Foto de prensa intervenida (Bilibid Prison, Manila, Philippines, Feb. 1945)

19 de octubre 2020

Mientras Haya Un Elemento Criminal Estaré Hecho De Él

por Leonor Silvestri

«No hay hechos morales. Hay interpretaciones morales de los hechos.»

Nietzsche

La prisión es considerada tan natural que es difícil imaginarse una vida sin ella, será porque nuestra organización social ha sido creada por la prisión, legado del proyecto de transformación del individuo, junto a otros espacios de encierro propios de la reforma del sistema de castigos. La prisión se ha convertido en una presencia amenazante sin paralelos en nuestra historia, el telón de fondo con el cual los padres nos advierten para que no vayamos a visitar al huésped mas inquietante que nos habita. Es innegable que la encarcelación masiva ha sido un programa de ingeniera social sistemático lo mismo que la gestión afectiva que permite que la gente crea sentirse más segura con su existencia. Es de fácil digestión que se le diga a la población civil orgullosa de su identidad como trabajadores y trabajadoras del capitalismo, gente decente, que esas personas están privadas de su libertad porque hicieron algo malo, que aceptar que es esa identidad de trabajadores decentes la que abona la esclavitud literal y sin remilgos de quienes no quisieron aceptar la domesticación.

Hace rato que los supuestos movimientos sociales progres han renunciado a pensar en la realidad intracacelaria a menos que sea como bien de consumo en edulcoradas series televisivas, o en sueños sádicos de justicia que se pudra en la cárcel. Quienes sostienen la cárcel a nivel del pensamiento se niegan a enfrentar qué ocurre con las personas que son colocadas allí dentro. Hoy día -cuando se tolera que en las calles gente sin techo muera de frío o que a los enfermos, desabastecidos los hospitales, se los lleve puestos la necropolitica- las afrentas contra la propiedad privada son tan intolerables como para aceptar que alguien sea asesinado por un robo-, o robar es suficiente motivo para eliminar a alguien o para que a esa persona le ocurra todo tipo de vejámenes que son propios de la prisión. O la existencia como ladrón no es suficiente para repensar la lucha contra las prisiones o contra la esclavitud puesto que la argamasa de preso común, ladrón de pacotilla, o violento que roba es el cemento donde se asientan aquellos seres -violadores, torturadores- para quienes esa progresía si siente que debe haber prisión.

Se reserva en nuestro pensamiento el destino del encarcelamiento a personas malas, malhechores, gente que hace mal y por ende merece ser sustraída y retirada de la población civil, donde todo funciona armónicamente, y donde nadie hace mal, y donde la presencia de los malhechores podría redundar en contagio o la ruptura de esa paz civil que se debe defender a como dé lugar. A su vez la prisión es el sueño de la perversidad de un mundo que masturba su idealización del bien con las torturas carcelarias de gente que se merece lo que le esta pasando, se nos dice. La prisión es entonces un depósito humano, con fines de explotación laboral para trabajos forzados y un sitio donde el poder puede desplegarse sin ningún remilgo en su hacer sádico irracional. Pero la expansión carcelaria, asimismo, ha tenido que ver con una crisis capitalista global donde la grieta entre dueños de medios de producción, trabajadores y excluidos es cada vez más insalvable. No se cuestiona si la cárcel debe existir, cómo funciona o cuál es su utilidad, ni siquiera si responde a su antiguo y originario proyecto de reforma del sistema de castigos haciéndolos menos crueles, supuestamente según este enfoque arcaico, y por ende más efectivos para la resocialización del individuo. Como dicen Tiqqun: “ La función de la prisión en la economía general de la servidumbre es materializar la falsa división entre criminales e inocentes, entre buenos ciudadanos y delincuentes. … Es el encarcelamiento y la tortura del preso lo que produce el sentimiento de inocencia del ciudadano.”, que cuanto más preso y criminal sea más ciudadano convierte al supuestamente inocente. La división entre criminales e inocentes es falsa cuando se llega a percibir el carácter criminal de toda existencia en tanto y cuanto siempre se puede terminar ahí dado el grado de policía y control global al cual estamos sometidas, en la era del montaje donde no es necesario haber cometido un hecho para que se monte un hecho, o donde el carácter delictivo de un mismo hecho depende de interpretaciones morales transidas e intersectadas por procesos de racialización, disca-odio, clase y género, entre otras, como homofobia y misoginia. El crimen en sí no existe más que como constructo social de una sociedad muy dispuesta a alentar el castigo en las prisiones. Cada vez que, añade Tiqqun “… en la lucha contra las prisiones, presentamos a los presos como buenos chicos, como víctimas, renovamos esa lógica donde la prisión es la sanción.” Nuestras sociedades actuales, arrebatadas al fuego alto del capitalismo tardío, internamente desean que cualquier persona que haya cometido una afrenta contra este pacto social insostenible que parece dividir incluidos e excluidos sin posibilidad de empatía o identificación sea aniquilada de ser posible dentro de la cárcel, como si exterminando personas como daño colateral inherente a todo y cualquier encarcelamiento, la sociedad mejorara. Es irónico, comenta Angela Davis, que “la prisión haya sido un producto de los esfuerzos conjuntos de lxs reformistas por crear un mejor sistema de castigos,… la encarcelación era considerada compasiva al menos más que el castigo capital…” que era un espectáculo público. Pero la sociedad no existe sin la prisión porque es esta última la que produce la primera. Creando ese afuera ficticio –la prisión- se nos crea la ficción de un adentro, de una inclusión, de una pertenencia que impide en primera instancia cualquier tipo de identificación o empatía con el excluido como figura social de esta creación.

Pero las afrentas en muchos casos ni siquiera son actos que nos cueste comprender. A veces tan solo se trata de personas que se niegan a o no pueden incorporarse a un sistema de trabajos dentro del capitalismo, que es lisa y llanamente, en el mejor de los casos, tortura esclavista asalariada. Es por eso que la vagancia, la mendicidad y la ociosidad también están criminalizadas/patologizadas y son perseguidas aunque sin una tipificación específica como la tuvo en Argentina la ley de vagos y mal entretenidos que funcionó hasta bien entrado el siglo XX. Lo que no se puede criminalizar se patologiza. Que se sepa entonces, no estamos deprimidas, estamos en huelga y trabajar es lo peor que nos ocurre. Ilógico sería que nadie quisiera sustraerse a la tortura laboral por medio del robo u otra cosa.

De entre los terrores del encierro no solo están las condiciones de hacinamiento y los trabajos forzados, que no solo jamás dejaron de existir, sino que además son la variable rectora para conseguir beneficios tales como salidas o resocialización dentro del sistema de puntos que la cárcel propone que juegue la persona privada de su libertad si es que en algún momento quiere salir de ahí. Al fin de cuentas como vemos la variable trabajo (tener capacidad física para realizarlo, contar con una estructura psíquica suficientemente dócil para poder sobrellevarlo) es lo que rige quien es humano y quien no, quien merece la libertad y quien no, quien tiene una enfermedad o una discapacidad -huelga decir que se mide los niveles de discapacidad, en algunos casos, teniendo en cuenta su capacidad de desarrollar una tarea remunerada que las juntas médicas juzguen como trabajo-.

También se encuentra el temido aislamiento. Si incluso fuera cierto el objetivo original de la cárcel como un espacio de recogimiento para la introspección por lo mal obrado, ¿cómo se sigue de aislamiento resocialización? ¿Cómo se puede reinsertar socialmente y resocializar a una persona que estuvo privada de la libertad, segregada, y aislada? ¿Cómo se hace para socializar aislando? De aquí podemos desprender que o en todo caso no se espera ninguna reinserción o resocialización, es decir, no se espera realmente que nadie salga, o que nadie salga socializado, si consigue salir. Y se revela el verdadero propósito de las cárceles y demás espacios del estilo, desde penitenciarias a institutos de menores: la prisión como campos de exterminio actuales -Hitler sigue sin estar solo en esta idea- o como fábricas de delincuentes útiles al campo económico del capitalismo, usados como sicarios, matones, o como excusa para un mayor control policial, o penas más duras y toda la gestión de los ilegalismos que necesitan de mano de obra excluida sin opciones que realice el trabajo sucio que la legalidad no puede hacer delante de todo el mundo. Pero del aislamiento solo se puede salir de una manera -demente- y esa demencia perturba la idea de que la encarcelación es una manera adecuada de lidiar con fenómenos sociales, muchos de los cuales, por no decir todos, son un efecto de ese mundo, cuyas pretensiones de mejor mundo posible de todos los habidos no resiste el menor análisis.

En cuanto a las mujeres, es sabido que aquellas que han sido estatalmente castigadas son vistas como doblemente aberrantes, al mismo tiempo que en la mayoría de los casos se trata ya sea de víctimas pasivas de sus maridos o compañeros de algún modo: desde la acusada por un homicidio que no cometió de un marido que la sometía asesinado por otra persona por un problema propio de él, pasando por la que está casada con un estafador, o hace algo “indebido”  por amor, hasta aquella que como Cristina Santillán se liberó de una tortura de 40 años de la única manera que pudo, matando, sin flagrancia, porque una mujer, especialmente una sometida y torturada dentro de la institución pareja heterosexual por tantos años, no está ni física ni mentalmente preparada para defenderse tal cual el código penal lo expresa, como para no ser culpada de homicidio calificado con premeditación y alevosía agravado por el vínculo. Resta analizar las causas que llevaron a todas aquellas mujeres que transgredieron la codificación política del capitalismo y cometieron un hecho, mucho más que erigir juicios morales del tipo “nadie la defiende, lejos de defenderla, es culpable y punto”, como muchas voces feministas expresaron contra Nahir Galarza, de 19 años, condenada a 35 años de reclusión. Al mismo tiempo poco y nada se habla y se discute acerca de las condiciones de encierro para las mujeres, ya sean cis o trans, del hecho de que las mujeres deban compartir espacio con hombres trans, para lo cual la solución propuesta por la extrema derecha de colocar a los hombres trans con hombres comunes, no vela el deseo de que les depare aun peor destino compartiendo pabellón con varones cis; ni tampoco se menciona la gran cantidad de infancia encarcelada con sus madres porque para no separar a les bebes de sus progenitoras se les permite tenerlos en reclusión con ellas, en vez de dejarlas criar y amamantar fuera de la reclusión. Más aun, el tramposo feminismo de la igualdad que influencia la construcción de la igualdad liberal del género. Plantear la igualdad de género carcelaria implica que se arroje a peores condiciones de reclusión, y mayor represión tanto a las mujeres cis y otras corporalidades no hegemónicas como mujeres y varones trans. No solo no se discute la violación como método correctivo y de socialización totalmente extendido y practicado por cualquier persona que logre obtener un jalón de poder para el ejercicio de la dominación, sino también está alentado por los deseos de venganza mediada estatalmente de aquellas personas, muchas de ellas feministas, que creen que violar puede ser un castigo legítimo y posible para un violador cada vez que sueñan que se viole a alguien -deleznable e indefendible, nadie lo duda- en la cárcel. Luego se sabe que es en realidad para cualquier persona que no se pueda defender, mal que nos pese, de discas a homosexuales, pasando por varones y mujeres en posiciones de inferioridad, y acaecido sobre cualquiera finalmente, que no goce de los pabellones VIP o de resguardo, donde usualmente van, paradójicamente, violadores, puesto que es una de las prerrogativas invisibles del personal carcelario uniformado: violar. Lo diremos entonces claramente. La violación no es ni una práctica sexual, ni un castigo posible, ni una reparación o enmienda a una falta; sea la que sea, sencillamente la violación no debería existir, ningún tipo, en ningún espacio, vehiculizado por ningún motivo, apañado y mediado por la gestión estatal, bajo ningún pretexto, y que haya personas que hablen de la violación padecida por el común denominador de las mujeres cis y trans, y una gran parte de los varones no heterosexuales y no cis como castigo intracarcelario es síntoma de los altos niveles de microfascismo en sangre de nuestras sociedades. Asimismo, muestra los niveles de atraso de este mundo que se cree evolucionado, como si del hecho de haber violado se sigue que el castigo sea violación para el violador, lo cual remite a la vieja ley del Talión, del ojo por ojo, supuestamente perimida y reemplazada por estos modelos de ejercicios de la justicia actuales.

No digo esto en pos de la paz y la concordia. Solo sé que mientras se mantenga la violación como horizonte lícito de cobrarse un daño que nos han hecho, la violación no dejará de existir como posibilidad en el imaginario de nuestras mentes. Desconozco qué se debe hacer entonces con los así llamados delitos graves, especialmente con homicidio, tortura, violación, lesa humanidad, o explotación humana. No obstante, sé que no y eso es también una propuesta. Como también lo es la invitación a pensar un mundo donde se pueda enseñar sin castigar y donde se pueda reparar y enmendar, hasta lo que parece que no tiene arreglo, sin torturar. Para ello será necesario cortar con el lazo moral de la búsqueda de un sujeto individual y personalmente responsable, que une el castigo como una consecuencia inevitable de un crimen,  no existe tal división entre justas y pecadores en estado natural o salvaje aunque les resulte tan difícil pensar a aquellas que se creen tan buenas tan buenas que les parece imposible que un día estén ellas en el banquillo de las acusadas. Tal vez por una vez debemos dejar de comprar nuestra radiante invisibilidad cada vez que intentamos pasar desapercibidas. Acomodándonos a lo intolerable dormimos más tranquilas pensando que la cárcel de presos comunes, el pabellón de psicópatas, los psiquiátricos, los centros de detención de migrantes, los reformatorios y los institutos de menores no tienen nada que ver con los lugares donde hay personas traficadas y tratadas, o con las cámaras de gas de Hitler, cuyos fantasmas pertenecen a un pasado del cual se nos dice hemos evolucionado para mejor y que ya no existe realmente.

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¿Son obsoletas las prisiones? De Angela Davis. Bocavulvaria. Traducción Gabriela Aldestein

https://revistanada.com/2015/10/30/preliminares-a-toda-lucha-anticarcelaria-tiqqun/

*Publicado originalmente el año 2018 en https://haciendoamigxs.com.ar/

Instagram: @leonorsilvestriok @queenluddlibros @haciendoamigxs /Twitter: haciendoamigues /Correo: haciendoamigxsconleonor@gmail.com

(Buenos Aires, 27 de mayo de 1976) es una escritora, traductora especializada en poesía clásica, profesora de filosofía y de autodefensa para mujeres argentina. Es autora de poemas, ensayos filosóficos, videos, manifiestos, fanzines, performances posporno con prácticas BDSM y exhibicionismo y notas periodísticas. Trabajó en radio y formó parte de bandas de punk-rock. Su sitio web es: https://haciendoamigxs.com.ar/

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