Foto: @pauloslachevsky

11 de septiembre 2023

Memoria inundada: Demostrar, experimentar

por Gabriel Bravo Soto

Las verdades éticas no son así verdades sobre el Mundo, sino las verdades a partir de las cuales nos mantenemos en él. Son verdades, afirmaciones, enunciadas o silenciosas, que se experimentan pero no se demuestran. La mirada taciturna clavada en los ojos del pequeño dirigente, con sus puños apretados, y que lo examina por un largo minuto, es una de ellas, y lo mismo sucede con el estruendoso “uno siempre tiene derecho a rebelarse”. 

(Comité Invisible, A nuestros amigos)

En la esfera de la política, tanto la izquierda como la derecha quieren demostrar, tener la última palabra, dar la interpretación más contundente y la explicación que mejor logre sepultar al discurso contrincante, ojalá para siempre, enrostrándole su respectiva y supuesta superioridad moral, a la vez que homogeneizar el discurso nacional en una totalidad cerrada. Que Allende acá, que Pinochet allá; que la democracia, que la dictadura, que si se condena o no se condena, que las leyes, que la constitución, que ellos empezaron, que ellos siguieron. Puro fango. Puro lodo. Pura impotencia aquí y allá. Si en años anteriores la pataleta bidireccional y el reproche repetitivo hasta el hartazgo era la tónica, hoy lo es con mayor agudeza, morbo y engreimiento. Se cumplen 50 años de una de las ofensivas burguesas más sanguinarias en Latinoamérica, y claro, en la esfera política hay disputa de interpretaciones y todo el mundo se acuartela en la democracia y la condena a los excesos enarbolando una hipócrita y supuesta defensa a los Derechos Humanos. 

Que en este país se torturó, asesinó y violó es algo evidente que sólo la mentalidad retorcida de la derecha es capaz de justificar y la cobardía sintomática de la izquierda es capaz de monumentalizar estáticamente. Que hoy, conglomerados políticos como  Chile Vamos realicen declaraciones conjuntas para reflexionar sobre el quiebre de la democracia en el 73 (sin utilizar palabras como “golpe de estado” o “violación a los DD.HH”) o que Gabriel Boric se reúna con Sebastián Piñera para compartir lecciones en miras a los próximos 50 años, no puede sino ser una burla, una canallería y un desprecio a la memoria que, a diferencia de la memoria estatal y museística, está inundada de sangre, nervios, carne y (re)sentimiento. 

Esta memoria inundada articula de alguna manera lo que podemos entender como una memoria marginal, popular y combativa. Pese a que la memoria inundada sí demuestra (la brutalidad, el exceso, la cobardía y el ensañamiento del régimen, por ejemplo), en estricto rigor va más allá de la demostración; su poder de catalización y futuro se encuentra en su capacidad de experimentar, y esto es precisamente porque es transgeneracional y porque las consecuencias se siguen viviendo en carne propia. Así, la memoria inundada no es exclusiva de las personas específicas que vivieron la dictadura, sino que se extiende a quienes vinieron y vienen a continuación.

La memoria inundada no tiene tanto que ver con lo cuantitativo ni con los números exactos de las encuestas burguesas, sino que con lo cualitativo, es decir, con la extensión y profundidad con que la historia se experimenta en la vida cotidiana. Y es que lxs hijxs y nietxs de la dictadura hoy vivimos todas las consecuencias de la contrarrevolución planetaria del siglo anterior en todas las dimensiones de la existencia, a través de la droga, la telebasura, la educación escolar, la anestesia social generalizada y los aburridos proyectos de vida a los cuales podemos apostar. Somos producto de nuestro tiempo, y nuestro tiempo se caracteriza por tener las brújulas rotas, por reinar el sin sentido, por la aniquilación del entorno, por el vacío que todo lo repleta, por la caída de todo a nuestro alrededor y por el colapso de nuestras formas de vida.

La situación actual no es para nada fácil, y es ante ella, que la memoria inundada se resiste a perecer, expresándose en el grito de las madres exigiendo saber dónde están sus hijxs, en la lucha de las organizaciones contra la impunidad, en la búsqueda de lxs responsables políticxs, así como en la solidaridad con lxs presxs combatientes de ayer y hoy, en las palabras de compañeras como Luisa Toledo, en los combates callejeros en Liceos y Universidades, en la organización territorial de distintos sitios del país, en las armas caseras que repelen a la policía en los pasajes de las poblaciones y, recientemente, en la revuelta social de 2019. Sangre, nervio, carne y (re)sentimiento.

Sin temor a ser inexactos, la memoria inundada es de alguna manera la memoria de la resistencia. Tiene hilos de conexión con el pasado, el presente y el futuro, pero no en un formato lineal, sino que más bien en un formato en espiral, como las espiritrompas. Es por ello que el pasado sigue estando aquí y que el futuro no está completamente clausurado, para desgracia de los negacionistas, conservadores y reaccionarios. Existe algo en el presente que continúa pujando hacia lo porvenir, lo nuevo, y que se resigna a desaparecer. De alguna manera, ese “algo” es el contenido expresado en la memoria inundada de ayer y hoy, y que en el fondo cataliza las insurrecciones de nuestro tiempo. Hay mucho de sufrimiento en esta memoria, lo cual mantiene en pie nuestra sensible y constante porfía contra el olvido. 

En la base de este sufrimiento, colectivo y generacional, se afincan las verdades éticas que desbordan las verdades políticas, aquellas que son meramente demostrativas, democráticas y moralmente correctas. Las verdades éticas son las que nos hacen gritar, llorar, estremecernos ante la muerte de unx compañerx, incendiar una ciudad entera si así lo amerita. No es necesaria una demostración política en el plano de la política, sino más bien una experimentación compartida en el plano sensible. Las verdades políticas, por su parte, son otra cosa. Que el gobierno de la UP fue derrocado por la intervención militar con ayuda de EEUU (llámese “golpe” o “pronunciamiento” militar) es algo ya demostrado, es políticamente verdad, y respecto a este hecho, el enfrentamiento espectacular en el plano político se enloda en torno a la “evitabilidad” e “inevitabilidad”, a la constitucionalidad e inconstitucionalidad del proyecto de Allende en términos institucionales.

Sin embargo, por fuera de la política poco y nada se reflexiona respecto a la labor inmovilizadora que Allende tuvo a lo largo de su gobierno y que terminó allanando el terreno para el posterior golpe de Estado. Basta recordar la promulgación de la ley de control de armas, del Plan Millas para devolver las empresas, las conciliaciones con la oposición, la represión y control a los sectores más combativos y conscientes del proletariado, y la responsabilidad directa en la posterior masacre y desarticulación de la “clase obrera más consciente de Latino América”, como lo señala la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales en su carta al presidente del 5 de septiembre de 1973.

Aquí no se trató únicamente de un hombre al cual le frustraron sus planes nobles de transformación. Y este asunto es de peculiar delicadeza para un sector de la sociedad que ve en el “compañero presidente” a un ídolo, un mártir, un hombre bondadoso y de buen corazón entregado a sus ideales de justicia e igualdad. Es tanto así, que en el ámbito de la cultura nacional Allende representa una personalidad autóctona que reúne de alguna manera ciertos componentes de la “chilenidad” (como Violeta Parra, Gabriela Mistral, Víctor Jara, entre otrxs). En el ámbito internacional es un líder, un referente, un ser humano “especial en su especie”, tal como la “vía chilena al socialismo” fue especial en las intentonas socialistas del mundo. 

A raíz de lo anterior, la memoria inundada contemporánea, si desea persistir y ser coherente, tiene la tarea fundamental de hacer un balance crítico del pasado desmitificando a los becerros de oro, para que su fuerza de sangre, nervio, carne y (re)sentimiento no desemboque en la política, terreno en el cual siempre perderá, sino que se configure como una verdadera fuerza de futuro que logre romper de raíz este presente encapsulado que parece no poder transformarse. Para aquello, es necesario despojarse de los pesos muertos de la historia, aquellos que su carga sigue pesando en la conciencia y que impiden ir más allá de nuestras actuales encrucijadas. Allende es uno de ellos. Y hay que superar a Allende. Se trata, en definitiva, de volver a poner en el centro la revolución asumiendo de entrada que su significado ya no es y no puede ser el mismo que en la época de la UP y de la izquierda leninista que le rodeaba.

Esta misma izquierda leninista y nostálgica en torno a Allende y la UP, hoy en día parece ignorar la existencia de un concepto que nace precisamente para explicar la imposibilidad actual de llevar a cabo proyectos revolucionarios, al menos bajo el mismo prisma que el siglo pasado. Y es que pese a su origen “europeo”, la noción de programatismo logra definir el horizonte de lucha que las revoluciones del pasado tuvieron a lo largo del siglo XX, las cuales se caracterizaban por 1) desplegarse en un espacio específico: el movimiento obrero que ya no existe, 2) ser dirigidas por una vanguardia de revolucionarios profesionales que llevarían al proletariado al comunismo, 3) la perspectiva politicista de tomar el poder y 4) dar lugar a un periodo de transición.

A nivel planetario, durante los años 70 se cierra y abre un periodo que configura las luchas que vendrían, dejando obsoleto el formato programatista de la revolución. Con las respectivas diferencias y particularidades en cada rincón del mundo, este periodo se logra comprender bajo la noción de “subsunción real”, es decir, el momento en el cual el capital como fuerza destructiva, autónoma, autófaga y expansiva, domina todas las esferas de la vida social. De allí para adelante, el proletariado se ve enfrentado a nuevos impasses, encrucijadas y desafíos.

En los tiempos de la UP, la conciencia no podía tener la claridad de que el Estado no es una cosa que se pueda usar según la buena voluntad de quien gobierne. Reprocharle a nuestros antepasados a partir de los aprendizajes que hoy tenemos presentes es un sinsentido. Y es que en nuestra época actual, no hay disyunción ni contraposición entre Estado y Capital, ya que el Estado es el Estado del Capital. Están imbricados íntimamente. La revolución de nuestro tiempo ha de ser algo completamente diferente a la administración estatal del capital: un proceso más que un fin, una experimentación más que una demostración, una fuerza centrífuga más que centrípeta. 

El terreno de la política hoy se nos presenta como insuficiente para la redención social respecto a los horrores del pasado. Así lo demuestra la derecha y la izquierda en su espectáculo grotesco y miserable. La memoria inundada, debe hacer de la sangre, carne, nervio y (re)sentimiento las puntas que continúen aportillando la realidad. Asimismo, hay que recoger los materiales necesarios y suficientes que logren configurar una perspectiva revolucionaria de nuestro tiempo. Esta perspectiva, que bebe de la herencia y la experiencia combativa de nuestra clase, no puede contentarse con ser sólo política, tampoco con ser antidictatorial ni mucho menos democrática. Esta perspectiva, que a lo largo de los años ha ido oxigenándose y encontrando sitios, expresiones y relevos generacionales, se configura en el presente y prefigura hacia el futuro en los aportes de una camada de iniciativas marginales y poco conocidas que no repletan las estanterías de las librerías burguesas ni están presentes en los debates televisivos: PointBlank!, Helios Prieto, Correo Proletario, Mike González, Carlota Vallebona y las diferentes producciones teóricas de compañerxs a lo largo del país que se nutren de la experimentación y de las luchas recientes. 

Así, esta perspectiva de presente y futuro debe hacer memoria, pero no una memoria estática y monumental, sino que una memoria que permita comprender nuestro pasado y extraer la poesía del futuro para los combates del presente. Y es esto precisamente lo que no hace la memoria oficial, siempre expiatoria buscando la unidad nacional. Respecto a aquello, preguntamos ¿es que acaso hay posibilidad de consenso? ¿Es posible armonizar esta sociedad tan desgarrada? ¿Por qué y cómo? ¿Hasta cuándo se pretende seguir con este simulacro sin sentido alguno? 

El tiempo se acaba; el tiempo es relativo. Para efectos individuales 50 años puede ser harto, pero para efectos históricos no es nada aún. Hoy, a 50 años de la ofensiva burguesa en Chile, es necesario volver a experimentar, hacer de la vida cotidiana el campo de batalla de nuestra lucha. Ya nunca más sin nosotrxs. Ya nunca más contra nosotrxs. Y “para que nunca más en Chile” nuestra clase vuelva a confiar en revoluciones políticas obsoletas, en quienes pretenden dirigirnos y dicen liberarnos. Hoy, a 50 años siguen haciendo ruido algunas frases de síntesis: 

“Quienes hacen revoluciones a medias cavan su propia tumba”, Saint Simon. 

“Si no hacemos lo imposible, tendremos que enfrentarnos con lo impensable”, Murray Bookchin

Ni perdón, ni olvido ni reconciliación

Libertad a lxs presxs 

Nada ni nadie está olvidadx

Santiago, 23 años. Licenciado en Filosofía y militante de la vida. Editor y encuadernador en proyectos editoriales autogestivos y participante de iniciativas organizacionales en el territorio donde habita.

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