Daniela Zárate (@dezetag)

18 de marzo 2020

“Odio que me hagan odiarme”

«Odio que me hagan odiarme»: un comentario sobre cinco textos valientes

por Constanza Tizzoni

Lo que testimoniamos es siempre una muerte de la que hemos sobrevivido.

(E. Jabès, L’Ineffaçable l’Inaperçu)

En los años 2017, 2018 y 2019, realicé los talleres “La bestia que hay en mí: Mitologías occidentales sobre América Latina” y “Donde viven los monstruos: Norma y exclusión en las sociedades occidentales”, junto a jóvenes estudiantes secundarixs que en ese tiempo tenían entre 14 y 17 años. En ambos talleres comenzábamos estudiando “Lo humano, la violencia y las mujeres” de Alejandra Castillo (2009), texto en el cual, siguiendo a Richard Rorty, la autora plantea que la definición de humanidad que sustenta el orden jurídico occidental se organiza a partir de tres casos ‘fronterizos’ que ayudan a distinguir lo ‘humano’ de lo ‘no humano’. Dichas figuras “estarían encarnadas en las imágenes o representaciones del animal, la niñez y la mujer o lo no-macho”. (2009:32).

Durante el desarrollo de estos cursos, a partir de estas mismas imágenes “fronterizas de la alteridad”, como plantea Castillo, organizamos y analizamos nuestra propia experiencia en el mundo, de la mano de nuevas lecturas y estudios de casos, sumamos otras figuras -como la pertenencia a pueblos colonizados, la pobreza, la vejez, la enfermedad y la locura- y pensamos en las violencias a las cuales se enfrentan cotidianamente lxs sujetxs en general -y nosotrxs mismxs-, cuando transitamos de ese lado de las fronteras.  

Los cinco textos presentes en esta compilación son algunos de los muchos en los cuales, ya sea a partir de escrituras ficcionales o historias personales, lxs diferentes jóvenes narraron sus experiencias de violencia. Si bien cada uno de estos textos representaba una mirada concreta y singular de una manera de estar, me encontré con que las voces de las estudiantes se encontraban en un punto: habitar un cuerpo que es difícil de asumir, lidiar con “una piel que se pega dolorosamente a la mirada de otros”. (Le Breton, 2012:70).

Les asustaba su devenir en mujeres. Ello porque el rito de pasaje que determina su tránsito de niñas a adolescentes es el comienzo de la sexualización de sus cuerpos en el espacio y, pienso que, de la mano de este hito, el comienzo también de la amenaza de la muerte.  

“Casiopea le dice cómo encajar con la “sociedad humana” para no ser destruido a causa de esta. Lo único que añora es poder tener solo un poco de fuerza, no estar más en ese cuarto bien decorado en la ciudad ni tener que vestir esas prendas bonitas, ir a un campo sucio y maloliente como él, a morir mientras ve las estrellas.”

Vivo con miedo/ De que me apunten por marimacha […] /Temo cada día ser el blanco de los chistes en el mejor de los casos /Porque el peor es la muerte.”

En la escritura de estas estudiantes, llegar a ser adolescente es comprender que la muerte les ronda. Temer a la inminente muerte a manos de otros, hombres, pero también a manos propias. Acercar la muerte un poco cada día. Administrar la muerte de una misma, en ciertas dosis, bajo las narices de rostros adultos que fingen no caer en cuenta. 

“Por dirección que prefiere cerrar los baños en vez de lidiar con las niñas que van a vomitar después de almuerzo”.  

Les dolía ser ellas mismas y a la vez se sentían ahogadas por los ideales normativos que se esforzaban en encarnar, dedicando vida a empresas imposibles y angustiantes, precisamente porque la mentira (y astucia) de la normalidad consiste en esclavizarnos bajo una figura que no se puede encarnar (por nadie). 

“Pero, de la misma forma que la bestia odia, la bestia llora. Derrama agua salada por sus órbitas, ya que anhela ser como las aclamadas y sabias diosas, respetadas y alabadas de la misma forma que el millar de existentes musas: “¿por qué no puedo ser yo así?”, se cuestiona”. 

“Un año pasa y el cansancio de mantener/ La imagen de inmaculada muchacha /Me ancla al pavimento, como si de este salieran manos”.

“Odio que me hagan odiarme”, me dijo la autora de uno de estos textos, cuando nos sentamos afuera de la sala después de alguna de las tantas clases. Una frase que se me marcó a fuego. Sentí que se la arrojaba con rabia a una platea imaginaria e insaciable que seguía cada uno de sus pasos, impaciente. Sentí que sabía muy bien a qué se refería.   

A los 15 años comencé a tener bulimia y esta se prolongó hasta los primeros años de universidad. Era una forma que tenía de hacerme daño porque me pasaba que no me gustaba ser yo misma. Quería ser menos dramática, menos complicada, menos intensa, más flaca, más bonita, más ligera, más alegre, más normal. Pensaba que de esa forma me convertiría en una persona ‘querible’ para otros y, logrando eso, para mí misma. Recuerdo que, en esos momentos de rodillas en posición sacrificial, como dedicando una ofrenda a un Dios punitivo, tuve la fantasía de que las contracciones del vómito serían infinitas, pese a la carencia de fluidos, y que luego se desintegrarían mis órganos y después mis huesos, convirtiéndose en pequeños fragmentos para que, finalmente, me fuera entera por la boca. Dejar de ser, o más bien, ser el vómito y virarse en una tirada de cadena. 

En esos años comencé a escribir y encontrarme con estos textos me ayudó a entender por qué escribir salva, aunque suene como el lugar más común de todos. Encontrarme con estos textos me ayudó a dejar de pensar en ingenuidad cuando miraba atrás y pensaba en la adolescencia.  

Estos cinco textos nos recuerdan que la adolescencia no se trata de ingenuidad, no es caminar tanteando en las tinieblas, ni cosa parecida; la adolescencia es muchas veces “abrir los ojos en la oscuridad”, esa imagen tan bonita que ocupaba el Bolaño cuando quería hablar de valentía. 

A las autoras de estos textos: infinitas gracias por el arrojo y por favor no dejen de escribir.

Referencias

Castillo, A. (2009). Lo humano, la violencia y las mujeres. Archivos: Revista de Filosofía, (4), 31-40.

Le Breton, D. (2012). La edad solitaria: Adolescencia y sufrimiento. Santiago: LOM ediciones.



Nuestra naturaleza bestial

por M.C.

Huye lo más que puedas. Escóndete. Grita por ayuda. Clama por piedad. Llora de impotencia y arrepiéntete de todo, porque eso es lo que busca y le da vida a la temida bestia. Se rumorea que en los bajos pueblos de una tierra inhóspita, de la mano del origen del hombre blanco, el nacimiento de su autoconciencia y sus posteriores tradiciones, vio su origen un monstruo inimaginable que, a pesar de ser invisible al simple ojo humano, está ante todos nosotros y, a pesar de que se creía muerta, ha prevalecido durante todos estos siglos, viviendo quizás más cerca de lo que imaginamos o deseamos:  figura amorfa, portadora de una grandísima boca, con una dermis llena de pliegues que no dicen nada de sexo o género (ya que no lleva ropa alguna), aunque por la sutil voz que emanan sus cuerdas vocales se especula que debe ser fémina. Pero, ¿por qué no es una mujer? La respuesta es evidente: ¿qué haría una de ellas protestando, condenando a la sociedad y optando por actuar cuál salvaje en sus ordinarios orígenes?, ¿por qué descuidarían tanto sus actitudes como sus apariencias, llevando nada más que piel sobre ellas, y además siendo éste un pellejo repleto de extraños relieves infinitos y horribles sin dejar testimonio visual de su destino personal vinculado a su biología? Es imposible que una cosa con dichas características pueda tan siquiera pensarse siendo parte de la humanidad.

Odia, por sobre todas las cosas. Está en contra de todo por las atrocidades cosas que ha tenido que experimentar durante su longeva existencia, teniendo que enfrentar evolución, revolución y represión. Se divulga en ciertos pueblos cercanos a Atenas que se les llamó a estos seres Hamartias, errores trágicos de la raza humana. Iniciaron sus manifestaciones alrededor del año 350 a.C., instalándose en los puntos de aglomeración más comunes de la cuna de la filosofía clásica. La bestia es rencorosa, hastiada por la injusticia. Detesta la nula existencia de sus derechos, de pertenecer al hombre como un objeto, un pedazo de nada sin vida, un bien económico, de ser agredida y de ser reconocida como pasiva. Pero, de la misma forma que la bestia odia, la bestia llora. Derrama agua salada por sus órbitas, ya que anhela ser como las aclamadas y sabias diosas, respetadas y alabadas de la misma forma que el millar de existentes musas: “¿por qué no puedo ser yo así?”, se cuestiona. No más. El ente se indigna, se connota de fuerza negativa, de cólera fogosa que recorre sus abandonadas y frías venas, calentándolas hasta derretir su piel, dando paso a su inestable aspecto. Basta de violencia, basta de vacíos e incomprendidos ideales: “είμαστε γυναίκες” (somos mujeres), “αξίζουμε σεβασμό” (merecemos respeto), mascullaban en las plazas y mercados. El escándalo era inmenso, y la inmoralidad emanaba de esos coléricos cuerpos femeninos deteriorados y esas inmensas bocas también deformadas por los pensamientos irracionales.

El escándalo no duró más que un par de días, porque llegó a los oídos de padres y maridos que perdieron la cabeza al conocer este hecho. -“¡En qué demonios pensaban estos engendros maldecidos por los dioses! Hay que dejarles en claro su misión en este lugar…”- Y, armándose de lanzas y objetos varios, partieron su camino en búsqueda del grupo terrorista. La bestia fue detectada, y al mismo tiempo fue brutalmente asesinada: la sangre fluía en la tierra cual río Flegetonte, y los débiles cadáveres perecían sobre el campo de batalla formado en plena vía a la luz del sol, siendo una de las matanzas más brutalmente desiguales sucedidas en la historia del hombre antiguo… Fue un genocidio del que ahora no se conoce y nunca se hará, porque de los errores no se habla, sino que de las victorias, y la existencia de estos engendros fue el mayor y principal fallo de Dios en la Tierra: “la mujer”.

Pero lo que no se esperaban era lo que más temían, y eso era que el monstruo no hubiese muerto, y, para su desgracia, así lo fue: a pesar de que asesinatos acontecieron, sentimientos prevalecieron y perduraron con el tiempo, trasladando y haciendo pasar a la bestia por todos los momentos de la historia: no le pudieron matar, y nunca lo podrán hacer, porque la bestia se alimenta del descontento y la injusticia, del resentimiento y el rencor. La bestia soy yo, la bestia eres tú, la bestia somos todas nosotras, condenadas a caer en un molde absurdo implantado por una hegemonía absolutista y sin sentido, determinista y sumisa. ¿La bestia quiso ser bestia? No, pero por desgracia se vio presionada a serlo, y por siempre así será: no podemos evitar nuestra naturaleza bestial, no lo podemos ocultar… ¿o sí, Madre Superiora?

Testimonio de una perra sin bozal

por Antonia Morales

Vivo con miedo

De que me apunten por marimacha

Que me pelen por extraña

Que me miren raro por desviada

De decir “amiga” y que entiendan “polola”

Temo cada día ser el blanco de los chistes en el mejor de los casos

Porque el peor es la muerte

Y nunca más ser vista de la misma forma desde el momento en el que hable

Porque si lo digo va a quedar la cagá

Y seré la lesbiana de la familia

La rara, la camiona, la promiscua

Le pregunto a usted

¿Puedo tener rabia?

Porque eso es lo que emerge

Porque “no ha llegado ningún chiquillo”

Porque mi mamá no sabe qué chucha hizo mal y yo tampoco

Porque en algún momento me preguntarán

Y no sé si es peor ser la lela o la soltera pues una nunca sabe

Y me altera que la hueá sea suceso

Siendo que somos muchas

Sí, de esas que no podís aceptar

Las que le tienen ganas a la mina que se les cruce

Las que no podís ver ni en pintura a menos que sea en una porno

Porque si no te estimula el falo, no sirve

Esas a las que les pone cara de espanto, señora

Porque es su propio género y no lo puede entender

Y yo tampoco entiendo de dónde sale tanto odio

O quizás es miedo

Por su hija, su hermana, la amiga, la prima

Pero no se preocupe, corazón

La trataré con todo el cariño del mundo

Ese que tanto le carga.

Ozomatli

por Anya Parivm

Esto ya simplemente no se puede clasificar como “uno”,  hace un tiempo atrás que este ser se dividió en dos, aunque a veces pueden ser más. En un solo cuerpo, diversos entes que lo dominan y cambian por mero gusto o inseguridad. Pero quienes permanecen más tiempo al mando del corpóreo son los que primero “aparecieron”: una pareja, dispareja. 

El principal, quien es neutro sobre lo que es un “género”; de abundante vello, encorvado, feo y medianamente ciego, lo que debería ser su rostro no se distingue como algo humano a parte de sus ojos chuecos, cuerpo mediano y piernas gordas. Pese a mantenerse por sobre “los demás” -al ser el monstruo en sí y quien se presenta bajo el nombre del “humano”- acata sumisamente todas las órdenes o comentarios de sus pares, principalmente de quien se mantiene junto a él a todo momento, su pareja. Oculta su semblante bajo una máscara que varía según los caprichos del antes mencionado, con el poder de adaptarse a diversas situaciones, sin personalidad propia, sumiso por naturaleza. El segundo, un ser sin forma definida que se dedica a criticar y atacar las inseguridades del contrario, con el solo objetivo de hacer daño y de tenerlo bajo su mando, femenino la mayoría del tiempo y “perfecto” bajo la mirada del monstruo.

A ambos los podemos reconocer por nombres de constelaciones a causa del gusto hacia las estrellas del principal, quien llama Casiopea a su pareja por su complejo de reina y su castigo de estar amarrada al cuerpo sin dominarlo, tal tortura. Por consiguiente, Casiopea le llama Ozomatli, diminutivo de la constelación azteca “El Mono”, animal peludo, feo y sin modales ni gustos como le explicó, con una sonrisa burlesca, a su contraparte.

Constelaciones, estrellas. Cosas tan simples que Ozomatli muy pocas veces puede apreciar por estar encerrado en la ciudad a causa de Casiopea. No le soporta, no le quiere cerca, solo quiere que se vaya y le abandone para siempre. Pero no puede vivir sin Casiopea a pesar de todo. Casiopea elige por él. Casiopea le dice qué hacer. Casiopea le dice cómo encajar con la “sociedad humana” para no ser destruido a causa de esta. Lo único que añora es poder tener solo un poco de fuerza, no estar más en ese cuarto bien decorado en la ciudad ni tener que vestir esas prendas bonitas, ir a un campo sucio y maloliente como él a morir mientras ve las estrellas. Pero no puede, no debe. En el corpóreo es el único que sueña con ello, los demás entes tienen sus propios “caprichos”. 

Caput y Cauda, las víboras que le obligan a llevar a todos al éxito sin darle ni una pizca de ayuda. Ademórand, la princesita que quiere que se vista y se maquille como a ella se le dé la gana, pero nunca aparece cuando está Casiopea. Musca, un ser sin forma, de voz penosa quien le recuerda todos los días lo miserable que es su existencia, lamentando el no nacer como un humano y sobre que nunca encajará en ningún sitio. Vespa, un insecto quien hace solo aparición cuando quiere dañar a Ozomatli de forma física por alguna razón desconocida. Testudo, el único quien le “quiere”, un ser redondo, peludo con ojos grandes y de voz desafinada que le comparte música y uno que otro cuento para tranquilizarlo. Es una lastima que casi nunca tenga permitido el paso hacia el principal.

“Tú solo debes hacerme caso a mí, soy la única que te aprecia, tú no quieres ser aniquilado por esos seres que nos llaman monstruos, eres un fracaso ¿lo sabes?”. Ozomatli jamás enfrentará a Casiopea, porque le entiende. Por culpa de él no cumplira su sueño de resaltar como la reina que es. Por culpa de él nunca será quien domine el cuerpo.“Por tú culpa somos monstruos ¡es tú culpa que yo sea secundaria en esta historia!”

 De alumna a prostituta

por Francisca Huidobro

Ya son las 10 de la noche de un domingo

Mamá me regaña por lavarme el pelo tan tarde

La ignoro y sigo cepillando mi larga melena mojada

Negra, muy oscura

Parece un río en medio de la noche

La gentil vibración de mi teléfono me distrae del reflejo en el espejo

Un mensaje de una preocupada desconocida

No lo sabía aún, pero se convertiría en mi heroína

Son las 10:30 y me llega la fatal noticia

La virgen que cepillaba su pelo 

Murió

Una foto olvidada había saltado de teléfono a teléfono 

La forma más poética pero vulnerable de una mujer viralizada

Mi desnudez 

Son las 11 y mi pelo sigue mojado, ahora acompañado por mis mejillas

Lágrimas ruedan desde mis ojos 

El distintivo sabor a cálido mar en mis labios

Lunes llega después de pocas horas de sueño

Paralizada por el miedo

Preguntas corren por mi mente como si se persiguieran unas a las otras

¿Quién más la ha visto?

¿Mis amigas saben? ¿Por qué no me dijeron?

Semanas pasan y todo sigue igual

Excepto yo

Como un pez en medio del bosque, me ahogo

Trago tierra en lugar de dulce agua

Meses pasan y pequeños comentarios surgen

Trato de decirme que no son para mí

El tiempo corre de una manera muy lenta 

Se burla de mí,  silenciosamente

Como él, que actúa como si yo no supiera

Un año pasa y el cansancio de mantener 

La imagen de inmaculada muchacha

Me ancla al pavimento, como si de este salieran manos

Ya no puedo correr de lo que sucedió 

Ya no me podía seguir engañando

Todo aquel que me veía 

Miraba una presa de fácil seducción 

Bajos morales, pero mucha diversión 

Nada más importaba

Solo ver si aquel lunar al lado derecho de mi pecho existía

Aquella curva en mi cadera 

Siendo más importante que mi cara

Aquellos calzones grises más llamativos que el color de mis ojos

Ya te aburriste

Después de que miraras esa foto por más de siete segundos 

Su función erótica sobrepasó el valor humano

La compañía que te dio en aquella noche 

Esa motivación 

Que no duró más de dos minutos 

Al igual que tus sábanas 

Mi espíritu estaba manchado 

La duda de cuánta gente la había visto, reenviado, pajeado

Prostituta disfrazada de escolar

Lentes, ya no para ver

Si no que de utilería barata de un set de porno

Y a las otras que me siguieron

Nuestra ingenuidad nos costó caro

Pero el error no fue nuestro

Sino de quien necesitaba demostrar su hombría

En base de la denigración de una futura mujer

Que nunca mirará su cuerpo con el aprecio y amor

Que merece 

Pendejas

por Francisca Salgado

El año es 2014 y una nueva generación llega. Todas cabras chicas, unas pendejas, lo cual cae como anillo al dedo. Se comienza diciéndoles lo que se espera de ellas y lo que ellas deberían esperar. Mentiras, claro está, pero son pendejas, no lo van a cuestionar. Los años pasan y se empieza a cachar que algo anda mal. Nace la disconformidad, las dudas, las preguntas. ¿Qué tanto si llevo el jumper corto? Total, así me gusta, dicen ellas. Es que parecís flaite, de colegio vulnerable, responden ellos. ¿Qué tanto si me corto el pelo, si me lo tiño, si me hago un aro en la ceja? Es que no puedes, no debes, nos manchas la imagen. Nace el temor de que las descubran con su pequeña revolución. Ponte el gorro, hueona, tápate los aros, agáchate cuando caminís cerca de la jefa pa’ que no te rete por el jumper. Los años siguen pasando y la rabia se acumula; por ese profe que te trata de tonta por no entender el ejercicio, por esa profe que se enoja porque no te quedai quieta, por dirección que prefiere cerrar los baños en vez de lidiar con las niñas que van a vomitar después de almuerzo, por ese profe que trata a la cabra, que no es cabra como ella, a pesar de que es un él. Siempre fríos, siempre distantes, siempre dividiéndonos con la competitividad. Se buena compañera, te dicen. De hecho, se la mejor; sacrifica tu salud mental, tu libertad, tu identidad para encajar con el espíritu liceano. La olla se destapa y la bomba explota. Las cabras llegan tarde, responden feo, se copian en las pruebas y les toman fotos chistosas a los profes para reírse entre ellas. Llega el lunes con el pelo de un color piola, te dicen. No, respondes, no quiero. Quizás son actitudes de cabras chicas, de pendejas, pero ya estamos hartas. Nos causa repulsión, asco, rabia, miedo, pena esta conducta de mierda que nos fuerzan a tener. Que siéntate como señorita, que no digas groserías, no hables en clases, no corras por las escaleras, no respondas así al profesor. ¡Basta! Actitudes de cabras chicas, de pendejas, quizás; pero estas cabras chicas y pendejas ya no quieren tu falsa identidad. No nos van a encuadrar, no me van a callar. Me regocijo sabiendo que soy un caso perdido, porque no soy igual que el resto y elles no son iguales a mí. La rabia se acumula y nos lleva a buscar la libertad, porque lo único que me quedó de sus clases de mierda es que el ser humano está condenado a ser libre, lo que significa que esta institución está obligada a verme vivir a mi manera.

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