Foto: @pauloslachevsky

30 de septiembre 2023

Las definiciones literarias de Pancho Sazo 

por Ricardo Olave Montecinos

En noviembre de 2017, la banda Congreso dio un concierto gratuito en la Plaza Teodoro Schmidt de Temuco. Quien organizó el evento era el jefe de la librería en la que trabajé. Como conocía a Pancho Sazo desde hace muchos años, le preguntó al vocalista si podía responder a un cuestionario literario, para una sección que teníamos en las redes sociales para hablar de libros. Aceptó encantado.

El punto de reunión fue el Hotel Nicolás. En un principio, la conversación sería antes del concierto, pero luego Pancho Sazo reculó, pidiendo que fuese tras finalizar el espectáculo. En ese minuto no podía atendernos, ya que estaba viendo un partido de Colo Colo, club del cual es hincha, en un duelo contra Unión Española, que terminó cinco a dos a su favor. El show en la plaza fue correcto, entre canciones clásicas y parte del nuevo repertorio. Luego, tras la cena, se acercó a responder las preguntas. 

Fueron 14 minutos en que respondió con especial curiosidad, los cuales nunca fueron transcritos hasta ahora. La entrevista estuvo perdida durante seis años en un correo electrónico. Apareció de sorpresa, como las respuestas de Pancho con su lenguaje chileno; respuestas que permiten imaginar lugares y escenarios, desde la epopeya griega hasta su región de Valparaíso, acompañado de su amor y respeto por la filosofía y la cultura chilena.

-¿Cuál es el primer libro que leyó?

Yo partí como dice (Elicura) Chihuailaf en la oralitura digamos. Lo primero que escuché fueron cuentos que contaba mi madre. Mi abuela también contaba cuentos que eran parecidos.

Yo, los primeros libros deben haber sido una colección de unos libros muy antiguos que se llamaban «El Nuevo Tesoro de la Juventud», que era una especie de enciclopedia de 1900 y tanto, que estaba en la casa. Hablaba sobre los inventos de 1905, una cosa así, cómo iban a ser las ciudades del futuro. Era una especie de enciclopedia, donde estaba todo un compendio: etnología, insectos. Esa era mi lectura preferida, mi primera aproximación a un mundo mucho más vasto. Ahora, todas las cosas que estaban en ese libro, la mayoría eran mentira o de un racismo espantoso, pero era lo que había en la casa.

Después, mi padre fue un lector de poesía. Rubén Darío, (Pablo) Neruda, había una serie de libros. No se olvide que mi generación era una generación previa a la televisión, entonces nuestro mundo fue de radio y de lectura, de muchos lectores en las escuelas.

-La radio, luego la tele, y ahora los teléfonos. Creo que un libro de Herman Hesse cuenta en un relato sobre unas madres que retaban a los niños porque leían tanto que iban a quedar ciegos.  

No estudien tanto que se les va a secar el celeblo (sic), así con ele decían las mamás, celeblo. A nosotros nos incentivaron a leer, y a mí me gusta leer. Es un mundo al que uno le ponía rostro. Leía cuentos de Coloane, «El vaso de leche» (cuento de Manuel Rojas), cosas así, de escuela. Después empecé, ya de más grandes los clásicos: Homero, Virigilio.

-¿Qué está leyendo actualmente?

Ahora estoy leyendo pocas cosas. Estoy leyendo de física y filosofía, como yo hago clases. Estoy preparando un seminario. Leo también poesía de algunos conocidos y otros no tanto. Estaba releyendo a Elicura Chihualifal, «Recado Confidencial a los chilenos» y «Poemas azules y otras cosas» (Probablemente quiso decir “Sueños de luna azul y otros cantos”).  

También leo a Ennio Moltedo, uno de los grandes poetas en prosa, que murió hace poco. Lo recomiendo, totalmente. Es uno de los poetas más grandes de Chile, muy secreto, muy a trasmano. Fue secretario de Neruda un tiempo. Lo ayudó a traducir a algunos poetas rumanos e italianos. Un genio. Escribió en prosa curiosamente, no en verso.

Otro que me encanta y que yo recomendaría es Jorge Teillier, toda la obra. Algunas cosas de Nicanor Parra también.

-¿Ha robado alguna vez un libro?

Jamás. Considero que a uno le pueden regalar los libros. Cuando era bastante pobre, juntaba la plata para poder comprarlos. Era una especie de día de pascua, de navidad, de juntar un billete, que me costaba. Sino, los copiaba a mano. Mi generación no era de fotocopias, así que éramos a «manuencia», a escriba, a toda prisa.

-¿Cuál es el libro que toda persona debería leer antes de morir?

(Suelta una fuerte risa) Emm… ¿Qué puede ser? ¿Hoy? No, hay varios. Yo diría «La Iliada» (Homero). Yo creo que es uno de los inicios de una cierta manera de entender la cultura occidental. Pero está lleno: literatura fantástica, libros chinos, teatro persa, los rusos, Dostoievski. 

Depende también del talante o de cuánto va a agonizar uno para leer bien un libro, pero yo creo que hay muchos libros recomendables y geniales. Curiosamente, yo tengo acceso a literatura en otros idiomas, en francés especialmente. Leo mucho de historia de la filosofía, historiografía, por decirlo así. Hay textos maravillosos. Hay uno que se llama «El Cuchillo de Apolo», que se lee como una especie de novela. Siempre apareció lo Apolíneo como un dios pirula, y aquí aparece como sanguinario, desterrado, malvado. 

¿Qué más? Yo creo que habría que leer de nuevo las “Décimas” de Violeta Parra. Depende del talante de cada uno. Recomendaría a Bolaño también.

-Si pudiese vivir dentro de una historia literaria, ¿cuál sería? ¿por qué?

Yo creo que alguno de Joseph Conrad. «Lord Jim», «El corazón de las tinieblas». Hay aventura, algo siniestro, dolor. Kafka también me gusta. Lo onírico, lo absurdo es atractivo. Yo creo que la novela que a uno le gustaría participar siempre está por escribirse, le vas agregando una parte. Tendría que ser una especie de collage de diversas historias. «Cautiverio Feliz» (Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán) también. 

Hay como un eclecticismo en mi lectura, no tengo así un norte. Pero, desgraciadamente, o buenamente, me toca estudiar mucho para hacer clases. Generalmente, estoy en libros de textos, metidos en esas cosas. Hay un universo que uno descubre en filósofos elementales que te abren puertas. Uno de los tipos que yo admiro y que soy capaz de leerlo en inglés, y con mucha ayuda, es Shakespeare. Ahí, hay material para bañar yeguas. Siempre le he hecho empeño. 

Leo en inglés el «Ulises» de Joyce, pero hay que aprender 19 lenguas más. Hay algunas cositas, agarraba pal’ chuleteo al lector. Me gusta esa onda de perderse en pequeñas estructuras literarias que duran un día, o un día y una noche, pero son libros de mil páginas. 

-Si tuviese que quemar un libro para que desapareciera de la historia, ¿cuál sería? 

Mein Kampf (Mi lucha) de Hitler. No me gusta quemar libros, creo que hay que conservarlos. Pero ese libro es una estupidez, una mierda. Hitler habla de tratar al infrahumano, y eso ni siquiera se puede decir, aquí y nunca.

-Si tuviese que escribir el título de sus memorias, ¿cuál sería?

Chao (risas). No, no soy de hacer memorias. Creo que la vida de uno tiene la gracia de ser abierta como un río. 

-¿El libro o la película?

Son dos órdenes de arte diferentes. El problema es que, cuando aparece la película de un libro, los personajes quedan fosilizados en esa imagen, y es muy difícil cambiarlos después. Cuando lees el libro, tu imaginación te hace participar de lo que el autor quiso contar. Para mí, la heroína era tal que uno imagina la historia, la huele, uno es capaz de palpar.

En el cine es otra estética, está la representación, la imagen entregada, está la música.

-Quizás por eso, García Márquez se negaba a una película de «100 años de soledad».

Claro, claro. Además se necesitaría un estudio grandecito para hacer esa. Yo creo que son artes complementarias, en la medida que puedan trabajar juntos. Hay grandes escritores que fueron guionistas de Hollywood, algunas buenas y otras no tanto. Es otro lenguaje el cine. Yo prefiero el cine como cine, y la literatura debe ser un departamento separado. Por ejemplo, yo he sido incapaz de leer «El señor de los anillos» y esas cosas porque ya está la película. No sé cómo será en términos literarios. El enano tendrá otra cabeza, el brujo, así que no. 

-¿El papel o el formato digital? Sobre todo porque le toca leer mucho paper en la universidad.

El papel tiene una condición políticamente incorrecta, la idea de talar árboles, pero tiene esa cosa de ser un regalo, como esa especie de paralelepípedo, que tiene algo también de sensual, de táctil, de olor. A mí me gusta oler los libros. Algunos tienen olor de mañana, otros que son crepusculares, otros que no te dicen nada. Además, tú puedes anotar, conservarlos, consultarlos. 

Soy malo para las teclas. No es que no sepa usar computador, prefiero el papel. Ahora, lo que no impide que lo digital permite multiplicarse, que se democratice.

-¿El libro con o sin IVA?

El libro debería ser un objeto de primera necesidad, pero se ve como una especie de suntuario. De repente es más importante, no sé, el reguetón. Como decía Les Luthiers, no compre discos, compre libros. El libro es cultura. El libro permanece un poco más, es una invitación a algo más. Es muy difícil que un libro se olvide, aunque lo encuentre otra persona, lo puede leer. 

Yo he encontrado libros que han dado la vuelta entre varias manos.  Yo creo que debería haber una excepción, una financiación pública o privada. La literatura o el libro en general, es lo que a uno le enseña a escribir. Cuando uno lee, te confronta con todos los estilos. Uno puede escribir en flaite, en chileno de la costa, en lafquenche, y a ti te entrega una forma de aproximarse. Cuando nosotros escribimos en chileno, es una forma de hablar. Cuando yo digo en Chile «me quiero tomar un tintán, un tintín» es un tinto. Pero si yo te digo «me provoca un tintico», ese es un café en Medellín.

Las literaturas regionales, territoriales, son una forma de cómo pensamos el lenguaje de la tribu, y lo llevamos a un nivel que se devuelva a la tribu y enriquecerla.

-El libro nos permitió cuidar las historias que venían del boca en boca.

Exactamente, sin descuidar el aspecto oral, gestual, de cómo nosotros nos peinamos, picoteamos; forma parte de la literatura, todo tiene que tener cabida en el relato o en los relatos que puede producir una sociedad, un territorio, un grupo. 

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