Collage: Ricardo Miguel Hernández

13 de abril 2021

Una estirpe sin derechos: una aproximación a la obra de Ricardo Miguel Hernández.

por Luis Enrique Padrón / Collages de Ricardo Miguel Hernández

Para Ricardo Miguel el concepto familia ha supuesto siempre una gran inquietud. En los últimos años se ha dedicado a una serie de obras, extraordinarias dentro de su poética, con las cuales ha logrado ventilar sus obsesiones al respecto. La compleja y rica trama conceptual subyacente al proceso de trabajo tras Cuando el recuerdo se convierte en polvo tiene resonancias personales[1]. Sin embargo, también refleja los desbalances emotivos que aquejan a nuestra sociedad.

Esta serie reúne más de centenar y medio de collages fotográficos, de pequeño formato en su mayoría. Cada uno contiene una historia inaprensible por enigmática, que es sumatoria de sucesos y experiencias ajenas y preteridas. Son una especie de cápsulas. Poseen un poder narrativo inestimable, pero, sobre todo, indescifrable. Los personajes, las escenas, los paisajes, incluso, las ideas en ellas encubiertas, no nos pertenecen.

El artista comenzó esta obra en 2018, después de algunos años coleccionando viejas fotografías. En inicio las compraba a sus propios familiares y amigos, pero eventualmente se vio obligado a acudir a los intrépidos anticuarios de La Habana, quienes en poco tiempo se convertirían en su principal fuente de adquisición y en la pauta secreta de sus mecanismos de trabajo. En la manera de hacer de aquellos encontraría la suya propia.

Así fue conformando un archivo fotográfico. Muchas de las piezas obtenidas representan a personajes totalmente desconocidos; la mayoría de las fotos carecen de valores artísticos trascendentales; pero son desencajados documentos de época, recuerdos familiares, objetos personales. Este tipo de coleccionismo, un tanto obsesivo, puede resultar absurdo para muchos. Para Miguel se trata de un acto de resistencia histórica al olvido, pues todo ese material corría el riesgo de ser convertido en pulpa y obnubilado para siempre.

Hoy, cuando estamos tan habituados al reciclaje, y al empoderamiento de la memoria a corto plazo, resulta un tanto romántico pensar que una imagen es un bien indestructible, nos explica el propio artista:

He adquirido estas fotos de manos de personas que no tienen ningún contacto emocional con ellas; y sin proponérmelo, adquiero también esa carencia de emociones adjunta a la foto. Se corresponden en su mayoría con personas fallecidas, más terrible aún, con personas olvidadas: sus familiares han vendido o desechado sus recuerdos.

Entonces adquiere más que fotos, almas errantes.

Miguel no intenta contradecir ese triste proceso, sublimar o redimir; no subvierte la deshumanización sufrida por estos objetos, al contrario, se regodea en la condición que las aqueja. ¿Qué contenido de verdad tiene entonces su propuesta? ¿A qué lugar del conocimiento nos conduce la participación en tan peculiar paranoia social?

El artista nos alerta, sin acudir a grandes desafectos: qui in gladio occiderit, gladio peribir[2].

Cuando el recuerdo se convierte en polvo no es un catauro. Es una reflexión desde el concepto de detritus sobre la valorización emocional de la identidad colectiva en una sociedad como la cubana, que ha sido manipulada ideológicamente, contaminada por las radiaciones de culturas ajenas, cercenada por el miedo y la incomprensión. Es una obra escatológica con un inestimable valor antropológico, que tiene más quejas sobre el futuro que sobre el propio pasado.

Las fotos llegan a manos de Miguel totalmente desprovistas, vagabundas. Al manipularlas –acción que lleva implícito un ejercicio subliminar de poder- recortarlas, re-ensamblarlas; las recarga, hace que adquieran una nueva e inquietante energía. Hay mucho misterio en el acto, y también en el resultado final. Pero el artista es muy cuidadoso de dejar a la vista en ellas la cicatriz de su propia ausencia, de la ruptura de sus enlaces, las huellas de la violencia implacable del olvido.

La identidad personal es re-inventada desde el cinismo implícito en dicha operatoria. Tópicos relacionados con la familia, la condición de clase, la sexualidad, la religión, o la raza, son activados con crudeza y desenfado. La técnica del collage le permite desmontar verdades estructurales constitutivas de nuestra sociedad.  Pero también, dejar al descubierto cuestiones silenciadas y procesos subsumidos por el discurso oficial. Los retratos de Miguel nos alarman por la desfiguración que patentan. Los paisajes nos intrigan. Las escenas sociales nos divierten. Estas obras nos remiten a nuestro pasado histórico más próximo, episodio carente de claridad. Pero también, manifiesta el curso de los vientos presentes. Cuando el recuerdo se convierte en polvo es como una gran mascarada, donde el hoy y el ayer se enfrentan, finalmente.

Cuando Miguel me presentó por vez primera estas piezas recordé la obra del artista francés Christian Boltanski. Los puntos de contacto entre una obra y otra son claros: se discursa desde la fotografía, asumiéndola no ya como soporte, sino como objeto. Pero debemos insistir en las diferencias entre ellas. Boltanski pacta sus místicos ensamblajes desde el dolor y la extática reivindicativa que a nivel social el recuerdo implica. Mientras, Miguel opera desde la acusación, más exactamente, desde un tipo de lamento de dimensión ontológica: cuando el pasado de una familia -o de una nación- se vende, se quema, se olvida; su futuro está condenado a muerte. Cuando el recuerdo se convierte en polvo, perece en ello la promesa de vivir otros días, otras flores. Quizás después de todo, sea cierto que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen derecho a una segunda oportunidad sobre la tierra.

Madrid, abril de 2020


[1] Es el soporte poético de la exploración que el artista ha desarrollado a lo largo de los últimos diez años sobre su propia identidad: quién conoce personalmente a Miguel sabe que atesora con gran recelo todos los episodios del pasado familiar que ha podido salvar de la desmemoria colectiva padecida en Cuba.

[2] Significa “el que mata a espada, perecerá por la espada”. Evangelio según San Mateo (Capítulo 26, versículos 51-52)

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