Fotografía: @geografiahumanachile

03 de mayo 2020

El despotismo occidental

por Gianfranco Sanguinetti / Traducción del francés por Emilio Guzmán Lagreze (Sociólogo Universidad de Valparaíso e investigador independiente).

Texto publicado en Mediapart el 1 de abril del 2020.

La conversión de las democracias representativas de Occidente a un despotismo completamente nuevo ha tomado, gracias al coronavirus, la figura jurídica de «fuerza mayor» (como es sabido, en términos de jurisprudencia, dicha figura de fuerza mayor, implica una instancia que exonera de responsabilidad). Y por tanto, este nuevo virus forma parte al mismo tiempo, de un catalizador del acontecimiento, un elemento de distracción para las masas llevado a cabo por el miedo[1].

De las tantas hipótesis que se habían emitido desde la publicación de mi libro Du Terrorisme et de l’Etat [Sobre el terrorismo y el Estado] (1979), a propósito de la forma en la que esta conversión, según mi perspectiva inéluctable, de la democracia formal hacia el despotismo real, se encontraría realizada, reconozco que jamás imaginé que esta pudiera ocurrir bajo pretexto de un virus. Con todo, los caminos del Señor realmente son infinitos. Así como también aquellos que pertenecen a los trucos de la razón hegeliana.

Podríamos decir que la única referencia, tan inquietante como profética, es aquella que he encontrado en un artículo de Jacques Attali, antiguo patrón de la banca BERD, quien había escrito en L’Express durante la epidemia del 2009:

«Si es que la epidemia es más grave, cosa que es factible, ya que ella puede ser transferida por el hombre, tendrá verdaderas consecuencias planetarias: sean económicas (los patrones macroestructurales nos dan a entender que podría implicar una pérdida de 3 trillones de dólares, siendo una baja general de un 5 % del PIB mundial) así como políticas (en razón a los riesgos de contagio…). Tendremos por ello que establecer una policía mundial, un almacenaje mundial y, por tanto, una fiscalidad a nivel mundial. Entonces llegaremos a ello, de forma mucho más rápida que si lo hubiera permitido únicamente la razón económica, estableciendo las bases de un verdadero gobierno mundial.»[2]

La pandemia se encontraba, por tanto, contemplada: ¡cuántas simulaciones habían sido hechas por parte de las grandes compañías de seguros! Y por los servicios de protección de los Estados. Aún hace algunos días, el antiguo primer ministro británico Gordon Brown insistía en torno a la necesidad de un gobierno mundial: «Gordon Brown ha exhortado a los dirigentes del mundo para crear una forma temporal de gobierno mundial para hacerle frente a las dos crisis médicas y económicas causadas por la pandemia del Covid-19.»[3]

Vale la pena añadir que tal oportunidad pueda ser introducida o creada, no hace gran cambio  al respecto. Una vez que ya está diseñada tanto la ocasión como la estrategia, basta con tener el pretexto, para posteriormente actuar en consecuencia a él. Nadie, entre los jefes de gobierno, ha sido pillado por sorpresa sino desde el principio, por la estupidez de tal o cual persona. Desde Giuseppe Conte a Orban, de Johnson a Trump, etc., todos esos políticos, tan rústicos como fueran, han comprendido rápidamente aquello que este virus les permitía hacer de las viejas constituciones tanto reglas como leyes. El estado de necesidad perdona toda ilegalidad.

Una vez que el terrorismo, del cual convendremos que ya se ha abusado bastante, haya agotado la mayoría de sus potencialidades, tan experimentadas en todo el mundo durante los quince primeros años del siglo veintiuno, habrá llegado al momento de pasar a la siguiente etapa, tal como lo anunciaba desde el 2011, en mi texto Du Terrorisme au Despotisme [Del terrorismo al despotismo].

Por otra parte, el enfoque contra-insurreccional que se ha tomado de manera inmediata y en todos lados en lo que se llama impropiamente como la «guerra contra el virus», confirma la intención que subyace a las operaciones «humanitarias» de esta guerra, que no es contra el virus, sino que contra las reglas, derechos, garantías, instituciones y pueblos del antiguo mundo: hablo del mundo y de instituciones que han sido instauradas desde la Revolución francesa, y que ahora desaparecen de nuestros ojos solo en algunos meses, tan rápido como desapareció la Unión Soviética. La epidemia terminará, pero no así todas las medidas derivadas de ella, tanto las posibilidades y consecuencias que ella ha provocado y que nos encontramos experimentando. Dolorosamente estamos dando a la luz a un nuevo mundo.

Estamos frente a la descomposición y al fin de una civilización, tal como lo es aquel de la democracia burguesa, con sus parlamentos, sus derechos, sus poderes y contra-poderes de ahora en adelante totalmente inútiles, ya que tanto las leyes como las medidas de coerción están dictadas por el poder ejecutivo, sin ser ratificadas por los distintos Parlamentos, y en donde el poder judicial, así como el de la libre opinión pierde toda apariencia de independencia, y, por tanto su poder de ser un contrapeso.

Así se acostumbra de manera abrupta y traumática a los pueblos (tal como lo establece Maquiavelo, «el mal debe hacerse todo de una vez, con el fin que aquellos que se le realiza dicho mal no tengan tiempo para disfrutarlo»): habiendo desaparecido el ciudadano desde hace ya mucho tiempo, en provecho de la figura del consumidor, quien en este momento se encuentra remitido al rol de un mero paciente, sobre el cual se dispone tanto el derecho a la vida como de la muerte, ya que se le puede administrar cualquier tratamiento, o incluso decidir si este tratamiento se le puede cancelar, según su edad (productiva o improductiva), o según cualquier otro criterio decidido arbitrariamente y sin llamado alguno, a la discreción de enfermería o de otras instancias. Una vez encarcelado en su hogar, o en el hospital, ¿Qué es lo que puede hacer contra la coerción, los abusos, la arbitrariedad?

Estando suspendida la carta constitucional, como por ejemplo lo es en Italia, sin plantear objeción alguna, incluso tampoco por parte del «garante» de las instituciones, a saber, el presidente Mattarella. Los sujetos, convertidos en simples mónadas anónimas y aisladas, no tienen ninguna «igualdad» para hacer valer, así como tampoco derechos para reivindicar. Dicho derecho no será más normativo, sino que devendrá ex gratia, tal como lo será la vida y la muerte durante este período. Hemos visto que, so pretexto del coronavirus, en Italia se ha podido matar seguidamente a 13 o 14 prisioneros desarmados, de los cuales a nadie le importa dar sus nombres, ni la explicación de los crímenes, ni las circunstancias, y nadie se inmuta. Hacen aún mejor las cosas que lo hacían los alemanes en la prisión de Stammheim.

¡Por lo menos por nuestros crímenes, deberían admirarnos!

No se habla más que de plata. Y un Estado tal como el italiano está limitado a pedir limosnas al siniestro e ilegítimo Eurogrupo, a saber, los capitales necesarios para la transformación de la forma democrática hacia la forma despótica. Es el mismo Eurogrupo que en 2015 intentó ferozmente expropiar todo el patrimonio público de Grecia, incluyendo el Partenón, y darle un fondo de inversión en Luxemburgo, bajo control alemán: incluso la revista Der Spiegel definía en aquel entonces los dictámenes del Eurogrupo como «una lista de atrocidades» para darle muerte a Grecia, y Ambrose Evans-Pritchard, en The Telegraph, había escrito que si se quería dar fecha al fin del proyecto europeo, aquel era un buen momento. He ahí que en este mismo momento todo ello se esté realizando. No queda más que el Euro, cosa aún muy provisoria.

El neoliberalismo no ha tenido que hacerle frente a las antiguas luchas de clases, tampoco las recuerda, incluso cree haberlas borrado del diccionario. Aún se cree todopoderoso; lo que tampoco significa que no les tenga miedo: ya que sabe muy bien todo aquello que prepara para hacer infligir a la gente. Es de prever que la gente muy pronto comenzará a tener hambre; es evidente el desempleo en masa que se vendrá; es de prever que aquellos que trabajan ilegalmente (cuatro millones en Italia) no tendrán ningún apoyo. Y los que tienen un trabajo precario, y nada que perder, comenzarán con luchas y sabotajes. Ello explica del por qué la estrategia de combate a la pandemia es antes que todo una estrategia de contra-insurrección preventiva. Veremos maravillas en América. Los campos de la FEMA[4] se van a llenar luego.

Este nuevo despotismo tiene, por lo menos, dos grandes razones para imponerse en Occidente: una de ellas resulta ser para hacerle frente a la subversión interior que éste produce y espera; y la otra es para prepararse para la guerra externa, desatada contra un enemigo designado, el cual resulta ser también el despotismo más antiguo de la historia, del cual no tenemos nada que aprender desde el libro de Li Shang (IV siglo A.C.) -libro que todos los estrategas occidentales deberán apurarse por leer, con la más alta atención. Si se ha decidido atacar al despotismo chino, es necesario demostrar dentro del mismo terreno que se es mejor que éste: es decir, más eficaz, menos costoso y más eficiente. En síntesis, demostrar que se es un mejor despotismo. Pero ello aún está por demostrarse.

Gracias al virus, la fragilidad de nuestro mundo queda al descubierto. Aquello que se está jugando en la actualidad es aún mucho más peligroso que el propio virus, y sumará a muchos más muertos. Y sin embargo los contemporáneos no parecen tenerle miedo más que al virus…

Parecería que la época actual se ha puesto como tarea la de contradecir aquello que planteaba  Hegel, sobre la filosofía de la historia: «La historia del mundo es el progreso de la conciencia de la libertad». Señalaba Hegel que la propia libertad no existe más que en el momento en que se encuentra luchando contra su contrario – ¿Hoy en día en dónde se encuentra tal libertad? ¿Mientras en Francia e Italia la gente denuncia a los que no obedecen?

Si bastó un simple microbio para llevar a nuestro mundo hacia la obediencia al más repugnante despotismo, ello significa que nuestra sociedad ya se encontraba predispuesta a soportar tal despotismo, por lo que bastó un simple microbio para permitirlo.

Los historiadores llamarán a este período que comienza ahora como la época del Despotismo Occidental.


[1] Veo que Edward Snowden llega a la misma conclusión en la entrevista aparecida el 10 de abril del 2020 véase : https://www.youtube.com/watch?v=k5OAjnveyJo

[2] https://www.lexpress.fr/actualite/societe/sante/avancer-par-peur_758721.html

[3]https://www.theguardian.com/politics/2020/mar/26/gordon-brown-calls-for-global-government-to-tackle-coronavirus

[4] Agencia Federal para la Gestión de Emergencias de USA. [N. del T.]

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