Foto de Paulo Slachevsky

09 de diciembre 2023

Hoy tampoco lloverá en Atacama

por Ariel Lugo

Sobre Conversaciones sobre un Chile que no fue, Javier Agüero. Talca: Ediciones UCM, 2023. Pp. 78.
El libro, una serie de conversaciones del filósofo Javier Agüero con Alberto Mayol, Kathya Araujo, Manuel Canales y Rossana Cassigoli, se encuentra disponible en formato E-book para su descarga gratuita aquí.

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“El no fue es indeterminación radical que,

aunque pareciera jamás rozar el tiempo-ahora,

será promesa de que algo puede llegar a ser,

justa y precisamente,

porque no fue

(Agüero, 2023: 77).

En Espectros de Marx, Derrida (1993) escribe que “[n]ada sería peor, para el trabajo del duelo, que la confusión o la duda: es preciso saber quién está enterrado y dónde —y es preciso (saber… asegurarse de) que, en lo que queda de él, él queda ahí” (p. 30). Y en el documental de Nostalgia de la Luz (2010) de Patricio Guzmán se pueden ver a un grupo de mujeres que recorren rastrillando con sus propias manos incasable y denodadamente el desierto de Atacama en busca de restos de sus seres queridos. Todo esto cobra magnitud si se tiene en cuenta que se estima, según mediciones, que el desierto tiene una extensión de 105.000 km2 (128.000 km2 si se incluyen las laderas bajas de los Andes), ya que ese grupo de no más de 10 mujeres recorren casi a diario, por casi 50 años, amplias extensiones para poder dar con algún resto o indicio que su familiar está allí. En ese desierto, considerado uno de los más áridos del mundo (incluso con registros de más de 400 años sin caer una gota de agua en zona central) la lluvia no se hace presente con frecuencia, es esquiva, no trae limpieza, frescura y no desempolva lo enterrado, la lluvia no aparece brindando una brisa renovada y fresca a la fatiga de la búsqueda que es tapada por la monotonía de las arenas y el polvo de la tierra que se quiere perpetuar en un no-cambio. Hoy, la lluvia no trajo nada de eso, porque hoy en Atacama tampoco llovió. Ojalá mañana llueva.

La propuesta de la Nueva Constitución fue rechazada por el 62 % de los votos, el “estallido social” que se fechó el 18 de octubre de 2019, no se materializó en esa propuesta de constitución. Pero eso dejó marcas, huellas, ya que como lo sostiene Alberto Mayol, “…un estallido social es la rotura de todos los tejidos en la sociedad” (p. 15). Y señala que “[l]as normas sociales son mucho más importantes que las normas jurídicas, están por detrás de ellas, las fundamentan cuando funciona bien el sistema jurídico y otorgan un sentido de realidad social a la hora de enfrentarnos con la experiencia cotidiana” (p. 15).

Kathya Araujo marca una diferencia, que es crucial, entre lo que movió el estallido y lo que después se diferenció a la hora de la propuesta de solución sobre ese malestar que unía protestas muy heterogéneas.

“…no me parece que todo ese apoyo tuviera que ver básicamente con un acuerdo sobre cómo se resuelven estas dificultades. Lo que se compartía era un diagnóstico general. Es un diagnóstico que se expresa en el cansancio del cuerpo, el agotamiento, las noches en vela por el endeudamiento, en los efectos de los desafíos estructurales en las vidas ordinarias de cada uno, en la tristeza por no poder llevar salud a tiempo a los y a las que queremos, en fin. Pero, todas esas cosas no me parece que implicaran un acuerdo de hacia dónde ir. El acuerdo era que algo tenía que cambiar. Me parece que eso sí tuvo una convocatoria relevante. Algo había que cambiar” (p. 30).

Y, enfocándose en la democracia, Araujo sostiene que “…vale mucho menos el gran logro que el pequeño gesto” y unas líneas más abajo continúa, “[n]o solo tienes que defender la democracia, tienes que actuar democráticamente, y actuar democráticamente significa no abdicar de lo que tienes, no, es entender que estás hablando con más gente que no piensa como tú. Si no, estás repitiendo esta archipieligización del mundo, y estás repitiendo esta pérdida de la idea de lo común” (p. 41).

Esa búsqueda por no perder eso que la democracia otorga para Manuel Canales debe centrarse en replanteo de lo que se considera propio y extraño, de aquello que aceptamos como nuestro y rechazamos en el otro que no nos gusta de nosotros. Por ello, va a expresar que la “Propiofobia es la fobia a nosotros mismos, a lo que negamos de nosotros. Por ejemplo, ese ser mestizo. Y al negarlo cuando tenemos con nosotros a alguien que lo trae, por lo demás, con la galanura del caso, nos parece, como diría Freud, la idea «del horrible familiar»” (p. 47). Para después continuar por brindarnos un análisis que conlleva al ser neoliberal del que se anhela alejar y del cual no se puede, “…hay un neoliberalismo muy profundo que tenemos entrenado, pero que también a la vez aborrecemos; es como la contradicción que llevamos, somos neoliberales, pero no nos gusta serlo. Es como una perversión” (p. 55).

En cercanía con lo que sostiene Canales, Rossana Cassigoli señala una distancia entre lo que se desea y la realidad, ya que “…el deseo puede hacer una trayectoria muy distinta a lo que nos impone, de nuevo, un principio de realidad. Entonces, estamos permanentemente acumulando frustraciones (infantiles) respecto de esta idealización de lo real” (p. 63). Por esos rumbos, Javier Agüero nos brinda una señal para interpretar lo ocurrido con relación al rechazo de la nueva Constitución, pero más allá de él, “…Chile es un país muy seducido por la sublimación permanente y constante. ¿Qué quiero decir con esto? Lo pienso en términos puramente freudianos, psicoanalíticos, es decir el desvío de la pulsión de su objeto de deseo original. Ese objeto primordial se evapora” (p. 18).

Sobre el final del libro Cassigoli nos recuerda con inmejorable tino que “[l]a memoria, en cambio [de la historia], actúa en capas mucho más subterráneas; arremete en la superficie en el momento imperfecto, cuando creemos que las cosas parecen haberse estabilizado en el discurso o el relato unificador. Hasta cierto punto, la memoria vuelve imposible la constitución unívoca del sentido” (p. 66). Mas adelante continúa, “[m]e parece que trabajar en el ámbito de la memoria es intentar recordar quiénes somos, a qué vinimos a este mundo y qué compromiso tenemos con nuestros semejantes y nuestra época. Trabajar bajo la luz que nos brinda la memoria, su anamnesis, es cómo podríamos actuar para no deslindarnos de la época; pero sin agotar el potencial emancipatorio en adhesiones discursivas identitarias” (p. 66).

Clarice Lispector (2021) con el bello escrito Cerca del corazón salvaje nos da una mano para poder pensar estos momentos, para tener memoria(s) de lo acontecido, de todo por lo que se tuvo que pasar desde ese octubre de 2019 hasta el rechazo del texto de la nueva constitución. “La noche densa y oscura fue cortada a la mitad, separada en dos bloques negros de sueño. ¿Dónde estaba? Entre las dos partes -la que ya había dormido y la que estaba por dormir-, viéndolas, aislada en el sin-tiempo y en el sin-espacio, en un intervalo vacío” (p. 94). Tal vez, se esté entre esas dos partes de la noche, que continúa dormida o que piensa en dormir, que no despierta de ese intervalo vacío, que pareciera tener estertores de lucha, placer y pasión, pero que se tornan en una más fuerte saudade por lo que no fue y pudo -no dejemos de luchar, como nos marca el camino Javier Agüero, para que siempre pueda seguir siendo-, ser. Pero ese intervalo vacío en ese inmenso desierto, en ese lugar sin tiempo, hace que saberse allí no permite que uno se sumerja tranquila y plácidamente en un sueño que deja atrás todo, que no pugna por una forma de vida diferente, por constituciones más justas. Tal vez, se deba deambular insomnemente entre esos dos sueños que acosan, quizá, esa sea la tarea, emanciparse a la somnolencia que busca cubrirlo todo y quitar la esperanza que la lluvia podrá venir. Tal vez, reste un tiempo más en el desierto sin la ansiada lluvia que nos provea calma, pero la lluvia -de seguro- va a venir.

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