Foto: @pauloslachevsky (Intervenida)

11 de octubre 2020

Una seguridad de ensueños

por Abelardo

Yo pienso a la policía. Pienso a la policía desde los afectos, el temor, un malestar fundante, y todo esto que compone nuestra relación con ella. Relación sustentada, entre muchas cosas, en cuanto a su rol como institución disciplinar. Pensar en la policía como una garantía estatal que es limitada y enemiga, pero que también habita como una entidad erótica hacia/desde nosotros. Con un rol sutil en el deseo que tenemos con los imaginarios de la protección, el resguardo y también, en el asco y el miedo.

Pensar a la policía, en cierta manera es pensar en los límites del Estado. Para mí el ejercicio comienza con películas de terror, ciencia ficción, distopías o ucronías. Narrativas liminales de la modernidad, expansiva como restrictivamente, y un ejercicio claro de la posibilidad autoreflexiva de entender el mundo desde sus límites. De esto último, a partir de la fragilidad de su materia y voluntades.

El primer punto con el que contribuyen las películas de terror es el de la fragilidad. La fragilidad como un cotidiano corrompido, al igual que en la narrativa de Raymond Carver: en el día a día habita una soterrada tragedia que puede terminar por pulverizar todo, o reafirmar que vivir es un asco y que, además, va a continuar. Por otra parte, esta cotidianidad muestra el aporcelanado manto simbólico que lo constituye. En la medida que las garantías de vida, libertad y propiedad (en el sentido de Locke) ofrecidas por los Estados Modernos se ven amenazadas, se exige que nuestra protección se intensifique, y que con vehemencia se haga presente.

Cada vez que veo una película de terror me pregunto: ¿por qué no llamaron a la policía, a los militares, a alguien que se haga cargo? Primero se delimita la agencia propia frente a problemas que son algo incontenibles. Y al mismo tiempo, se asume que la realidad es positiva, en su totalidad. Que incluso lo otro extraño, es posible de ser enfrentado por las prácticas positivas, materiales y/o judiciales del Estado. Pero luego, si es que llega a intervenir la policía, o el Estado con una de sus otras ramas armadas, este también encuentra problemas para contener esa fuerza otra, premoderna, irracional, bestial, accidental y a veces, hasta entendida como universal o natural. Esa antípoda a la modernidad domada del territorio es el peligro. Ese peligro es constantemente lo otro, ininteligible, ajeno, abyecto, y que está moralizado a priori. La sola presencia ajena ya lo inserta en una gramática del enemigo. El fin de la promesa de protección y razón encuentra su fin en el reconocimiento de que el Estado es una cuestión, como señala Bourdieu, de voluntad y rituales que necesitan afirmar algo que no es más que pura ideología. Nunca nos iba a proteger, nunca lo hizo, pero asumimos en su elegante magia ritual que sí, que lo hizo, hace y hará.

Pienso en “The Thing” (1982), por todas las posibles claves que entrega para el análisis de la relación Estado, protección, miedo y poder. En la Antártida, las personas que trabajan en una base científico-militar estadounidense se enfrentan a una entidad heteróclita y multiforme. En su versión iberoamericana la película es traducida como “La cosa de otro mundo”, o “El Enigma de otro mundo”. La película comienza con la presencia de algo que no se conoce, y que no pertenece a nuestro reino humano, racional, legal, cuantificable y enfrentable (¿?). Esta abyección comienza a actuar y se sitúa en las sombras e intersticios. Es un opuesto negativo a nuestra realidad. Ubicuo desde su imposibilidad de reconocimiento, además de violento y destructivo por la incapacidad de poder dialogar con “esto”. La cosa, se convierte en una amenaza. En una amenaza que va progresivamente camuflándose y usurpando el lugar de lo vivo a lo humano. La misión científica se convierte en un espacio de supervivencia, donde las seguridades del rol militar, ciudadano, de los marcos de la ley y el orden, de la violencia como una última instancia relacional se diluyen. Ahora, la violencia frente al enemigo, que pasa de ser La Cosa (una entidad) a ser todos (una mutitud) porque es imposible saber “qué y quién” es.

Acá dos cosas a destacar. En el contexto geopolítico de la Antártida no hay países, hay presencias que mediante sus acciones producen territorialidades definidas por relaciones de pertenencia y soberanía con el Estado Nación que representan. En este lugar, el límite del Estado muestra con aún mayor intensidad su geografía imaginaria. En la medida que hay personas humanas, arquitectura y objetos materiales oficiales, el Estado se reifica como una cosa referencial, y presente. La presencia y el cuerpo que poseen los protagonistas de “The Thing”, es en la medida de sus acciones institucionales: son el Estado, y a la vez ellos dentro y como producto de él. En la línea de Corrigan y Slater, hay toda una gramática, y posibilidad material de existencia (roles, edades, nombres, lengua, cuerpos, territorios, biografías, etc) que con velocidad taquigráfica el Estado va inscribiendo en palabras y cosas.

En oposición a la gente producida por el Estado, “La Cosa” es primero que todo un extranjero radical. Segundo, no es una entidad ni ontológica ni epistemológicamente asible. Es la abyección misma. Por lo tanto, no es algo restringible a la gramática legal, porque no se puede definir su naturaleza y relación de propiedad con el Estado que representan, o llevan incorporados los humanos que a él territorializan.

 En los momentos que “La Cosa” se convierte en una amenaza de facto, por sobre su inicial extrañeza, potencialmente amenazante, se abre el segundo punto a destacar. El Estado no presenta ninguna garantía más que la posibilidad de revancha. Los protagonistas de la película, al entender que los confines de la propia protección son ellos, viven en un estado de miedo inmanente frente a esta nueva amenaza, y dejan de reificar al Estado de manera performativa. Cuando reconocen que no tienen señales de comunicación y están aislados del Estado central, se genera un abandono de a) las expectativas de ser socorrido y resguardado b) de cumplir la misión, normas y asignaciones que desempeñan ahí. La vida, como existencia, se convierte en la cosa a preservar, por sobre las otras cosas de la vida social. Ejecuciones, encarcelamientos y una estratificación de roles, en relación a confianzas y el poder de las armas toman lugar e invierten la seguridad de roles asignados cuando el Estado, y sus marcos de acción, se diluyen. Ese Estado destruido, volátil y con una presencia nostálgica, como en el Señor de las Moscas, acá se presente entre adultos. Y adultos frente al miedo de algo que es el terror de lo otro acechante.

El miedo es el único recurso posible que tienen para reconocer sus fragilidades, y decodificar la amenaza. Vivir en una ontología de la amenaza, les lleva a establecer asociaciones, o vínculos que mutan y se van adaptando a las circunstancias. En este punto, hay relaciones de colaboración, por sobre solidaridades, que permiten definir en quiénes descansa la vida, y en quiénes la muerte.

El conatus, ese esfuerzo que impulsa a la reproducción de la propia existencia se ve despojada de la garantía del Estado como garante de la vida misma. Ahora, en términos Hollywoodenses, la cuestión es personal. Y, en otro punto, esta cadena perpetua de la nacionalidad, como reconoce Ocean Voung, se acaba. Al acabarse el vínculo nacional, se genera una posibilidad de hacerse de normas emergentes, con asignaciones valóricas otras. Y acá un quiebre: la fantasmagoría del Estado, como memoria en el cuerpo, en el lenguaje, como realidad, va perdiendo su peso.

En “La Cosa” y “La Cosa” hay ejemplos de la liminalidad del actuar del Estado, de su presencia, y a la vez, de la ubicua fantasía de su protección, hasta que se reconoce como una fastasmagoría y una cuestión de voluntad. De lo anterior, lo importante es que el Estado, y la ficción de resguardos y contenciones que promete, trabaja bajo la idea optimista de su efectividad. Y las normas que fija como resguardo a la vida, son ritualmente replicadas a diario por cada uno de sus operarios, lo que nos incluye. Acá se zurce una compleja trama en el cual el resguardo cumple un rol constrictivo y negador de otras formas de cuidado fuera de él. Si Fisher señala que pensar fuera del capitalismo es una dificultad, porque su gramática y las posibilidades de existencia en él colman el horizonte de lo real, pensar fuera de lo policial parece tener la misma relación con nuestros márgenes de lo posible.

La idea de límite, de temor y la necesidad de protección comienzan a producir nuestra erótica fascista con el resguardo Estatal. La policía tiene cuerpos, se reifica en instituciones, en materialidades y en producciones espaciales. El Estado, como señala Nicole Graham, produce un paisaje legal que le posibilita existir, al mismo tiempo que regula su geografía de acción. Propiedades y presencias que simbólicamente establecen un manto regulatorio, y en el sentido de Bennet, performativizan su presencia mediante acciones y cuerpos. Es imposible, a este punto, negar que el Estado tiene una posibilidad y presencia positiva, pero al mismo tiempo, hay un deseo de su presencia frente a los valores que le asignamos.

La idea de propiedad y estado van hilvanándose en pequeñas acciones y posibilidades de existencia que nos juegan la voluntad. Voy estableciendo órdenes que activan afectos e impresiones como el asco (Nussbaum) hasta el lugar de las cosas y las personas en el espacio público, que nutridas de arbitrariedad regulan una geografía moral de un deseo fascista. Una geografía de lo en orden y fuera de lugar. Una forma de pensar y vivir espacialmente en normas, como proyección de las necesidades propias del orden deseado en el mundo. Acá la policia, independiente si se presenta con cuerpos institucionalizados que vigilan y castigan, es una actitud inmanente, tanto personal como colectiva, que le permite ser en el mundo. Lo policial, es una forma deseada que se produce como cuerpos, y que van negando la condición de persona a esos que devienen amenazantes. Entonces, lo policial no pasa sólo por pensar que “hay una buena policia” o “no corrupta”, ni tampoco una “policia ciudana” (más cercana a su etimología). Pensar en normas, y en restricciones, en la despersonalización de la amenaza y contrarios, es dotar de potencia a la idea de la necesidad de una fuerza normativa, que efectúe su acción situada en cuerpos institucionalizados, o no, que ejerzan una acción policial.

Pensar en la policía, es ser y tener el optimismo de que nuestra posibilidad de existencia reside en la imposibilidad de existencia de otros/otras y lo otro.

Simpáticos plagios. Santiago, Chile.

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