. Allí llameaba la gracia del absurdo. Cuasimodo nada tenía que hacer junto a mí. Tampoco Gatsby,  Raskolnikov ni la nariz del mismísimo Pinocho, si de farsas y farsantes notables hablamos.    

Muchos, casi todos los fulanos, menganas y zutanos  que conocí en la misma situación de calle que yo, llegaron a mentir como maestros de la farsa alguna vez en algo, o en casi todo. Los excuso en su conjunto porque, a expensas de salvar el pellejo, como manifesté antes, yo también lo hice, convirtiendo la mentira en un verdadero arte o talismán. 

Con tal de disuadir los súbitos y furibundos  abordajes de los uniformados que, mientras nos pedían documentos que sabían inexistentes, nos caían a cachiporrazos y a grito pelado en sus patrullas con luces, al igual que furtivas comadrejas sobre los polluelos dormidos en el descampado, no hubo mortal contra quien no levantara falsos o calumnias de toda índole. Mentí con tanta asiduidad y descaro que hasta yo mismo llegué a creer algunas de ellas.

-Dime, pedazo de escoria, ¿¡no es verdad que te drogás con la falopa que te proveé Marosa!?

-¿Marosa di Giorgio, decís?

 -¡Ah!…¡Pero si nadie dio parte que habían contratado a un comediante de cepa por aquí! Marosa di Giorgio. ¡Ah! ¡Muy oportuno!- dijo, socarronamente, el Goliat de oficial plantándome un escupitajo en la frente. Después no se midió nada en propinarme un certero rodillazo en los testículos con el que me vació de aire y, ya desplomado y curtido a puntapiés como balón de trapo, comencé a entonar como Farinelli.

– ¡El gordo Marosa se mudó, se apartó…se apartó del rubro!- atiné a lanzar.

-Si se apartó del rubro, ¿¡de qué vive ahora!? ¡Cantá mierda! ¡Dale, cantá!

-¡Es cafiolo!

-¿¡Qué!?- inquirió y, tras un silencio, al final pareció percatarse que podría entender mejor lo que intentaba decirle si, moderando el temple, además suspendía los golpes.

-Te digo que ya no es un dealer. Opera con putas.

-¿¡Desde cuándo!?

-Hace casi un mes- seguí soplando mi instrumento de viento predilecto. No sé quién banca todo este circo, pero uno bien empilchado y con tremendo auto se apersonó una tarde en el suburbio. Lo invitó a subirse y cuando bajó del polarizado Marosa ya era otro. Incluso, antes de despedirse, nos bendijo arrojándonos todos los paquetitos, porros y jeringuillas que cargaba en los bolsillos de su campera como si hubieran dejado de servirle.

-¡Ahora sí nos entendemos, Poca Muerte! ¿¡Lo ves!? ¿Le calaste la matrícula al coche?

-No llegué a hacerlo, porque dos patovicas que venían con el del auto nos apartaron como ratas.

-Está bien, te creo. Pero te falta decirme por dónde anda Marosa y cuáles son las furcias que administra.

-¿Las furcias?

-Sí. Las putas que están con él. ¿Me vas a decir que tampoco sabés quienes son?

-No, sí sé quienes son- y se las nombré una por una y con lujo de detalles.

-¡Excelente, Poca Muerte! ¿Y no te falta ninguna, verdad? 

-No, esas son todas las que hay.

-¿Y Mandy?

-¿Mandy? ¿La trans?

-Los dos sabemos de quien hablamos, Poca Muerte.

-Así es. Y los dos también sabemos que se hizo humo y nadie ha sabido más nada de su paradero.

Entonces el uniformado se quitó el sombrero, se acicaló el cabello, y volviéndolo al primer sitio colocó su mano en mi hombro y sonrió con un sarcasmo que no le conocía.

-¿Acaso abandonaste también la lectura? ¿No lees los diarios de pasada por los kioscos?

-Leo lo que consigo en los contenedores de basura. A los kioscos me acerco solamente a manguear monedas o algún alfajor vencido.

-Esperame aquí que voy a enseñarte algo- dijo. Entonces se fue hasta su móvil y rebuscó en la guantera y bajo el asiento aquella cosa que en definitiva no halló.

-Cacho- le llamó la atención a su compañero que venía por la vereda reduciendo un humeante pancho. ¿Vos sabés dónde quedó la sección policiales del diario de la semana pasada que guardamos?

-¿El de los tres chorros abatidos en el banco y la cubana trans asesinada en el puerto?

-Sí, boludo. Ese mismo.

-Lo usé para limpiarme el barro de los zapatos, ¿no te acordás?

-Ahora me acuerdo.

El poli no tuvo otra, (me lo debía), que develármelo todo ahí mismo. Y en tanto que la impresión exacta era la de estar incrustado a la butaca del fondo de un auditorio de cine para neuropsiquiátricos, cuya fidelidad de audio e imagen eran paupérrimos; con sereno espanto acabé recepcionando cuanto mi cerebro filtró de todo aquel género gore no apto para frágiles de espíritu. Espíritu que, por otra parte, hacía siglos que ya había machacado como una superchería para timoratos, feligreses de Jehová, Yahvé, Shiva, Ganesha, Maradona con Ra, y todos y cada uno de mis fugados,(o espantados), grillos de pacotilla.  

Esa noche el frío calaba hasta la médula. Después de orinar sangre en una botella, me recosté tiritando sobre un cartón junto a un perro que hedía a larvas descomponedoras. Ambos divisamos una estrella verduzca fugaz desintegrándose en el firmamento antes de quedar en nada tras un edificio. “Mirá, perro zonzo, esa es Mandy”. 

-¡Guau!- ladró el moribundo.

-¡Guau! ¡Guau!- le confirmé con mi hocico y ojos anegados…  

nació en 1974 en Rocha-Uruguay. Realizó estudios literarios en el Instituto de Profesores de Artigas de Montevideo (IPA); estudios en Educación Común y Especial en el Instituto de Formación Docente de Rocha (IFD); participó en seminarios y talleres de escritura; se ha involucrado con la prensa escrita, televisiva y radial. Participación en el proyecto de difusión cultural “Uruguay Te Leo” con auspicio del MEC. Sus cuentos y artículos han sido seleccionados en varias antologías y medios gráficos (revistas) de Uruguay, España, México, Perú y Argentina. Libros publicados: “Los Trabajadores Cuentan”, Editorial 1º de Mayo, Montevideo 2014; “Cuentos de Felisberto Hernández”, MEC, IMR,2014; “El Estampido de la Entraña Oriental”, Irrupciones Grupo Editor, Montevideo 2018.; “Confesiones de un Oriental Cuerdo en Desacuerdo”, Irrupciones Grupo Editor, Montevideo 2019. Reconocimientos:1991, 1° premio concurso de poesía en el liceo en que cursa; 1994, 1° premio concurso “Jornadas Carolinas” de la ciudad de San Carlos; 2002, 1° mención concurso literario “Me Siento Rochense” organizado por el Colegio San José de Rocha; 2003, 1°premio concurso de poesía del Instituto de Formación Docente en que cursa; 2014, 1° mención “Concurso Internacional Club de Leones de Rocha” en la categoría ciencia ficción; 2014, 2 mención y publicación antológica “Concurso de Cuentos Felisberto Hernández” organizado por el Municipio de Rocha; 2014, premio y publicación antológica “Concurso Editorial 1° de Mayo” Montevideo; 2016, Finalista del II Certamen Literario Internacional de la Fundación Somos; 2017, Finalista Concurso Español de Micropoemas “Primavera de Sueños”; Finalista Certamen de Poesía de San Isidro Labrador en España; Finalista y publicación antológica I Concurso Literario “Lluvia de Versos”, publicado en España. Actualmente ejerce la docencia en una escuela de educación especial.

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