Fotograma de Enigma, de Ignacio Juricic

20 de julio 2020

Un cine anti-pride para desbaratar la lesbofobia

por Cristeva Cabello

Crítica a Enigma (2018) de Ignacio Juricic

¿Cómo representar la violencia lesbofóbica? ¿Cómo y para qué hacer memoria de episodios traumáticos? Enigma fue un programa de televisión emitido en el prime time de TVN donde se abordaban casos de crímenes escabrosos y morbosos. Entre estos episodios se abordó el asesinato de la escultora lésbica Mónica Briones ocurrido en plena dictadura. Este hecho, desencadenó que, desde el año 2015, todos los días 9 de julio se conmemore el día de la visibilidad lésbica a propósito de su muerte ocurrida fuera de la disco Quásar. Por aquí atraviesa la cinta chilena, dirigida por Ignacio Juricic, que toma el nombre del programa de TVN: Enigma. La película fue parte de los estrenos chilenos online exhibidos durante tiempos pandémicos por Matucana 100.

Enigma e Informe Especial fueron formatos televisivos que enmarcaron las sexualidades disidentes hacia el lado del crimen y la atmósfera del terror. Un capítulo que no se aleja demasiado del episodio de violencia contra Daniel Zamudio y otras víctimas locales de crímenes de odio. La potencia de Enigma de Ignacio Juricic es que toma distancia de la mirada masculina y capitalista en torno a las sexualidades diversas y, en cambio,  realiza un relato que no reconstruye la violencia en imágenes. En el film sólo sabemos que la víctima fue brutalmente asesinada, debido a una conversación silenciosa y a oscuras que ocurre en el dormitorio de los padres de la desaparecida. Juricic no hace un espectáculo de la violencia contra las disidencias sexuales, tampoco es una mirada que convierta en una heroína a la víctima de la lesbofobia.

A través de un modo mucho más creativo y punzante, la película pone en debate episodios vinculados a los crímenes lesbofóbicos, acompañado por un elenco protagonizado por Roxana Campos, Claudia Cabezas, Paula Zúñiga y Belén Herrera, entre otras actrices, que interpretan a madres e hijas de la familia de la víctima. ¿Cómo afecta a la intimidad de la familia heterosexual chilena la muerte de una hija que se descubre muere a causa de un crimen de odio lesbofóbico? ¿Cómo se resisten a recordar en una familia?, ¿cómo temen a perder los pocos privilegios y oportunidades por reconocer esa muerte? Todo el orden familiar comienza a desmoronarse a causa del capítulo sobre la muerte de una hija que comienza a producir la televisión. Es otro tipo de régimen de impunidad, de un silenciamiento a las sexualidades disidentes que ocurre en la familia.

Pienso, ¿cuántas veces nuestras madres han imaginado a sus hijes camionas o afeminadas muertas por la violencia que se vive en la ciudad y por las noticias que ven en los medios? Muchas veces vi ese miedo también en los ojos de mi madre, ese temor a una pérdida y es que en Chile a lesbianas, trans y locas las vienen asesinando hace décadas. Al menos eso aparece en televisión y otros medios, ya que la industria audiovisual insiste en mostrar las imágenes de muertes de homosexuales, lesbianas y travestis. Mónica Briones, Amanda Jofre, Daniel Zamudio y Nicole Saavedra, son algunas de las muertes que marcaron a los movimientos de diversidades sexuales en Chile. Siempre víctimas del terror de la violencia masculina desatada en contextos de desigualdad neoliberal.

La figura de la víctima es un estigma que nos cuesta quitar de encima. Por eso mismo, la crítica que realiza Enigma a los medios de comunicación es muy vigente, demuestra cómo desde el cine es posible desmontar las estrategias de la TV y develar la falta de ética y la violencia con que el periodismo y las productoras han tratado la historia de violencias contra las vidas no-heterosexuales.

Por lo tanto, el giro que hace Ignacio, el director, su decisión de no mostrar ni reiterar esta violencia es un gesto muy importante, porque no juega con el exhibicionismo, sino que realiza una crítica profunda a cómo la televisión ha mostrado y jugado con las vidas LGBT+ y con el duelo, frente a la capacidad que tenemos de llorar o no llorar estas vidas. A través de una madre que apenas tiene palabras para comprender la complejidad del deseo de su hija muerta y que a través de la película se reconecta con la posibilidad del duelo.

El director de este film independiente logra mostrar esa atmósfera fóbica, repleta de susurros, con un elenco de mujeres protagonistas que se guardan secretos terribles, donde los planos ponen de manifiesto la desigualdad de género en la casa, las micro violencias al interior del espacio doméstico y donde el tabú lésbico rompe el orden de esta familia sostenida por una madre peluquera. Los cabellos, los sonidos de secadores de pelos, los teñidos, el constante trabajo de la feminidad que hay en el cuidado entre mujeres es un tejido constante del film que mantiene a las mujeres a través de la cual la trama va fluyendo. Los cabellos son protagonistas en una película que reflexiona sobre ese femenino radical que es lo lésbico.

Es una película que sin duda sorprende, es torcida, porque a pesar de abordar el caso del asesinato contra una joven lesbiana, de hablar todo el tiempo en torno al caso de una hija que muere por su identidad disidente, durante los minutos que se extiende la cinta no aparece ningún deseo lésbico o tampoco aparecen personajes lésbicos estereoíipicos demostrando sus afectos en la pantalla. La lesbofobia se respira en el film y está constantemente negando una identidad.

Que la película sobre una lesbiana asesinada sea protagonizada por Nancy, la madre, es un giro, es un riesgo, un decisión que emociona porque hace explícito cómo las familias niegan y mantienen en secreto la sexualidad desviada de una integrante de la familia, es la familia la que vemos desarmarse, porque vemos en sus rostros, en su duda y en el duelo de la madre el desorden que genera el lesbianismo en una familia. Es doloroso escuchar esos diálogos opresivos entre mujeres, se escuchan rumores, voces susurrantes que evidencian una opresión constante al interior de la casa, a través de conversaciones tensas dentro de espacios domésticos se deja traslucir algo así como una experiencia lésbica. Es una duda constante, una negación, una lección para todas esas madres, primas, hermanas y padres que no querían ver que sus hijas amaban a otras mujeres fuera de casa.

En momentos en que las disidencias sexuales buscan una memoria local más allá del discurso del orgullo gay, la cinta chilena Enigma plantea la vida lésbica como un enigma dentro de la historia de la postdictadura chilena, porque durante décadas de transición las lesbianas han estado ausentes, fueron invisibilizadas en la política, los medios y las organizaciones políticas y esta película hace justicia, refuerza esa realidad proponiendo una película como un problema, un argumento enigmático que no se acomoda en reforzar estereotipos de las diversidades sexuales. Lo esperanzador dentro de la oscuridad de la película es ver a esta madre que toma conciencia y que decide mostrar su rostro frente a la televisión y, a pesar del dolor, la amenaza familiar y la vergüenza, decide asumir que su hija fue asesinada. El rostro de Nancy, interpretado soberbiamente por Roxana Campos -a quien vimos en teleseries como Pampa Ilusión (2001) o el Circo de Las Montini (2002)-, reaparece en la pantalla audiovisual para desmontar la figura sagrada de la madre conservadora, sumisa y callada.

El ingreso de la película de ficción en la ficción televisiva es un momento bellísimo, especialmente cuando la madre decide salir con su rostro a la luz, perdiendo toda vergüenza. Antes muchas personas gays, lesbianas o trans no podían mostrar sus rostros en televisión por temor a perder trabajos o familias. En estos mismos programas muchas veces aparecían gays o lesbianas pero en las sombras, en la oscuridad que los protegía del anonimato.

Es una tensión constante la que está en la película y que no estalla, pero pareciera que en cualquier momento explota. Es radical la decisión de grabar principalmente en espacios domésticos, sin abusar de los exteriores, sin mostrar escenas de conflictos dramáticos, sino que ofrecer una mirada profunda a esos vínculos entre mujeres. Los diálogos susurrantes entre dueñas de casas mientras el esposo se mantiene estático a un costado del plano, mientras le sirven la comida, muestra también esa división sexual entre hombres y mujeres que, a pesar de las olas feministas, sigue estando presente.

Estas películas nos hacen preguntarnos si algo ha cambiado o no respecto a los avances de los derechos sexuales, pero por sobretodo nos plantea desafíos, acciones que hay que evitar, prácticas del mirar que hay que cambiar en el audiovisual. A pesar de lo espeluznante del caso que es central en la trama, la película no deja de tener una vitalidad a través de los juegos con el cabello, ese trabajo constante por acicalarse entre mujeres, por peinarse y reforzar ese femenino que se opone a ese femenino masculino de las lesbianas masculinas. La cinta se aleja del thriller y se acerca más a un cine de vidas queer infelices. Me parece una película muy importante para el cine local, pero más aún porque siento que va contracorriente de las obviedades del cine LGBT. Realmente fue una alegría ver a todas esas actrices en la película, el casting es muy soberbio porque son actrices que no pertenecen al casting de mujeres de clase alta, sino a actrices comprometidas con historias menores y que a través de la ficción activan la memoria de movimientos disidentes sexuales.

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