Foto: Henri Cartier Bresson (detalle)

24 de diciembre 2021

“Merry Christmas”

por Dazai Osamu // Traducción, introducción y notas por Bruno Biagini

Traducción dedicada a mi amigo Julián.

Espero que no lo hayas leído.

Dazai Osamu (1909-1948), seudónimo de Shuji Tsushima. Tuvo la buena suerte de nacer en una familia fabulosamente rica e influyente de Tsugaru (prefectura de Aomori, extremo norte del país). Tuvo la mala suerte de nacer en Tsugaru, pueblo sin distinción en una parte ignorada del país, lo que dificultó su entrada al mundo de la cultura en Tokio.

Suicida fracasado y exitoso, dandi, perseguido por motivos políticos una vez, desilusionado el resto de su vida, novelista y fundamentalmente cuentista.

Un personaje conflictivo dentro del mundo literario nipón. De vida disoluta, alcohólico, drogadicto por un tiempo, desorganizado. Su carácter no lo ayudó a establecerse como escritor.

Se consagró en la posguerra con dos novelas: “Indigno de ser humano” ( ningen shikkaku, 1948) y “El sol poniente” (Shayou, 1947); de temática oscura y perspectiva pesimista, hacen de la alienación del ser humano de los otros y la desintegración de la vida su tema principal. Resonaron con fuerza en un país derrotado, bombardeado y sin rumbo.

Identificado fácilmente con un registro melancólico, pero poseedor de muchas facetas. Junto con las estrellas negras de la Galaxia Dazai, se encuentran otras que brillan con un humor irónico (Otogizoshi), optimismo dentro de la adversidad (Corre, Melos!) o por sus personajes construidos con afecto (Romanesca), entre otros.

Precisamente por equilibrar varios de estos tonos, decidí presentar al público “Merry Christmas”. Espero que sirva para transmitir la riqueza de la escritura de Dazai.

***

“La vida en Tokio mostraba una cara triste” ¿Acaso no sería algo así la primera línea de lo que escribiría? O al menos eso pensé. Pero al volver a la ciudad, lo que brilló sobre mis ojos fue una “vida de Tokio” en la que nada había cambiado.

Por un año y tres meses, había estado viviendo en la casa de Tsugaru1 donde había nacido. A mitad de Noviembre, había arrastrado a mi esposa e hijos y de nuevo me había trasladado a Tokio. Pero al observar el ambiente, me daba la sensación de no haber hecho más que un pequeño viaje de dos o tres semanas.

“El viejo Tokio, no es bueno, no es malo. El carácter de esta ciudad permanece sin cambiar. Por supuesto, hay cambios en un sentido físico. Pero a nivel metafísico, es como siempre. Un idiota tiene que morirse para mejorarse, esa es la sensación que me da. Ya estaría bueno que me hiciera el favor de cambiar un poquito… No, llega a hacerme pensar que debería que cambiar”

Así le escribía a una cierta persona en el campo. Acto seguido, como era de esperarse de alguien que no ha cambiado en nada, me puse un par de capas de tela de Kurumegasuri encima2 y salí a pasear por los distritos de Tokio distraídamente.

Al comienzo de Diciembre, fui a un cine en los suburbios de la capital (O mejor dicho, una choza tan tiernamente miserable, que si la llamáramos “una casa donde se proyectan películas”, le vendría perfecto). Después de ir allí, ver una película estadounidense y al salir, ya eran más menos las seis de la tarde y ese rincón de la ciudad estaba permeado de una niebla vespertina blanca como humo. En medio de esa niebla, las figuras oscuras de la gente iban y venían, dando la impresión de estar muy ocupadas. Repentinamente, la atmósfera de fin de año estaba ahí. La vida en Tokio, como era lo esperado, no había cambiado ni un poco.

Entré en una librería y compré un volumen de las obras completas de un famoso dramaturgo judío. Me lo metí dentro del quimono y repentinamente, al mirar hacia la entrada, me di cuenta que había una joven mirándome como un pájaro justo antes de levantar el vuelo. Había abierto la boca, pero aun no soltaba palabra alguna.

¿Buena o mala suerte?

Encontrarme con una mujer que había perseguido hacía mucho, pero en la que ya no tenía ningún interés, ese era el peor infortunio. Tratándose de mi, ese tipo de mujeres son la mayoría. No, sería mejor decir que son lo único que hay.

Ella… la de Shinjuku… Ella era un problema. Pero ¿era ella?

“Señor Kasai” dijo mi nombre como susurrándolo, bajó los talones e hizo una leve reverencia.

Tenía puesto un gorro verde, la cinta amarrada debajo del mentón y un impermeable completamente rojo. Mientras más la miraba, se volvía más y más joven en mi mente, hasta convertirse en una niña de 12 o 13 años y solaparse con la mujer que tenía delante.

“Shizueko!”

Buena suerte.

“Salgamos, salgamos! ¿O hay una revista o algo así que quiera comprar?”

“No, no, vine a comprar un libro que se llama Ariel. Pero paso otro día”

Salimos a ese distrito de un Tokio con aire de fin de año.

“Cuanto has crecido! No tenía idea!”

Después de todo, es Tokio. Esta clase de cosas también pasan.

Compré dos paquetes de maní de diez yenes de un carrito en la calle, guardé la billetera, lo pensé mejor, saqué la billetera de nuevo y compré otro. En el pasado, le compraba cualquier clase de recuerdito en mis viajes. Así podía pasar a su casa y ver a su mamá.

Su mamá tenía la misma edad que yo. Entre las mujeres de mis recuerdos, ella era inusual- no, no, habría que decir “única”- en el sentido de que si me la topara inesperadamente ahora, podría enfrentarla sin entrar en pánico o quedar perplejo ¿Por qué será? Por ahora presentemos cuatro posibles respuestas. Podríamos decir que era de origen aristocrático, tenía un bello rostro y una salud frágil. Pero eso solo sería pretencioso y molesto. Esos elementos no llegan a ser lo que la hacen “única”. Uno podría explicarlo con que se había separado de un esposo multimillonario y, haciendo uso de recursos más bien exiguos, vivía con su hija en un departamento. Pero porque tengo muy poco interés en los dramas de las mujeres, hasta el día de hoy no tengo ni la más mínima idea de por qué se separó de sus esposo, ni a cuánto ascendían esos “recursos más bien exiguos”. Aunque lo escuchara, de seguro lo olvidaría, ¿no? ¿Acaso será porque he llegado al punto en que me han hecho el leso demasiadas veces? En cualquier caso, sin importar cuán trágica sea la historia que me hagan escuchar, tengo la impresión de que me están vendiendo una mentira penca y no puedo derramar ni una lagrima. En otras palabras, no la llamé “única” por su cuna, que fuera una belleza, que fuera una pobrecita que se había ido arruinando de a poco u otros, así llamados, elementos “románticos”. La verdadera respuesta se reduce a las siguientes cuatro razones. Primero, le encantaba el orden y la limpieza. Al volver a la casa, siempre se lavaba pies y manos. Podré haber dicho que estaba arruinada, pero hacía un aseo escrupuloso de cada rincón, aunque no viviera más que en un departamento de dos piezas. Y las cosas de la cocina siempre estaban prístinas. Segundo, no estaba ni un poco enamorada de mi. Por otro lado, yo tampoco estaba ni un poco enamorado de ella. Fue bueno, porque así no caímos en esa trillada guerra de los sexos, donde es imposible saber si han pasado diez años o mil, ese sumo en solitario, los intentos por atraer la atención, la pretensión, la consideración desagradable y nerviosa que vienen al agregar el deseo sexual. Cuando lo pienso, ella amaba al esposo del que se había separado. Por eso, llevaba el orgullo de ser su esposa en lo más profundo del pecho. Tercero, siempre comprendía mis dramas. Cuando uno encuentra la totalidad del mundo aburrido e inaguantable, pasa que no tiene sentido que le digan “Mira que te va bien!” o cosas por el estilo. Siempre que iba a su casa, me hablaba algo que se ajustaba perfectamente a como me sentía. También me decía cosas como “Ya ves? En todas las épocas te matan si dices la verdad. A Juan Bautista, y a Jesús, Pero claro, tratándose de Juan Bautista, no hay resurrección”. Y nunca me hablaba de otros escritores japoneses3. Cuarto, y puede que esto sea lo más importante, en el departamento de ella siempre había trago en amplias cantidades. No es que me considere particularmente miserable, pero en tiempos de melancolía, cuando había reventado mi crédito en todos los bares, mis pies se dirigen naturalmente a donde me dejan tomar gratis. Cuando la guerra se alargaba y en Japón el trago se volvía escaso, siempre que visitaba su departamento, había algo que tomar. A cambio de llevarle alguna cosa sin gracia en concepto de “regalo de viaje”, terminaba tomando hasta quedar botado. Es por las cuatro razones precedentes que la llamé “única”. Pero si alguien preguntara “Pero en otras palabras, eso no era la estructura de lo que llamaríamos ‘romance’?», tendría que poner cara de tonto y responder “bueno, puede ser”. Si suponemos que toda amistad entre hombres y mujeres es un romance, ¡en nuestro caso por supuesto que así tendría que haber sido! Sin embargo, ni una vez suspiré por ella. Por lo demás, ella odiaba todo lo que fuera teatral y enredado.

“¿Y tu mamá? ¿Igual que siempre?”

“Sí”

“¿No se ha enfermado, verdad?”

“No, no”

“Ya veo. Las dos ¿viviendo juntas?”

“Así es”

“Y tu casa… ¿está cerca?”

“Ah! Pero… está muy desordenada”

“Esta bien por mi. Vamos, vamos, hora de hacerles una visita. Después, arrastremos a tu mamá a algún local de por allá y pongamonos a tomar”

“Bueno”

De repente la chica pareció perder todo el animo. Paso a paso, se veía que se iba poniendo más seria. Esta niña había nacido cuando su mamá tenía 18 años. Al igual que yo, su madre tendría 38 años. Lo que significaba…

Se me fueron los humos a la cabeza. Sin duda puede ocurrir que a veces uno se siente celoso de su propia madre. Cambié el tema.

“¿Ariel?”

“Ah! Eso… es extraño!”, tal como planeaba, se fue animando. “En ese entonces, ¿no? Cuando acababa de entrar al colegio, íbamos a tu casa, en verano, ¿te acuerdas?, y de repente en medio de la conversación que estaban teniendo apareció esa palabra: Ariel, Ariel. Yo no sabía de qué se trataba, pero extrañamente nunca la olvidé…” Repentinamente, pareció aburrirse de la conversación, el final de la frase se esfumó y se quedó callada. Después de un rato caminando, fue como si la hubiese arrugado y descartado: “bueno, en fin, ese era el nombre del libro”

Tenía el ego en la nubes. “Es cierto” pensé. Su madre no estaba enamorada de mi y yo no sentí deseo por ella tampoco, pero por esta chica, quizás.

Puede que su mamá haya estado en banca rota, pero porque eran de esa gente que si no come bien no puede seguir viviendo, antes del comienzo de la guerra con los aliados, se trasladaron a un sector cerca de Hiroshima donde se podía conseguir comida rica. Inmediatamente después de este traslado, recibí una postal de la madre. Por entonces, sin embargo, mi vida era miserable y no tenía ganas de responderle ni nada parecido a la gente que se había re-ubicado y ahora vivía tan felizmente. Mientras dejaba pasar el tiempo así, mis circunstancias también fueron cambiando rápidamente y finalmente perdí el contacto con esa madre e hija por cinco años.

Y luego, después de cinco años, encontrarnos sin siquiera proponérmelo. Al reunirse conmigo, ¿quién se alegraría más?, ¿la madre o la hija? No sé por qué, se me hacía que la alegría de la hija era una cosa más pura y profunda que la de la madre. Siendo así, también era necesario que aclarara mi afiliación. Pertenecer a la madre y a la hija por igual era imposible. Esta noche, traicionaría a la madre y me convertiría en aliado de la hija. Aunque la madre me pusiera mala cara, me daba lo mismo. Me había enamorado, después de todo.

«¿Y? ¿cuando volvieron?”

“En Noviembre. El año pasado”

“Vaya! ¿eso no es apenas terminó la guerra? Bueno, clásico de tu mamá. Una persona así de cómoda no iba a aguantar el campo por mucho tiempo, ¿no?”

Poniendo entonación de criminal, difamé de esta forma a la madre. Todo para ganarme el favor de la hija. Verás, las mujeres… no, los seres humanos, compiten los unos con los otros, aunque se trate de padres e hijos.

Sin embargo, la chica no se rió. Hablara mal o bien de ella, el asunto de la madre parecía ser un tabú. Unos celos terribles, concluí.

“Vaya coincidencia”. No me demoré en cambiar el tema: “Es como si nos hubiéramos puesto de acuerdo en la hora para encontrarnos en esa librería”.

“Muy cierto!” Esta vez, la había atrapado con la dulzura de mi sentimiento. Entré en confianza.

“ Estaba viendo una película. Luego maté un poco de tiempo y justo cinco minutos antes de la hora indicada, entré a la librería…”

“¿Una película?”

“Así es. A veces voy a ver una. Se trataba de alguien en un circo que camina por la cuerda floja . Un artista haciendo de otro artista siempre es bueno. No importa qué tan malo sea el actor, al hacer de un artista, logra capturar la emoción. En el fondo es porque el actor mismo es un artista. De manera inconsciente, emite su soledad”.

Las películas son el mejor tema para los enamorados. Son simplemente muy apropiadas.

“Ah, esa también la vi.”

“Justo cuando se encuentran, las olas pasan entre los dos. De nuevo quedan separados, ¿no? Esa parte también era buenísima. Porque también pasa en la vida real. Quedar separados por siempre por una cosa así.”

Si no eres capaz de decir cosas así de azucaradas con total calma, no tienes madera de amante.

“Si hubiera salido un minuto antes de que tú entraras a esa tienda, no nos hubiéramos encontrado nunca. Bueno, a lo menos por diez años más”

Estaba esforzándome por resaltar lo más posible el romanticismo de habernos encontrado esa noche.

La calle se volvió estrecha y oscura y, más encima, estaba llena de barro. Se volvió imposible caminar lado a lado. Ella quedó a la cabeza, yo la seguía con las manos sumergidas en los bolsillos de mi abrigo.

“Cuanto falta? Medio cho? Un cho?”, pregunté.

“Ah… nunca estoy segura de cuánto se supone que sea un cho

La verdad, yo soy igual; tratándose de medir distancias, soy un incompetente. Pero en el amor, no se puede dar la impresión de que uno es ignorante. Tomando aires científicos, precisé:

“Faltarán cien metros quizá?”

“Quizá”

“Tratándose de metros, uno puede tener una intuición más precisa, ¿no? Cien metros son medio cho” expliqué y, por ansiedad, empecé a hacer el calculo mental secretamente. Cien metros son, en verdad, aproximadamente un cho. Sin embargo, no me corregí. En el amor, no se puede dar la impresión de que uno es despistado.

“Ah. Pero ya casi llegamos. Es ahí, ¿ves?”

Eran unos departamentos horribles, como una barraca. Atravesando un pasillo sin luz, en la quinta o sexta puerta a la izquierda, estaba escrito un apellido aristocrático: Jinba.

“Hey, Jinba!”, llamé a todo pulmón.

«Voooy», se escuchó una respuesta así, no hay duda. A continuación, una figura se deslizó en el vidrio de la puerta corrediza.

“Bien, está, está”, dije.

La chica se quedó clavada como un palo, se le fue el color de la cara, los labios se le torcieron en una mueca fea y, acto seguido, se puso a llorar.

En ese momento me contó. Su madre había muerto durante los ataques aéreos sobre Hiroshima4. Entre las incoherencias que había dicho durante su agonía, había estado mi nombre.

Ella había vuelto sola a Tokio y estaba trabajando en el bufete de un diputado por el partido del progreso, pariente por lado materno.

No había encontrado el momento de decirme de la muerte de su madre y, sin saber qué hacer, había terminado trayéndome hasta aquí.

Esa era la razón de que Shizueko se hubiera deprimido cuando había empezado a hablar sobre su mamá. No se trataba de celos ni de amor.

No entramos. Así como estábamos, nos devolvimos hasta una calle comercial cerca de la estación.

A su mamá le gustaba la anguila.

Pasamos a un puesto5 que servía anguila.

“Bienvenidos!”

A parte de nosotros, que estábamos parados, había un caballero sentado al final de la barra tomando solo; era el único otro cliente.

“¿Qué se sirven? ¿Porción grande? ¿Porción chica?”

“Tres chicas por favor”

“Muy bien ¡Salen tres chicas!”

El dueño era un joven con pinta de ser un clásico personaje de la ciudad6. Encaró la parrilla con insolencia y bulla.

«Tres platos, por favor. Vamos a comer por separado”

“Por supuesto ¿Falta una persona? ¿Viene después?”

“¿Acaso no somos tres ya?”, dije sin reírme.

“¿Disculpe?”

“¿No ve que entre ella y yo hay otra persona? Una belleza con cara de preocupación”. Esta vez, me reí un poco al hablar.

No sé cómo habrá interpretado mis palabras.

“Nada que decirle”, dijo riendo y saludó levantando su mano a la frente.

“Oiga, ¿hay algo de esto?”, con la izquierda hice como si me llevara un vaso a la boca.

“Pero claro, y de primera calidad. Ja! Puede que la calidad no sea para tanto”

“Tres vasos entonces”

El dueño puso los tres platos delante nuestro. El del medio lo dejó tal cual y junto a los otros dos, puso palillos. Después, puso tres vasos llenos hasta el tope al lado de cada plato.

Tomé el vaso del extremo y me lo serví de un trago.

“Te voy a ayudar con eso”

Lo dije en voz baja, para que solo Shizueko pudiera escucharme y me tomé el vaso de su mamá al seco. Saqué los tres paquetes de maní que había comprado hacía poco.

“Esta noche pretendo tomar un buen poco. Así que acompañame, aunque sea con esto”, y por supuesto, lo volví a decir en voz baja.

Shizueko asintió. A parte de eso no dijimos nada, ni una palabra. Completamente en silencio, me tomé cuatro o cinco vasos. En lo que estaba en eso, el caballero sentado al fondo, empezó a hablar a toda boca, dirigiéndose al dueño. No eran más que chistes fomes, casi increíblemente malos y sin sentido. La persona en cuestión se reía como si fuera gracioso y el dueño se reía para acompañarlo.

“Y DIJO ALGO ASÍ, ESO ERA, NO? Y ME PUSE COLORADO… LAS MANZANAS SON BONITAS ¿EH? ENTIENDO ESE SENTIMIENTO… WAJAJA… TENÍA BUENA CABEZA ¿NO? ME DIJO “LA ESTACION DE TOKIO ES MI CASA”. ME DEJÓ SIN PALABRAS CON ESO…Y CUANDO ME DIJO “LA CASA DE MI AMANTE ES EL EDIFICIO MARU”, AHÍ SÍ ME DEJÓ LOCO…”

Decía cosas así, sin que ninguna tuviera nada de gracioso o ingenioso y parecía querer seguir hablando por siempre. No le tengo mucho afecto al humor de los curados de este país y ahora más que nunca me agotaba. Sin importar cuanto se rieran esos dos, yo seguía tomando sin sonreír, perdido en la multitud de fin de año. De repente, el hombre notó mi mirada y acto seguido, al igual que yo, empezó a mirar a la gente que pasaba. Inesperadamente, gritó:

“JELOU, MERI CRISMAS”

Un soldado norteamericano iba pasando.

Por alguna razón, de entre todos sus chistes, solo ese me hizo reír.

El soldado en cuestión, se giró con cara de desinterés y después siguió andando, dando pasos enormes.

“¿Debería comerme su anguila también?”

Tomé el pescado que quedaba en el plato del medio con los palillos.

“Adelante”

“Mitad para cada uno”

Tokio sigue como siempre. No se distingue ni un poco del que era antes.


Notas

1 En la prefectura de Aomori, la más septentrional dentro de la Isla central del archipiélago Japonés.

2 Un tipo de tela producido en la prefectura de Fukuoka. Es tela delgada, usada para ropa de verano. En diversas piezas, Dazai hace referencia a su tendencia a usar ropa delgada aun cuando el clima se ponía frío.

3 Dazai era notorio por su actitud tormentosa hacia sus congéneres en el mundo literario. Destacan su polémica con Kawabata (novel de literatura 1968) y una especie de resentimiento constante con Shiga Naoya (considerado el “dios del cuento” por el establishment literario).

4 El autor no se está refiriendo a la bomba atómica, sino a los bombardeos incendiarios que destruyeron la mayoría de los centros industriales de Japón.

5 Yatai 屋台: No muy distintos a los carritos en las calles de Santiago, excepto por el hecho que tienen un toldo y un cortinaje que genera un pequeño espacio espacio privado. Bajo el toldo hay una barra o mostrador que hacen de mesa y un número limitado de asientos para que los clientes se sienten.

6 Edokko: Literalmente un “hijo de Edo”. «Edo” era el antiguo nombre de Tokio. En el lector japonés evoca una sensación nostálgica por una cultura que desapareció durante el siglo XX.

Originalmente, Edo era una aldea de pescadores sin historia ni renombre. A comienzos del siglo XVII, la administración militar (Shogunato) decidió establecerse ahí por razones estrategicas. En los dos siglos y medio de gobierno militar unificado, Edo se convirtió en una metropolis y desarrolló una notable cultura local. A pesar de que sus origenes podrían sugerir un ambiente severo y austero, la cultura de Edo se caracterizó por su colorido, ostentación y hedonismo. Esto era particularmente marcado en “la ciudad baja” (shitamachi), donde estaban los sectores plebeyos. El termino Edokko tiene una fuerte asociación con esta parte de la ciudad.

Con la restauración Meiji en 1868, inicio de la modernización de Japón, la identidad de Edo cambió radicalmente: la ciudad tomó la designación casi abstracta de Tokio (“Capital del Este”); se convirtió en la capital oficial del país, lo que significó el traslado de la administración imperial, ubicada en Kioto desde 984 d.C.; cerrada por siglos al comercio exterior, Tokio se convirtió en uno de los principales centros comerciales del Japón. Los nuevos actores y fuerzas que entraron en la ciudad, lentamente fuero fructificando en una nueva identidad: burocrática, impersonal y cosmopolita. Así, la antigua cultura de Edo entró en vías de extinción. La perdida no pasó desapercibida para los habitantes de la ciudad y hasta el día de hoy se evoca este “mundo perdido” con nostalgia. Esto es particularmente frecuente en los escritores que vivieron su juventud durante la era Meiji (1868-1912).

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