01 de junio 2020

Lozanas y Lazarillos de hoy

Belicismo y emprendimiento en el neoliberalismo de pandemia

El retrato de la lozana andaluza (1528), de Francisco Delicado, y La vida de lazarillo de Tormes (1554), de autoría anónima, son dos novelas que tienen como protagonistas a sujetos marginales de la sociedad española del siglo XVI: una prostituta conversa y sifilítica, y un niño pobre que debe aprender a arreglárselas para sobrevivir. Por ese motivo es que se han propuesto filiaciones entre una y otra, como si la novela de Delicado fuese un antecedente directo del Lazarillo y el género picaresco. Sin embargo, como bien explica Carolyn Wolfenzon, ambos relatos no son plenamente ajustables: “En el Lazarillo de Tormes o El buscón, por sólo citar dos ejemplos, el pícaro nace en un mundo marginal pero luego asciende socialmente, e incluso se vuelve aliado de las clases poderosas. En la obra de Delicado, el narrador insiste en resaltar las cualidades físicas de Lozana y su conducta pervertida como características inamovibles adquiridas desde su nacimiento. No hay cambio en el personaje, sólo intensificación de los mismos rasgos originales”. En efecto, ambas novelas nos ponen frente a dos conflictos muy distintos: en el caso del Lazarillo, el ascenso y la consiguiente inclusión social, sin que ello signifique, por supuesto, una desaparición de las desigualdades; y en el caso de la Lozana, la intensificación, la repetición, y la consecuente exclusión social.

¿Qué es lo que determina ambos devenires, el de la inclusión y el de exclusión, en cada caso? Cuestiones tanto internas como externas a los relatos mismos, que tienen que ver, además, con procesos constitutivos no sólo de la monarquía española sino que de la modernidad occidental en general, y que siguen pesando hasta hoy en día. En el caso del Lazarillo, el personaje logra ascender socialmente porque sigue el consejo que le dio su madre al momento de dejarlo en manos de su primer amo, el ciego: “Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno, y Dios te guíe”. Esto ocurre en el primer tratado de la novela, y en el último nos volvemos a encontrar con el enunciado, ahora en boca del mismo Lázaro, quien reconoce que es por ello que ha podido conseguir el oficio de pregonero y contraer matrimonio con una criada del arcipreste. Precisamente, es a éste, su último amo, a quien le asegura: “Señor, yo determiné de arrimarme a los buenos”. Por supuesto, los “buenos” no son sino aquellos que están ubicados en una mejor posición social y económica, y que son los que pueden ayudar a Lazarillo a conseguir los bienes materiales necesarios para sobrevivir (alimento, ropa, techo, trabajo). Por ende, “arrimarse a los buenos” no es sólo un ejercicio de sobrevivencia para cambiar de fortuna, sino también un modo de validar ese orden político y social que coloca a los “buenos” en tal lugar. Para Lázaro, la única manera de salir de la pobreza es lograr la inclusión en ese orden (de hecho, el de pregonero es un “oficio real”).

Ahora bien, hay otro factor importante a considerar, y que tiene que ver sobre todo con el cambio en las prácticas económicas del personaje, quien pasa de la condición de mendigo a la de trabajador. Aquí, creo, se pueden establecer relaciones con un proceso histórico que estaba ocurriendo en Europa y que intentó implementarse también en España. Según lo expone el historiador francés Bartolomé Bennasar en La España del Siglo de Oro, este proceso apuntaba a un cambio en el tratamiento de la pobreza: sustituir el derecho del pobre a la limosna por su derecho al trabajo. Ello implicaba varias cosas: cambiar la concepción de la pobreza como “gracia divina”, la que, por lo demás, favorecía la caridad y, así, la salvación de parte de los ricos; la intervención del Estado en un dominio hasta entonces reservado a la iglesia; y disponer de más mano de obra, con la consecuente disminución de los salarios y de la carga asistencial. En Flandes o Inglaterra, medidas de este tipo tuvieron éxito. En España, pese a que se dictaminaron leyes y se formularon proyectos importantes, el tratamiento de la pobreza no varió mucho. El Lazarillo se publica en medio de todas estas discusiones, y si bien no es una ayuda estatal la que recibe el personaje, el paso de mendigo a trabajador da cuenta de los cambios que se pretendían impulsar, cambios importantes para el desarrollo del capitalismo y para el disciplinamiento de los sujetos pobres y marginales. 

 En el caso de la Lozana, como se decía, el conflicto apunta en la dirección contraria: a la exclusión social. De hecho, la protagonista vive en un barrio romano, Pozo Blanco, que opera como un verdadero gueto, del que sólo ella entra y sale; el resto de personajes se mantiene siempre en ese lugar. Esta segregación está determinada por tres factores principales: el ejercicio de la prostitución por parte de Lozana y de muchas de sus vecinas, la propagación de la sífilis dentro de esta comunidad y la condición de judíos o conversos de los residentes de Pozo Blanco. Se trata, en suma, de una exclusión social, sanitaria, religiosa y étnica. Pero sobre todo religiosa y étnica, pues los judíos y conversos, ficticios y reales, que habitaban en Roma provenían en gran parte de España, de donde fueron expulsados por el edicto del 31 de marzo de 1492 y donde, a pesar de haber profesado el catolicismo, seguían siendo perseguidos por la Inquisición. 

Al revés del Lazarillo, el arrimo de los conversos siempre fue objeto de desconfianza; por lo mismo, en su caso el sacramento no fue prueba suficiente para la autoridad inquisitorial y se les exigieron pruebas de sangre para validar su fidelidad. Esto no hizo más que agudizar el desplazamiento político y físico de los conversos: fueron despojados de sus cargos de poder y fueron presionados a salir de territorio español. En Imperiofilia, José Luis Villacañas ha remarcado cómo este hecho fue determinante en la constitución de España como una “comunidad negativa”, en la medida en que los puntos de articulación interna se sustentaron en la exclusión de la alteridad. Óscar Ariel Cabezas ha ido más lejos incluso, señalando, en su libro Postsoberanía. Literatura, política y trabajo, que “la justificación del terror del Estado cristiano contra la intervención del español sefardí como otro constituye la fundación del terror moderno organizado políticamente en nombre del pueblo”. Si el Lazarillo valida el orden imperante, la Lozana, en tanto conversa, lo desestabiliza.

La fe pesa más que la enfermedad en la novela, ya que la sífilis no es impedimento para ejercer la prostitución. Es más, en el caso de la Lozana al menos, el único síntoma visible que tiene es una deformación nasal, pero nada de pústulas ni olores nauseabundos. Aunque esto se debe también al hecho de que los judíos y conversos españoles eran apuntados como los grandes responsables de haber introducido la sífilis en Italia. Entonces, ser judío o converso era prácticamente sinónimo de ser sifilítico. Y esto reforzaba su exclusión, pues, como también explica Carolyn Wolfenzon, en la época la sífilis siempre se asociaba con el enemigo y la otredad. 

Pues bien, ¿que nos dicen estas historias de inclusión y exclusión sobre la pandemia del coronavirus? ¿De qué modo nos pueden ser útiles para interpretar nuestra situación actual? En el caso del Lazarillo, su paso de mendigo a asalariado muestra que el trabajo no es sólo un derecho suyo como pobre, sino que es también un acto de validación y reproducción del mismo orden que lo ha colocado en la posición de pobre. Y es también una estrategia de ese mismo orden para que el pobre deje de ser una carga para el Estado y los particulares, en tanto objeto de caridad, y se mantenga por sí mismo. De esa manera, al ajustarse los salarios por la mayor oferta de mano de obra y al disminuir los gastos asistenciales, los ingresos estatales y privados se incrementan proporcionalmente. El pobre empieza a producir, se vuelve útil para producir utilidades. Tal es el precio de la inclusión. 

Como ya sabemos, el trabajo asalariado ha sido fundamental para el desarrollo del capitalismo. Pero la situación hoy es mucho más acuciante, porque la autosubsistencia que implica el trabajo pagado es descarnada en el contexto del capitalismo neoliberal y su modelo de emprendimiento: les pobres y les trabajadores quedan entregados a la suerte de su esfuerzo y/o iniciativa personal. En un país neoliberal como Chile, la pandemia ha desnudado estas injusticias una vez más: una ley que “protege” el empleo suspendiendo contratos, rebajando sueldos y haciendo que el trabajador complete su salario con sus propios ahorros, mientras que los accionistas se reparten millonarias utilidades (LATAM, CENCOSUD), o mientras la misma empresa que suspende contratos y sueldos luego ofrece préstamos a sus trabajadores (Ripley); pérdidas millonarias en los fondos de pensiones de les trabajadores, mientras que los accionistas se quedan con las ganancias derivadas de inversiones hechas con nuestros propios fondos; el ministro de salud conminando a la gente a elaborar sus propias mascarillas, mientras que militares y carabineros compran las mejores del mercado a sobreprecio; miles de personas obligadas a salir a trabajar, dependiente o independientemente, porque no pueden permitirse entrar en aislamiento o cuarentena, y todos los días deben exponer su vida y la de quienes los rodean. Ejemplos no faltan, desgraciadamente, porque la crisis no la pagan los ricos.

Tampoco faltan ejemplos cuando pensamos en historias de exclusión, y aquí la analogía a partir de la enfermedad es muy pertinente. En el caso de la Lozana, uno de los factores por los cuales ella es excluida socialmente es la sífilis, que es prácticamente una sinécdoque de su condición de marrana o judía conversa. Por ende, la discriminación sanitaria tiene también una dimensión religiosa y racial. En el contexto local, una situación similar se vivió hace poco en un cité de la comuna de Quilicura, habitado por inmigrantes haitianos: apenas se supo de casos de contagio, la comunidad comenzó a ser aislada, agredida y estigmatizada, acción en la que los medios de comunicación tuvieron especial incidencia. Como lo explica Afshín Irani, esto responde a la estrategia del gobierno de “tratar a las poblaciones de riesgo como responsables”. Y eso ha pasado no sólo con los inmigrantes haitianos, sino que también con los pobres y los ciudadanos comunes, a quienes el ministro de salud ha comenzado a responsabilizar del aumento de los contagios. 

Esto no es más que una extensión de la lógica del emprendimiento neoliberal, en donde cada uno es responsable de su buena o mala suerte, no el Estado ni el capitalismo. Y es una intensificación del modelo belicista con el que globalmente se ha afrontado la pandemia del coronavirus, y que en su versión criolla tenemos los ejemplos de “la batalla de Santiago” de Mañalich, y la frase comodín de Piñera del “enemigo poderoso que no respeta a nada ni nadie”. De hecho, como lúcidamente lo dijo Alejandra Castillo, hoy cualquiera es un potencial enemigo. Lo que se tiene como resultado de todo esto es una mezcla neoliberal de emprendimiento y belicismo, que castiga nada más que a aquellos sectores que ponen en riesgo esa combinación letal: migrantes, pobres, asalariados, manifestantes. Desarticular esa combinación, por tanto, hoy es absolutamente vital, y el camino definitivamente no pasa por arrimarse a los “buenos”.

Referencias

Anónimo. Lazarillo de Tormes. Ed. Francisco Rico. Madrid: Cátedra, 2006.

Bennasar, Bartolomé. La España del Siglo de Oro. Barcelona: Crítica, 2009.

Cabezas, Óscar Ariel. Postsoberanía. Literatura, política y trabajo. Buenos Aires: La Cebra, 2014.

Delicado, Francisco. La lozana andaluza. Ed. Carla Perugini. Sevilla: Fundación José Manuel Lara, 2004.

El Desconcierto. “Comunidad migrante alega discriminación tras brote de COVID-19 en Quilicura: “Fue algo que trajeron otros al país””. 21 abril 2020. https://www.eldesconcierto.cl/2020/04/21/comunidad-migrante-alega-discriminacion-tras-brote-de-covid-19-en-quilicura-fue-algo-que-trajeron-otros-al-pais/.

Irani, Afshín. ““Las iniciativas migrantes ponen en evidencia, una vez más, la crisis por la que atraviesa el Estado”. Entrevista a David Arboleda”. Rosa, una revista de izquierda. http://www.revistarosa.cl/2020/05/03/las-iniciativas-migrantes-ponen-en-evidencia-una-vez-mas-la-crisis-por-la-que-atraviesa-el-estado-entrevista-a-david-arboleda/.


Villacañas, José Luis. Imperiofilia y el populismo nacional católico. Otra historia del imperio español. Madrid: Lengua de Trapo, 2019.

Jorge Cáceres es profesor de literatura. Sus investigaciones abordan la literatura colonial chilena e hispanoamericana, y los cruces entre literatura y política. Actualmente es inves-tigador responsable del proyecto FONDECYT 11190575 “Descentralizada, global y resi-dual: la Ilustración en el Reino de Chile (1774-1803)”.

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