21 de mayo 2020

Reírse entre nosotrxs

por Consuelo Robledo

[Habitar lo inhabitable:
Etnografías de la pandemia
*]

[22 de abril, Consuelo, 11.296, 2.471.136]

Desde el 18 de octubre se han dado algunas situaciones que han llamado mi atención respecto a los memes que ironizan la contingencia social y política vivida en Chile.

Pasé una buena parte del primer mes después del 18 de octubre con un grupo de amigues, específicamente en el departamento de une de elles. Recuerdo que esos días fueron muy intensos: pasábamos la mañana juntes, comíamos, salíamos durante la tarde a Plaza Dignidad, almorzábamos tarde, volvíamos a salir, y nos entrábamos con el toque de queda. Las noches eran un momento de cansancio físico y emocional, veíamos al presidente en la televisión justificando la violencia de Estado, conversábamos, comíamos, compartíamos cervezas y cigarros. Esos días yo vivía con una mezcla de emociones muy rara de miedo, incertidumbre y rabia por los militares en la calle, lxs tuertxs, lxs muertxs, el fuego, junto con una emoción inmensa por lo que se estaba produciendo, esperanza y una sensación de que todo tenía sentido, en fin… Entre medio de todo eso, tengo el recuerdo de estar en la terraza del departamento, con el olor a gas lacrimógeno todavía en el aire, riéndome a carcajadas con los memes y videos que se burlaban de la policía, etc. Recuerdo haberme sorprendido por el alivio que sentí al poder reírme con tantas ganas, ir pasando el celular de mano en mano para reírnos todes juntes, se armaba un espacio de contención, entretenimiento y cariño que volvía todo un poco más llevadero.

Más recientemente, con la llegada del Covid-19 a Chile, he estado haciendo cuarentena preventiva en mi casa, con mi familia. Y si bien somos parte de un grupo privilegiado (tenemos teletrabajo, internet para lo que queramos, bastante espacio para cada une, etc.), esta nueva incertidumbre, el cambio de rutina, echar de menos a la gente que dejamos de ver, el número de contagiadxs y fallecidxs que sigue aumentando mientras el gobierno anuncia que hay que transitar hacia una “nueva normalidad”, me han afectado emocionalmente. En este nuevo contexto, estamos lxs cuatro sentados en la mesa en silencio viendo las noticias por televisión: los informes epidemiológicos, el aumento de la cesantía, el gobierno justifica su actuar… y de un momento a otros estamos riéndonos de una fotografía del presidente intentando ponerse una mascarilla que se ha vuelto viral, disipando la tensión producida por el noticiario.

Creo que reír puede ser una experiencia corporal muy potente, te hace respirar fuerte, el cuerpo se tensa y se relaja, ese relajo te deja una sensación agradable y te pones de buen humor (aunque sea un momento). Y creo que el espacio que se habilita al ver y compartir estos memes (u otro contenido similar) tiene no sólo la virtud de entretener y distender, sino que además es un espacio que no es alienante. Al contrario, es un tipo de humor que refuerza la desconfianza/indignación/resentimiento contra estas personas e instituciones a través de la ironía y el absurdo. En primer lugar, son chistes políticos, se ríen de la “clase política”, de la policía y las fuerzas armadas, de la gente de derecha, de la elite económica, entre otras cosas. Por lo tanto, es contenido que se vuelve irrisorio en la medida en que se comparte una actitud crítica (indignación, rabia, etc.) respecto de la conducción política del país, del modelo económico, de la desigualdad. En segundo lugar, creo no son alienantes en la medida que este tipo de contenido de alguna manera incita a su audiencia a mantenerse informada respecto de la contingencia política; ya que, a veces hace referencia a sucesos muy específicos. Pueden ser chistes sobre una cuña desafortunada del ministro de salud en un punto de prensa, un post/foto/video que está circulando en redes sociales, un titular en el diario, una imagen de los noticiarios de la televisión del día, etc. 

Con esta reflexión no pretendo declarar que este contenido necesariamente tenga un efecto profundo en las personas, despierte nuestra conciencia de clase, ni nada por el estilo. Pero, de todas formas, me parece que es rescatable en la medida que es un tipo de contenido que sirve como un recordatorio cotidiano y liviano de un nosotres que surgió hace seis meses y que aún no podemos soltar.

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*Durante el mes de abril invitamos a un grupo de amigxs antropólogos a escribir viñetas etnográficas en torno a la experiencia de “habitar” la pandemia, entendiendo por una parte que en estos momentos no podemos sino vivir, pensar o escribir “al interior” de la pandemia, y por otra parte, teniendo presente también el vínculo del habitar con el “hábito”, como una experiencia determinada que se va convirtiendo en hábito por repetición y acostumbramiento.

Nos interesa en ese sentido la etnografía como una comprensión situada de la articulación entre las prácticas y los significados de esas prácticas, que permite dar cuenta de algunos aspectos de la vida de un grupo de personas, sin perder de vista cómo éstas entienden tales aspectos de su mundo.  

Este oficio supone a quien lo realiza, no sólo en tanto individuo, sino como dispositivo de producción de conocimiento. Esto significa que el principal medio de aprehensión, comprensión y comunicación que media la etnografía es el cuerpo de quien investiga, sus sensibilidades, habilidades y limitaciones. De esta manera, se reconoce y da lugar a la subjetividad, a la emocionalidad, a la clase social,  a la identidad cultural específica de quién investiga y su influencia, entre otros aspectos, en lugar de esconder estas cuestiones o asumir que no existen, lo que se ha profundizado aún más desde el ejercicio de la autoetnografía. 

Las escrituras que aquí presentamos exploran de distintas maneras la extrañeza y la incomodidad de tratar de habitar un tiempo que se ha desquiciado, donde la incertidumbre pasa a ser una condición permanente y la espera un gesto que se eterniza, entre las filas de los centros de salud y las filas virtuales para hacer trámites online. Donde la incomodidad ante el roce inevitable de los cuerpos en la feria, o ante una persona que en una tienda comete la imprudencia de hablar por teléfono sin usar mascarilla, pueden provocar el mayor temor o indignación; y algo en apariencia tan simple como compartir un mate puede representar un acto casi subversivo, en un momento en que lo que se impone como sentido común es el temor a las lenguas y la saliva ajena. Mientras, la tele prendida llena monótonamente el vacío de palabras que se instala al interior del hogar. En esta extraña realidad, los humanos parecemos ser sacados a pasear por nuestros perros, que se huelen y revuelcan mientras los primeros nos esforzamos por mantener la distancia con los demás, sin poder disimular la enorme falta que nos hacen los otrxs, los olores y tactos de los seres que queremos. Vuelven entonces con fuerza a la memoria los paisajes sonoros que echamos de menos cuando nos enfrentamos al silencio de las paredes y de las calles vacías, y entonces no nos queda más que abrazar el silencio para poder agudizar el oído y escuchar mejor. Podemos experimentar incluso el goce de reirnos con otrxs, de contagiarnos afectos alegres que surgen del encuentro y la composición entre los cuerpos, y el reencuentro con un nosotrxs que a veces toma forma de familia y otras de manada, de vecinxs, o de grupo de amigxs; porque frente a la incertidumbre de la pandemia la única certeza que nos queda pareciera ser la dependencia que tenemos de los demás, la necesidad de cuidarnos con (y no de) esos otrxs a los que tantas cosas nos separaban como ahora nos unen: en primer lugar, el habitar colectivamente un mundo que se ha vuelto inhabitable.

La etnografía no es patrimonio de los antropólogos: cualquiera puede construir etnografía desde la atención y reflexión sobre sus propios espacios y tiempos. Esperamos que estos textos sirvan, de ese modo, como una invitación abierta para poner en práctica un ejercicio de escucha atenta que nos permita construir saberes desde nuestras propias experiencias situadas, como una forma de apropiarnos de aquello que parece impensable: habitar lo inhabitable, vivir y resistir en la catástrofe capitalista.


Mi nombre es Consuelo Robledo, soy mujer (cis), tengo 25 años, y (ya casi casi) soy antropóloga social. He participado en proyecto ligados al ámbito de las artes, trabajando con Fundación Nube, y en una micro-residencia artística en la Corporación cultural de Recoleta con un proyecto llamado Usted Está Aquí. En otro momento participé en espacios activismo feminista, en la Agrupación LésBIca Rompiendo el Silencio, y colaborando con el Observatorio de Violencia Obstétrica. En términos académicos estoy interesada en seguir trabajando temáticas que cuerpos, géneros, sexualidades y espacios. / Mail: maconsuelo.robledo@gmail.com

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