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16 de junio 2020

Otro país

por Chitra Sangtani / Traducción: Daniela Jacob

[Este texto fue escrito durante el brote de la pandemia de Coronavirus en India, y es un recuento de las experiencias y reflexiones de la autora durante el confinamiento impuesto a nivel nacional. Fue escrito específicamente como una respuesta al espectáculo nacional que buscó patrocinar el estado, en que el Primer Ministro de India, Narendra Modi, urgió al pueblo a apagar sus luces por nueve minutos y a pararse en sus balcones sujetando una vela. (Nota de la Traductora. Publicado originalmente en abolitionjournal.com)]

Los fuegos artificiales se dispararon y estallaron en centelleos.  Los niños en el balcón ubicado a mi izquierda empezaron a aplaudir. Estos resonaron a través de la cuadra y otros se sumaron, algunos golpeando sus thalis de metal[1]. Desde el lado opuesto, un altoparlante bramaba la plegaria hindú «Om jai jagadish» a un volumen impresionante.

Era una de esas pistas dónde sólo el estribillo principal había sido grabado y estaba programado para hacer un bucle cada 10 segundos. Cada vez que daba la vuelta, las notas vacilaban, percutiendo un tic-tac de relojería en mi cerebro. La visión no era nada menos que espectacular; una sesión de espiritismo para conjurar al virus. Capas de sonido se tejieron dentro y fuera, unas de otras. Atravesando todos los rincones del paisaje alumbrado de velas, se elevaron más y más en el éter, revistiéndome y señalándome.

Seguí mirando a mi cuarto con preocupación; había dejado las luces encendidas. Desde el otro lado de la calle, alguien sopló una concha de caracol, lo que me pareció sonaba como un llamado a la guerra. Todo esto sucede mientras Abuzar me habla por teléfono. Su voz, apretada a mi oído derecho, dice: «Yeh desh to barbaad ho gaya hai, yeh barbaad ho gaya aur bilkul khatam hi ho gaya hai (este país está arruinado, y está totalmente terminado).» Más fuegos artificiales se disparan, esta vez desde mi propio techo. Hay al menos cinco figuras que se paran sobre mí en la oscuridad. «Kuch bhi nahi bacha, hum bas apne satisfaction ke liye abhi tak thora bahot kaam kar rahe hai, likin yeh to already barbaad ho chuka hai pura ka pura (no queda nada, sólo estamos haciendo un poco de trabajo para nuestra propia satisfacción, por aquí y por allá, pero ya está arruinado, todo).» Mientras esto sucede me río, maníacamente, de miedo, o desesperación.

Algunos pensamientos-posteriores

Odio este país.

Me da náuseas.

Si consigues que todos hagan lo mismo en el momento exacto, probablemente se vea espectacular.

El 5 de abril a las 9pm, Modi estaba en todos lados. En cada barrio, en cada casa, cada llama estaba encendida en su nombre o por miedo a este. Fue un golpe maestro. Mientras hubiera disciplinado a una nación de 1.300 millones de personas de una forma en la que esta podía extraer esperanza, era un Dios.

Noté cómo mi sensación de incomodidad aumentaba mientras más tiempo pasaba de pie en mi balcón. A pesar de esto, regresar a mi cuarto no era una opción. En su discurso, Modi había llamado a la participación de todo el pueblo de India, y negarse, por lo tanto, sería arriesgarse a ser categorizada como anti-India o como traidora de la nación. Finalmente, no hay escape del lugar en el que vives, por lo que intimidada por la magnitud de los números, había encendido la linterna de la parte trasera de mi teléfono para  plegar mi contribución al mar de luces.

Noticias sobre hogares Dalit[2] y musulmanes[3] que habían sido atacados, emergieron al día siguiente. En algunos casos, las personas fueron atacadas por no haber apagado sus luces, y en otras, precisamente porque adhirieron al llamado. Así, el evento se había desarrollado dentro de una red. Hubo algunos cuerpos que caerían dentro de ella, sin importar dónde estuvieran parados. Los ataques fueron realizados por «hordas locales», o sea, sus propios vecinos.

Las cosas dan vueltas… ¿Cómo es que estamos jugando los mismos roles y respondiendo a los mismos estímulos cada vez? Mi amigo Asif escribió,  «este país, mi país, no es el mismo hoy. O acaso hoy me estoy dando cuenta de que siempre fue así pero que no era capaz de verlo.»  Le digo que intento entender qué hace que la gente quiera matarse entre sí, a pesar de que ya estamos todos muriendo. ¿Acaso la tendencia a tomar la vida de otr-s nace del hecho de que ya estamos muriendo, o a pesar de esto?

Otro amigo, Kashif describe el comunalismo[4] como un tipo de  jinn  que se introduce dentro de las cabezas de las personas. El jinn es una criatura hecha de fuego sin humo. Fue creada por Dios antes de que éste hiciera a los humanos a partir de lodo. Sin embargo, los jinn comparten muchas cualidades y características con los humanos. Tienen sentido del tacto, pueden comer, dormir, crecer, tener sexo y están también dotados de la capacidad de sentir pasión, empatía, celos, daño, etc. A pesar de esto, al estar hechos de fuego sin humo, también tienen la capacidad de volverse invisibles, pueden viajar extremadamente rápido, y son capaces de cambiar de forma. Los imagino flotando en el aire, entrando y corrompiendo cuerpos vulnerables, como un rumor, una fuga de gas, o un mensaje de whatsapp.

Tengo nauseas nuevamente. Hace unos meses, escribí una pieza que describía mi encuentro con el  dolor del país. Este es el dolor que me llevó a las puertas de la Universidad de Jamia, dónde la policía disparó a los estudiantes el pasado Diciembre, y hacia los sonidos del dafli[5] desobediente, en las protestas contra la Ley de Reforma de la Ciudadanía (Citizenship Amendment Act)[6], discriminatoria hacia la comunidad musulmana. Al leer esta pieza, mi amigo Surajit me escribió que «el desh (país) sabe cuándo extraer lo que quiere de mí.» Al hacer esto, re articuló algo que yo había imaginado como una fuerza latente, en algo activo: una cosa que tira y empuja, llevándote hacia dónde quiere. Esto no es para hablar del desh como una cosa autónoma, pero como una cierta cosidad que está desde ya mezclada dentro de todo lo que sabes del mundo: memorias (de infancia particularmente), personas, comida, amantes, lenguaje.

¿Acaso fue esta misma cosidad la que se sublevó de pronto, convirtiéndose en algo que ni Asif ni yo podíamos reconocer? Un país, vuelto extraño. O que acaso podíamos reconocerla muy bien, y ésta, en realidad, siempre había estado allí, alojada en medio de «todo aquello que sabemos del mundo.» Esta fue la tristeza más pegajosa. Con los disturbios alimentándose del virus, y el virus de los disturbios, llegue a la conciencia enfermiza de que sentía el dolor del país, tanto estaba yo misma enmarañada en su propensión a la violencia y a la contaminación. Fue este desh, al mismo tiempo otro, y el mismo, el que necesitaba la vilificación de cuerpos percibidos como amenazadores para el orden social e inmunológico: musulmanes, migrantes, Dalits, trabajador-s sexuales, discapacitados, homosexuales, etc. Estos eran los cuerpos a través de los cuales éste define sus bordes y a quiénes sacrifica para pagar su propia protección: a través del olvido de su hambre, de su abandono organizado, de la violencia policial ejercida contra estos, o al instigar su asesinato en manos de la comunidad.

En sus escritos sobre el virus, Paul Preciado, siguiendo a Roberto Esposito, llama la atención sobre cómo inmunidad y comunidad comparten una raíz etimológica común[7]. A través del llamado de Modi al toque de queda de Janta[8], que trajo a las personas a sus balcones a golpear sus thalis, una y otra vez, cuando llamó a la nación a encender sus velas para «derrotar la oscuridad y la desesperación»[9] fue a la comunidad a la que apeló. «Qué ladrón», dijo Abuzar. «Se está robando nuestras ideas». Y era verdad. Hace sólo unas semanas éramos nosotros quiénes nos habíamos parado en una vigilia silenciosa, en duelo por las vidas y formas de vida perdidas en los disturbios comunales instigados por el estado en Delhi. Modi había tomado el poder de este gesto colectivo y lo había transformado en su cabeza, creando vigilancia a partir de nuestra solidaridad.

Mientras nos encontramos hasta el cuello entre bordes que se endurecen, que se deslizan cada vez más al interior de nuestros vecindarios, acercándose a milímetros de nuestra piel, periódicamente. Los siento también fundiéndose y colapsando unos sobre otros.  El jinn, como los disturbios, como el país, como el virus, significa la cosidad tanto interna como externa al «yo», enmarañado en otros. Mientras cohabitamos el mundo con jinn, este no puede ser destruido como si fuera una entidad foránea. Para exorcizarlo de un cuerpo otro, tiene que ser atraído, engatusado, persuadido, y razonado con. De esta forma se distingue del zeher (veneno) que podría entrar al cuerpo (político), esparciéndose de forma inconsciente e indiscriminada (la educación sentimental de la propaganda de derecha ha sido a menudo descrita de esta forma). Al contrario, el jinn no está por completo separado de nosotros mismos. Nuestros encuentros con él son a menudo atrapados en juegos de posesión y deseo que también son de nuestra propia fabricación.

De forma similar, a pesar de los llamados de Modi a una guerra fantasmagórica y a la excitación de los residentes que tomaron sus utensilios domésticos como armas, el Coronavirus no es algo que pueda ser «derrotado» porque nunca llegó de un lugar «fuera». El medioambiente en el que vivimos también fabrica las condiciones a través de las cuales el virus se gestó y en las que ahora medra. Como un disturbio, el coronavirus hace esto de una forma intensamente local, apegándose a aquellos en su proximidad inmediata, pero al mismo tiempo excediendo el marco de un cuerpo o evento singulares. Tal y como me confesó un hombre joven en Shiv Vihar tras los recientes disturbios: «Yo había sólo escuchado sobre los disturbios del 86, ahora los he visto con mis propios ojos.» En su multiplicación y duplicación a través del tiempo y el espacio, el disturbio y el virus, como no eventos y no cuerpos, sólo asumen ciertas características al venir «en vida», a través de la forma de un mundo que ya existe. Esto quiere decir, que el diseño de nuestro sistema político, económico, de salud pública y nuestro sistema carcelario, todos los cuales, como señala Ruth Wilson Gilmore[10], han estado por largo tiempo involucrados en la decisión de separar nuestras vidas en distintas categorías de mérito y riesgo.

Viajando a toda velocidad, a través del portal que es el Covid-19[11], siento el tiempo volverse más denso.

Mientras estoy tendida en mi cama, viendo mi teléfono, leyendo sobre la caza de brujas contra los manifestantes musulmanes y el desbaratamiento de las leyes que regulan el trabajo en el país, tengo la sensación de que el mundo de afuera está mutando. También lo está mi cuerpo. He dejado de sentirme sola, y la mayor parte del tiempo, no siento hambre. Me siento letárgica. Estoy caliente a menudo, pero no por sexo. Más bien por una forma de intimidad que aún no puedo describir. Por algo a lo que quizá jamás pensé cómo sexo, algo que podría llamarse sexo en el futuro.

22 de abril de 2020, Nueva Delhi


[1]     Plato de metal redondo.

[2]     Dalit es un término empleado para referirse a las personas que ocupan el rango social más bajo en el antiguo sistema de castas Hindú. A pesar de que son una categoría de la población que es constitucionalmente reconocida como vulnerable y forman parte de un movimiento político en la India moderna, continúan a sufrir exclusión social y económica y están ampliamente sujetos a prácticas de ‘intocabilidad’.

[3]     Desde la elección del Partido Bharatiya Janata al gobierno en el año 2014, ha habido un surgimiento de sentimientos anti musulmanes en India. En sus discursos políticos y entrevistas, los miembros del partido suelen difamar a la comunidad musulmana, y en ocasiones, incitan abiertamente a la violencia contra esta.

[4]     En el contexto sud-asiático, el comunalismo refiere a las tensiones entre comunidades sobre la base de identidades religiosas o étnicas. En India, el empleo del comunalismo como una herramienta para la propaganda política tiene larga data, lo que ha solido llevar a actos de odio y violencia comunal.

[5]     Pequeño tambor que puede ser cogido con las manos, el cual es un rasgo importante de la cultura callejera, tradicional y de protesta en India.

[6]     https://www.bbc.com/news/world-asia-india-50670393

[7]     https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html

[8]     El primer ministro de India, Modi, llamó a un » toque de queda del pueblo» a nivel nacional entre las 7 am y las 9 pm del 22 de marzo. Este fue un precursor del confinamiento de 21 días que fue anunciado al día siguiente.

[9]     https://timesofindia.indiatimes.com/india/at-9pm-sunday-switch-off-lights-light-diyas-pm/articleshow/74975592.cms

[10]   https://www.haymarketbooks.org/blogs/128-ruth-wilson-gilmore-on-covid-19-decarceration-and-abolition?utm_source=Haymarket+Newsletter&utm_campaign=9881a15b21-EMAIL_Newsletter_2017_11_20_HOLIDAY1_COPY_02&utm_medium=email&utm_term=0_a36ffbc74a-9881a15b21-331478321&mc_cid=9881a15b21&mc_eid=b48a157e7e&fbclid=IwAR0f7kdtmzpO4u322uXoZvtGkrg6fLGXflKd2igSczlb1NbF4NWfWLWdA9s

[11]   https://www.ft.com/content/10d8f5e8-74eb-11ea-95fe-fcd274e920ca

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