Imagen: Juego de Niños, Pieter Bruegel (detalle)

03 de julio 2023

Juego de niños

por Manuel Rojo

Ese día comenzamos el tercer periodo de clases sin profesora. El día anterior, las mentes criminales del tercero básico A, se encargaron de darle un buen susto a la profe Maca, logrando la ausencia de clases en más de un curso y nuestra deseada libertad. Benditos sean ellos y el filo de su choreza. Sin demora, aprovechando la ausencia de autoridad, la sala fue tomada por el Gato y su grupo acusando trampa. Ocho de nuestros compañeros de clase rodearon a la Sara, y a mí por sentarme junto a ella, para reclamar la trampa realizada por parte de sus contrincantes durante el primer recreo. El grupo de los ladrones, liderado por Israel y la Karla, terminaron el recreo sin ningún prisionero, lo que les dio la victoria y un merecido relajo. Fueron los únicos en la sala que disfrutaron la ausencia de clases como medalla de su victoria, excepto la Karla, que estuvo atenta a las quejas de los pacos. El Gato estaba rojo de rabia explicando que algunos ladrones comenzaron a pegar patadas como estrategia, para liberar a sus compañeros atrapados. Yo pensé que se largaba a llorar, sobre todo cuando nos mostró el pantalón de su uniforme pelado en la rodilla derecha, pero se resistió demostrando que ya no era el mismo Gato de sexto básico. El resto de los pacos lo apoyaron en las quejas alegando que era sin pegar, asegurando que de no ser por las patadas se iban todos presos por lentos. El Colorín no paraba de gritar, para ser escuchado en toda la sala, “lah patáh en la raja se van a devolver, se van a devolver weón”. Ante los gritos, el resto de los pacos se envalentonaron buscando pelea, mientras hablaban al mismo tiempo, tratando de explicar lo ocurrido, revelando anécdotas individuales, describiendo cada patada recibida y dando amenazas que, por suerte, no fueron tomadas en cuenta. Tan ensimismados estaban los pacos relatando sus vivencias, que ninguno se dio cuenta que Sara solo le prestaba atención a una persona. Siendo la supervisora asignada del juego, y teniendo el poder en sus manos, estaba clavada en los ojos del Gato, grises vidriosos. Lo escuchó como si quisiera abrazarlo, y no se permitió mover un solo músculo, quizás, para hacerle saber que toda su atención estaba puesta en él. De cerca admiré su capacidad para bloquear el caos a su alrededor, preguntándome si es una cualidad de los pololos o algo propio de Sara. En cambio yo, tuve que guardar mi duda para conversarla en otro momento y darme a la fuga. Agobiada de tanto paco gritando, y sin monos qué pintar, me fui a sentar entre la Chancha y el Espinoza, dos ladrones que vivieron ese momento con plena alegría, disfrutando del botín que aumentaba con cada insulto recibido y escándalo manifestado. Desde ahí, el último puesto de la sala, la panorámica cambió. Observé a Ismael jugando al ahorcado con Etchepare, al ladrón más rápido confeccionando proyectiles con hojas de cuadernos ajenos, a la Yari dándole un masaje de cabeza a la Chica que, como simia, eliminaba pelusas del chaleco de la Vale Riquelme. También pude ver al Gato mover su boca y a la Sara asentir con la cabeza, en una conversación más íntima. Entonces, mi compañera de banco tomó la iniciativa.

“¡Ya! El recreo pasado ya fue y los ladrones ganaron, pero por castigo comienzan el próximo con cuatro presos elegidos por los pacos. Y pal recreo que viene al que le peguen puede pegar de vuelta”. El silencio duró hasta que Sara volvió a tomar asiento, dando por terminado el escándalo. El dilema se daba por cerrado y se decretaba el uso legítimo de la fuerza en defensa propia, sin embargo, por como sucedió todo, cada estudiante volvió a sus intereses con una idea personal de lo que sería el próximo recreo. El Gato se quedó en mi puesto ronroneándole a la Sara, y yo me quedé con los ladrones, que me trataban como una fichita más, escuchando las instrucciones de la Karla a sus soldados para el próximo recreo: “cabroh ya leh pegaron y ganamoh, ahora hagámohla limpia pa que no puehan devolver lah patáh. No sean weoneh”. Por su parte los pacos también tenían sus conversaciones, se reunieron en piquetes, pero rápidamente se fueron juntando en el piquete comandado por las palabras del Colorín que, en medio de su rabia, recibió una perfecta bola de papel en la frente, totalmente incógnita. Las risas no faltaron.  

Comenzó el tercer recreo, el más largo por ser el del almuerzo, con cuatro ladrones presos. Obviamente uno de esos fue el ladrón más rápido del curso, que parecía perro con pulgas por lo inquieto. Desde la escalera del casino observé el comienzo. Como la Sara se negó a comer su almuerzo, estuve vigilando mientras ella hacía la fila para comprarse unos completos. Era segura la victoria de los pacos desde donde se viera. Ya tenían a cuatro de los mejores corredores del equipo contrario presos y el resto caerían como moscas al tratar de liberar a sus compañeros. Yo y Sara estuvimos de acuerdo en eso, aunque me extrañó ver a los dos líderes en libertad. Sin embargo, los pacos se veían tranquilos con su decisión, ya sin rabia y observando desde la capacha, conocida como Colina 0, a los cinco ladrones que dejaron en libertad. Los enemigos cruzaban miradas y las mantenían fijas, como si fuera un mini reto dentro del verdadero reto, mientras a su alrededor muchos otros estudiantes corrían y disfrutaban del recreo. La Karla, que se tomó ese y todos los juegos con mucha seriedad, remojaba sus labios retrocediendo con lentitud. Recuerdo que fue cuando el colorín tapó su boca, como los futbolistas de la tele, para decirle algo al gato, que los cinco ladrones se dispersaron velozmente, confundiéndose entre la multitud que hacía de las suyas en el patio. El Gato, junto a cuatro de los suyos, se quedó resguardando Colina 0 para que ningún fichita liberara a los presos. Otros tres fueron a la caza, con el Colorín incluido que, para entretenerse, pateaba a la mala las botellas plásticas que otros cursos usaban como pelotas de fútbol. Los pacos parecían tener una estrategia. En minutos rodearon a la chancha, que estaba distraída mirando al grupito de las del octavo C, que practicaban K-pop ese, y todos los recreos hasta hoy. En ese momento me dieron unas ganas de gritar para advertirle, pero el Espinoza se adelantó delatando su posición. Uno de los pacos hizo el amague que corría para ahuyentar al Espinoza, mientras el Colorín le puso una patada descomunal a la Chancha que no alcanzó a enterarse de nada. Al componerse se puso a reclamar a empujones, pero la respuesta fue un segundo golpe en la pantorrilla derecha, y así continuó hasta que se tranquilizó. Con la ayuda de un cuarto paco se lo llevaron a capacha, mientras el Colorín continuó golpeándolo, de forma más ligera, mientras se aseguraba que nadie se acercara a salvarlo. Comprendí entonces que la ventaja obtenida no les bastaba.

“¿Cachaste?”, me preguntó Etchepare acercándose. “Se van a desquitar por el recreo pasado”. “¡Sí oh! Más encima esta weona de la Sara sigue en el casino y no ha visto nada”, le respondí. Etchepare hizo una burla sobre mi comentario y dijo que su presencia no marcaría una diferencia. Y para rematar me dijo: “si ya se los cagó”. Pero yo no creía, y sigo sin creer, que haya pensado tanto su decisión. Sin embargo, dejando a la Chancha presa, cuatro pacos fueron nuevamente al ataque. Siguiendo una vaga pista, corrieron en busca del Espinoza. El procedimiento fue el mismo, otro ladrón sin culpa cayó a patadas sin poder defenderse, y los estudiantes ajenos al juego, comenzaban a ser precavidos si jugaban cerca de algún paco. “Quedan tres”, dijo Etchepare, que parecía disfrutar del espectáculo, cuando yo solo pensaba en que no le pasara nada a la Karla. Ahora sé que estaba escondida esperando su momento, mentalizada en la victoria, sabiendo que los pacos estaban actuando como los ladrones del recreo pasado. En ese momento me hubiera gustado saber su posición, ser real fichita y ayudarla. Hubiera sido su pantalla, la carnada para que ella liberara al resto. Y si el plan fallaba, hubiera pegado patadas hasta salvarla o caer junto a ella. O simplemente, me hubiera conformado con decirle que me parecía que el privilegio de los pacos se había convertido en una injusticia, sabiendo que estaría de acuerdo conmigo, iniciando una conversación que duraría una tarde entera.  

Los ladrones presos comenzaron a dar señales de motín. Con Etchepare pensamos que se debía a las patadas. “Obvio”, me dijo él. El Gato trató de calmarlos, pero algunos se veían decididos a ir en contra del Colorín. “Pero obvio”, me dijo Etchepare. El ladrón más rápido de la básica se quitó la zapatilla y se la tiró al Colorín en la cabeza haciéndolo reaccionar de inmediato. Yo me distraje en ese momento, me reí con todo el cuerpo sin notar que por el medio de Colina 0, se acercaba un ladrón como tigresa por la maleza alta. Solo cuando el Gato, que trataba de controlar su territorio, gritó “¡la Karla!”, el zapatillazo quedó en el pasado y todas las miradas se concentraron en el medio del patio. “¡Corre weona!”, dije saltando de mi puesto. Ella corrió y mis mejillas se pusieron rojas. Cuatro pacos salieron detrás de la Karla, incluido el Colorín. La distancia no era mucha, parecía que era cosa de metros para que le volaran la raja a patadas, pero el Walala, que ese día estrenaba platinado, se cruzó chocando con los tres primeros pacos que corrían en línea y bien pegados. Un paco quedó en el suelo y otros dos decidieron perseguir al Walala, que había zafado después del choque y fue de cabeza a tratar de liberar a sus compañeros. No había mucha oportunidad para la victoria que, para darse, necesitaba que el ladrón esquivara a todos los pacos, tocara con su mano algún rincón de Colina 0 y gritara ¡LIBRE! Cuatro pacos esperaban al Walala en ese momento como muralla, sin embargo, le había dado tiempo a la Karla que ahora solo era perseguida por el Colorín. Los presos estaban vueltos locos, gritaron de todo en ese momento para apoyar y distraer. Incluso, con toda la fe del mundo, el ladrón más rápido del colegio fue en busca de su zapatilla y se la puso a toda velocidad para estar preparado. 

A pesar del resultado final, recuerdo el momento con alegría y trato de relatarlo de tal manera. Y fue quizás por una ola de emociones y mucha concentración, que toda la acción estuvo al alcance de mis ojos cuando la Chancha, de pura ansiosa la muy weona, gritó con escupo incluido: “¡pícala Israel! ¡Pícala!” El Colorín frenó su carrera en secó, se olvidó de Karla y fue en busca de un nuevo objetivo. Otros dos pacos, de los que esperaban al Walala, cambiaron de posición para recibir a Israel, mientras el Walala, dándolo todo, se fue directo contra los dos pacos que quedaban a gran velocidad. Provocó lesiones y aguantó las patadas mientras el Gato lo tenía en el suelo. A Etchepare le brillaban los ojos y por el pasillo, por fin, la Sara se acercaba lamiendo mayonesa de sus labios. Israel, auto-apodado Hanamishi Sakuragi desde que comenzó en el taller de básquet, corrió con seguridad, confiando como siempre en su fuerza y el destino, atrayendo la atención de todos, excepto la mía, que a esa altura del juego reaparecía la Karla en acción. Pude ver el futuro y una victoria segura. Etchepare también pensó que los pacos volverían a perder, pero el Gato, por muy pasivo que estuvo ese recreo, despertó en último momento y, ante una veloz Karla fuera de rango, decidió pisarle el talón derecho provocando su caída. Todo pasó en cosa de segundos y terminó con una segunda zapatilla en vuelo. La Sara fue corriendo al lugar, yo me desvié para buscar la zapatilla. El Gato estaba tratando de ayudar a la Karla, pero los ladrones se le tiraron encima, sobre todo Israel, que solo pelea cuando lo molestan con su mamá, por su apellido y para defender a otros. Con el Nacho, paco de toda la vida, ayudamos a la Karla a ponerse de pie. “Alcancé a caer con las manos”, aseguró la Karla en el momento, sobando sus muñecas. Probablemente fingió por ser como es ella. La conmoción continuaba a nuestro alrededor. Si no es por la Sara, y la Karla que se metió a frenar la pelea, el Israel hubiera golpeado al Gato hasta cansarse. Y por más atractivo que resulta ver pelear al Israel, estábamos atrayendo todas las miradas y el curso entero se podía ir expulsado. El recreo se dio por terminado.     

La clase siguiente al recreo fue de susurros, miradas y un trabajo de artes plásticas en pareja. La primera noticia en comentarse fue la renuncia del Gato y otros dos pacos. Yo no lo escuché, pero se comentaba en plena clase que luego de pedir disculpas, renunció de forma indefinida. Sara, que me ayudó a levantar un árbol con papel de diario picado y alambres, me contó sobre lo arrepentido que estaba su paco de ojos grises, sin dejar de usar la frase: “No es que lo defienda, pero fue sin querer”, para terminar rematando con: “el Gato nunca haría algo así, menos a la Karla”. Recuerdo escuchar a mi compañera de puesto y mirar al Colorín, que estaba en lo suyo, más callado que nunca. Volteé para ver al ladrón más rápido de la historia del colegio, que trabajó en trío junto con Israel y el Walala, confeccionando miguelitos de alambre y murmurando seriamente. En diagonal tenía a la Karla, que trabajaba en su árbol sobándose las muñecas cada cierto tiempo, y algo más abajo, estaba sentado el Gato, lamiendo el rasmillón de su rodilla derecha. Finalmente volví a la Sara, mi amiga que explicaba las razones para culpar a los ladrones por lo sucedido, señalando a todo el curso de testigo. Me mostró una faceta que hasta hoy me tiene lejos de ser su compañera de banco. El trabajo lo terminamos en silencio y, cuando por fin acabó, me fui a sentar junto al Camilo, donde me enteré que el juego continuaría el próximo recreo.

Los ánimos ya eran otros para el último recreo, ninguno festivo, menos de amistad. Durante los quince minutos sentí que se trataba de venganza y algo pendiente entre Israel y el Colorín, que sin falta, junto a otros cuatro compañeros, continuó siendo paco y líder exclusivo. Por parte de los ladrones siguió jugando Israel, el Walala, la Chancha, el Espinoza y la Karla que, sin entender sus motivos, parecía necesitar una victoria sin importar las consecuencias. Nos volvimos a juntar con Etchepare para ver el juego, él esperó lo peor y yo me sentí con la obligación de ver. Nos sentamos cerca de los baños y se nos sumó el Camilo, que se retiró del juego porque, según él, “correr contra cinco pacos no es desafío para un ladrón como yo”, y la verdad es que, hasta el día de hoy, no puedo debatir su motivo. Cuando comenzó el juego todos parecían cansados, como si nadie quisiera seguir corriendo. Aunque, de igual forma, los pacos salieron a perseguir a los ladrones. Karla desapareció desde un principio. La Chancha fue la primera en caer, luego salió libre gracias al Walala. El Colorín estuvo persiguiendo a Israel por algunos minutos, pero luego ambos desaparecieron. Incluso el Camilo desapareció de nuestro lado, pasando a ser el ladrón retirado más buscado. Sin problemas, ingresaban los ladrones a Colina 0 y luego eran liberados por sus compañeros, sin peleas ni patadas, como cualquier juego. Hasta que cayó la Chancha, el Espinoza, el Walala y, luego de hacer una floja carrera, Israel, que llegó a capacha muerto de la risa. Solo faltaba la Karla, pero nunca apareció y los pacos, aburridos, pactaron la libertad con los cuatro presos. Con pocos minutos de sobra, Etchepare me dejó, y yo me dediqué a buscar a la Karla. Recorrí distintos lugares sin encontrarla, incluso pregunté por ella pero nadie sabía dónde estaba. Del baño de hombres salieron los angelitos del tercero básico A, jugando con miguelitos mal confeccionados, pero el de mujeres estaba vacío. 

De regreso a la sala para el último periodo de clases, atrasada y sin la Karla, me encontré en problemas porque el que ponía las verdaderas reglas estaba en mi curso. El reto que recibí por llegar tarde fue solo verbal y descuidado, solo porque existieron problemas mayores. El director andaba de caza, buscando culpables junto a sus guardaespaldas. El curso estuvo en silencio todo el rato y la mayoría se aseguró de tener la mirada baja. Uno de los inspectores, el que parece mascota del director, me preguntó directamente si sabía algo sobre la compañera que se encontraba en el hospital, producto de un esguince de muñeca. Inmediatamente supe de quién se trataba, y me urgieron terribles ganas de acusar al Gato y verlo llorar una vez más. Pero callé pensando en la Karla, porque es lo que ella hubiera hecho, de lo contrario no hubiera sido necesario interrogar al curso. Mentí con un firme NO. Sin demora cayó otra pregunta del inspector, esta vez para el curso entero. “¿Y quién sabe qué ocurrió con su compañero Cáceres?”, “¿Nadie?”, volvió a preguntar, para luego darle la palabra al director, “Para los que no saben, su compañero recibió tal susto que se ausentará por el resto de la semana. Y es el límite de días que tienen como curso para hablar sobre estos casos”. Yo no sabía nada del Colorín, y me sorprendió ver su puesto vacío, pero noté una mueca imperceptible en el rostro de los fichitas, entonces, recordando el buen humor de Israel estando preso, imaginé que realizaron un pacto con el diablo.   

Nacido el año 1992, ha publicado algunos de sus textos en revistas digitales, tales como Antorcha Magacín y Revista Cardumen

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