Foto: @pauloslachevsky

10 de agosto 2020

Yo no puedo con esta ordinariez: el deseo de una distopía bien realizada

por Vicente Didier

Existe suficiente literatura distópica como para reconocer una estructura: por medio del placer, del simulacro y del engaño el grueso de la población puede vivir una vida hedonista y falsa mientras que una minoría sufre en silencio para llenar de groseros privilegios a otra minoría aún más pequeña. En parte de esta literatura un héroe surge para exponer este mecanismo y, dependiendo del autor, hacer algo al respecto. Es la manera más mínima y estructuralista de una narrativa, se hace evidente un desequilibrio y luego debe lidiarse con las consecuencias

Son historias alimentadas por la premisa de la “falsa conciencia”: los mecanismos ideológicos de la clase dominante permiten oscurecer la realidad de las relaciones materiales y evitar así la insurrección frente a situaciones de evidente injusticia y desigualdad. Sería difícil no llamar una distopía al mundo en el que vivimos y lo más triste es que ni siquiera la nostalgia sana porque no ha sido de otra forma en muchísimo tiempo, simplemente es una distopía con distintos apellidos: capitalista, colonial, neo-colonial, industrialista, post-fordista y un largo etcétera.

La minoría explotada de nuestra distopia planetaria tiene nombre y apellido: población indígena, afrodescendiente o simplemente no-pálida si consideramos los imperios chino y japonés.  Esta minoría siempre ha estado consciente de lo que implica vivir en esta realidad, se ha visto mermada en sus tierras, en sus recursos y en las personas que quieren por generaciones. Los ejemplos son tantos y en tantos lugares del mundo que falta espacio en internet para enumerarlos. Quizás lo particular de nuestra distopia es que una parte importante de esa población que “duerme” ha sido capaz de despertar. No me atrevería a hacer una declaración de tal escala si uno hubiese sido por las revueltas del año pasado, porque si hay algo que se le puede conceder a la época de la hiper-información es la conectividad, por muy superficial que sea, que crea entre nosotros.

Sin embargo y de manera simultánea surgen dos mecanismos clave para cortar la conexión: cortar los cuerpos de quienes la componen para luego discutir sobre si esos cuerpos fueron cortados o no y si esos cuerpos debían ser cortados. La violencia y las retóricas, performance y simulacros políticos respectivamente.

Todos los que participamos de las revueltas vivimos la herida de la represión en menor o mayor medida: la garganta apretada al recordar la lacrimógena, el estómago apretado al correr de los pacos por cuanto callejón había, las cicatrices, los ojos perdidos o alguien querido que ya no volverá. Todos recordamos la furia contra los pacos, recordamos sus caras de sadismo o incluso de alegría, como si estuviesen jugando un shooter con nosotros. Recordamos cómo nos ahogaban permanentemente y la indignación de enterarnos cuánta plata costaba ahogarnos en medio de protestas por la desigualdad.

Hay un recuerdo en particular que aún me da nauseas de tan solo pensarlo. Luego de reunir a más de un millón y medio de personas atreviéndose a protestar, después de décadas de  silencio de dictadura y una eterna transición, Piñera decide hacerse parte de esta marcha por medio de un miserable tweet. Luego de mancillar, arrestar, denigrar, asesinar y desaparecer, el encargado máximo de la represión decide declararse en favor del movimiento. Recuerdo que se me debilitaron las piernas, me dieron ganas de vomitar y tenía la respiración acelerada, estaba indignado, sí, definitivamente indignado, pero aún más atónito por lo deshonroso, tosco, vulgar, pedestre, vergonzoso, pero por sobre todo ordinario del gesto.

Fue una afrenta, sentí que toda mi educación había sido completamente en vano ¿No se supone que hay un esfuerzo de las clases dominantes por oscurecer las relaciones de poder? ¿No hay que idear un aparato ideológico que permita la aceptación de la subyugación y la dominación? ¿Cuántos siglos de pensamiento marxista se han abocado a desentrañar la trama del poder para ser lanzados por la borda por semejante ordinariez? Si sienten que sueno como una cuica insoportable es porque efectivamente lo soy, pero cualquier persona con un poco de sentido común se tomaría como una afrenta el gesto de Piñera. A esas alturas solo valía la pena preguntarse ¿existe alguien lo suficientemente alejado de la realidad como para creerle?

Ese es el problema de fondo que tengo con nuestra distopia: nos tratan como imbéciles. Es el insulto del truco mal hecho, de la mala mentira. Es en definitiva el insulto de la impunidad. Es la profunda creencia de,sin importar qué tan paupérrima sea su performance, no habrá consecuencias, y hasta cierto punto tienen razón porque las guillotinas son escasas y difíciles de transportar. Lo que no significa que no deberían, al menos, intentar desafiar nuestra inteligencia.

Tengo los mismos sentimientos cuando pienso en la Operación Huracán y cómo después de más de un año de proceso judicial otro de los montajes más evidentes para cualquier persona con dos ojos, terminó apenas con un par de renuncias en Carabineros.

Esta semana, en medio de una pandemia y el recrudecimiento de la militarización contra las comunidades mapuche, me encuentro nuevamente con la cara entre las manos lamentando la impunidad bochornosa con la que realizan sus simulacros que le darían vergüenza a todo circo que se respete. Se toma como evidencia de terrorismo en la toma de la Municipalidad de Curacautín bombas molotov realizadas en tazas.

Tazas.

Una bomba.

En una taza.

Miro por la ventana como si el smog de Santiago me fuese a ofrecer una explicación razonable.

¿Qué hueá creen que es? ¿Un brownie? ¿Dos cucharadas de bencina, media taza de glicerina, un minuto al microondas y ¡listo! una bomba casera?

No puede ser.

No puede ser tampoco que se cuenten los muertos dentro de los recuperados de COVID-19 y que el Ministro de Salud aparezca diciéndolo en todos los medios de comunicación. Me dan ganas de querellarme por daños psicológicos y emocionales por hacernos presenciar un espectáculo tan patético.

Black Mirror, probablemente por venir del hemisferio norte, crea primero la imagen de una sociedad perfecta, que en la cotidianeidad de alguno de los personajes es quebrada, como un espejo roto que muestra todas las grietas de la realidad. En Chile jamás se ha visto algo semejante. Yo solo veo la ordinariez política de alguien que ni siquiera se molesta en perfeccionar la ficción.

Ya no pienso en utopías, hace mucho que no lo hago. El colapso ecológico, la pandemia, la recesión e innumerables catástrofes ahogan en todas sus escalas cualquier esperanza que se pudiese albergar. Muchas veces he pensado en un meteorito: sería rápido y de ser posible indoloro, pero la mala hierba nunca muere y lo más probable es que tendríamos una distopía ahora apellidada espacial o meteorítica. A veces solo me gustaría que se esforzaran un poco más en engañarme

“Ridícula, gánate el show” dijo Francisca del Solar

Rucia a tiempo completo. Entusiasta de los RPG japoneses y de humectarse obsesivamente los pies.

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