Foto: Daniel Nicolás Aguilera

09 de noviembre 2020

Policía como persecución

por grupo Rupamari

1. La policía es habitualmente entendida como un organismo de orden. Esta es su esencia, pero solo al nivel de la piel. El orden social se sostiene sobre todo por el hábito de los trabajadores, quienes mantienen sus rutinas de la forma en que les incomode menos. Las huelgas de la policía, cuando ha habido en el mundo, no producen un caos instantáneo. De ello se sigue la insuficiencia de toda crítica a la policía que la entienda principalmente como orden y que quiera, por tanto, enfrentarla con desorden. En el enfrentamiento a la policía, el desorden cumple principalmente una función de cebo.

2. El desorden llama a la policía, y de esa forma hace aparecer su propósito, su esencia profunda. Esta no es el orden, sino la persecución. Los ejércitos del mundo ya se han encargado de perseguir a todas las formas de vida sin estado para incluirlas en alguno, por lo que han perdido esa función y han pasado a ser más bien instrumentos logísticos de las pugnas entre los capitales internacionales. La policía es una mejor heredera de la violencia del estado arcaico, porque juega a perseguir a los seres díscolos, criminales, extranjeros y disidentes. Se los captura para que entren al estado, aunque estos seres ya se encuentren nominalmente dentro de él. Benjamin reconoce en la policía una violencia instauradora de derecho, que se expresa sobre todo contra la clase trabajadora y que se distingue de su violencia conservadora, aquella que garantiza y refuerza las estructuras de orden existentes. Mediante la primera, a través de la policía el derecho vuelve a ser pura fuerza que se autoproclama, la captura originaria, el brazo de la ley. Mediante la segunda, esta adquiere la solemnidad suficiente como para que sus efectivos se autoperciban como guardianes de la civilización, y por tanto seres cuidadores, garantes, benéficos. El amor por el orden esconde la sed de persecución, que bien puede desencadenarse sin orden alguno.

3. Diremos que la policía es esencialmente persecución. Ciertamente, la policía protege la propiedad y las vidas de los que tienen propiedad, pero esa protección es posible porque tienen derecho a la persecución de los infractores, y se sostiene en el tiempo porque genera que los infractores terminen persiguiéndose solos. La policía es la paranoia; no solo la del estado que quiere neutralizar todas las amenazas en su contra, sino la de los propios sujetos que internalizan la persecución. Se suele decir que la policía está también en nuestras mentes. Pero no ha de entenderse por esto que la policía interna nazca como una imagen secundaria de la policía real, sino más bien que ambas formas provienen de algo común: la persecución como fuerza social.

4. La persecución es el proceso por el cual un colectivo pretende purgarse de un mal gracias a la cacería de uno o varios individuos. Del lado perseguidor, tenemos una identidad vaga, que se desresponsabiliza a sí misma en nombre de un deber que se ejecuta. Es la masa, la horda, el escuadrón, la pandilla que sirve de resguardo a sus integrantes. Del lado perseguido, tenemos una hiperidentidad, una sujeción total a la ley de la responsabilidad individual. Ser delincuente, ilegal, terrorista, marginal, etc. Los seres perseguidos no son necesariamente destruidos físicamente, pero sí son siempre sobresignificados, opacándose todo resto de vida singular en ellos por las categorías que los perseguidores les ponen encima. Por otro lado, quienes persiguen corren siempre el riesgo de ser también perseguidos: de hecho, pueden ser perseguidos y perseguidores a la vez, ya que una función la cumplen de forma individual y otra de forma colectiva.

5. Los perseguidos pueden serlo en nombre de un supuesto mal colectivo del que son parte, como en los ataques racistas, pero es cada uno de los individuos quien recibe el castigo, cautivo como está de una categoría que lo sobrepasa. Asimismo, los perseguidores pueden llegar a individualizarse, a separarse del todo social como una función independiente. Esa es la policía. Cada uno de los policías es un perseguidor, pero no lo es más que por el poder institucional de lo colectivo.

6. La persecución de individuo a individuo permanece en un campo de relaciones interpersonales, y por tanto no involucra fuerzas sociales específicas; cada una tendrá su carga afectiva propia. La persecución de colectivo a colectivo es una lucha de fuerzas simbólicas, en las que las ideas importan más que los individuos. La primera es demasiado íntima, la segunda es demasiado abstracta. En ambos casos se desdibuja el carácter específico de la persecución como fuerza social, que está ligado a una lógica del sacrificio.

7. Quien es culpado, quisiera no estar en su posición. Pero la culpa atornilla al sujeto a sus condiciones: no puede cambiar de posición, hasta de cierta forma convertirse en ella, en su propio lugar. Quien culpa, en cambio, le otorga poder al lugar que tiene, pero a cambio de no estar plenamente en él: más bien, deja pasar otra ley por su cuerpo, se convierte en instrumento de un poder mayor. Los lugares son intercambiables: son las cosas que nos tocan.

8. Podemos reconocer en la persecución tres fases muy generales que se repiten una y otra vez, ya sea como acontecimiento o como relato. Cada una de estas fases se ve dominada por un afecto. La primera fase es la del miedo: esperamos que venga un mal, aunque no sabemos de dónde. El miedo puede estar bien justificado o puede ser completamente artificial, pero en cualquier caso es el caldo de cultivo para que la persecución se inicie. La segunda fase es la de inculpación. Identificamos a un individuo que cargará con el mal que se quiere extirpar. Esta imputación puede, asimismo, estar bien fundada o ser una acusación falsa, sin que el afecto cambie por ello. La tercera fase es la de la satisfacción. El individuo acusado es castigado, lo que alivia en gran parte el miedo y el odio y permite que el colectivo vuelva a un momento de paz. Sin embargo, el castigo nunca es suficiente para esta compensación, y la sensación incómoda de castigar y no quedar satisfecho hace que el proceso se repita tarde o temprano.

9. Más terrible que la eterna repetición del ciclo, sin embargo, es el hecho de que este rara vez se completa en la realidad; queda viviendo, entonces, como fantasma. El miedo pide la inculpación, y la inculpación pide el castigo, pero estas dos peticiones bien pueden no darse nunca. Esto resulta desolador en la medida en que gran parte de las persecuciones se hacen como reacción a un mal verdadero, como una búsqueda de justicia. Pero la actuación de las policías por todo el mundo nos da un ejemplo de cómo este camino hacia la justicia puede estar viciado desde el principio. El tema es ver en qué medida la persecución popular, en las formas en las que se da hoy, podría ser algo distinto.

10. El miedo nos mantiene en una indeterminación insostenible, que urge a resolverse como sea. Lo que anhela el miedo es destruir el mal, y mientras este mal no se identifique no podremos destruirlo. Por eso urge la identificación: saber a quién hay que apuntar. El odio a quien nos hace mal es razonable, pero el miedo incluye además un odio nuevo: el odio a quien podría hacernos mal, tal vez. Para eso es necesario fichar a los sujetos cualquiera según el criterio de su peligro, identificando y aislando a los que podrían hacer el mal, aunque no lo hayan hecho aún. A la forma directa de la persecución, que se expresa en nuestros tiempos en la necesidad compulsiva de encontrar culpables para cualquier mal que aparezca, se suma también su forma virtual, en la que todos somos, sino culpables, sí culpabilizables. Ya se ha hablado mucho de esto, a veces con exageración, pero en líneas generales no tenemos mucho que diferir con quienes nos advierten de que el mundo está lleno de policías molares y moleculares, pagados y voluntarios, educados y brutos.

11. La persecución es un mecanismo reactivo, proyectivo y sacrificial. No surge de la productividad o de la creatividad del colectivo, sino de su temor: se persigue porque queremos ir contra un mal, pero sobre todo porque no queremos que nos persigan. No atiende al problema de forma global, sino que lo proyecta en un individuo que pueda ser fácilmente separable del todo. No busca reintegrar a este individuo al colectivo haciéndole ver su falta, sino que lo condena virtualmente para siempre: lo sacrifica en nombre de la paz colectiva, aunque esta paz nunca llegue. Si es que consigue capturarlo.

12. La policía persigue; esa es su función. Pero solo lo hace porque esa función se le ha quitado al pueblo. La persecución es originalmente popular, y así es como retorna cada cierto tiempo para perseguir lo que la policía no persigue bien, o para perseguir a la policía misma.

13. Si la policía entra en crisis, ya sea porque no persiguen bien a los delincuentes o porque ellos mismos se vuelven delincuentes, es lógico que la persecución popular entre en juego. Sin duda es algo necesario y en cierta medida positivo, ya que el pueblo recupera un poder que había perdido. Pero es un poder peligroso, porque permite dar la maldición: nombrar a un ser como maldito. Y de esa forma, la ronda a ella misma una maldición: la de potenciar los afectos reactivos del miedo y el odio a cambio de la satisfacción dudosa del castigo, que por su incompletitud hará que la rueda vuelva a girar. La persecución siempre será reaccionaria, y mientras tenga que existir será preciso recordarlo. Pero no sabemos si es imaginable un mundo en el que no aparezca.

14. Si la persecución está maldita es porque parece darle un gran poder al pueblo, pero solo al precio de activar sus fuerzas reactivas. Esta ha sido la base histórica para el fascismo y otras formas de política reaccionaria. Un uso revolucionario de la persecución popular tendría que saber limitarla, pero no por los medios legales. Los tribunales de justicia son la forma en que el estado limita la violencia de la policía, pero dependen de ella para existir. La persecución popular necesita sus propios medios de control para no ser arrastrada al fascismo ni devolverle su poder al estado.

15. Un uso político no reaccionario de la persecución popular tiene lugar, por ejemplo, cuando el individuo perseguido está vinculado directamente a estructuras de poder. Hacer caer a un policía, a un empresario, un ministro o un presidente hace caer sobre todo la invulnerabilidad aparente de su posición de poder, y eso es mucho más importante que las culpas individuales que se le puedan achacar a cada personaje. Sin embargo, la política es otra cosa, porque involucra una pugna entre colectivos e ideas. La persecución se cuela en ella como un arma. Pero el enemigo también va a estar armado.

16. Un uso político reaccionario de la persecución popular será todo aquel que busque afianzar el deseo del pueblo por la función policial. Según esta posición, conceptualmente fascista, la función policial es tan necesaria que excede a la policía misma y debe tomar, como suplemento, a la fuerza de persecución popular, domesticada sin conflicto por el orden estatal. El fascismo es la fiesta de la policía. Por eso es peligrosa cualquier forma de persecución popular que busque la armonía con la persecución policial. Pero ante ese peligro, no tiene sentido reaccionar con miedo: el miedo es el inicio del proceso de persecución. Hay que buscar otra cosa.

17. Podemos ver distintas formas en las que la policía gestiona su poder de persecución, además del extremo fascista que ya hemos descrito. Algunas veces, lo importante es la adscripción simbólica a la institución por parte de sus miembros según códigos tradicionalmente militares. Se persigue por amor a la patria. Es el caso de países tristes, como Chile. Otras veces, la persecución es simplemente una praxis, un trabajo como cualquier otro, en el que se ha de aprovechar el poder que se tiene para sacar la mejor tajada. Es la policía esencialmente corrupta, más neoliberal que fascista, que campa por Latinoamérica y por tantos lados más. En los países más ricos, la policía tiende a ser educada para que esconda su esencia persecutoria y parezcan, cada vez más, como especialistas en urbanismo. La brutalidad de su persecución sigue funcionando, pero extremando el refinamiento del discurso ligado a ella. Por último, existe también la policía socialista, que busca integrar al pueblo en esa función, pero racionalizando los protocolos para limitar su expresión espontánea. Cada una de las formas sigue siendo esencialmente persecutoria, y en ello reside su violencia. El eslogan que identifica a la policía con “una frontera entre la ciudadanía y la delincuencia” es sorpresivamente cierto en varios sentidos: ella es lo que produce esa línea de separación, pero también es el símbolo de esa línea y por tanto una institución híbrida, mitad ciudadana y mitad delincuente.

18. En el debate respecto a la abolición o la reforma de la policía, resulta sensato no dejarse llevar por la ira que nos producen y observar en qué medida este problema refleja también la policía que hay en nosotros. La abolición de la policía, si se considera como un hecho repentino, muy probablemente haría reaparecer la función policial repartida en el pueblo. En esto, algunas malas posturas anarquistas podrían colaborar fácilmente con un auge del fascismo. Por otro lado, su reforma sería un reforzamiento de la policía de la policía, es decir, de todos los controles estatales que racionalizan sus procedimientos sin renunciar a su esencia última, escondiendo su esencia persecutoria detrás del argumento del orden público. Así, la postura por la abolición tiende al idealismo, y la postura por la reforma a una actitud cínica. El problema sigue abierto.

19. ¿Qué formas tenemos de estar contra la persecución? No se puede simplemente hacer desaparecer: es algo que nos sobrepasa. Pero sí tal vez podemos contemplar el contenido afectivo de sus fases para pensar en qué podría de allí derivarse o transmutarse. El miedo tiene la ventaja de ser un afecto consciente, aunque reactivo: puede ser usado para un análisis consciente de las causas y los efectos de una situación concreta. La vigilancia podría tornarse lucidez. La atención en el individuo que carga la culpa puede llevar a una comprensión de las causas que lo ligan al mal, y de cómo podría este prevenirse de una forma más global. El castigo y la satisfacción morbosa que llaman a repetir el ciclo pueden transmutarse en una lógica de la restauración, un reconocimiento de la falta que implique un bien retribuido al colectivo. La dificultad para estos procedimientos estaría en que requieren modificar, a partir de cada caso individual, las estructuras colectivas. Esto significaría un empoderamiento colectivo que lleve un signo distinto al poder de la persecución. Pero hay que ver si es posible seguir caminos que nos alejen del goce de perseguir, ya que este quiere seguir existiendo a través de nosotros.

20. Engels decía que el estado no tenía que abolirse, sino que dejarse morir. Eso significa que una nueva forma de relaciones sociales no mediadas por el estado tomaría los lugares que este solía ocupar, dejando a este sin espacio vital. Algo similar podríamos esperar de la policía: otras relaciones sociales tienen que tomar su lugar y hacerla insostenible. Pero ¿dónde están esas formas?

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